Análisis de LaRouche Resumen electrónico de EIR, Vol. II, núm. 24

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Europa y los EU hoy


Lyndon LaRouche, pre candidato demócrata a la presidencia de
los Estados Unidos en el 2004

(Primera de dos entregas)
1 de octubre de 2003.

EIR publicará en Europa un informe especial, El mundo después de la guerra de Iraq: análisis y perspectivas, con el fin de intervenir en la reacción europea cada vez más fuerte, pero hasta ahora ineficaz, ante los desastres de la doctrina de guerra imperial global del Gobierno de George Bush controlado por el vicepresidente Dick Cheney. Esta es la contribución de Lyndon LaRouche a dicho informe.


Desde el Congreso de Viena de 1814–1815, las relaciones entre los Estados Unidos de América y el mundo en general nunca fueron tan gravemente tensas como ahora. En un principio, los estremecedores acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 provocaron una creciente ola de simpatía hacia los EU. Pero el informe a la nación del presidente Bush de enero de 2002, aunado al rabioso comportamiento de una delegación estadounidense integrada por los senadores Joe Lieberman y John McCain, y el neoconservador Richard Perle, en la Conferencia de Wehrkunde, Alemania, en marzo de 2002, le hicieron sentir escalofríos de horror al mundo entero. A partir de esos acontecimientos la forma en que el mundo percibía a los EU cambió, y fue cada vez peor. Actualmente, desde que empezó la guerra declarada de los EU contra Iraq, la opinión mundial sobre los EU bajo el presidente George W. Bush hijo, en todas las naciones del mundo, es, con unas pocas excepciones notables, la peor en la historia estadounidense.

Como resultado de esa clase de acontecimientos en los EU desde el discurso de Bush en enero de 2002, el miedo y el odio creciente hacia estos EU del presidente Bush se manifiesta como una reacción a la ilusión de seguido errónea, anhelante, y a veces cobarde y maliciosamente alegre, respecto al Gobierno de Bush, de que los EU, tras convertirse en un imperio, ahora están en proceso de destruirse ellos mismos y, por tanto, que pronto, en cuanto se derrumben los EU, felizmente todo mejorará para el resto del mundo. La variedad de esos malos deseos contra los EU, como el de esos caprichos, es, en sí misma, peligrosa, muy extendida, y sigue extendiéndose y cobrando mayor profundidad hoy día.

Esta tendencia constituye un bandazo hacia ilusiones anhelantes, que crecen más o menos en proporción al grado que aumenta el peligro real de una catástrofe planetaria. Tal como nos lo advierten los acontecimientos en Iraq, esos son el tipo de sueños anheantes que terminan siendo tan peligrosos para los que creen en ellos como para sus supuestos opositores. De no cambiar, tales creeencias de esos gobiernos, de esa opinión pública entre las naciones, tenderán, como en el caso de la guerra de 1914–1917, a acarrearles a los mandatarios de las naciones y a los pueblos del mundo precisamente el tipo de holocausto que se engañan en creer que pronto quedará atrás.

Por tanto, muchos gobiernos necesitan que les recuerden hoy, que si al pusilánime zar Nicolás II no lo hubiesen engañado en sus deseos, hubiera impedido la movilización total que provocó el estallido inmediato de la guerra generalizada, la Primera Guerra Mundial, lo cual llevó a la casi certeza de que pronto vendría la caída del gobierno zarista. O, si el necio káiser alemán no hubiera apoyado al más grotescamente necio káiser austríaco, la guerra pudo haberse evitado. Los británicos y los franceses estaban decididos a ir a la guerra, pero, de no haberse ideado como un cascanueces eficaz en una guerra de dos frentes contra Alemania, pudieron haberse visto en la necesidad de reprimir sus intenciones, así fuera de mala gana, por prudencia militar.

Viendo esos ejemplos en retrospectiva, tenemos que reconocer que la tendencia hacia la guerra nuclear fascista, como la última carta de círculos desesperados de los EU e Israel hoy, le plantea a todas las naciones la pregunta: ¿qué están haciendo para evitar que tomen a los EU de ese modo? Rehuir la responsabilidad de impedir que otros se empeñen en tal necedad, no lo libra a uno de sufrir las consecuencias a veces en extremo fatales de semejante negligencia.

Por tanto, dejemos que las naciones principales del mundo, en particular, tomen en serio, por fin, algunos asuntos muy graves que afectan el futuro de todos ellas. ¿Cómo tiene que cambiar el comportamiento, no sólo del Gobierno estadounidense, sino de muchas otras naciones, en especial de las naciones más importantes, si es que el mundo entero ha de evitar la catástrofe que se nos avecina ahora?

Hoy tenemos una situación mundial en la que casi todos los gobiernos más destacados, como los del Reino Unido y los EUA, vacilan, por decirlo de la manera más amable que permite la veracidad. Estos gobiernos están muy mal capacitados para tomar decisiones basadas en cálculos estratégicos sólidos. En el caso de los EU, remontándonos a las elecciones de 2000, mis rivales en el Partido Demócrata, de entonces como ahora, tales como el senador Joseph Lieberman o el ex vicepresidente Al Gore, son sólo variedades un poco diferentes de las que hemos visto expresarse en el Gobierno con George W. Bush. Un gobierno con esos candidatos demócratas hubiera sido tan malo, o peor que con Bush y Cheney, aunque de modo un poco diferente. A pesar de la lección que ya debiera haberse aprendido de la experiencia de esas candidaturas demócratas y republicanas de 2000, la gente hoy al parecer aún es más dada a tomar decisiones basadas en lo que quisieran que fuera la verdad, que a encarar la realidad que exige respeto a consideraciones que en estos momentos están más que sólo reacios a tomar en cuenta. Hoy esa es la situación más o menos común en otros círculos políticos destacados de naciones importantes de todo el mundo. El hecho de que las ofertas electorales para las elecciones presidenciales de 2000 eran igual de malas, nos demuestra que el problema era, y sigue siendo, sistémico; que no se permitió que apareciera ningún candidato competente en la boleta electoral de noviembre de 2000; y que las fuerzas tras esas candidaturas de 2000 siguen prestas a adoptar alternativas tan malas como las de entonces, o peores. Este aspecto subjetivo sistémico de la situación, en la medida en que ahora persiste, es, en sí mismo, el más mortal de la crisis mundial actual.

Lo que acabo de describir es el difundido cálculo erróneo que quisieran fuera correcto, del efecto de una crisis interna en los EU, entre muchos gobiernos y otros. Es útil comparar esta situación con muchas construcciones engañosas del pasado que, de forma parecida, se deseaba fueran verdaderas.

Por ejemplo, si los EU continuaran las tedencias decadentes en materia de política económica y exterior de las últimas décadas, desde la secuela del asesinato del presidente John F. Kennedy, de seguro se destruirían a sí mismos, como hoy lo hace el Gobierno de Bush. Como resultado de tales construcciones engañosas entre la mayoría de los gobiernos actuales, el mundo enfrenta la caída en marcha y el peligro de destrucción de una potencia estadounidense armada con bombas nucleares, a la que están volviendo tan desquiciada como lo implican las tendencias actuales de las medidas perversas del vicepresidente Cheney y el procurador general John Ashcroft. Sin embargo, lo que los soñadores anhelantes de Eurasia temen reconocer, es que la caída de unos EUA que sigan dirigidos por conservadores derechistas radicales —del tipo del vicepresidente Cheney y de los de una perversión política parecida alrededor del Comité Nacional del Partido Demócrata—, arrastrarían consigo a la mayor parte del mundo en una catástrofe común de toda la humanidad. La caída del árbol estadounidense, en cuyas ramas están enredadas, no sólo las economías financieras, sino las economías físicas del resto del mundo, derribaría al bosque.

Por ejemplo, desde que el sistema monetario de Bretton Woods de 1971–1972 se remplazó por el modo de "tipos de cambio flotantes" del actual sistema financiero–monetario mundial del Fondo Monetario Internacional (FMI), los EUA, el Reino Unido y otras que otrora fueron potencias productoras, se han transformado en lo que ahora son sociedades posindustriales prácticamente en bancarrota, que sólo buscan el placer y que se alimentan de la explotación de la mano de obra barata de naciones a las que les han deprimido sus monedas a sus valores relativos más bajos de la historia. Eso quiere decir que unos cuantos gozan ahora de un placer al precio, no sólo del creciente sufrimiento de los que son cada vez más, sino del peligro común de la destrucción final de todos. Hasta hace poco estas políticas depredadoras del FMI y el Banco Mundial hacia las naciones más pobres, le garantizaba alimento y vestido a las naciones dizque "industrializadas" a precios de exportación violenta y burocráticamente deprimidos en el mercado mundial, de las exportaciones que en gran medida aporta la desdichada maraña de los pobres del mundo, y aun de los más pobres del mundo. Ahora, todo ese sistema depredador está, de una u otra forma, condenado; o sacamos de su miseria a este sistema autocondenado, el actual sistema del FMI, o éste nos sacará a todos nosotros de la nuestra.

