Análisis de LaRouche Resumen electrónico de EIR, Vol. II, núm. 17

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Mi papel único en las Américas

La declaración que sigue la emitió el 30 de julio de 2003 LaRouche in 2004, el comité de la campaña presidencial de Lyndon LaRouche.

Doy cuenta aquí de ciertas implicaciones relevantes, esenciales, de esa profunda responsabilidad que deviene de mi papel, al presente indispensable, en la lucha contra el proceso en marcha de tratar de destruir las repúblicas de Centro y Sudamérica. En las condiciones desarrolladas a partir 1982, los rasgos económicos y relacionados de la soberanía de algunas de esas repúblicas ya han dejado de existir de hecho. En otras, tales como Argentina, se ven amenazadas en lo inmediato. Bajo el impacto de la crisis de desintegración general actualmente en marcha de la forma posterior a 1971 del sistema monetario–financiero mundial de "tipos de cambio flotantes" del Fondo Monetario Internacional (FMI), la destrucción total de las soberanías de todas las repúblicas de Centro y Sudamérica es la catástrofe inminente a conjurar. En un período tal de la historia universal, el mundo entero sólo tiene disponible una alternativa libre a la cual abocarse. Por tanto, yo, en mi condición de ser uno de los principales candidatos presidenciales para las elecciones estadounidenses de 2004 en términos de apoyo financiero popular, estoy dedicando todos los medios a mi disposición a fomentar la única alternativa de solución disponible para la civilización en la coyuntura actual. El caso de Centro y Sudamérica es una parte relevante, y especial para mí, de un esfuerzo integral que refleja mi dedicación más amplia por toda la humanidad.

No sólo estoy comprometido a esa causa. Al momento mi contribución es indispensable, si es que las naciones de Centro y Sudamérica, en particular, han de tener alguna esperanza de sobrevivir. En términos específicos en estos momentos, bajo esas condiciones, las esperanzas de que esas naciones sobrevivan dependen de la eficacia con la que yo continúe desempeñando este papel personal excepcional, en tanto dirigente intelectual y político en cuanto a este asunto, por todo nuestro hemisferio.

Este papel es una continuación del que he venido desempeñando, más o menos de manera conspicua, en diversas ocasiones desde mi defensa de Iberoamérica contra la guerra de las Malvinas de la primera ministra británica Margaret Thatcher en la primavera septentrional de 1982. Ello continuaba la actividad que inicié en las postrimerías de esa guerra de las Malvinas, cuando traté de evitar, o al menos resistir, el esperado ataque contra México a fines del verano septentrional por parte de los que entonces eran intereses financieros centrados en Nueva York.

Mi preocupación por la situación de México en el corto plazo me sumió en apremiantes preparativos para emprender acciones precautorias, entre ellas la elaboración y publicación de mi informe Operación Juárez. Ese informe fue el manual que guió el papel que desempeñé posteriormente, de agosto a octubre de 1982, en la defensa de México contra el ataque de fuerzas extranjeras específicas. Estas era fuerzas que de hecho descendían de los mismos intereses financieros, con centro en Europa, en aras de los cuales Napoleón III desplegó en México el saqueo y la ocupación de corte nazi de Maximiliano de Habsburgo. Ese informe, Operación Juárez, refleja lo esencial de lo que continúa siendo mi política para las Américas hoy.

En los casos de Argentina y México ese año, actué, en tanto figura pública estadounidense destacada, en base a una autoridad legítima que seguía la misma tradición estadounidense de derecho internacional bajo la que, desde mediados de los 1970, yo, como candidato presidencial de los EU, he conducido una defensa que continúa al presente de la soberanía de las repúblicas de Centro y Sudamérica. Esa cuestión de derecho internacional debe resumirse como sigue.

Esta tradición de derecho que invoqué en defensa de Argentina y México entonces tiene sus raíces en una política oficial, ratificada posteriormente por varios tratados, que se introdujo al derecho por primera vez, en la forma del consejo que el secretario de Estado estadounidense, John Quincy Adams, le dio al presidente James Monroe en 1823. Como escribí en mi libro de 1977, The Case of Walter Lippmann (El caso de Walter Lippmann), esa Doctrina Monroe, enunciada por Monroe, pero creada por Adams, definió una política estadounidense vital de defensa estratégica de largo plazo, un cometido a largo plazo con el esfuerzo por establecer y defender una comunidad de principio entre las nacientes repúblicas de las Américas. Esta doctrina de Adams comprometió a los EU a organizar una defensa común, tan pronto como tuvieran la fuerza para hacerlo, contra esas fuerzas internacionales depredadoras de Europa, que a partir de los 1920 se conocen en las Américas bajo el nombre de sinarquismo.

