Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIII, núm. 22

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Editorial

Los jóvenes son el margen decisivo de la victoria

Ahora está claro que el margen decisivo de la victoria del Partido Demócrata en las elecciones intermedias del 7 de noviembre en Estados Unidos lo aportó un repunte en el sufragio de dos categorías de estadounidenses: jóvenes entre 18 y 25 años de edad, y jóvenes “sándwich” entre 25 y 35. La importancia del voto joven, que aumentó de 8 millones en las elecciones intermedias del 2002 a más de 10 millones este año, como el margen decisivo de la “victoria arrolladora” de los demócratas, en particular en la Cámara de Representantes, no ha pasado inadvertida.

En una videoconferencia que dio desde Washington, D.C., el 16 de noviembre (ver artículo pág. 2), Lyndon LaRouche correctamente se adjudicó buena parte del crédito —junto con el Movimiento de Juventudes Larouchistas (o LYM)— de revigorizar a esos millones de electores jóvenes. Un aspecto crucial de su enorme movilización política fue el hecho de que el clima de terror que está alimentándose en la mayoría de las universidades estadounidenses hoy, se rompió gracias a la acertada intervención del LYM contra una miríada de grupos de fachada, todos los cuales emanan del círculo íntimo de Lynne Cheney, la esposa del vicepresidente estadounidense Dick Cheney.

Primero como presidenta de la Fundación Nacional para las Humanidades (1986–1993), y luego como cofundadora, junto con el senador Joe Lieberman, del Consejo Estadounidense de Miembros y Graduados (ACTA), la Cheney ha dirigido una cacería de brujas contra académicos que se han atrevido a desafiar el dogma estraussiano y neoconservador. Tras el 11–S, el ACTA de la Cheney le declaró la guerra al profesorado por no cerrar filas en torno a la “guerra global contra el terrorismo” de su esposo, en colusión con el anglófilo derechista de Wall Street John Train y el ex estalinista David Horowitz. Entre los “carroñeros” de la Cheney está el Instituto Ayn Rand, a cargo de un ex funcionario de la inteligencia militar israelí llamado Yaron Brook, quien abiertamente pide el genocidio contra los musulmanes.

Además de los consabidos perdedores del 7 de noviembre, también debemos identificar a otro hato de perdedores igual de rabiosos: los dizque demócratas —como el presidente del Comité Nacional Demócrata Howard Dean y sus supuestos rivales del Consejo de Liderato Demócrata— que procuraron limitar la victoria para preservar el poder de sus “ángeles” de Wall Street como Félix Rohatyn y George Soros.

Para estos demócratas, la idea de que la política estadounidense se ha transformado ahora en una verdadera batalla por el futuro de la nación y de la humanidad, de ningún modo significa buenas noticias. El electorado joven, que salió a derrotar todo lo que representan Bush y Cheney, no se ciñe a la política del gran billete, mucho menos de la variedad que fomentan ladrones de Wall Street como Rohatyn y Soros. Los jóvenes saben que de no darse un viraje político de 180 grados, su futuro es basura. Ellos no viven en el mundo de fantasía del 10% de arriba.

Si aún van a la universidad, saben que saldrán de esos recintos sagrados con un papel que no les garantizará un empleo productivo, y con una deuda de decenas de miles de dólares. Si pertenecen a los “jóvenes sándwich”, la mayoría vive ya el infierno de un economía decadente, con cada vez menos oportunidades de trabajo y costos disparados en la vivienda, los alimentos y la salud. También saben —a diferencia de la generación del 68— que estarán aquí por un buen tiempo. Todavía les quedan unos 50 años de vida productiva por delante, y saben que heredan un mundo de producción menguante, oportunidades reducidas y disparidad creciente entre el puñado de los “afortunados” y las legiones de los desposeídos.

Estas elecciones de EU representan un cambio de fase potencial en la política estadounidense, uno que va mucho más allá de la transferencia del poder de una mayoría republicana a una demócrata en el Congreso. Los historiadores describirán —ojalá— las elecciones del 2006 como el fin de la era de la política del gran billete, y como el renacer de la política de las masas, en el mejor sentido republicano de la palabra.

En un diálogo poselectoral con líderes de su movimiento de juventudes, LaRouche hizo hincapié en que la misión inmediata es mantener el impulso del electorado joven recién revigorizado para garantizar el cambio de dirección política en EU.