Ese es, gústeles o no, el asunto más decisivo que hoy encaran todas las naciones, en especial las más destacadas.

1. Cómo nos metimos en este lío


El Sansón bíblico (los EUA) derribando los pilares del templo y
dejándoles caer el techo encima a todos los filisteos (el resto del
mundo, que odia a los EU)

Como he dicho antes, en todo el mundo sólo los tontos autocondenados de entre los gobiernos se regocijarán con la forma en que el "imperio" estadounidense parece destruirse a sí mismo. Para replantear el caso de forma apropiada, veamos lo siguiente.

El sistema que ahora está en proceso de desintegración es uno basado en medidas de desregulación cada vez más salvajes, tanto de las economías nacionales como de la mundial en general. Como resultado de esas mentadas medidas de "libre comercio", la economía física del mundo se ha convertido en un apéndice físico, así como monetario, financiero y político, de la potencia posindustrial angloamericana, basada en la involución de los últimos treinta y tantos años del actual sistema financiero–monetario mundial.

No hay excusa que valga para que un gobierno cuerdo se regocije de lo que le pasa a los EUA hoy. El desplome abrupto de la economía estadounidense en un 50% sería, como ocurrió en la depresión mundial previa de 1928–1933, una catástrofe social y política, además de económica, para, entre otros, China y el resto del mundo en general. Cualquier opinión informada sobre esa amenaza ahora inminente del desplome financiero–monetario de los EU, evoca la imagen del Sansón bíblico (los EUA) derribando los pilares del templo y dejándoles caer el techo encima a todos los filisteos (el resto del mundo, que odia a los EU).

Al momento de escribir estas líneas, amenaza con suceder lo que todos quisiéramos: la expulsión del vicepresidente Cheney y sus asociados del Gobierno, mediante un proceso muy parecido al del "Watergate" que le hicieron al Gobierno de Nixon de 1969–1974. Desde mediados de 2002 yo he formado parte activa, personalmente, de ese proceso que ha estado organizando su salida en los EU. De no purgar a la mentada facción neoconservadora de las posiciones de control que ostenta en este Gobierno, y también de su control sobre el Comité Nacional Demócrata, se aseguraría el peor desenlace posible para los EU y, por ende, para el mundo en general, en los próximos años, y después. No hay ninguna opinión competente al contrario, sino sólo cobardes que temen más a la verdad que a las consecuencias de negarla.

Estas condiciones deben recordarnos una situación parecida, aunque no idéntica, que creó la secuela del Sistema de Versalles establecido por los depredadores gobiernos victoriosos de la guerra mundial de 1914–1917.

Ese sistema financiero y monetario de Versalles de los 1920 era un sistema basado en el supuesto de que los cobros de los británicos y franceses de la deuda de guerra de la Alemania derrotada, les proporcionarían los medios para cumplir con el pago de su propia deuda, de otro modo impagable, con los banqueros estadounidenses. Por un momento, a pesar de las crisis de Alemania de 1923, ese sistema de Versalles se tambaleó en los 1920, pero estos esfuerzos sucesivos de rescate llevaron, fatídicamente, crisis tras crisis, a la propagación de 1928–1933 de una depresión mundial. En los EU, este proceso llevó a la afortunada elección del presidente Franklin D. Roosevelt. En una Europa fracasada, trajo el peor desenlace posible: la dictadura de Hitler y la guerra de 1939–1945.

El mundo entero tiene hoy una alternativa similar, aunque no idéntica. El aspecto más peligroso de la situación mundial actual la expresan quienes, como los socialdemócratas alemanes de principios de febrero de 1934, se consolaban con sus necias bravatas: "El éxito político temporal de Hitler está pavimentándonos el camino político". Nunca festejas la epidemia que se desata en la casa del vecino, y menos si es en la tuya.

Debe quedarnos claro que la solución a la crisis mundial que ahora empeora, depende de una nueva forma de cooperación entre los EUA y Europa. No pretendo implicar que no deba consultarse al resto del mundo sobre esto; quiero decir que el núcleo de los representantes principales de la civilización europea deben reconsiderar su propio papel, a fin de entender y bregar de forma competente con los asuntos que luego el mundo entero habrá de decidir.

Hay dos temas generales que las naciones de este planeta tienen que considerar, principalmente. Uno, es el asunto de la institución del Estado nacional soberano moderno. Tenemos que desafiar todas las recientes excentricidades de los gobiernos en pro de la globalization; tenemos que reanimar la autoridad y el papel de esa institución, como si la continuidad de la civilización dependiese de eso, pues así es. Pero, en nuestro entusiasmo patriótico por la preciada institución del Estado soberano, también tenemos que entender mejor su papel de lo que lo hemos hecho en general hasta ahora. Segundo, ¿cuáles tienen que ser las formas positivas de cooperación económica necesaria entre las naciones perfectamente soberanas del planeta? Una cooperación basada, no en las nociones del hombre–bestia Tomás Hobbes, ni en la noción de propiedad del pro esclavista John Locke, sino en el gran principio del Tratado de Westfalia de 1648: la ventaja del prójimo.

Tal como subrayo en este informe, el tema fundamental en el que centro mi atención es el papel necesario de los EUA y su Gobierno en contribuir a unir a las naciones, pronto, para adoptar una solución global mutuamente ventajosa a la actual combinación de las crisis financiero–monetaria y de los asuntos militares. Mi tarea aquí es exponer el motivo por el cual el lograr que el Gobierno estadounidense desempeñe cierto papel en sus propios asuntos y en los mundiales, constituye la base prácticamente indispensable de cualquier esperanza de que haya enfoques exitosos frente a ambas amenazas a la civilización en su conjunto. Mi tarea inmediata consiste en aclarar el papel de las relaciones entre los EU y las naciones de Europa, en el establecimiento de las condiciones para crear las nuevas instituciones indispensables que satisfagan los requisitos objetivos de todas las naciones, en su propio interés.

Desde la perspectiva de mis ventajas profesionales personales en conocimiento y experiencia, en relación con una gran mayoría de otros adultos políticamente activos, incluso los que ocupan posiciones destacadas de gobierno en todo el mundo hoy, puedo informar con especial autoridad que los problemas principales que enfrenta un líder político al observar el gobierno actual de su nación y a la población general de la misma, son principalmente dos.

Primero, que la mayoría de la gente, incluso las figuras políticas más destacadas, piensan en pequeño. Piensan en el provecho personal inmediato, real o imaginario —"mis intereses personales, mi familia, mi comunidad"—, en vez de pensar en esas cuestiones de política que determinan la suerte de las naciones y de sus poblaciones en su conjunto. Arreglarían la calle local, o harían alguna otra cosa pequeña, en vez de hacer algo tan poco local como salvar la economía nacional entera. A veces, cuando el político adopta la actitud de una prostituta, a esa clase de estrechez mental popular se le llama "política".

Segundo, de forma parecida, pero en lo que es un problema moral más profundo, la mayoría de los adultos hoy, incluso entre los círculos dirigentes, no tienen un verdadero sentido de inmortalidad. Los mentados fundamentalistas religiosos, ya sean nominalmente protestantes o católicos, no son la excepción a esto, sino los peores a este respecto. Vociferar de forma apasionada no es una prueba de sinceridad, o de veracidad. La mayoría de los estadounidenses, por ejemplo, no adoran al Creador, sino a los dioses hogareños del romántico. Por este motivo, a menudo son incapaces de entender los procesos de largo alcance que ejercen sus efectos perceptiblemente determinantes sobre sociedades enteras, por períodos de tiempo de no menos de una generación o dos. Parecen decir: "El barco puede hundirse, pero en mi camarote estaremos a salvo".

Así, en una fuga hacia las zorreras de la estrechez mental y espiritual personal, huyen hacia la búsqueda momentánea de placer, como un escape del mundo real, un mundo real amenazado con la destrucción por su falta de interés moral eficiente por toda la humanidad. Carecen de un verdadero interés incluso por su propia nación, o siquiera por la generación de sus padres o sus hijos. Quizás hasta desean la pronta muerte de sus viejos "a fin de ahorrar dinero para nuestra generación". Tales son los retos que enfrentan los pueblos de Europa y las Américas hoy. Estos son los retos de los líderes políticos actuales, mismos que reflejan un desplome en el nivel general de moralidad de esas poblaciones desde mediados de los 1960, más o menos.