Esa doctrina estadounidense, así definida por Adams, se aplicó con fuerza por primera vez en la expulsión de México en 1866 del ejército de ocupación de Francia por parte de los EU. Esas tropas francesas se retiraron por órdenes de los EU, terminando así con los ataques de los socios españoles y otros de Napoleón III, en su empresa de corte nazi para instalar al bandido títere de Maximiliano de procónsul de esa ocupación y saqueo genocida de México. Esa orden de los EU llevó a la caída del tirano Maximiliano, y posibilitó la restauración del Gobierno legítimo del presidente Benito Juárez. Esas fueron las circunstancias históricas de los 1860 que adopté como precedente para titular mi documento de agosto de 1982, Operación Juárez.

Como a dos años de haberse publicado ese documento, obtuve una amplia colección de material de inteligencia militar estadounidense antes secreto, recién desclasificado, al igual que archivos parecidos de la Oficina de Servicios Estratégicos, del FBI y de los servicios de espionaje de Francia, sobre el asunto de los sinarquistas. Esos archivos, que documentaban hechos del período de los 1920 hasta 1945, complementaron lo que aprendí de veteranos de relativo alto rango, que participaron de forma directa en el combate contra el fascismo durante la guerra. Estos informes se han complementado posteriormente con otras masas de documentos de y sobre los sinarquistas, recabados como parte de una investigación continua de contrainteligencia sobre las raíces ininterrumpidas del fascismo. Algunos informes que contenían pruebas fidedignas de estas fuentes los publiqué en México y en otras partes. En un informe televisado nacionalmente en los EU al concluir mi campaña presidencial de 1984, sobre asuntos relacionados de la política exterior estadounidense, detallé algunas de las conexiones fascistas de los sinarquistas de México que había en ese momento. A últimas fechas, yo y mis asociados hemos abordado con amplitud este mismo tema en informes basados tanto en eso como en otros conocimientos mucho más amplios de los problemas estratégicos actuales, informes que circulan de forma generalizada en los EU y Europa (ver el folleto de LaRouche in 2004, "The Children of Satan: The `Ignoble Liars' Behind Bush's No-Exit War", en español, "Los hijos de Satanás: los `mentirosos innobles' tras la guerra sin salida de Bush").

Maximiliano murió hace mucho, pero los sinarquistas que representan su causa siguen lozanos en Centro y Sudamérica, y se cuentan entre los círculos neoconservadores ahora asociados con el vicepresidente estadounidense Dick Cheney. La supervivencia de los Estados de Centro y Sudamérica requiere reconocer y derrotar pronto el peligro que estos fascistas representan. Los identifico de nuevo aquí, brevemente.

Como subrayo en el cuerpo de este informe, el sinarquismo es una excrecencia de una organización controlada por financieros que se remonta al siglo 18, y cuya influencia y efectos en la época de Adams los representaron las prácticas depredadoras en pugna y combinadas de la monarquía británica y su rival, la Santa Alianza encabezada por los Habsburgo. Aquellos conocidos hoy como los sinarquistas financieros, son los herederos de una camarilla de banqueros privados de la que fueron representativos los círculos suizofranceses francófonos de Schlumberger, De Neuflize y Mallet en el siglo 18, y también el ilustrativo caso histórico de Jacques Necker. Estos eran emblemáticos de los círculos que surgieron como contendientes por el poder financiero mundial mediante su asociación con el primer fascista moderno, el tirano Napoleón Bonaparte. Ascendieron a una forma imperial de poder como banqueros de ese bandido Bonaparte, y continuaron como una variante ultraconspiradora de secta francmasónica cabalística supersecreta, conocida como los martinistas. Ellos siguen siendo el principal adversario de los Estados de Centro y Sudamérica bajo ese nombre, desde los 1920 hasta la fecha.

Ha sido mi guerra personal contra esos mismos sinarquistas desde 1984 y, de hecho, desde incluso dos décadas antes, la que desde los 1970 me ha acarreado mis notables enemigos principales hoy, de cualquier parte del mundo, incluyendo a varios fascistas que actúan bajo una fachada religiosa en los EU y en México, desde entonces hasta la fecha. La camarilla neoconservadora en torno al actual Gobierno estadounidense del vicepresidente Cheney es emblemática de los lacayos de librea desplegados por una secta de banqueros privados sinarquistas, conjunto que apenas representan los círculos neoconservadores de Robert Mundell y demás dentro y fuera del consejo editorial del Wall Street Journal, tales como mi viejo enemigo personal Robert Bartley.

En este informe identificaré, primero, lo que todo ciudadano interesado de las naciones de las Américas tiene que llegar a reconocer, y pronto, como la amenaza sinarquista contra todas y cada una de nuestras repúblicas. Después de eso, y segundo, pondré de relieve los rudimentos de la política necesaria para aplastar a este enemigo.


