Economía






Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIII, núm. 21

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Ciencia y cultura

La ciencia es el quid de la economía

Cómo los liberales intentaron hacer del mono de Engels un hombre

por Lyndon H. LaRouche

23 de agosto de 2006.

Prefacio: Engels y el mito británico de Karl Marx

Una de las cosas más impresionantes de intuir directamente la incompetencia persistente, intrínseca y sistémica de los métodos económicos angloholandeses, viene de estudiar el apenas disfrazado antiamericanismo de un fabricante cuyos ingresos provenían sobre todo de la elaboración inglesa de algodón producido por esclavos, llamado Federico Engels.

Durante la época pertinente de los 1870, Engels aprovechó la ocasión para expresar su consabido prejuicio contra los canales por los que la influencia de Estados Unidos contribuyó a mejorar las políticas sociales y económicas de la Alemania de Bismarck. El bandazo de Engels lo publicaron, del modo más notable, círculos nominalmente marxistas, con el título de Anti–Dühring. Engels lanzó esta obra de propaganda de modo implícito, no sólo contra el economista germanoamericano Federico List, sino también contra el principal economista del mundo en los 1870, el estadounidense Henry C. Carey.[1] Esta conexión con Carey no se identifica de manera explícita en la obra publicada; sin embargo, para esos círculos contra los que iba el opúsculo no era difícil reconocer que Carey era el blanco.

El ataque específico al que hago alusión ocurrió en el marco de las conexiones de Carey con la actividad del filósofo alemán Eugen Dühring, ese Dühring que fue uno de los factores políticos notables en las deliberaciones que llevaron al Gobierno de Bismarck a adoptar rasgos esenciales del Sistema Americano de economía política en la orientación económica y política de Alemania. La prosa tendenciosa que empleó Engels en esa ocasión, escogió a Dühring como el blanco nominal de su rabia contra la influencia americana que impulsó las reformas de Bismarck. En verdad, el blanco principal del ataque no era Dühring, sino el más grande economista de la época, el Carey que también era la principal figura estadounidense que participaba en la asesoría de EU a Alemania en cuanto a las reformas económicas de Bismarck.

Esta obra de Engels fue tal vez la de mayor circulación entre las varias polémicas relacionadas que se publicaron sobre el mismo tema general. El quid de la obra no era el golpeteo de la “garra del mono ficticio”, sino parte de una serie de escritos dizque “científicos” de Engels, en los cuales, en un caso, de modo directo o implícito expresó su exhibición soberbiamente arrogante, y también en extremo ridícula, de lo que él en una ocasión describió como su propio “pulgar opuesto” simiesco.

Aun hoy la influencia corruptora del antiamericanismo difundido en Europa Occidental y Central, de modo notable en los últimos tres lustros más o menos, coincide con el hecho de que los europeos continentales en general no logran captar la singular importancia histórica y estratégica persistente que tiene para el mundo la fundación y la misión constante de la república constitucional de EU.

Federico Engels (de barba y bigote) “expresó su exhibición soberbiamente arrogante, y también en extremo ridícula, de lo que él en una ocasión describió como su propio ‘pulgar opuesto’ simiesco”. (Foto [izq.]: clipart.com).

Aunque la obra de marras de Engels es de una atrocidad especial, hemos de tomar en cuenta que aun hoy con frecuencia nos topamos con formulaciones científicamente incompetentes de europeos que coinciden de forma sistémica con las implicaciones del reduccionismo radical que expresa Engels en su doctrina, ignorante en lo científico, del “pulgar opuesto”.

La erupción más reciente de esa tendencia antiamericana y en gran medida ignorante a la que acabo de referirme, la evidenció el efecto de la desmoralización súbita que azotó a Alemania a raíz de su sometimiento a los ataques rapaces de la primera ministra Margaret Thatcher y su cómplice, el agente antigaullista británico de décadas, el presidente François Mitterrand. Me refiero al ataque emprendido en el transcurso de la reunificación de Alemania de 1989–1990 y después, una reunificación que yo preví y defendí públicamente en una conferencia de prensa que di en Berlín el 12 de octubre de 1988.[2] También es notable a este respecto, el efecto de la complicidad de otro de los compinches de Margaret Thatcher, el presidente estadounidense George H.W. Bush, en el asunto de la reunificación de Alemania, al permitir esa traición y, en gran medida, el aborto y anulación de lo que yo y otros habíamos contribuido tanto para lograr, en especial con nuestros esfuerzos de principios de los 1980, entre ellos un período de colaboración con el presidente estadounidense Ronald Reagan.

La cuestión decisiva que los europeos y otros deben reconocer ahora es la presente continuación del modelo fracasado de esos sistemas parlamentarios que persisten en Europa, aun hoy, bajo la influencia corruptora del sistema liberal angloholandés, un sistema que somete a los gobiernos nacionales al yugo de los llamados sistemas independientes de una banca central en manos privadas.

La suerte de tontos europeos que son víctimas de compartir estas simpatías descarriadas por los “sistemas de banca central independiente”, responden al maltrato que reciben de esos mismos sistemas cuando defienden su costumbre de sometimiento servil al amo oligárquico, al echarle la culpa a Estados Unidos de América, y a veces con amargura, por lo que sufren, de hecho, a manos de los financieros europeos. En realidad la culpabilidad esencial de EUA en el asunto de la reunificación de Alemania, es que su Gobierno no objetó que se traicionara el interés vital estadounidense de que Inglaterra y Francia mantuvieran su adherencia al principio de Westfalia. En esa ocasión, el asunto específico era el interés de EU que estaba en juego respecto a la influencia ruinosa y brutalmente depredadora de esos Gobiernos de Inglaterra y Francia en establecer las condiciones en las que se permitiría la reunificación de Alemania.

Esto arroja la luz de la historia moderna a la importancia del modo en que un presidente a menudo confuso George H.W. Bush contribuyó así, en esa ocasión particular, a desperdiciar la realización de lo que hubiera sido esta extraordinaria oportunidad de reconstruir toda la economía occidental y oriental de Europa continental. Éste fue quizás el fracaso más decisivo de la presidencia de George H.W. Bush, un fracaso cuyo impacto contribuyó a su derrota, por los efectos económicos que esta estupidez anglofrancesa surtió sobre las elecciones generales que siguieron.

Ahora ha llegado el momento en que la peor crisis existencial desde la víspera de las dos guerras mundiales previas, enfrenta a Europa y a otros con el desafío urgente de cerrar filas en torno a la aplicación del precioso principio de Westfalia, y afirmar así el cometido de un nuevo principio de desarrollo económico en cooperación de las naciones soberanas del continente de Eurasia. Es del interés urgente a largo plazo de EUA cooperar en semejante empresa.

Dicha perspectiva lleva nuestra atención a lo que muchas almas intelectualmente tímidas tenderían a considerar, temblando, como —“¡huy, qué miedo!”— cambios radicales en la filosofía subyacente de sentar pautas económicas. En verdad, estas reformas con tanta urgencia necesarias no son radicales cuando sus características e importancia se miden según la métrica de la intención original de la Constitución federal de EU; pero los tiempos y las costumbres han mudado desde la muerte del dirigente más grande del siglo 20: el presidente Franklin Roosevelt.

El asunto esencial relacionado del momento, en este respecto, es, como con frecuencia he recalcado, que la forma de los sucesos futuros no puede definirse de modo competente con los métodos acostumbrados para la proyección de tendencias significativas en la historia como extrapolaciones de esquemas estadísticos locales. La historia procede, en lo esencial, en ondas largas que han de evaluarse con métoEugen Dühring. dos de la misma clase que los empleados por Carl F. Gauss para educir el ciclo orbital del asteroide Ceres; esto significa, mediante medios apropiados de intuición, en vez de las formas simples, mecanicistas de proyecciones estadísticas que suelen publicarse al presente.