Por sentido de inmortalidad, me refiero a lo siguiente: todos sabemos que vamos a morir, tarde o temprano. Ya sea que vivamos cincuenta o cien años, sería lo mismo; la muerte tarde o temprano llega. Por tanto, ¿dónde se ubica el verdadero interés del individuo, en tanto individuo? Para las especies inferiores, las pobres bestias, no hay una verdadera respuesta a esa interrogante que pueda satisfacer las necesidades del individuo humano. Nos importan las bestias, las cuales por consiguiente puede que tengan el sentido de participar de nuestra existencia, como lo destacó Nicolás de Cusa. Pero, de otro modo, las bestias no tienen ninguna forma personal de existencia inmortal, como la que Platón, Arquímedes, Cusa, Leonardo da Vinci, Johannes Kepler, Godofredo Leibniz, etc., tienen para quienes hemos revivido la experiencia de sus descubrimientos hoy día. Lo que nuestras vidas contribuyen a las obras incompletas de las generaciones pasadas y a la construcción del mundo para nuestra posteridad, es lo que nos aporta una noción práctica, tanto del sentido de misión, como del sentido relacionado de la inmortalidad, el sentido de nuestro propio lugar permanente, inmortal, en toda la existencia de la humanidad, y en el universo; una inmortalidad expresada en nuestro servicio continuo a esa misión, a nombre de la humanidad pasada y futura.

Es ese sentido de inmortalidad el que inspiró a Juana de Arco, el sentido de inmortalidad que nos da la gran fortaleza necesaria para hacer lo que sabemos que tenemos que hacer, incluso contra toda adversidad aparente. La pregunta para nosotros es, así: ¿cómo podríamos saber, con certeza, lo que tenemos que hacer? ¿Cómo tenemos que gastar, cada uno de nosotros, el centavo de la vida mortal, el único centavo que tenemos, y para qué propósito inmortal? ¿Cuál es la verdad del asunto?

La ciencia clásica y los modos artísticos clásicos de composición, son ejemplos de este conjunto de nexos veraces. Hoy, el cristianismo, como lo representan ricamente los apóstoles Juan y Pablo, es un ejemplo de esto, tal como la participación en la ejecución adecuada de La Pasión de san Mateo, de Juan Sebastián Bach, es la representación viva de la experiencia de la Pasión y crucifixión de Cristo, una representación que abrevia dos milenios como si fueran un instante de experiencia contemporánea. Aquí reside el origen del valor de esos mártires de los que dependió el surgimiento subsecuente de la civilización de las maldades del Imperio Romano.

Estas dos clases de errores morales tan difundidos entre la mayoría de los dirigientes mundiales de hoy, la prostitución de irse a lo pequeño y la falta de un sentido de inmortalidad entre las poblaciones y los gobernantes por igual, tiene que corregirse, si es que hemos de llevar al mundo en general a puerto seguro, fuera de la actual avalancha de horror. Un pueblo sin sentido de misión inmortal no puede hallar la salida de una crisis, a menos que ese pueblo se inspire en líderes que sí posean esa cualidad de devoción al desenlace futuro de lo que no deben dejar de hacer hoy. Así, en lo principal ahora nos gobiernan enclenques intelectuales y morales, y parece que seguido preferimos tales dirigentes defectuosos, porque no representan una amenaza a la devoción popular a la pequeñez.

Por ejemplo, en el breve período de 1962–1964 el período de la crisis de los proyectiles de 1962, hasta el asesinato del presidente Kennedy de los EU en 1963 y el inicio oficial de la guerra estadounidense en Indochina en 1964, se introdujo de forma abrupta un cambio drástico en la cultura de Europa y las Américas. La reacción a ese terror fue fugarse a una negación de la realidad, un cambio de paradigma para hundirse en la negación. Este cambio de paradigma cultural ejerció su efecto más inmediato en las almas tiernas de los jóvenes reclutas que se iniciaban en la adultez, en especial los que se contaban en el grupo de la población estudiantil universitaria. Esa generación, o la mayor parte de ella, escapó hacia hoyos virtuales en el piso de su imaginación, practicando fantasías o, a menudo, huyendo de la cordura con drogas, lo cual les dio un escape momentáneamente placentero de las terribles realidades de las que huían.

El efecto de este cambio más bien repentino en las tendencias culturales de las masas, constituyó un onda larga de lo que a veces se describe como un cambio de paradigma cultural. El rasgo económico central de este cambio en Europa y los EU estaba lejos del modelo europeo moderno de una sociedad productora, y se acercaba al de una sociedad consumista posindustrial. Los efectos de este cambio de paradigma cultural sobre la economía azotaron primero a los EU y al Reino Unido, bajo el primer Gobierno de Harold Wilson. Esta tendencia se difundió desde los EUA y la Mancomunidad hacia la Europa continental, con síntomas tales como el cambio de 1968, que siguió en el transcurso de los 1970, y después.

La generación que se graduó de la adolescencia a mediados y fines de los 1960, para convertirse en la generación ahora dominante en las posiciones de influencia, de y sobre la sociedad, encarnó los efectos acumulados de este cambio de una sociedad productora a lo que se conoce como una cultura "consumidora" o de "placer". Ese suceso es hoy el aspecto central de la tendencia a fracasar de los principales gobiernos y partidos políticos.

Ahora hemos llegado al momento en los procesos de la Europa y las Américas posteriores a 1945, en que encaramos las pruebas de que los cambios surgidos en la secuela de 1962–1964 constituyeron, en lo principal, un error terrible. De modo que informar que éste fue un error terrible desde el principio, se considera como un gran insulto al orgullo de toda una generación, una generación cuyo sentido de identidad personal está asociado con hábitos adquiridos en el transcurso de unos 40 años. ¿Sería mejor dejarlos que se destruyan ellos mismos, y también a su sociedad, que insultar su orgullo? Por desgracia, hoy los de la generación que —como nosotros— aprendió la lección de la guerra en el período de 1939–1945, o están muriéndose o padecen achaques que les impiden, como generación, ejercer un grado de influencia relevante en la determinación de la política de las naciones. Empero, muchos de nosotros seguimos lo suficientemente vivos, y tenemos la capacidad de decir sin ambages que el comportamiento de los dirigentes de la generación de la juventud de los 1960, no sólo es erróneo, sino que amenaza con llevar a la sociedad a una nueva era de tinieblas. La generación que está en el poder, principalmente, respinga con rudeza: "No queremos oirlo; por tanto, insistimos en que no puede ser verdad".

Debemos tener presente que la generación de los sesentiocheros es la que ha desempeñado un papel destacado en instrumentar esas reformas educativas que erradicaron las expresiones del movimiento humanista clásico del siglo 18, de las que ha dependido la existencia de las reformas más valiosas de la sociedad europea extendida al orbe. La generación actual de estudiantes de educación secundaria y superior en Europa o los EUA, rara vez tiene acceso a la cultura clásica, ni siquiera en sus formas apenas competentes de educación en materia de historia y ciencia física.

Este mentado "cambio de paradigma cultural" de los movimientos juveniles de mediados de los 1960, y después, ha definido una onda larga de decadencia en las opiniones de la gente, y en la práctica de los gobiernos, empresas y otras instituciones en el transcurso de cuatro décadas, desde la crisis de los proyectiles en 1962. Comparen esas cuatro últimas décadas con la lección de la ruina autoinfligida de la antigua Atenas, que se expresa en la historia de la guerra del Peloponeso.

Esa guerra reveló la decadencia ya desenfrenada de la generación de atenienses bajo Pericles. La destrucción autoinfligida de Grecia bajo la influencia creciente de esos sofistas como los del partido demócrata de Atenas, incluido el asesinato judicial de Sócrates a manos de esos sofistas, redujo la porción viable de la población de Grecia a prácticamente un remanente que se movía en torno al gran Platón. La muerte de Platón y el asesinato de Alejandro Magno dejaron un factor positivo, una herencia de la tradición clásica de Solón, Sócrates y Platón en el sistema helenista, pero no impidió el triunfo imperial de Roma. No fue sino hasta el siglo 15, con la enorme importación de Italia de los tesoros de la literatura griega, que la civilización europea retomó el camino de donde había destruido sus grandes tesores culturales, por la ruina y las secuelas de la guerra del Peloponeso.