Wall Street Journal, Robert Bartley

1.  ¿Qué es el sinarquismo?

Desde la época de la consolidación inicial del poder combinado de la forma imperial de potencia financiera oligárquica marítima de Venecia y sus aliados hidalgos normandos, en un intervalo que comprende desde antes de la conquista normanda hasta la caída de Ricardo III de Inglaterra, el resabio de la tradición pro imperialista de los financieros de esa forma feudal dominada por los normando–venecianos ha sido el principal enemigo perpetuo de la institución de la república soberana moderna, una reforma que propusieron, sucesivamente, Dante Aliguieri y el cardenal Nicolás de Cusa. Esta reforma se estableció por primera vez con los precedentes de la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII, en el transcurso del Renacimiento europeo del siglo 15. Las brutales guerras religiosas y obcenidades satánicas relacionadas posteriores del intervalo dominado por los Habsburgo y dirigido por Venecia, de 1511 a 1648, previo al Tratado de Westfalia, son representativas de las acciones de los reaccionarios feudales que lucharon por revivir y continuar la tradición de la simbiosis medieval normando–veneciana.

Por desgracia, pese al gran legado del Tratado de Westfalia de 1648, el impacto combinado de la criminal expulsión de los judíos de España en 1492 y la de los moros posteriormente, y la reacción de 1511–1648 encabezada por Venecia, dejó profundas heridas culturales en la cultura europea como un todo, heridas cuyos efectos no han sanado hasta la fecha. En esas circunstancias, el empirismo del siglo 17 de Paolo Sarpi, Galileo Galilei y René Descartes desató una orgía de sofisterías, que la "Ilustración" kantiana y neocartesiana del siglo 18 continuó. Todas y cada una de éstas son sectas reducccionistas en lo filosófico que, como recalqué en "Cómo visualizar el dominio complejo" (ver Resumen electrónico de EIR No. 15 ), expresan, al igual que los existencialistas, una negación específicamente satánica de la posibilidad de que exista cualquier diferencia conocible entre el hombre y la bestia.

Fue la orgía de sofisterías que representantan les corrientes reduccionistas la que creó el ambiente en el que los enemigos del republicanismo lanzaron a los agentes británicos Felipe Égalité, Jaques Necker, Georges Jaques Danton y Jean–Paul Marat contra Francia en 1789. Fueron las circunstancias así creadas las que alimentaron la subsiguiente tiranía del primer dictador fascista moderno, Napoleón Bonaparte. Estos acontecimientos en la Francia de 1789–1815 representan la misma calidad de pruebas sobre las cuales la inteligencia militar estadounidese de 1920–1945 se basó, en hechos, para caracterizar de forma correcta al sinarquismo como "nazi–comunista". Los casos de los sinarquistas estadounidenses contemporáneos, tales como el neoconservador Richard Perle, y varios ex trotskistas que brincan de la izquierda a la derecha sin pasar por el centro, como los casos de Boris Souvarine, Alexandre Kojève o el Laurent Murawiec del Instituto Hudson, son —igual que el propio salto de Napoleón, de jacobino a fascista— típicos de esa característica nazi–comunista del sinarquismo actual.

El sinarquismo se creó como una contramedida a la Revolución Americana de 1776–1789. Hasta la fecha, como yo personalmente he estudiado de cerca una muestra de tales casos clínicos, su odio contra el legado de esa Revolución Americana a menudo es una característica distintiva que es visible de inmediato de la variedad sinarquista de la personalidad fascista, que con frecuencia se manifiesta de forma clínica como el eje de un violento cambio del sujeto de "izquierda" a "derecha". Este curioso antiamericanismo tiene un precedente sociológico pertinente en la historia de Europa de 1789–1815.

La Revolución Francesa se creó adrede desde arriba como una reacción contra la influencia contagiosa —sobre Europa y sobre los nacientes estados de Centro y Sudamérica — del logro de la independencia de los EU, y de las implicaciones de la Constitución federal de los EU para el derecho internacional. El borrador de constitución que Jean–Sylvain Bailly y el marqués de Lafayette presentaron infructuosamente para la monarquía francesa, representaba esa influencia estadounidense. Por otro lado, la "Vieja Europa" antiestadounidense de esa época la representaba una ansiosa alianza entre una colección de potencias liberales imperialistas marítimas, y diversas monarquías continentales de una inclinación más tradicionalmente pro feudal. Los potentados de la "Vieja Europa", como los representaban las monarquías antiestadounidenses rivales británica y habsburga, temblaban en sus centros de poder, temblaban en reacción al estruendo sísmico americano que venía del otro lado del océano. Los conservadores pro feudales de entre esos dirigentes europeos buscaban defender sus tronos. En tanto, en Francia brotó una forma diferente de reacción contra los EU: las olas sucesivas, izquierdistas y derechistas, del Terror jacobino, y la naciente tiranía "reaccionaria" de izquierda y derecha del emperador Napoleón.