Como lo he demostrado una y otra vez por el éxito singular relativo de mis pronósticos a largo plazo, contrario a todos los rivales señalados, las ondas largas coincidentes superpuestas, algunas de las cuales se extienden, como ciclos, a través de siglos, son la llave para entender cómo la popularidad de un método equivocado expresado hace décadas o aun antes, puede impactar lo que acontece en la actualidad de un modo decisivo. Así que, lo que el mundo experimenta ahora son los efectos ruinosos de las políticas económicas que han prevalecido en EUA y Europa desde, más o menos, el asesinato aún sin resolver del presidente estadounidense John F. Kennedy.

Visto a esta luz y sopesado en la perspectiva larga de la historia, el Anti–Dühring de Engels no fue una expresión sorprendentemente excepcional de las raíces, en la tradición sofista, del acostumbrado antiamericanismo británico. Este rasgo lo exhibió Engels, a veces con disimulo, pero de modo repetido, en el transcurso de su asociación con Marx.

Cómo Marx devino en economista británico

En el transcurso de la larga y beneficiosa experiencia de mi vida se han despejado muchas dudas respecto a la verdadera historia de la humanidad. Aunque no se han aclarado todos los hechos de la historia de Karl Marx y sus resultados, los puntos más esenciales de importancia histórica y para la práctica inmediata actual ahora han quedado claros. Por ejemplo, considera el siguiente trasfondo para el rasgo pertinente decisivo de las relaciones germano–estadounidenses hoy día.

Cualquier otra cosa que haya representado el Karl Marx de Trier, el marxismo en tanto ideología y doctrina fue, en sus características culturales, un engendro del Imperio Británico que emergía, cuyo poder, establecido por el tratado de París de febrero de 1763, logró consolidarse como resultado de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas. El marxismo, en tanto doctrina, fue un fenómeno cuyos rasgos axiomáticos los establecieron de antemano el Jeremías Bentham del Ministerio de Relaciones Exteriores británico y, de forma más directa, el sucesor de Bentham y verdadero amo del agente británico Marx, lord Palmerston.[3]

Sin embargo, hay un lado contradictorio de esa historia. Marx nunca llegó a entender en realidad la historia, pero la historia del liberalismo angloholandés sí entendió a Marx.

Las crisis endémicas de las arremetidas imperialistas del sistema liberal angloholandés globalista que cada vez más imperan en el mundo,[4] echaron mano de la existencia del marxismo y factores relacionados como elementos que a veces asumían la función de un factor aparente, y hasta de cierto modo independiente, de la historia universal moderna, que de esa forma representaba una opción que podía emplear un pueblo, una nación o una combinación de fuerzas nacionales para resistir, y hasta repeler algunas de las diferentes injusticias reales o apenas imaginadas, perpetradas por el sistema liberal angloholandés que le dio vida espiritual al Marx del marxismo. La existencia misma de la Unión Soviética fue una expresión de esta ironía mundial de los últimos dos siglos.

Es, sobre todo, en lo que hizo la historia para definir el destino y el contenido del marxismo, más bien que en la historia que él mismo escribió de sí, donde encontramos el verdadero significado de este fenómeno con frecuencia ambiguo, y descubrimos la lección a aprender de su participación en los sucesos en los que fue un factor, en especial en el último siglo de la historia universal. Representan apenas un puñado minúsculo los que aun hoy comprenden a cabalidad y de modo competente el residuo pertinente de casi dos siglos, y las influencias que aún resuenan, de cosas tales como el marxismo.

Al respecto, ciertos aspectos de la existencia del marxismo y, en menor grado, ciertos efectos dilatados del papel de Federico Engels, deben examinarse y entenderse de nuevo a medida que toco este asunto aquí.

Eugen Dühring.

Los tres volúmenes mismos del Capital de Marx son una obra ingeniosa,[5] pero sólo cuando tratan el tema dentro de los límites de esos supuestos del liberalismo británico que Marx se había tragado —al igual que las galletas de los estudiantes del relato de Jonathan Swift sobre Laputa—, de los círculos de la inteligencia británica que prácticamente se habían adueñado del alma de Marx desde a no más tardar el período en que había trasladado sus estudios en Berlín bajo el aliado romántico del entonces recién finado G.W.F. Hegel, F.K. von Savigny. Eso contiene el meollo de ese tema.

Por ejemplo, el primer cargo profesional de Karl Marx como redactor, fue una posición que le dieron para evitar que se le diera al notable candidato rival, Federico List, el principal economista alemán de la época. El rechazo tonto de Marx de la advertencia personal que Heinrich Heine le hiciera contra los seguidores de Mazzini, es un correlativo notable a este respecto.[6] El rechazo del Marx embaucado por Mazzini de la obra del patriota alemán List, ocurrió cuando Marx todavía no atisbaba ni la menor idea de un concepto de economía, y de hecho es un ejemplo de las estupideces frecuentes que cometió Marx antes de sus famosos retozones por el Museo Británico. Esta incompetencia la fomentaron de modo reiterado y directo las sofisterías del Engels de los británicos.[7] Al respecto, basta indicar la influencia del maestro Engels sobre las opiniones de Marx en temas tales como la Constitución de EU, Alexander Hamilton, Federico List y Henry C. Carey. Hubo otras influencias provenientes de diversas fuentes, pero, como en el caso de la conexión de Carey con Dühring, éste es el control dominante sobre la recién fallecida persona de Marx, tanto vivo como muerto, que expresa con mayor constancia su heredero putativo, Engels.

La clave para entender este factor de ignorancia en la obra de Marx, es el hecho de que los principios económicos que aplican a la emergencia de formas de economía moderna exitosas en lo físico en Europa, tenían su fundamento científico y tecnológico principal en lo que se clasifica específicamente como el Estado republicano establecido por el Luis XI de Francia y el Enrique VII de Inglaterra.

Por ejemplo, los principios económicos pertinentes de la modalidad republicana moderna del Estado nacional soberano posterior a Westfalia estaban arraigados en el desarrollo económico de Francia bajo la influencia de Jean–Baptiste Colbert, en tanto que los principios de la ciencia de la economía física los definió la obra de Godofredo Leibniz durante el intervalo de 1671–1715. De modo parecido, el desarrollo industrial real de Inglaterra lo encabezó el científico americano Benjamín Franklin y sus colaboradores científicos británicos y franceses.

Entre tanto, el desarrollo de lo que el agente de Londres Marx vino a reconocer como el sistema británico de economía política, ocurrió principalmente por impulso del notorio lord Shelburne luego del tratado de París de 1763, cuando Shelburne le encomendó a su lacayo Adam Smith escarbar en Francia para recabar inteligencia económica que pudiera usarse contra el desarrollo ya significativo de las colonias inglesas de Norteamérica y Francia. De allí que el libelo de 1776 de Adam Smith contra la Declaración de Independencia de EU, la llamada Riqueza de las naciones, fuera en lo fundamental un plagio suyo y de otros de las doctrinas de los fisiócratas franceses Quesnay y Turgot.

La obra de Marx revela más la influencia de la mera chismografía, que un conocimiento serio de las raíces verdaderas de la civilización decimonónica europea moderna. La opinión del lacayo Karl Marx vino a ser, en esencia, que los británicos habían ganado la supremacía mundial y, por tanto, la historia debía tratarse como una afirmación a posteriori de esa victoria británica. No tomaba en cuenta de modo competente ningún entendimiento de la importancia del desarrollo de esa forma de economía previa a 1763 asociada con la evolución de la forma republicana del Estado nacional moderno, desde el gran concilio ecuménico de Florencia y el impulso del tratado de Westfalia de 1648 en adelante. En lo que toca a la verdad y a la moralidad, Marx era, en esencia, un sofista.