Todo estadista calificado tiene un sentido de inmortalidad que lo impulsa, a él o a ella, no sólo a pensar siempre en el bienestar de las generaciones presentes, sino a sentar las bases de un renacimiento, en caso de que las generaciones presentes no puedan bregar de forma competente con las crisis que principalmente ellos mismos se han impuesto, como hoy. Eso significa que todo estadista competente abordará la necesidad urgente de darle marcha atrás a los aspectos decisivos, acumulados en las últimas cuatro décadas, del cambio de paradigma cultural inducido. En la actualidad, muy, pero muy pocos individuos en posiciones destacadas en la civilización extendida al orbe tienen el valor interno necesario para asumir ese papel específico, necesario, de velar por el presente y el futuro de su pueblo, de su civilización.

Yo conozco muy bien esto. En varios casos particulares de las últimas décadas, he tenido el privilegio de ejercer una pequeña influencia particular, pero decisiva, y algo duradera, en el curso de la historia actual. Por mis logros aproximados en tales intentos de cambiar la política, me han difamado y castigado con violecia y severidad, a veces a través de sectores corruptos de mi propio Gobierno, y siempre por órdenes de esas fuerzas influyentes que temen mi influencia. En varios casos documentados oficialmente, sectores de la clase dirigente obraron con el propósito expreso de provocar mi asesinato político por conducto de cómplices del Gobierno. Como me lo comunicó una figura notable en 1988: "Determinaste la política sin pagar las cuotas [a nuestro club]. Por eso te castigan". Las "clases dirigentes" nunca me atacaron por ser insignificante, sino por ser demasiado eficaz, demasiado potente, a sus ojos. Si uno toma en cuenta hoy los numerosos pronósticos económicos de largo plazo y otros que he hecho, y compara cada uno de ellos con los resultados, es sorprendente hasta para mí, y para otros que han estudiado esa historia, que yo siempre haya estado en lo correcto, y mis oponentes equivocados, en estas cuestiones de determinar la política.

¿Por qué, a pesar de esas pruebas, tantas figuras responsables rechazan mis advertencias? ¿Será por su ignorancia sobre economía competente, o por deficiencias similares? En parte, en el caso de muchos de ellos, sí. Los profesionales pertinentes de la actualidad están mucho menos calificados que los educados antes de la guerra de 1939–1945, y que los educados después de que se extendió la influencia del informe del doctor Alexander King de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre educación, y son casi una especie relativamente inferior a este respecto. Pero tales formas de ignorancia relativa no fueron la causa principal del fenómeno. La causa fue, más que nada, la influencia de una tendencia en la opinión popular, de un mentado cambio de paradigma cultural, en el comportamiento común de la generación que llegó a la adultez de mediados de los 1960 en adelante. Esa especie de adopción de la "direccionalidad de otro", esa falta de fortaleza intelectual moral para adoptar juicios profesionales independientes o juicios personales comparables, es lo que ha llevado a todo un conjunto de naciones, como a una masa de los legendarios ratones noruegos, al borde, o a pasar del filo de ese abismo figurado que constituye la crisis que atenaza a nuestro mundo hoy día.

Así, en la actualidad el problema esencial de la crisis más inmediata de la civilización europea extendida al orbe, son los efectos presentes de casi cuatro décadas de cambio del paradigma cultural, de modos de desarrollo de infraestructura económica básica intensivos en capital, y de aumentos en las facultades productivas del trabajo impulsados por la tecnología, a la decadencia de una "sociedad consumista posindustrial", una decadencia parecida a la que surgió en Roma, y que terminó destruyéndola, desde la época que coincide, aproximadamente, con el fin de la Segunda Guerra Púnica. Un enfoque provechoso de las reformas que bastarían para sacar al mundo del desastre que ahora embiste, sería que los EU regresaran a los imperativos de las reformas del presidente Franklin Roosevelt, sin los efectos del conflicto nuclear orquestado por el primer ministro británico Winston Churchill y el presidente estadounidense Harry Truman. La resistencia habitual a tales reformas necesarias entre el estrato hoy dominante de los "sesentiocheros", es el obstáculo más importante a vencer, y tan rápido como sea posible.

Así que yo, como todos los demás líderes importantes de las naciones del mundo, encaro una expresión extrema de esa situación. El mundo que siguió la tendencia de los cambios de paradigma cultural de las últimas cuatro décadas, llegó ahora a la fase más que madura de concatenación de las crisis actuales. A partir de aquí, o tienen que proceder cambios fundamentales generalizados en las directrices e instituciones, o el mundo entero se hundirá en una era de tinieblas profunda y prolongada. De hecho, disponemos de las soluciones necesarias, pero la existencia de la combinación de conocimiento y voluntad para reconocer y adoptar tales soluciones, está en veremos. Esta falta de voluntad expresa los defectos culturales indicados que prevalecen en Europa y los EU hoy.

Tenemos que ubicar los procesos culturales subyacentes que empujaron a la actual civilización europea moderna extendida al orbe a emprender, no sólo las dos grandes guerras de 1914–1917 y 1939–1945, sino toda la serie de acontecimientos desde aproximadamente el 14 de julio de 1789 hasta la fecha. ¿Cuáles fueron las dinámicas culturales de ese período más amplio de la historia, que crearon las condiciones de las grandes guerras y conflictos similares, las guerras de 1914–1917 y 1939–1945, y la era de la amenaza de guerra nuclear general de 1946–1992?

Cuando dejamos el dominio de la estrechez mental popular, se hace posible que veamos las ondas largas de la historia mundial como un proceso coherente de cambio, y el modo en que las experiencias acumuladas de generaciones sucesivas introducen en las poblaciones ciertos supuestos culturales muy arraigados, que se transmiten y siguen evolucionando incluso por miles de años o más. La historia del lenguaje es un ejemplo primordial de esta caracaterística específica que distingue a la humanidad de las especies de simios. Sería razonable decir que, quien no conoce una onda larga de la historia de este modo, debe admitir con humildad que no sabe casi nada de sí mismo.

La crisis estatégica actual

Por tanto, para entender de manera competente las fuerzas que entran en juego en producir nuestra actual crisis estratégica, debemos remontarnos a no menos de varios siglos, a esas raíces de esta crisis que deben encontrarse en el transcurso del siglo 18.

Entonces, como ahora, el impulso hacia la guerra iba acompañado de los efectos estratégicos de una crisis de desintegración en marcha de los elementos dominantes del sistema financiero–monetario mundial existente. En todos los casos, el del período de la Revolución Francesa de 1789–1815, el del inicio de la guerra de 1914–1917, el de la guerra de 1939–1945 y el de la situación actual de crisis, los factores de las crisis existenciales en el sistema financiero–monetario vigente y los del impulso hacia formas imperiales de guerra, son interdependientes. En todo este período, dos factores principales en los asuntos mundiales configuraron el modo en que tales crisis financiero–monetarias generales llevan a la guerra mundial.

Primero, en los 1780, la imperialista Compañía de las Indias Orientales británica, dirigida por lord Shelburne de Gran Bretaña, organizó la bancarrota inducida de la monarquía de Francia, y la Revolución Francesa. Los esfuerzos de Shelburne, cuando menos desde 1763 en adelante, tenían dos objetivos inmediatos. El primero, aplastar la influencia internacional de la bullente lucha por la independencia de las colonias británicas en Norteamérica. Y el segundo, destruir la principal amenaza de la Europa continental, desde Francia, a la naciente potencia imperial global marítima y financiera de la Compañía de las Indias Orientales británica.

Segundo, en la consecución de ambos objetivos, Shelburne y sus lacayos, como Jeremías Bentham, desplegaron agentes en Europa continental, tales como Philippe Égalité y Jacques Necker, los agentes entrenados y dirigidos desde Londres Jorge Jacobo Dantón y Juan Pablo Marat, y una monstruosa suerte de secta masónica conocida como los martinistas. La secta, controlada por una red de intereses bancarios privados, fue el factor principal en la Revolución Francesa, en la tiranía de Napoleón Bonaparte y, entre otras cosas, en la continuación martinista en la forma de la actual asociación sinarquista internacional, que fue el factor decisivo en las guerras de 1914–1917 y 1939–1945.

Para ver el muy arraigado nexo cultural determinante entre los acontecimientos del siglo 18 y el presente, observa algunos de los efectos culturales e institucionales afines que transmitió el siglo 18 y que se convirtieron en lo que las generaciones recientes han vivido como rasgos principales comunes a la situación mundial de 1928–1933, y a la de hoy.

A pesar de todos los buenos deseos desesperados en contrario, el mundo entero está hoy en ruina por la crisis general de desintegración del sistema financiero–monetario de tipos de cambio flotantes posterior a 1971. Aunque el montar a tiempo un nuevo sistema mundial podría salvar a las economías amenazadas, el actual sistema financiero–monetario está, en sí mismo, condenado, junto con las naciones que decidan aferrarse a él.

