Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIII, nums. 23-24

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Editorial

El juego letal británico: la guerra religiosa

No es la arrogancia de Dick Cheney ni tampoco la demencia más necia que una mula de George W. Bush lo que ha impedido que el gobierno cambie de orientación desde las elecciones del 7 de noviembre. El hecho indiscutible es que, como ha recalcado Lyndon LaRouche, la política de este gobierno la dictan, desde fuera de Estados Unidos, fuerzas oligárquicas financieras principalmente ubicadas en Gran Bretaña. No es una política de Bush y Cheney, ¡es británica!

Hay varios elementos decisivos que deben convencer hasta al más reacio “teórico de conspiraciones” de la certeza de nuestra acusación.

Primero pregúntate: ¿qué fuerza en el mundo responde a condiciones de crisis fomentando guerras religiosas y culturales? Si tu respuesta es “Venecia”, no estarías errado, pero Venecia en tanto potencia se ha mudado hoy a Londres, desde donde opera como una potencia política y financiera mundial. Así, el centro oligárquico que instigó la guerra de los Treinta Años de 1618–1648, en un intento por salvar su imperio, dejó de serlo. En cambio, el Ministerio de Relaciones Exteriores británico y tentáculos relacionados han retomado la tarea de azuzar a religión contra religión, a raza contra raza, precisamente con el mismo fin.

Por siglos, el Sudoeste de Asia ha sido una víctima favorita de estos poderes imperiales, aun mucho antes de la creación del Estado israelí. Las guerras en el islam, entre judíos y musulmanes, entre turcos y armenios, y muchas otras variantes, todas las han impulsado sofisticadas agencias de inteligencia que trabajan para imperios a los que no les importa cuántos mueran, mientras conserven su poder.

Mira la política en el Sudoeste de Asia hoy. Lo que el Gobierno de Bush quiere es la guerra permanente, no la estabilidad. Pero, ¿puede alguien de veras creer que semejante gobierno, que prácticamente ha botado a cualquiera con una comprensión competente de la cultura y de la región, ideó esta política? No. En efecto, el Gobierno de Bush funciona como los peleles de la política británica.

La visita a Turquía que acaba de concluir el papa Benedicto XVI ofrece un contrapunto aleccionador a las directrices del Gobierno de Bush. Ahí, un líder mundial al que apenas unas semana antes prácticamente se le había declarado como anatema, y cuya integridad fue amenazada con dizque manifestaciones de musulmanes por todo el mundo, pudo, por su propia perseverancia en el diálogo y la paz, hacer un avance en las relaciones pacíficas entre la Iglesia católica romana y el islam. Lo obvio es que otras fuerzas occidentales pudieron haber hecho lo mismo, de habérselo propuesto. En cambio, se les manipula hacia una provocación tras otra, y al desastre.

Lo cual nos lleva al segundo aspecto decisivo que refuerza nuestro argumento. El hecho es que la actual política exterior de EU está diseñada para su propia destrucción. Y, ¿quién quiere destruir a EU? Nada menos que esas fuerzas internacionales que lo consideran un obstáculo potencial a su plan de saqueo permanente del mundo, fuerzas con sede en Londres.

EIR ha realizado un pequeña encuesta entre círculos militares de inteligencia en Washington, al efecto de preguntarles: “¿Cree usted que podría haber dos individuos, además de Bush y Cheney, más eficientes en destruir la categoría y el poder de EU en el mundo?” No te sorprenderá saber que la respuesta fue “No”.

Desde que los escogieron como candidatos a la dirección de EU, a Bush y Cheney los han aleccionado para que cumplan con la función que les asignaron enemigos importantes de EU. Ellos han destruido su industria, la confianza en el gobierno, han tratado de destruir la Constitución, han destruido cualquier respeto que se le tenía en el mundo a EU, alguna vez amado por todo país que de veras amara la libertad.

Hemos llegado al final del camino. Por un lado, este proceso destructivo está por pasar a una nueva fase de desintegración financiera y cultural. Por el otro, el pueblo estadounidense ha mostrado su deseo definitivo de un cambio de dirección en las elecciones del 7 de noviembre. Así, ahora le toca a los patriotas estadounidenses fajarse y dar la batalla por restaurar la soberanía estadounidense, desactivando a los instrumentos de su propia —y de nuestra— destrucción. Enjuiciemos a Cheney y Bush, antes de que sea demasiado tarde.