Por tanto, como la mayoría de quienes aún hoy siguen bajo la influencia del marxismo prácticamente carece de un entendimiento de la noción de economía física, no existe un sentido de la economía como cuestión científica. Mientras que la emergencia del Imperio Británico la definieron de hecho las iniciativas que Shelburne tomó a partir de febrero de 1763, como hasta la muerte de su lacayo Jeremías Bentham en 1832, la obra de Marx no denota prácticamente ningún entendimiento de la distinción funcional del Estado nacional soberano moderno que existía antes y durante el intervalo de 1763–1832. Por ende, Marx, quien consideraba al sistema británico como lo más cercano al dios de un ateo, se volvió incapaz de entender fenómenos tales como la república constitucional estadounidense y su economía como diferentes, por tanto, de una forma financiero–imperialista del sistema liberal angloholandés neorromántico que se erigió sobre los cimientos que sentó Paolo Sarpi.

En cuanto a métodos, Marx en gran medida era un sofista de la ralea que Heinrich Heine reconoció como el temple de su época, una suerte de sofismo con el cual he topado como un rasgo de conducta condicionada que, con frecuencia, se hace eco especial de características de las variedades de los marxistas presesentiocheros declarados. Cuando examinamos las dinámicas reales de la historia de Europa y las Américas en el período inmediatamente anterior, contemporáneo y poco después de la vida adulta de Marx, y las comparamos con el mundo visto desde el interior como lo describió Marx, la discrepancia entre los dos en cuanto a las cuestiones fundamentales que Marx no parecía conocer de su propia época era vasta y profunda.

Lo que suele enseñarse como economía en tanto especialización académica en la era contemporánea puede describirse con justicia, por tanto, como el espectáculo de las skúas que se tragan unas a otras y a su propio esputo; el chisme que han adoptado como suyo sobre el pasado, en vez de realmente estudiar los principios físicos que pueden educir de la administración de la economía física, como definió tales principios, por ejemplo, el secretario del Tesoro de EU, Alexander Hamilton, en sus informes revolucionarios al Congreso de EU.

El nuevo zoológico de Palmerston

Ha habido muchas razones para que los europeos se quejen de los efectos de la corrupción que representa la influencia liberal angloholandesa, sobre todo la basada en Londres, en y sobre las políticas estadounidenses, pero los intentos de achacarle esos efectos a unos supuestos rasgos característicos de la vida interna de EUA, en vez de a los efectos de la corrupción que introdujeron desde una Europa pro oligárquica, de manera diversa, agentes del liberalismo angloholandés o sinarquistas, le han impuesto a varios europeos influyentes y de otra índole creencias erróneas que al presente serían fatales para la misma Europa, hoy golpeada por la crisis, a no ser que los mal fundados prejuicios pertinentes contra EUA se eliminaran de modo eficaz de las consideraciones al sentar pautas.

Cuando uno toma en cuenta la influencia de la socialdemocracia europea y factores ideológicos afines, el caso de marras de la corrupción moral que mostró el timador Federico Engels es de una utilidad pertinente singular para entender un rasgo sistémico importante y persistente de los problemas perdurables del presente instante de crisis mundial.

La cuestión que plantea la publicación del Anti–Dühring por el Engels que vino a vincularse con la Sociedad Fabiana, fue la función que desempeñó Dühring en las conversaciones asociadas con las reformas de corte estadounidense de Bismarck, en las cuales su voz formó parte de las deliberaciones del caso. Ésta fue la cuestión que dio pie a la diatriba de Engels, una diatriba que en lo principal apuntaba contra su adversario designado en las negociaciones de Carey sobre terreno alemán, con el círculo pertinente de asesores de Bismarck. Éstas fueron las deliberaciones que produjeron esas famosas reformas económicas del ya pro americano en lo filosófico Bismarck, influido por Federico Schiller, que emprendió esas medidas de influencia estadounidense que llevaron a Alemania a convertirse en una potencia mundial en el transcurso de las décadas siguientes.

Estas reformas de Bismarck, que Londres vio correctamente como un reflejo del éxito de Carey y Lincoln, entre otros, en la victoria de la Unión sobre el instrumento de Londres de la Confederación, le provocó a la monarquía británica del Príncipe de Gales un berrinche geopolítico, un berrinche que culminaría en sucesos tales como el asesinato del presidente francés Sadi Carnot, el caso Dreyfus de Francia, la guerra sino–japonesa, la guerra ruso–japonesa, la guerra de los Balcanes y la Primera Guerra Mundial.

“La opinión del lacayo Karl Marx vino a ser, en esencia, que los británicos habían ganado la supremacía mundial y, por tanto, la historia debía tratarse como una afirmación a posteriori de esa victoria británica”. (Foto: Biblioteca del Congreso de EU).

Tan pronto los británicos pudieron poner a un káiser alemán, extraído de la manera más enfática de la cepa de la familia real británica, en el trono del reich que prácticamente creó Bismarck, el pomposo y tontísimo flamante Emperador mostró su gratitud botando a éste y destruyendo todas sus políticas, las cuales probablemente hubieran evitado esa calamidad que se conoce como la Primera Guerra Mundial.[8] El legado geopolítico de la Gran Bretaña de Eduardo VII perdura como el peligro principal y reiterado de guerra mundial en este planeta, como fue el caso en las dos guerras mundiales, en la llamada guerra “Fría”, hasta las amenazas de guerra nuclear asimétrica actuales. Es el destino implícito de las operaciones geopolíticas del liberalismo angloholandés en la manipulación de las naciones y las facciones étnicas y religiosas en la gallera de guerra asimétrica del Sudoeste de Asia hoy día.

Cabe notar que, en la era de marras, Engels cayó, como lo haría un poquito después el joven H.G. Wells, bajo la fuerte influencia ideológica de T.H. Huxley, el Huxley que fue el abuelo notorio de los protegidos notables de Wells, Bertrand Russell y Aleister Crowley, Aldous y Julián Huxley.[9] Fue a principios de los 1880 que Engels, quien en gran medida se había distanciado del “agotado” Karl Marx, hasta la muerte de éste en 1883, apareció en el papel de custodio en Londres de la confusión del legado literario de Marx, y como un personaje principal en la labor de proselitismo continental de las operaciones de inteligencia estratégica de lo que vino a llamarse la Sociedad Fabiana británica.[10]

Aunque Engels por una parte se distanció del culto maltusiano británico al control poblacional, por otra surgió como un oponente nominal de T.H. Huxley, pero con la misma perspectiva de suyo reduccionista de los círculos de éste sobre el hombre y la naturaleza.

Lo que implica la perspectiva de Engels al respecto para la ciencia, y en especial para la política de la economía física, es el tema medular de política económica que abordamos en el grueso de este informe.

‘El pulgar opuesto’

La demostración más decisiva, y más pertinente y sistemática en lo científico, del carácter moral depravado de Engels, fue que de modo implícito se hiciera eco de T.H. Huxley, al proponer que los logros intelectuales del hombre eran subproductos de la evolución del hombre a partir del mono, ¡como en la forma de que emergiera la función del “pulgar opuesto”! Obviamente, para cualquiera que conozca a los monos de verdad, incluso cualquier mono que llegara a ser tan sensible como el hombre de Engels, el fraude de éste tendría la opinión que merece. Sin embargo, el argumento de Engels no era tan sólo la suerte de error tonto de los sofistas, de los cuales Engels era a todas luces uno. El fraude de Engels, en este caso, era el resultado voluntario de un motivo perverso, el mismo que permeaba la obra de T.H. Huxley y sus seguidores, hasta la maldad sistémica que aun hoy permea la obra vital de H.G. Wells, Crowley y Bertrand Russell, y más allá.