Ese sistema actualmente condenado, que data de 1971–1972, introdujo medidas que se alejaron de forma cada vez más radical del sistema regulado de tipos de cambio fijos, el cual fue esencial para la recuperación económica después de 1945, de los efectos combinados de la depresión mundial y la guerra previas. Estos cambios a favor de las ideologías cada vez más radicales del "libre comercio" arruinaron las economías de los EU, el Reino Unido y gran parte del resto del mundo.

Las predicciones sobre los procesos económicos de las naciones son prácticamente imposibles, pero los pronósticos de los momentos venideros decisivos en la toma de decisiones son tan posibles como necesarios para toda práctica competente del estadismo. Como uno de los pronosticadores más exitosos de las últimas décadas, yo puedo pronosticar ahora que muy pronto, quizá aun antes de que se imprima este informe especial de EIR, o tal vez después, el actual sistema financiero–monetario mundial caerá, a menos que intervengan golpes y guerras sinarquistas para crear una pesadilla alternativa. Esa es la forma clásica de cualquier pronóstico económico competente. Como sea, a menos que se introduzcan e instrumenten ciertas reformas específicas de emergencia, los efectos de esta caída o, en su defecto, de una nueva ola de guerras, pronto brotarán como algo mucho peor que lo que Europa y los EU hayan experimentado después de 1928–1933.

En principio, hay reformas de emergencia ya disponibles que podrían, no sólo poner bajo control dicho desplome, sino desatar el mayor auge económico de largo aliento de la historia, hasta la fecha. Sin embargo, no hay razón para suponer que los gobiernos existentes aceptarán de buena gana los cambios de política que se necesitan con urgencia. No nos atrevamos a suponer que, para impedir estas reformas, ciertos intereses financieros privados, que representan la tradición sinarquista aun hoy, como en los últimos dos siglos, no desatarán golpes de estado o propagarán guerras, o ambas cosas, a fin de impedir las reformas urgentemente necesarias al sistema financiero–monetario mundial ahora condenado.

A su vez, los remedios necesarios para esta amenaza requieren un grado muy especial de liderato común de mis EUA y Europa. Nosotros en los EUA y Europa no podríamos resolver el problema nosotros mismos, pero nuestra cooperación es indispensable para las medidas exitosas entre las naciones en general. A este fin, debemos partir de un entendimiento claro de las diferencias en los modos que les son propios a las dos ramas principales, y diferentes, del pensamiento europeo extendido al orbe, con respecto a los planes económicos de las naciones: el europeo versus el estadounidense. Así, por un lado tenemos el pensamiento económico inherente a la Constitución federal de los EU, según la interpretaba Alejandro Hamilton. Por el otro, tenemos la clase de modelo parlamentario liberal angloholandés propio de la Compañía de las Indias Orientales británica del siglo 18 y su influencia en las instituciones políticas y monetario–financieras de la mayor parte de Europa, hasta el presente. El conflicto entre esos dos sistemas de cultura económica, opuestos pero conectados, es la raíz principal de la actual crisis interna de la cultura europea extendida al orbe.

El sistema estadounidense de Benjamín Franklin, Alejandro Hamilton, los Carey, Federico List, Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt, es un sistema de gobierno presidencialista en el que el poder ejecutivo disfruta de la autoridad constitucional de actuar, con el consentimiento del Congreso, para ejercer un monopolio en la creación de moneda y crédito nacional, y para regular el flujo de los agregados monetarios en la economía interna y los asuntos externos.

Los EU seguido han violado aspectos importantes de su Constitución a este respecto, como cuando dieron su consentimiento anticonstitucional para la creación del sistema de la Reserva Federal, montado en la Ciudad de Nueva York a instancias del agente del rey Eduardo VII de Gran Bretaña, Jacob Schiff. A pesar de la influencia subversiva de agentes extranjeros como Albert Gallatin, Martin van Buren y demás, la noción del pro leibniziano Sistema Americano de economía política defendido por el primer Secretario del Tesoro de los EU, Alejandro Hamilton, permanece como la expresión orgánica del sistema constitucional expresado, de forma sucesiva, por la Declaración de Independencia de 1776 y la Constitución federal, ambas de orientación leibniziana. Esta es la tradición de los whig Clay y Carey, Lincoln, Garfield, Franklin Roosevelt y otros notables. Esta es la diferencia orgánica subyacente que separa al sistema constitucional estadounidense de los modelos parlamentarios liberales angloholandeses de Europa. Hasta ahora, la historia de los EU se ha inclinado, hasta cierto grado y bajo cierta clase de condiciones de crisis existencial, a favor del Sistema Americano de economía política, aunque la práctica de los gobiernos estadounidenses pueda alejarse de esa tradición orgánica por períodos largos de tiempo. Esperemos que ese sea el caso ahora.

El asunto fundamental del razonamiento es, por tanto, que si los EU regresan a su tradición constitucional, como lo hicieron con el presidente Franklin Roosevelt, su sobrevivencia en su forma constitucional presente está prácticamente asegurada. La diferencia con Europa es que, si ésta se aferra al modelo liberal angloholandés de sistema parlamentario que hoy la gobierna, sus instituciones políticas no sobrevivirán. Ese modelo parlamentario liberal es una continuación de la tradición empirista del sistema del siglo 18 de la Compañía de las Indias Orientales de lord Shelburne, una tradición que hoy se expresa en los llamados "sistemas de banca central independiente". Si los EU no exigen el modelo del Sistema Americano de economía política de Hamilton y demás, el modelo que el presidente Franklin Roosevelt usó como referencia, entonces el sistema constitucional estadounidense está condenada en cualquier caso, y Europa, casi con seguridad, pasará una generación o más en el infierno.

Explico este asunto decisivo, del cual depende ahora, el destino de los EUA y Europa en el corto plazo.

En cualquier crisis general del sistema financiero–monetario del mundo, el efecto de la autoridad que asumen los banqueros centrales del modelo liberal angloholandés, es el de anteponer el interés financiero–monetario privado, incluso con malicia, al de la nación y su pueblo. Tal fue el caso en la formación del Banco de Pagos Internacionales, cuyas medidas ayudaron a configurar las condiciones de crisis agravada en las cuales se puso a Adolfo Hitler en el poder en Alemania. Ese es el papel de los mentados "fondos buitre", que hoy piden la destrucción de la nación y la población de países atribulados como Argentina.

Hoy día en Europa, las presiones de una crisis financiero–monetaria general acelerada del actual sistema mundial, han llevado a destacados círculos políticos precavidos a pensar en medidas como la del Banco de Inversiones Europeo y el Plan Tremonti. Estas son medidas buenas, pero lamentablemente inadecuadas para superar el alcance y profundidad del desplome que ahora acelera. Añadirle una reforma al actual sistema filosóficamente liberal será infructuoso. La reforma puede prosperar, pero sólo a condición de que se reforme al órgano enfermo, el actual sistema financiero–monetario mundial, de modo que le permitan a los gobiernos lanzar programas de expansión económica apropiados para las necesidades estratosféricas actuales.

Por tanto, en las condiciones actuales de crisis terminal del sistema financiero–monetario mundial, de prevalecer el modelo liberal angloholandés de sistema parlamentario, y de persistir el modelo "Adam Smith" en los EUA, el mundo pasará una temporada en un infierno del cual pocas naciones del mundo resurgirán.

En términos objetivos, la causa de mi razonamiento es clara, y las personas sensatas y más o menos bien informadas deberían aceptarla como irrefutable. Por desgracia, la vida no es así de simple, ni la gente ni sus gobiernos son tan racionales. Por tanto, es indispensable sacar a relucir y proponer la eliminación, como lo haría Sócrates, de esos prejuicios profundamente arraigados que tienden a cegar a los gobiernos, así como a gran parte de la población, a esas realidades de las cuales puede depender en lo inmediato la sobrevivencia continua de un sistema de gobierno. Para ello, se hace indispensable el siguiente razonamiento.

2. La profunda psicología de la economía política

Como ya he destacado aquí, el carácter profundo de las naciones reside en ese aspecto de la naturaleza del hombre que pone a la humanidad aparte y por encima de las bestias. Este carácter de una nación viva reside menos en esa porción de la opinión popular adquirida por una generación actual o dos, que en las tradiciones a menudo en conflicto, con un arraigo de siglos, y hasta milenios atrás. El caso de la poderosa influencia de Platón en la cultura europea aun hoy, sólo es típico. Los evangelios de los apóstoles Juan y Pablo ilustran, de la forma más admirable, la importancia de este impacto en la historia. De modo que Europa, los EU y las relaciones entre los dos estratos de opinión adquirida geográficamente definidos, tienen que entenderse a la luz de las condiciones de crisis que en estos momentos arruinan a este planeta.