Para cualquiera que conozca lo suficiente sobre los rasgos sistémicos de la historia verdadera de la civilización europea, no hay nada en los motivos de Engels que difiera de la motivación satánica del Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo: que ese Zeus vedara de la práctica humana el conocimiento de principios físicos universales tales como el conocimiento del fuego en ese entonces, y la fusión nuclear ahora. Así, en el asunto del pulgar opuesto, el Engels cuyas sofisterías se han tragado los marxistas más crédulos, presentó una expresión de los resultados reduccionistas radicales del empirismo moderno del veneciano Paolo Sarpi, el empirismo de Galileo, Hobbes, Locke, Hume, Kant y (de hecho) el romanticismo hegeliano asociado con la secta masónica romántica martinista de Torquemada, Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler.[11]

Este mismo argumento está empotrado de modo sistemático en la tonta opción de Marx a favor de los supuestos axiomáticos de la escuela de economía política Haileybury del liberalismo británico, un dogma empirista liberal angloholandés intrínsecamente pro imperialista, contrario de modo directo a la ciencia de economía política de Godofredo Leibniz y al Sistema Americano.

Ese dogma, que el propio Marx educado en la tradición de Haileybury se tragó casi en su totalidad, pertenece a la tradición filosófica reduccionista “materialista” asociada con el sofismo de la Grecia antigua. Esto no es de sorprender en un joven Marx que nació en 1818, con el legado de la sofistería romántica napoleónica de tales como G.W.F. Hegel, el F.K. von Savigny que fuera profesor de derecho de Marx y compinche de Hegel, y los decretos metternicheanos de Carlsbad. Marx, al igual que la mayoría de los románticos de la época, surgió de las raíces de lo que Heinrich Heine identificó como la escuela romántica de Hegel y Savigny, de la cual salió el arquitecto de la dictadura de Hitler, Carl Schmitt. Éste fue el mismo Schmitt, el Kronjurist de la dictadura de Adolfo Hitler, de quien emanaron las doctrinas del profesor Leo Strauss de la Universidad de Chicago y las de la Sociedad Federalista.[12]

Sin embargo, por mucho que he culpado a Engels, y con razón, por su participación en el fraude del “pulgar opuesto”, su timo es apenas típico de las creencias y prácticas características de los economistas modernos en las universidades y otros lugares hoy. Esto no es sólo un timo en sí mismo. El caso de Engels es una clave importante para entender las causas más comunes y difundidas arraigadas en la toma de decisiones, del derrumbe en marcha de la economía mundial y, con más claridad, ésas de EU y de Europa Occidental y Central hoy.

Con ello no pretendo sugerir que los anticomunistas conservadores de hoy, tales como los llamados “neoconservadores”, sean producto del marxismo en su papel putativo como adversario del capitalismo. Más bien, es para recalcar que fue la monarquía británica del Príncipe de Gales, luego conocido como Eduardo VII, la que, siguiendo al pionero lord Shelburne, empleó a la organización de Mazzini adiestrada por el británico Jeremías Bentham, del modo que Simón Bolívar dejó ver que éste controlaba su movimiento. Éste era el Bentham que había desempeñado un papel destacado en las operaciones del “comité secreto” de inteligencia del Ministerio de Relaciones Exteriores británico para manipular la Revolución Francesa. Este movimiento, del cual el embaucado Karl Marx formó parte, fue una operación que llevó a cabo sobre todo la inteligencia británica, a favor de lo que se veía como los intereses de la oligarquía británica (es decir, angloholandesa) reinante.

Otto von Bismarck de Alemania. La diatriba de Engels contra Dühring apuntaba a su asociación con las reformas económicas de corte americano de Bismarck, así como contra las negociaciones entre los asesores de éste y el economista del Sistema Americano Henry Carey.

La característica esencial de esta función de la oligarquía financiera angloholandesa y sus socios sinarquistas franceses más abiertamente fascistas, es el empleo de los métodos de la misma oligarquía financiera veneciana de Paolo Sarpi y sus predecesores, mediante los cuales el cabecilla del servicio de inteligencia veneciano desplegó a su mismo jefe Francesco Zorzi contra el legado republicano de la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII. Zorzi se desplegó él mismo como consejero matrimonial de Enrique VIII de Inglaterra en aras de la oligarquía financiera veneciana, en auxilio de los agentes venecianos Thomas Cromwell y el cardenal Pole, el heredero a la sucesión Plantagenet apoyado por Venecia como Arzobispo de Canterbury.

Estas fuerzas poderosas de la oligarquía liberal angloholandesa y sus “Sanchos Panza” sinarquistas no son ni infalibles ni invulnerables, por supuesto. Sin embargo, lo que desplegaron bajo fachadas de inteligencia tales como Mazzini, tenía y tiene la intención de promover los intereses imperiales del sistema imperial angloholandés. Por tanto, quienes hablan de los motivos de los británicos o de los intereses de Francia, por ejemplo, por lo general ponen de manifiesto su propio desconocimiento de la historia, su falta de capacidades de inteligencia estratégica, y expresan la suerte de prejuicios que se defienden a capa y espada propios de los ignorantes patéticos.

En cuanto a este hecho, aprovecho la ocasión para, como se dice, “ponerle el rabo al burro”, empleando el caso del fraude de Engels como un ejemplo conveniente para ilustrar con precisión el tema que acabo de introducir sobre el legado veneciano de Bentham, Palmerston y el arquitecto principal de veras culpable de la geopolítica Primera Guerra Mundial, Eduardo VII.

Un error doble

Hay dos errores sistémicos sucesivos que subyacen en casi todos los modos académicamente aceptados de sentar los principios esenciales de los procesos económicos modernos. El primero es no tomar en cuenta la función que tienen los descubrimientos físicos fundamentales y relacionados de principio físico universal en definir los éxitos y fracasos físicos de una economía en tanto sistema. El segundo es no reconocer la distinción pertinente que hay entre ver cada uno de esos principios desde la óptica estadístico–mecánica, y el indispensable concepto dinámico de las características funcionales del proceso en su totalidad.

De allí que tenemos que corregir un error doble de principio aquí, al poner al descubierto esas implicaciones del fraude de Engels en discusión que son pertinentes para calcular, de modo respectivo, los peligros y las oportunidades que ofrece el mundo postsoviético de hoy. Si hemos de elaborar un estimado de inteligencia estratégica competente sobre las fuerzas subyacentes en juego en la historia actual, habrá que extirpar la mitología desorientadora arraigada en el aspecto del reduccionismo fanático de la tan difundida influencia de la obra intelectual del Federico Engels de los británicos, sobre todo de la interpretación actual que ofrecen los servicios de inteligencia en materia de marxismo y legados relacionados, una interpretación incompetente que el presente ha heredado como enfermedad crónica del pasado.

Como he dicho sobre ambos asuntos en otros escritos, para comunicar conceptos poco conocidos, pero de importancia universal relativa, es indispensable presentar los mismos conceptos esenciales de una forma cada vez más redondeada, en escritos separados, redactados cada uno desde una óptica en algún modo distinta, como hago aquí.

Igual que el descubrimiento único original de Johannes Kepler de la gravitación universal, al que con frecuencia me he referido como el ejemplo más conveniente, la representación de cualquier principio físico universal descubierto nunca puede hacerse de modo competente en lo ontológico como un objeto discreto de la percepción sensorial. Esto no es un defecto en lo que toca a la accesibilidad del hombre al conocimiento y empleo de un principio descubierto tal de la ciencia. Más bien, como yo y otros hemos recalcado al respecto, la ilustración perfecta de este asunto es lo que implica la definición verdadera de Kepler de la característica ontológica de un principio universal de gravitación.