Por ejemplo, tal como el derrumbe financiero de 1929–1933 activó el renacimiento de esa profunda tradición patriótica que representó el presidente Franklin Roosevelt, elevando de nuevo a los EU de las profundidades a las que los habían hundido la sucesión del presidente Theodore Roosevelt, la muerte misteriosa del presidente Warren Harding, y los presidentes Calvin Coolidge y Herbert Hoover, de 1901 a 1933; de ese modo, en momentos de crisis como el de ahora, las tradiciones de largo aliento de pronto pueden arrollar a las adquiridas más recientemente. De este modo, en especial bajo condiciones de crisis sistémica existencial como las actuales, a las tendencias recientes, de hasta una generación o más, puede arrollarlas el surgimiento repentino de tradiciones anteriores. En el caso de Franklin Roosevelt, la memoria de un ancestro notable, Isaac Roosevelt, el aliado de Alejandro Hamilton, abarcó más de un siglo de asociaciones familiares personales en la configuración de su visión del mundo. A este respecto, urge señalar que en las condiciones actuales de crisis, de todas las ideas profundamente encarnadas en una nación y sus instituciones, en realidad sólo una pequeña fracción se ha acumulado en el transcurso de una o dos generaciones.

Así, no sólo deben tomarse en cuenta las tradiciones en apariencia antiguas. También hay ideas bien plantadas, pero rara vez reconocidas o descubiertas con anterioridad, que pueden ejercer una influencia poderosa, como si rezumara de las silentes paredes llanas de la conciencia; al parecer éstas casi siempre desaparecen del rabillo del ojo cuando pudiera haberse advertido la huella de su presencia.

Hablando de comparaciones, una cultura, vista de ese modo, tiene cierta semejanza pedagógicamente útil con una geometría formal como la de Euclides. A esa geometría la regulan ciertas creencias que subyacen en lo profundo, creencias parecidas en sus efectos a las definiciones, axiomas y postulados (dizque "autoevidentes") irracionalmente arbitrarios de la geometría formal del aula escolar. Sin embargo, a diferencia de la doctrina que los profesores le enseñan como geometría de libro de texto a las mentes tiernas, muchos de los supuestos axiomáticos de la serie que gobierna el comportamiento general de las sociedades reales, a menudo se esconden de la conciencia hasta de los actores principales; en casos pertinentes, la influencia manifiesta de esos viejos supuestos, de señalársele, a menudo se le negaría con vehemencia, aunque erróneamente, no con la intención de mentir, sino por el impulso de negar lo que uno quisiera firmemente que no existiese, o que le alegraría que siguiera como una mera preciencia que no descubierta.

Los más grandes dramas clásicos, como el Prometeo encadenado de Esquilo, Julio César y Hamlet de Shakespeare, o los dramas de Federico Schiller, son representativos del modo en que los principios del drama clásico, en especial de la tragedia clásica, pueden sacar a la superficie algunos de esos supuestos y principios importantes, que por lo general están escondidos en el fondo, y que de otro modo hubieran escapado al reconocimiento conciente. La parte que desempeña en Hamlet la importancia decisiva de un sentido de inmortalidad en los líderes para evitarle una tragedia, de otro modo inevitable, a la cultura de ese líder, es un ejemplo apropiado de esto. La tradición humanista clásica en la ciencia física es rica en ejemplos de este mismo principio.

Esta clase de creencias supuestas profundamente implantadas y con frecuencia escondidas, por lo regular se reflejan en la superficie del conocimiento de los individuos como lo que pasa por "creencias autoevidentes"; pero aun cuando conozca las creencias, el creyente normalmente tiene muy poca o ninguna comprensión de cómo nacieron dichas creencias, o de cómo obran para gobernar su conducta o la de su sociedad. Estas creencias pueden compararse con el potencial genético implantado en lo profundo, que puede salir a la superficie luego de generaciones de aparente inactividad biológica. Así, dado que muchas creencias ocultas ejercen una especie de influencia axiomática sobre el comportamiento personal de poblaciones enteras, o de casi todos en ellas, el creyente por lo general no tiene un conocimiento eficiente del origen de la mayoría de sus creencias con ese carácter, o de su importancia en el modo en que se comportan sociedades enteras, o sectores de ellas.

Un examen del tema de esos supuestos ocultos es la clave para entender cómo prosperan o fracasan en realidad las economías en el largo plazo, en el término de una o dos generaciones, o más. El desconocimiento de este aspecto por lo general oculto de los procesos económicos y de la toma de decisiones relacionada, es lo que seguido ha llevado a la sociedad, por la vía del mero éxito aparente de corto o mediano plazo, a crisis terribles como el gran derrumbe financiero de 1928–1933 y la fase final de desintegración en marcha del sistema financiero–monetario mundial actual.

Para entender el origen de las diferencias en la visión del mundo de Europa y los EUA, tenemos que situar las cuestiones pertinentes de los procesos históricos así definidos. Para poder abordar el asunto central de este informe, la cuestión de los procesos económicos de onda larga, consideremos algunos elementos de mito y de hechos que están entremezclados, para determinar los modos un poco diferentes en que el estrato educado de los estadounidenses y los europeos se ve a sí mismo, y al lugar respectivo de sus naciones en el mundo en general.

Europa y las Américas

Por ejemplo, los europeos y los estadounidenses por lo general cometen el error de decir que "Cristobal Colón descubrió América". Algunas personas en las Américas son todavía menos perspicaces; dicen lo contrario. Alegan que, en efecto, "Colón no descubrió nada; aquí estuvimos todo el tiempo". Ah, responde el europeo, "¡pero tus ancestros no sabían nada de nosotros! ¡Nosotros los descubrimos!" Esas son las entretenidas delicias de los diálogos entre las diversas variedades de chovinismo populista.

En realidad, Colón encabezó un viaje de redescubrimiento del hemisferio americano. Tenía un mapa que le dibujó su corresponsal, el italiano Pablo del Pozzo Toscanelli, uno de los científicos destacados de la Italia del Renacimiento y asociado de ese alemán, el cardenal Nicolás de Cusa, quien fundó la ciencia experimental moderna. Ese mapa fue posible gracias al trabajo de un científico egipcio, Eratóstenes, en circa 200 a.C., quien midió la circunferencia de la Tierra con una precisión razonable. Eratóstenes pertenecía a la tradición marinera de su Cirenaica natal, fue educado en la Academia platónica de Atenas, y lo reclutaron para convertirse en el científico más destacado de Egipto. Fueron los alumnos de Eratóstenes, llevados por navegantes de Cirenaica, los que hicieron el descubrimiento de las costas del Pacífico de las Américas, en una gran expedición de una flotilla que ellos dirigieron. Su viaje tenía el propósito de probar los descubrimientos revolucionarios de Eratóstenes en astronomía y geodesia. El posterior redescubrimiento, en el Renacimiento, de la costa Atlántica de las Américas, se echó a andar como un proyecto estratégico de largo alcance iniciado bajo la dirección de la Italia de Cusa, y como parte de una estrategia general de exploración transoceánica iniciada por Cusa personalmente. En suma: el material proporcionado por un asociado portugués de Cusa fue el que llevó a Colón a establecer correspondencia con Toscanelli. Una década después, este material de Cusa y Toscanelli llevó al veterano capitán portugués de origen italiano Colón, a navegar el Atlántico bajo el patrocinio de la reina Isabel de España. Esos son los procesos, como en un "crisol de razas", de cambio en marcha de la historia, considerada a gran escala.

Fue un proceso histórico, no una preferencia extravagante por el deseo de aventura, lo que puso a Colón en su misión. Sólo un patán analfabeta puede separar la acción de Colón del proceso de la historia que parte de un miembro de la Academia platónica de Atenas, que trabajaba en Alejandría, Egipto, circa 200 a.C. Sólo un analfabeta fantasioso podría pasar por alto los procesos en torno a la Italia del Renacimiento del siglo 15, que fue el que reactivó y aplicó el descubrimiento de Eratóstenes de la circunferencia de la Tierra.

Incluso el error de Colón, al suponer que la meta de su viaje era la costa de Asia, fortalece, más que debilita, las afirmaciones a favor de Colón. El error estaba en el mapa que le dieron a Colón, del trabajo de Toscanelli. La extensión de la costa de Asia que calculó Toscanelli hasta aproximadamente la costa Atlántica de las Américas, se basaba en las mentiras generadas, como desinformación política, por tramposos venecianos como Marco Polo. De este modo Colón, no sólo redescubrió América, sino también, como le hubieran dicho Dante Alighieri y Nicolás Maquiavelo, que venecianos prominentes podían resultar probados mentirosos cósmicos.