Como he recalcado de modo reiterado en otros escritos, esta implicación ontológica la recalcó con vehemencia Albert Einstein en una frase que profirió en las postrimerías de su vida. Él subrayó que el universo en el que existimos es finito en principio y, sin embargo, no tiene límites exteriores. Ubicó este concepto en el resultado moderno de la obra combinada de Johannes Kepler y Bernhard Riemann. A ello le he añadido la limitante, a la cual yo creo que Einstein no se hubiera opuesto, de que el universo ilimitado es autolimitado en lo funcional, es decir, como Filón contradijo a Aristóteles en lo teológico: sin límites externos.

Esto significa que el “tamaño” del universo autolimitado es igual en magnitud al alcance de un principio universal de gravitación, y también a cualquier otro principio universal físico comprobable. A esto hay que añadir otra salvedad: que la humanidad emplee a voluntad un principio universal recién descubierto cambia al universo en su totalidad de modo implícito, como implica la defensa de la reputación del Creador que hace Filón contra Aristóteles. De allí que la expresión local de cualquier definición válida de un principio físico universal es infinitesimal, como Leibniz, ciñéndose de modo explícito a las instrucciones de Kepler para los “futuros matemáticos”, lo definió para su propio cálculo. Contrario a lo planteado por diversas variantes reduccionistas, la expresión local de la acción del objeto funcionalmente “infinito” es, como Leibniz demostró, un infinitesimal ontológico en términos funcionales.

El argumento del caso, como yo y otros hemos notado antes, y como yo he reiterado aquí, es el mismo que Filón de Alejandría hizo en términos de teología en su refutación de Aristóteles.

El descubrimiento de principios físicos universales por parte de la humanidad es con frecuencia la fuente activa del aumento de su poder para existir, por kilómetro cuadrado de la superficie terrestre, y con más longevidad y productividad. Ningún mono ni simio superior, ni ninguna otra especie viviente, excepto la raza humana, puede lograr este efecto por acto de voluntad. Este logro lo impulsa, en lo esencial, el descubrimiento y posterior uso de principios universales y sociales relacionados, del modo que el descubrimiento de la gravitación universal de Kepler es emblemático de esos principios universales. La aplicación voluntaria exitosa de dichos principios descubiertos por parte del hombre aumenta su poder en el universo finito, pero ilimitado, y, así, lo cambia, como implica el planteamiento de Einstein, y como Filón insistió en su defensa de la eficiencia continua de la voluntad del Creador que era el caso para la teología y, de modo implícito, también para la ciencia física.

Así, tenemos el argumento del rabino que, ciñéndose a Filón, advirtió que “el Mesías vendrá cuando el Creador lo decida, no según la interpretación de algún hombre de algún texto escogido de las Escrituras”. Dios no rindió su poder de voluntad al crear un universo perfecto y en desarrollo. Dios puede hacer promesas de algún modo y en ciertas circunstancias, pero, de otra forma, nunca hace contratos con nadie; simplemente, después de todo, como insistió Filón, Él es Dios.

Nosotros, hechos a imagen de nuestro Creador, tenemos asignado cambiar el universo, expandirlo, transformarlo, desarrollarlo a un grado superior. Son los poderes creativos los que generan principios físicos universales validables mediante experimento, que representan el modo en que el hombre, en tanto instrumento del Creador, tiene encomendado participar en la labor de expandir el universo conceptualmente finito que describió Einstein.

El poder del hombre para descubrir principios físicos universales cambia, así, al universo en lo físico. Aunque el alcance de dichos cambios ha estado limitado en efecto hasta el presente momento de la historia, el ingreso del hombre al espacio solar cercano y el desarrollo de elementos transuránicos y sus isótopos tiene implicaciones potentes obvias, no sólo respecto a los poderes de la humanidad, sino también a la responsabilidad de la raza humana por el futuro del universo.

Esas implicaciones han de reconocerse por lo que nos dicen de importancia decisiva respecto a una mucho más modesta: el principio esencial de la economía física. Esto, a su vez, también nos dice algo de importancia decisiva sobre la naturaleza y la función que tiene el individuo humano en el designio universal de las cosas.

Tomemos, primero, lo que esto implica para la definición de la función que desempeña el ser humano en la economía física. Luego, consideremos lo que esto significa para nuestro entendimiento práctico de la totalidad de la economía física en la que actúa el individuo. Tomadas en cuenta esas dos consideraciones, estimemos el grado de depravación moral que representa la necedad caprichosa de Engels en lo que toca al “pulgar opuesto”, para configurar economías políticas reales.

Sí, Mabel, la metafísica existe

La incompetencia elemental de las opiniones que tratan la percepción sensorial como algo real en el sentido simplista, ha impelido a nuestra civilización a cometer cierta clase de distinciones traicioneras, y con frecuencia engañosamente traicioneras, entre lo que un ingenuo consideraría “físico” y lo que consideraría como importante pero que existe fuera del dominio de lo que la opinión ingenua consideraría como “físico”.

De hecho, visto con sensatez, lo que consideramos como percepción sensorial no es sólo “físico”, sino que tenemos que verlo como nos dice el apóstol cristiano Pablo en su famosa carta a los Corintios I:13, como una sombra que arroja sobre nuestros poderes de percepción algo que es real, pero que nuestros sentidos ingenuos no pueden reconocer en sí mismo como tal. Sin embargo, hay otra clase de objetos que no son representados directamente como sombras de la percepción sensorial de objetos senso–perceptuales como tales, pero que pueden haber demostrado un efecto innegable sobre el comportamiento de las sombras que tienen la forma adumbrada de la percepción sensorial, pero que no son en sí objetos discretos en ese sentido.

Estos últimos “objetos” del poder de la mente humana se expresan, ora como la eficiencia manifiesta de principios físicos universales, o en la forma de la función apropiada y en la autoridad práctica físico–científica de los principios de la composición artística clásica, de la que es representativa la coma pitagórica en el asunto de una ejecución cantada, como es debido, del contrapunto bien temperado de J.S. Bach.

De lo que sé o me he enterado de informes creíbles, los animales enfrentan una relación senso–perceptual de una clase paradójica con el universo, como la nuestra. Sin embargo, a ellos no se les ocurre un principio físico universal. Podemos estar seguros de esa distinción, porque no hay pruebas de que ninguna especie animal pueda cambiar su densidad relativa potencial de población a voluntad, como lo hace el hombre de modo característico.

Es lo que debiéramos distinguir como el poder cognoscitivo del ser humano individual lo que hace la diferencia absoluta entre la realidad de la mera biosfera, como la define V.I. Vernadsky, y el estado superior de existencia que él distingue como la noosfera. Así, tenemos que reconocer que esa cualidad de la humanidad no está contenida dentro de la biosfera, sino que refleja la intervención de un principio superior que no encontramos en formas inferiores de existencia, pero que obra con eficiencia sobre el ser humano individual, como podría definirse de otro modo, para producir efectos físicos en y sobre el universo, lo que no podría lograr una forma de vida inferior.

Debido a esto último, nos vemos obligados a considerar la existencia de la personalidad humana individual como metafísica. No obstante, al mismo tiempo y por la misma razón, tenemos que reconocer la suerte de peligro para nuestra cordura que podría representar el empleo ingenuo del término “metafísico”.

La ciencia moderna es capaz de distinguir con eficiencia dos estados de existencia física: los procesos inertes y los vivientes. Esto puede hacerse, según Vernadsky, desde la perspectiva de los distintos productos químicos de lo inerte y lo viviente, como se hace con la perspectiva ahora práctica de las economías de isótopos. No obstante, mediante la misma pauta crítica también podemos distinguir que la vida humana no pertenece sólo a la biosfera, pero que se diferencia de formas inferiores de vida por la expresión de los poderes cognoscitivos ubicados en la mente humana, tales como el descubrimiento de principios físicos universales validados por experimento en un dominio superior; es decir, el dominio metafísico, concebido como se debe, al que Vernadsky definió como noosfera. Toda distinción individual del individuo humano de las formas inferiores de vida se ubica en ese dominio metafísico superior, que de otro modo ocupa el Creador.

La monarquía británica del rey Eduardo VII aprovechó las redes mazzinianas en las que participó el incauto Karl Marx, en el interés de la oligarquía liberal angloholandesa. (Foto: Biblioteca del Congreso de EU).

Para la ciencia moderna, la mejor forma de ilustrar esa distinción, como ya he recalcado aquí, es con las implicaciones prácticas del descubrimiento único original de Johannes Kepler de la gravitación universal.

En la ciencia física conocida de Europa y otras partes, algo que se conoce desde hace decenas de milenios, e incluso más, es que la paradoja que eso entraña surge del esfuerzo por comprender los nexos funcionales entre cada uno de los poderes metafísicos de los individuos mortales que interactúan, las individualidades metafísicas que interactúan de modo eficiente en el dominio de los individuos humanos biológicos. En otras palabras, la interacción que se ubica en el campo de los principios físicos universales es un dominio metafísico cuyas interacciones son en esencia metafísicas, pero con efectos metafísicos representados como un juego irónico de efectos, como las huellas de una criatura invisible que se generan en el dominio visible.

El misterio, y hasta la perplejidad con la que dichas consideraciones enfrentan la cosmovisión senso–perceptual, se despejan con eficacia al comprender de modo competente las implicaciones del cambio de Riemann de la perspectiva primaria de la ciencia, al erradicar el último vestigio de la masturbación mental euclidiana, por una vida en el dominio más feliz de las hipergeometrías físicas.

El tensor riemanniano

El logro principal del trabajo de toda la vida de Bernhard Riemann fue liberar a la mente del ser humano individual de las cadenas de los supuestos reduccionistas, misión que se propuso en su disertación de habilitación de 1854 y que, a partir de entonces, procedió a presentar los conceptos correctos, no reduccionistas, de los sistemas físicos hipergeométricos elementales asociados con su noción, en vez de las interpretaciones reduccionistas rivales del llamado tensor. Riemann nos presentó el concepto del tensor como una expresión de la geometría física, en vez de una matemática formal.

El descubrimiento de un principio físico universal nunca puede representarse de modo competente por una fórmula matemática, ni derivando una de otra mediante una manipulación ingeniosa. Cualquier descubrimiento efectivo de principio ocurre, sobre todo, como una acción física de la mente humana individual. La sombra de ese descubrimiento determinado por experimento físico puede expresarse en una aproximación útil por una fórmula matemática, la cual, a su vez, es una representación de un suceso físico–geométrico. Tal es la distinción entre el concepto del tensor de Riemann y ciertas interpretaciones formalistas del asunto.

Por tanto, no podrían abordarse de forma competente los problemas categóricamente decisivos de la economía física moderna en el mundo de hoy, sin fundarse en esa noción de funciones físicas hipergeométricas que introdujo Riemann.

Al respecto, el programa interno de educación e investigación del Movimiento de Juventudes Larouchistas (LYM), de adultos jóvenes de entre 18 y 25 años de edad, que podría extenderse hasta los 30, se concentra en la prescripción de reexperimentar los avances principales de la ciencia europea, desde su fundación en la esférica pitagórica en la Grecia clásica, evitando la pérdida de tiempo desorientadora que representan el euclidianismo y otros dogmas reduccionistas relacionados, con la meta de volver a realizar en lo personal los descubrimientos de las implicaciones, para la sociedad moderna, del descubrimiento del tensor propiamente definido dentro de los límites de la hipergeometría física riemanniana, más que el formalismo matemático. Esto sitúa la perspectiva humanista de los desafíos que hoy enfrenta la sociedad en el dominio que el gran personaje ruso V.I. Vernadsky describió como la noosfera.

Que esta función haya tenido que asumirla el LYM, refleja el gran daño que ha causado en EUA y Europa, en particular, la orientación que se adoptó adrede para lavarle el cerebro a los hogares de esas familias que se preveía formarían parte de ese 20% del estrato social de adultos influyentes en el futuro, estrato que se esperaba emergiera de las filas de aquellos que nacieron más o menos entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la recesión económica decisiva de 1957; es decir, los “sesentiocheros”.

Típicas de las agencias lavacerebros asentadas en EU dedicadas a semejante corrupción, son el Congreso a Favor de la Libertad Cultural (CFLC), la American Family Foundation (AFF o Fundación de la Familia Americana) y el Comité sobre el Peligro Actual (CPA). La intención de esta actividad de lavado cerebral fue la que expresaron los sesentiocheros como cosa típica: la transformación de las economías de las Américas y Europa, de unas caracterizadas por darle prioridad al progreso científico y técnico del poder productivo del trabajo, a sociedades “globalizadas” y “posindustriales” que han destruido la esperanza de un futuro en la mayor parte de nuestro planeta, de modo al parecer irreparable, en el transcurso de más o menos los últimos treinta y cinco años.

Por supuesto, no es atípico del progreso de una civilización que pase por una situación semejante, que el rescate de una cultura de una decadencia mortal como la que impera sobre los gobiernos y otras instituciones pertinentes hoy dependa de que una ilustración vinculada con un movimiento de jóvenes adultos revitalice la cultura nacional y universal. El de Europa a mediados del siglo 15, el de la Europa posterior a 1648, el período de la propia Revolución Americana, la gran revolución posindustrial trasatlántica que engendró la victoria de la Unión Americana sobre la Confederación de Palmerston, y la intervención del presidente Franklin Roosevelt en aportar el margen de diferencia que salvó al planeta de lo que de otra forma casi de seguro hubiera sido una dictadura nazi mundial, son representativos de tales renacimientos.

Dichos renacimientos nunca son simples pulsaciones de la naturaleza; ocurren porque la gente hace que se intenten a voluntad, y porque algunos de esos intentos han tenido éxito. La esencia del individuo y de la vida social humana es la creatividad, misma de la que carecen absolutamente las formas inferiores de vida. Esto se ve claro en casos tales como los grandes repuntes científicos. Es claro en el ascenso de la civilización de la Grecia clásica; en el gran intento de renacimiento que encabezó Carlomagno; en el gran concilio ecuménico de Florencia; en lo que resultó del tratado de Westfalia de 1648; en la intervención de Lessing y Mendelssohn para encender la chispa del renacimiento clásico a fines del siglo 18, que abarcó a la Revolución Americana; y en la conducción del presidente Franklin Roosevelt.

Esta función esencial del principio del voluntarismo en originar un renacimiento en lo que con frecuencia es una cultura de otro modo de suyo condenada, es una expresión de la diferencia de principio entre el hombre y la bestia.

Esto significa liberar a la cultura infestada por la decadencia de sus hábitos de conducta ruinosos, mediante el aprovechamiento del estado de fracaso autoinfligido como la oportunidad para conducir a una generación fracasada a puerto seguro, a un lugar asequible al cual los hábitos adquiridos de la generación más vieja que detenta el poder no le permitiría ir, o que no podría descubrir dicha generación como una alternativa viable porque ha perdido la capacidad intelectual para hacerlo.

La creencia común y más bien estúpida de la vida académica embrutecida, es que el progreso ocurre sólo en reacción contra las violaciones de las reglas vigentes. La verdad es que el progreso humano ocurre sobre todo a través de acciones que no se conocían como alternativas, como vemos en el caso representativo del descubrimiento de un principio físico fundamental nuevo. El progreso no es negativo, sino positivo. Al igual que un matrimonio sano, se fundamenta en el descubrimiento del amor duradero o, de modo parecido, de un nuevo principio físico.