Para captar los orígenes y la importancia del descubrimiento de Colón, los motivos políticos de los círculos de Cusa son tan interesantes, como fueron astronómicos.

Cusa fue una figura destacada en ese nacimiento de la Europa moderna del siglo 15, que separa a la cultura medieval de la europea moderna. El concepto de la forma moderna del Estado nacional soberano, ya desarrollado en gran medida en la obra de Dante Alighieri, quedó de manifiesto en la importante obra de la joven adultez de Cusa, su Concordantia Catholica. Cusa, quien desempeñó un papel decisivo en la organización del gran concilio ecuménico de Florencia, luego desarrolló la Concordantia con su primera obra publicada para fundar la ciencia europea moderna, su De docta ignorantia. Este papel de Cusa, junto con la fundación de los primeros Estados nacionales modernos en el siglo 15, la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Henrique VII, representa la separación de la civilización europea moderna de la sucesión del antiguo Imperio Romano y la alianza veneciano–normanda que dominó a la Europa medieval desde la ocupación del norte de Francia por los invasores normandos.

La historia del surgimiento de los Estados de las Américas coincide al detalle con el nacimiento convulsionado del hombre europeo moderno, a partir de la brutalidad veneciano–normanda de la Europa medieval. Describir el descubrimiento de Colón de cualquier otro modo es, a lo sumo, la necedad de un analfabeta. El redescubrimiento de las Américas por Colón refleja un largo proceso de cambio en marcha que ocurría en la civilización europea con centro en el Mediterráneo y conexa, un proceso de cambio en marcha que se extiende, en una primera aproximación, al período de la historia que va de la influencia de Egipto en el surgimiento de la Grecia de Tales, Solón y Pitágoras, al comienzo del tumultuoso conflicto del siglo 16 con el poder marítimo imperial ejercido por esa oligarquía financiera veneciana que dominó a Europa con su despliegue de la caballería andante normanda, desde alrededor de la época de la conquista normanda de Inglaterra. Estas fuerzas dirigidas por Venecia hicieron el esfuerzo de regresar el reloj de la historia de regreso a la Europa medieval, de forma permanente.

Fueron estas circunstancias de los siglos 16 y 17, desde que Carlos I subió al trono como el reaccionario Rey de España, hasta el Tratado de Westfalia de 1648, las que determinaron el modo en que nacieron los Estados modernos de las Américas. No fue un acontecimiento, el descubrimiento de América, lo que produjo ese proceso de cambio; fue un proceso de cambio continuo ya en marcha en el siglo 15 lo que generó el acontecimiento, y que gobernó el subsiguiente proceso resultante. Esto empezó a configurar una diferencia incipiente en las formas de pensar de la mayoría de los estadounidenses y europeos.

Dede más o menos la época de ese Carlos I de España, dos impulsos de cambio superpuestos y en conflicto gobernaron el proceso de colonización. Uno era la intención de las potencias colonizadoras de usar los recursos de las Américas para inclinar la balanza del poder entre las fuerzas contendientes de Europa. La introducción de la esclavitud africana en las Américas que lanzaron Portugal y España, el saqueo de las Américas perpetrado por España, y el esfuerzo de reducir a los mexicanos al peonaje con un sistema de haciendas, son típicos de este impulso. El segundo factor fue otro aspecto de ese proceso de colonización en marcha.

Los residentes del asentamiento portugués en Provincetown, en lo que hoy se conoce como la península del cabo, en Massachusetts, guiaron al grupo del Mayflower a la región de Plymouth, donde los pueblos con quienes los pescadores de Provincetown se habían entremezclado mediante matrimonios hablaban un idioma conocido para los portugueses. Al año o dos que pasaron en la costa de Nueva Inglaterra, empacando bacalao salado para el mercado europeo, tuvieron una larga historia en esa parte de las Américas, incluso en el desarrollo de las capacidades marítimas de Gran Bretaña y los EUA de finales del siglo 18 y principios del 19 como potencias marítimas. Los peregrinos apenas descubrieron Plymouth Rock; Plymouth Rock, con la ayuda de los pescadores portugueses de Provincetown, descubrieron a sus puertas y auxiliaron a un barco cargado de refugiados a los que conocemos como los peregrinos.

El asunto que pongo de relieve usando dichas ironías, es que la historia no es una conexión de puntos llamados acontecimientos o "hechos" aislados; la historia es un proceso coherente de cambio que crea esos objetos que algunos estadistas pedantes y otros analfabetas cognoscitivos consideran como puntos o acontecimientos autoevidentes. No son los acontecimientos los que producen el cambio; son los procesos de cambio, como insistían el antiguo Heráclito y Platón, y como lo demostró el descubrimiento singular de la gravitacion de Johannes Kepler para la astrofísica, los que producen acontecimientos de importancia histórica–científica decisiva.

En tiempos ordinarios, cuando los cambios de corto plazo aparente son con frecuencia más o menos predecibles, en términos de una comprensión más o menos lineal de las tendencias en curso, siempre existen procesos de cambio cualitativo en la cultura; pero gente descuidada con facilidad puede pasar por alto esos procesos mismos, y por lo general lo hacen. Así, en tiempos en que surgen crisis sistémicas de una u otra índole, el mentado modo de pensamiento práctico más ampliamente acostumbrado, erra de forma más o menos miserable. Es ese tipo de pensamiento el que se halla perplejo y asustado, como por algo extraño y temible que ha surgido de debajo del suelo. Lo que ha ocurrido en realidad, es que los procesos subyacentes de largo aliento en marcha, de cambios a largo plazo, han surgido para producir efectos contrarios a los que la opinión pública generalmente aceptada y otras consideraban posibles.

Por ejemplo, si observamos la vida vegetal, en especial las hierbas, en el corto plazo, no vemos que se genere ningún desde la propia planta. Con ayuda de la fotografía de cámara rápida, vemos algo parecido al movimiento intencional. Para el ignorante, esta "intencionalidad" que exhiben las plantas tiene un encanto místico; para el científico, dichas anomalías, como las de las órbitas elípticas de Kepler, llevan al descubrimiento de algún principio antes oculto que gobierna procesos a escala universal.

Algo similar a ese mismo problema de método surge cuando intentamos explicar los procesos sociales en términos de la experiencia de una década, o incluso de una generación. La escala de tiempo adoptada para la observación realizada es demasiado breve como para mostrarnos mediante la estadística el proceso de cambio implícito cuyos efectos saldrán a la superficie en un momento dado. Así, las medidas adoptadas en base a la experiencia de corto plazo relativo, seguido le estallan en el rostro al creyente en un plazo ligeramente largo.

Así son los ciclos económicos, como el de 1964–2003 que acarreó el desplome en marcha del actual sistema financiero–monetario mundial.

La tragedia de la civilización europea moderna posterior a 1945, después de Franklin Roosevelt, en realidad comenzó con la convención del Partido Demócrata de mediados de 1944 para escoger candidatos, pero la onda larga de decadencia que atenaza al sistema financiero–monetario mundial actual estalló en 1962–1964, al alba de acontecimientos tan decisivos como la crisis de los proyectiles de 1962, el asesinato del presidente Kennedy y la declaración oficial de la guerra de los EU en Indochina.

Remontándonos a la forma como ocurrió el derrumbe del sistema de Bretton Woods de 1944–1964, vemos que la crisis económica mundial presente se originó en 1964–1966, y se apoderó de los asuntos mundiales con la adopción del sistema financiero–monetario de "tipos de cambio flotantes" ahora en bancarrota, en 1971–1972. La gente que insiste que "no puede meterse de vuelta la pasta de dientes en el tubo", como una forma de defender la continuación de las tendencias recientes de una década, o de incluso una generación, entra en pánico cuando del huevo que ha estado empollando sale un agresivo monstruo homicida, tal como una nueva forma sistémica de depresión económica generalizada. Aun hoy, cuando la ruina inevitable del sistema financiero–monetario actual es abrumadoramente obvia, los fanáticos desesperados y necios parecidos todavía escudriñan en busca de señales de recuperación espontánea del sistema financiero condenado.

Esa experiencia de 1964–2003 debió haber llamado la atención al motivo por el cual el análisis estadístico seguido es ineficaz para definir los efectos a largo plazo de las tendencias de corto o mediano plazo. Los métodos reduccionistas, lineales, de análisis estadístico, son intrínsecamente incapaces de definir los procesos no lineales que supuran, aunque escondidos en un margen de error estimable, en las formas por lo regular simplistas de cálculos a corto plazo. La historia es de una naturaleza intrínsecamente revolucionaria, y las revoluciones inevitables seguido toman por sorpresa a las instituciones y costumbres establecidas. En tales ocasiones, los procesos históricos más arraigados y de más largo plazo brotan para mofarse de los hábitos y de las clases dirigentes decadentes de los últimos tiempos.