En la historia en general, la vía principal al progreso de la condición humana es el descubrimiento original de lo que son nuevos principios físicos universales, ya sea relativos o absolutos, que lleven a la humanidad a generar cambios útiles en el comportamiento de individuos o sociedades. A este principio, que pone a los marxistas tradicionales a temblar de miedo, ellos le llaman “voluntarismo”, y lo consideran más bien una “palabra sucia”. Todas las revoluciones importantes en la historia humana se logran por el mismo camino “no marxista” en lo académico; tal fue el rompimiento de principio de Lenin con la socialdemocracia alemana, sin el cual, irónicamente, nunca se hubiera dado la revolución soviética de 1917. Así, como en la fundación de la ciencia física europea moderna por parte del cardenal Nicolás de Cusa, para bien o para mal, todos los cambios importantes en el curso de la historia, entre ellos los grandes avances, son producto de acciones que ocurren a través de descubrir o redescubrir principios que yacen fuera de los límites de las convenciones en práctica en la actualidad.

Por lo general, tales cambios los realizan adultos jóvenes o ancianos cuyo espíritu no ha envejecido.

De allí que la posibilidad de hacer que la sociedad se libere del marisma que la generación que rige al presente ha creado para sí misma, tiene que venir de las innovaciones creativas, sobre todo de la generación de adultos jóvenes, del modo que atestigua la lucha de EU por su independencia y su Constitución federal.

Ésta debe ser la pregunta obvia: ¿por qué el sistema constitucional estadounidense apareció en EU y no en Europa, donde varios intentos a favor de los mismos principios fracasaron de modo repetido? La diferencia era la carga cultural de la vieja Europa, la carga de una tradición de arraigo profundo de instituciones oligárquicas, combinada con la estulcia asociada con el sentido de la población general de su inferioridad natural respecto a la tradición oligárquica reinante. De allí la persistencia de las reliquias parlamentarias de suyo fracasadas del feudalismo en la Europa de hoy. Europa puede gobernarse a sí misma en condiciones ordinarias; pero, en una crisis, los sistemas parlamentarios acostumbran fracasar; fracasan por los hábitos de obediencia a funcionar dentro de los confines que define una tradición ajena a los poderes concedidos al gobierno parlamentario mismo. Ésta es la lección de la Revolución Americana y del desarrollo parecido de sistemas constitucionales en otros Estados de las Américas.

Así, desarrollar un entendimiento de la importancia del tensor riemanniano, que tiene precisamente esa función revolucionaria en el progreso científico, es un instrumento muy útil para los jóvenes futuros dirigentes de hoy; es el cimiento necesario para establecer la nueva forma de ver cómo sentar pautas para la economía física y cosas afines, que es tan indispensable para que el mundo pueda construir una salida a las condiciones infernales de derrumbe general en marcha de la economía mundial actual.

Dinámica y tensores

Por desgracia, la opinión más popularizada de los tensores es que son un sustituto matemático para una geometría euclidiana o neoeuclidiana. La forma más directa de abordar semejantes errores académicos es a partir de una reflexión profunda sobre la disertación de habilitación de Bernhard Riemann de 1854.

En este sentido, el obstáculo a vencer puede ilustrarse con provecho haciendo referencia al efecto de suyo embrutecedor de una práctica seudocientífica llamada “simulación de pruebas”: la práctica embrutecedora de emplear una forma puramente matemática de tecnología, en lugar de la experiencia física de llevar a cabo un experimento crucial como prueba de principio. En el caso de tratar de interpretar la elaboración de Riemann del concepto del tensor, el obstáculo a temer es la tendencia condicionada que refleja la imagen del estudiante impregnado en la obediencia a la tiranía de la matemática de pizarrón que es la norma de la educación moderna, norma del sacerdocio babilónico de la oligarquía imperante del arbitraje de expertos.

Representativa del imperio de ese particular “sacerdocio babilónico” en la ciencia, fue la tumultuosa oposición que experimentó la Fundación de Energía de Fusión en lo tocante a considerar esos fundamentos de toda ciencia competente moderna que han de encontrarse en la función original de Johannes Kepler. En cada caso, las objeciones a Kepler fueron erróneas, y hasta de manera terrible desde la perspectiva práctica de los logros modernos de la ciencia física; pero todas “babilónicas”, lo que refleja el terror que los comités prácticamente laputos de arbitraje experto del sacerdocio científico le infundieron hasta a personas de otro modo brillantes que eran experimentalistas consumados.

El carácter sistémico del problema de la práctica y la educación científica que demuestra eso y experiencias relacionadas, es comparable al debate entre Albert Einstein y Max Born, del modo que lo representa su correspondencia publicada. Ésta es la diferencia ontológica en cuanto a método que he referido como sistémica arriba. El problema es el mismo reino de terror del que resultó víctima el colaborador de Einstein en sus últimos años, el brillante Kurt Gödel, hasta el fin de su vida en el Instituto Princeton, luego de romper con devotos tan patéticos del depravado Bertrand Russell por el asunto de la obra de Gödel de 1931, Sobre proposiciones formalmente indecibles de los principia mathemática y sistemas afines.[13]

Cabe notar que la obra de Gödel se escribió como una crítica elaborada en los términos de las notorias escuelas austríacas del período de las conferencias de Solvay de después de la Primera Guerra Mundial; probó la incompetencia de Russell y sus adláteres en los términos de referencia de ellos mismos. La importancia de esa obra es lo que no dice, pero que sus conclusiones implican que debe ser la búsqueda de la alternativa a todo el sistema reduccionista del empirismo radical que había encabezado el ataque salvaje contra Max Planck durante el período de la Primera Guerra Mundial.

El asunto era la diferencia entre la práctica de la ciencia verdadera y el sacerdocio babilónico de los sofistas comités de arbitraje.

Hagamos a un lado las prácticas masturbatorias de la matemática formal de pizarrón, de las que son representativos los acólitos laputenses de los comités de arbitraje experto. La autoridad yace en ese método autocrítico de ensuciarse las manos del experimento físico único, que con tanto detalle representa Kepler en sus informes sobre su fundación de la base esencial de todo método experimental competente de la ciencia física moderna.

Apártate del pizarrón por un momento; vuelve al mundo real, de la forma en que la obra de Gauss y Riemann, el seguidor de Dirichlet, representa este regreso a la tradición de los pitagóricos de la Grecia clásica, y de Cusa, Kepler y Leibniz antes. Concéntrate en el acto de un descubrimiento original de principio físico, y relega las matemáticas a la función de desplegar las sombras que arroja la realidad del universo definido por la mente de un ser humano individual que ha aprendido a pensar a imagen del Creador que creó el universo físico sobre el que el sacerdocio matemático prefiere comentar.

El desafío para los jóvenes adultos de hoy es cómo pensar y actuar como personas hechas a imagen del Creador, y dedicadas a actuar acorde en aras del destino asignado a la humanidad.