De ahí que, cuando consideramos el largo plazo, se nos muestra, una vez más, que son los procesos de cambio subyacentes los que determinan los acontecimientos, y no los meros acontecimientos los que definen dicho cambio.

La colonización como un proceso complejo

Para entender cómo se desarrollaron las actuales diferencias culturales entre Europa y las Américas, veamos el proceso de cambio que las ocasionaron, un proceso que se remonta a fines del siglo 15, y a los tres siglos subsiguientes de colonización de las Américas.

Dicho proceso de cambio per se, desatado con el Renacimiento Dorado del siglo 15 en Europa, y también por la reacción de odio del viejo sistema contra ese Renacimiento, gobernó un proceso de colonización en beneficio propio, un proceso complejo que incluía la disposición natural del hombre para descubrir lo universal, así como el conflicto que aceleró con la onda larga de las guerras religiosas orquestadas por Venecia en Europa.

Antes del Tratado de Westfalia, la Compañía de la Bahía de Massachusetts constituye el ejemplo más sobresaliente del esfuerzo por establecer verdaderas repúblicas soberanas en la Norteamérica anglófona. Bajo la Restauración de los Estuardo surgió la crucial colonia de Pensilvania —principalmente entre Virginia y Nueva Inglaterra—, que encarnaba un propósito similar al del proyecto original de Massachusetts con los Winthrop y los Mather. Con el detestable ascenso al poder del brutal Guillermo de Orange, y de lo que habría de convertirse en la Compañía de las Indias angloholandesa, de Barings, Lord Shelburne, etc., el rompimiento de los americanos con la recién establecida monarquía de la Compañía de las Indias Orientales británica de 1714 constituyó un impulso más o menos inevitable, como lo planteaba mi colaborador, el historiador H. Graham Lowry, quien falleciera hace poco.

En el intervalo de 1763 a 1789 —el período del surgimiento de la causa por la independencia americana, dirigida por Benjamín Franklin— el temple de las corrientes intelectuales más destacadas de Europa convergía con el de la naciente república estadounidense, casi al punto de ser idénticos. Todo círculo intelectual decente de Europa, de forma más notable los humanistas clásicos de la segunda mitad de ese siglo, adoptaron como su causa la libertad de la nueva república en las Américas. La división vino en 1789–1815, y hasta la fecha el movimiento humanista clásico de Europa no ha recuperado por completo su influencia.

Actualmente, la tradición cultural del humanismo clásico tampoco está precisamente en buenas condiciones que digamos en las instituciones de los EU. Sin embargo, la marcada diferencia determinada por la historia en el período que siguió a 1789–1815, en dirección a una perspectiva orgánica entre los EU y Europa, persiste hoy como una diferencia subyacente en la óptica del mundo a ambos lados del Atlántico.

El efecto de la existencia continua de la institución constitucional de la presidencia de los EU, de 1789 a la fecha, constituye el factor determinante permanente más eficiente de esa diferencia. El flujo y reflujo en la calidad de la Presidencia de los EU, más que el del poder legislativo, es lo que principalmente determina la disposición cambiante de la población y de las instituciones populares en general, misma que a su vez determina lo primero. Entre tanto, es la diferencia históricamente determinada del gobierno parlamentario dominado por el modelo liberal angloholandés de banca central independiente, hegemónico en Europa, el que sitúa la más importante de las diferencias sistémicas de fondo, y las fricciones resultantes, entre los EU y Europa hoy día.

Sólo por mostrar la otra cara de la moneda, el legado de Juan Bautista Colbert y de Lázaro Carnot no se ha arrancado aún de la historia viva de la Francia del presidente Carnot, después de 1789, como lo muestran Gabriel Hanotaux, Juan Jaurès, o mis amigos ya fallecidos, madame Marie Madeleine Fourcade y el general Gabriel Revault d'Allonnes. Los procesos de cambio histórico que están en marcha en los EU se centran en la institución de la Presidencia, con la cual están comprometidos por instinto todo patriota importante. El desenvolvimiento permanente de los procesos de largo plazo y más de fondo del desarrollo cultural, tarde o temprano brotará para reafirmarse en los acontecimientos superficiales. Así, a pesar de todos los problemas, la especie humana, que si fuese como los simios no habría pasado de varios millones de individuos, está representada hoy día por una población que se calcula rebasa los seis mil millones de individuos.

En el largo plazo, los procesos vivos dominan cada vez más a los no vivos, y aumenta el poder del hombre sobre las especies vivas y no vivas inferiores. El resurgimiento pertinaz del progreso humano refleja esas fuerzas de largo plazo de la historia que, en última instancia, se imponen a las tendencias contrarias de corto plazo. Al final, los que prevalecen son los individuos creativos cuya obra coincide con la intención de los procesos a largo plazo. El desafío consiste en lograr que la humanidad atraviese los períodos aberrantes de más corto plazo, tan a salvo como sea posible.

Un caso típico de estas diferencias en los procesos de la historia moderna, es el engaño muy difundido entre los europeos, que uno supondría más listos, de que el trabajo original en Bretton Woods en gran medida fue resultado de la influencia de John Maynard Keynes. Keynes representa el funcionamiento característico de un sistema de banca central independiente, en tanto que Franklin Roosevelt fue un estadounidense de la tradición conciente y directamente opuesta del primer secretario del Tesoro Alejandro Hamilton. Roosevelt llevó al mundo a la victoria sobre las fuerzas de la internacional sinarquista, con los recursos que aglutinó en torno a un enfoque de banca nacional tan parecido a las nociones tradicionales del Sistema Americano como era posible entonces. Para cualquiera que haya estudiado con cuidado la crisis en la formulación de políticas durante la era de Roosevelt —como yo lo he hecho, en parte de primera mano, y en gran medida por estudios históricos—, el muy regulado sistema de tipos de cambio fijos de la posguerra expresa ese mismo propósito. Este sistema sólo es posible bajo una presidencia de las características constitucionales de la de los EUA.

Los estadounidenses, al menos los que sabemos algo de nuestra nación y de cómo funciona, en especial los candidatos presidenciales dedicados y en serio calificados, como yo, de hecho forman parte orgánica de nuestra institución presidencial, y nos identificamos principalmente con las responsabilidades inherentes al carácter constitucional de la Presidencia como institución. Hay otras cuestiones determinadas en lo funcional, de una diferencia cultural más o menos orgánica entre Europa y los EUA, pero esta cuestión de la relación de la Constitución con el funcionamiento de la Presidencia —a diferencia de las típicas nociones liberales angloholandesas de gobierno parlamentario— constituye la diferencia filosófica más importante dividida por el Atlántico; esta diferencia se torna decisiva cuando hace erupción una crisis económica financiero–monetaria general de forma existencial, como ahora.

Como pondré de relieve en la parte final de este informe, el hecho crítico de la fase terminal del derrumbe en marcha del sistema financiero–monetario mundial existente, es que no hay solución para Europa, en particular en el marco de la tradición liberal angloholandesa. Para un necio, el intento de hacer que la tradición liberal angloholandesa existente "funcione mejor", es diligencia. El hecho de que toda crisis financiero–monetaria de Europa tiende a botar en la basura a los gobiernos parlamentarios, y a remplazarlos por alguna otra forma de gobierno, incluso el fascismo, expresa la impotencia intrínseca del modelo liberal angloholandés moderno de gobierno parlamentario.

Esa es la tradición que tiene que sustituirse, como lo han sabido los líderes de la Revolución Americana desde la época de Benjamín Franklin. Esta es una lección que debió aprenderse desde la secuela de la gran crisis financiero–monetaria de 1928–1933. El intento de aferrarse demasiado tiempo a la supuesta santidad constitucional de un liberalismo angloholandés hegemónico, creó las condiciones en que las únicas alternativas a mano son cambiar en dirección al modelo constitucional estadounidense de banca nacional, o a una tiranía. Una consecuencia paralela del modelo angloholandés amenaza hoy con arrojar a las naciones de Europa al caos, y con nuevas dictaduras.

Por tanto, bajo la irremediable crisis de desintegración del sistema financiero–monetario mundial actual, sigue sin haber una solución para Europa o para el mundo en general, a menos que Europa estuviese dispuesta a adoptar el modelo constitucional estadounidense de banca nacional, en una asociación basada en "la ventaja del prójimo", una asociación con unos EUA bajo una Presidencia al menos ligeramente mejorada. Para hacer ese cambio en las relaciones, tenemos que examinar ciertas suposiciones axiomáticas ocultas que, a menos que se desenmascaren, impedirán que dicha cooperación indispensable ocurra.