[1]Marx elogió la obra de Henry C. Carey de 1853, The Slave Trade: Domestic & Foreign (La trata de esclavos: interna y externa. Nueva York: Augustus M. Kelley, 1967), hasta el momento en que Engels, una vez más, metió su “corrección” pro liberal británica en contra de honrar a los economistas del Sistema Americano. La opinión pesimista de Engels sobre las defensas de la Unión tenía implicaciones parecidas.
[2]Con justicia puede describirse al adversario de Charles de Gaulle, François Mitterrand, por sus conexiones británicas (Palmerston) y las de Napoleón III, como un virtual “Napoleón IV”.
[3]Según el historial literario, rico en ironías de la vida real, Marx, que odiaba a Rusia, odiaba a Palmerston, a quien había “desenmascarado” como espía ruso. De haber querido Marx saber la verdad, con un esfuerzo mínimo hubiera mostrado que Palmerston era amo del Giuseppe Mazzini a quien había abrazado públicamente como su propio padrino político. Los crédulos con defectos intelectuales afines han proclamado con avidez que Alexander Helphand (“Parvus”), un viejo agente británico por más de tres décadas, era “espía alemán”.
[4]La asociación de Gran Bretaña con sus colonias principales ha tendido a distraer la atención del observador ingenioso, de que la forma de imperialismo angloholandés que persiste hasta hoy es una que antes estuvo asociada con el llamado sistema ultramontano, integrado por la oligarquía financiera veneciana y la caballería normanda, una forma vinculada, durante el transcurso del siglo 20, con el alcance de los acuerdos Sykes–Picot con Francia, y que ahora se conoce como “globalización”.
[5]Ingeniosa, en el sentido de que no es otra cosa que una obra de la inteligencia británica. Cuando uno se aparta de los detalles, resulta evidente que el método de Marx es un intento de representar los axiomas de la ideología liberal angloholandesa, desde Locke hasta la escuela Haileybury, con la apariencia de cierta perfección. A veces, el rasgo esencial del trato ideológico que se le da a cierto tema no es presentar el tema mismo, sino más bien promover la ideología empleada para tratar el asunto. Como cualquier editor ducho ha de reconocer, el tema de una obra literaria no es el que aparenta ser, sino la producción y promoción de basura literaria de cierto tipo.
[6]En este caso, el acceso de Heine por conexiones familiares a los cenáculos de la rama francesa de los Rothschild le permitió obtener alguna información pertinente de primera mano sobre las redes de Mazzini y sus operaciones.
[7]Sobre el asunto de Federico List, Henry C. Carey, a través de artículos publicados y la correspondencia entre Marx y Engels, y cómo está implícito en el marco del Anti–Dühring que escribió este último, como notamos a lo largo de todo este informe.
[8]Bismarck, en tanto canciller, fue el genio que evitó que dos sobrinos tontos del Príncipe de Gales, el Zar de Rusia y el Káiser de Alemania, se embrollaran con el Káiser habsburgo en una guerra en la que los tres destruirían sus monarquías. Una vez que Bismarck perdió su puesto, la Primera Guerra Mundial resultó inevitable.
[9]Hay muy pocas coincidencias de verdad en todo esto. Wells, quien nació en 1866 e hizo su carrera al principio bajo los auspicios de T.H. Huxley, más tarde logró en parte prominencia por haber sido antes un protegido de Thomas (T.H.) Huxley. Para 1895, año en que murieron tanto Engels como Huxley, Wells iba camino a convertirse en una figura clave de la “Tabla Redonda” de los círculos de la inteligencia británica. Para los 1920, a los nietos de T.H. Huxley los apadrinaban tanto los veteranos de la inteligencia británica Wells, Bertrand Russell y el satanista británico confeso Aleister Crowley, como también figuras tales como el brigadier John Rawlings Rees, jefe del recién establecido brazo de guerra psicológica británica, la Clínica Tavistock de Londres. Desde principios de los 1930 hasta las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el nieto Aldous vino a ser una figura clave en la propagación del culto a la “psicodelia” por Canadá y EU. La promoción por parte de Crowley de las drogas usadas para inducir estados sicóticos, fue seguida por el patrocinio de Tavistock de formas sintéticas “psicotomiméticas” de tales drogas como la ergotamina, conocida como LSD. Poco antes de morir, la Sociedad Fabiana británica empleó a Engels para impulsar la carrera de inteligencia continental del patrocinador de L.D. Trotski, Alexander Helphand, también conocido como “Parvus”. Parvus, el autor de la doctrina de “guerra permanente, revolución permanente”, lanzó y abandonó a su pelele Trotski en los sucesos de la Revolución Rusa de 1905 e hizo acto de presencia como agente nominal de Alemania, pero en realidad de Gran Bretaña, en los sucesos rusos de 1917, luego de haber prestado servicio como traficante de armas para la inteligencia británica con base en Salónica. Terminó su vida como fascista abierto entre los elementos alemanes del movimiento prehitleriano de Coudenhove–Kalergi.
[10]El distanciamiento de Engels del agotado Marx posterior a Palmerston, como por descuido, como un niño abandonaría un juguete, en los últimos años de vida de Marx, sólo puede entenderse desde la perspectiva del cambio de administración de la inteligencia británica que ocurrió con la muerte de lord Palmerston. Éste era el Palmerston que engendró, por así decirlo, su importante predecesor en el servicio de inteligencia del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, Jeremías Bentham. La carrera de Marx, en últimas, la había dirigido lord Palmerston por conducto de su organización, la Joven Europa. En esto tuvo un papel Urquhart, basado en el Museo Británico, quien era un rival de Palmerston, pero también su subordinado inquieto, asignado a coordinar al agente de Palmerston, Giuseppe Mazzini, y a las redes de éste de la Joven Europa. Marx llevó a cabo sus estudios de economía en el Museo Británico (incluso su chistoso escrito sandio en el que acusó al rival de Urquhart, Palmerston, de ser “espía ruso”) bajo la guía de Urquhart. A partir de ese momento, Marx nunca aceptó ninguna versión de historia económica que traspasara las barreras doctrinarias de la escuela Haileybury de la Compañía de las Indias Orientales británica. Fue el Mazzini de Palmerston quien nombró públicamente a su agente Karl Marx como dirigente de lo que vino a conocerse como “la Primera Internacional”, un suceso que ocurrió en una publicitada reunión en Londres. Con la derrota, a manos de la conducción del presidente estadounidense Lincoln, del proyecto de la Confederación de Palmerston, un proyecto cuya intención era que el Imperio Británico conquistara el continente americano, y con la muerte de Palmerston, la política británica cambió, para desventaja personal de Marx. Luego del derrocamiento del títere de Palmerston, el emperador Napoleón III, y la aventura de la comuna de París, Marx quedó en la indigencia y casi descartado por sus antiguos patrocinadores, Engels inclusive. Este último creó entonces una criatura literaria silente, prácticamente de un museo de cera, de los restos literarios del difunto Karl Marx.
[11]El Imperio Británico esencial (que hoy es el sistema liberal–sinarquista angloholandés de la “globalización”) ha tenido cierto parecido externo con los imperios coloniales, tales como el de la antigua Roma; pero el rasgo esencial del sistema liberal angloholandés ha sido, desde el principio, aquél arraigado en el modelo medieval de la oligarquía financiera veneciana, una versión de ese modelo que se remonta al partido neoveneciano que fundó Paolo Sarpi. La “globalización” es una política de tiranía mundial ejercida por una oligarquía financiera, que evoca la forma política relativamente anárquica del sistema ultramontano medieval.
[12]El timador Leo Strauss fue un producto de la escuela Marburg de Alemania, cuya carrera política fue auspiciada por Carl Schmitt, primero, y luego por los círculos del cómplice de Bertrand Russell, Hutchins, de la Universidad de Chicago. Más tarde aun, en el período de la posguerra, Strauss pagó el favor al favorecer al ex Kronjurist de los nazis, Schmitt, y prestar el pie de apoyo para los seguidores de Schmitt de la Sociedad Federalista.
[13]Collected Works (Colección de obras), vol. I, de Kurt Gödel (1986: Oxford University Press, 1986), págs. 144–213. Es notable que el David Hilbert cuyo comentario sobre esta obra de Gödel está entre las reacciones más útiles de esa época, fue uno de los que echó a los seguidores de Russell, Norbert Wiener y John von Neumann, de la Universidad de Gotinga, por un excelente motivo. No en virtud de desacuerdos científicos, sino por prácticas fraudulentas.