Aquí necesitamos resumir esa reacción diferente de la Francia de los 1790, para mostrar cómo es que surgió lo que hoy llamamos fascismo.

De 1776 a 1789 el apoyo para la causa americana reverberó por todas las islas británicas y el continente. Los más grandes artistas e intelectos científicos, y otros, tales como los participantes de las sociedades de lectura de Alemania, por lo regular eran partidarios de la causa americana. Cierta sección de la intelectualidad de la aristocracia francesa le brindó la mayor simpatía política. Esta parte de la intelectualidad francesa, representada por Antoine Laurent de Lavoisier, quien fuera asesinado judicialmente, fue el blanco principal a ser erradicado para los servicios británicos y de otros países extranjeros que controlaban a agentes tales como Felipe Égalité, el banquero suizo Jaques Necker, Danton, Marat, etc.

De modo que, la primera etapa de la Revolución Francesa, se consumió por el surgimiento del Terror, un reino de terror encaminado a erradicar gran parte de esas fuerzas en Francia aliadas a la causa de la república estadounidense; la segunda fase, reaccionaria, fue el esfuerzo por establecer un imperio basado en los precedentes del derecho romano de los césares. Esto se convirtió en esa forma napoleónica de imperialismo conocida en el siglo 20 como fascismo.

La organización financiera del sistema construido en torno a la incipiente figura imperial de Napoleón estaba dominada por cierto tipo de influencia mercantil–bancaria, sobre todo de una ralea suiza francófona, una especie de mentalidad bancaria que tendía a parodiar a la secta cátara del valle del Ródano, y que también disfrutaba de importantes conexiones de negocios con los círculos de los directivos de las Compañías de las Indias Orientales angloholandesas. La conexión de Necker, a través de Edward Gibbon y demás, con el lord Shelburne del banco Barings, era meramente emblemática.

Cabe destacar que Danton y Marat eran agentes adiestrados en Londres de las operaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores británico dirigidas por el consentido de Shelburne, Jeremy Bentham. Los círculos vinculados a Suiza de la estirpe de Schlumberger, De Neuflize y Mallet, que subieron al escenario de la Revolución Francesa como participantes insignes, fueron figuras decisivas de los amarres napoleónicos; estos banqueros aportaron conexiones duraderas de esta clase a la pelea. La potable figura militar del suizo barón de Jomini, cuyas aberrantes nociones doctrinarias contribuyeron a la guerra del presidente estadounidense James Polk contra México y, después, a consecuencia, al lado confederado de la Guerra Civil estadounidense, aparece en esta colección.

El alguna vez jacobino y capitán de artillería Napoléon, no sólo requirió financiamiento especial para su rápido ascenso de rango, de agente de Maximilien-Marie de Robespierre, a emperador. En particular después de la batalla simultánea de Jena y Auerstedt, Napoleón el emperador en gran medida se convirtió en un bandido, buscando y dirigiendo guerras en pos del saqueo para llenar sus arcas en París, de forma muy parecida a como los amigos de Cheney en las empresas Halliburton y Betchel se abalanzan hoy como buitres sobre los restos postrados de Iraq. Napoleón necesitó comerciantes financieros especialistas en saqueo para el mercado de este pillaje. El fruto adicional de esta simbiosis entre bandido y banquero fue el manto ideológico con el que se cubrió el lado oculto del pensamiento sinarquista contemporáneo. La adición de una interesante parodia ideológica de cabalismo y otras curiosidades arcanas, dio cuerpo a la francmasonería mística, específicamente martinista, de la secta napoleónica.

Con la derrota del emperador Napoleón, sus triunfos efímeros se convirtieron en la "causa perdida" adoptada como modelo para crear futuros imperios. El caso de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, un ex izquierdista pro jacobino extremista, es representativo, al igual que muchos neoconservadores actuales que fueron trotskistas —tales como Albert Wohlstetter de la Corporación RAND— o cosas por el estilo, pero que se volvieron fascistas. Hegel se convirtió, después del período de 1803–1806, en el fogoso romántico cuya admiración rayana en el éxtasis sexual por Napoleón sirvió de modelo para las primeras doctrinas sistemáticas del fascismo: las doctrinas de Hegel de la historia y del Estado. Los más extremados románticos, seguidores de los también románticos Emanuel Kant y Hegel, incluían a los existencialistas del siglo 20 tales como Martin Heidegger y sus compinches de la "Escuela de Fráncfort", quienes reflejaban esa doctrina explícitamente pro satánica de Friedrich Nietzsche. Estos últimos, la camarilla de Nietzsche, Heidegger, Karl Jaspers, Teodoro Adorno, Hannah Arendt y sus seguidores, diseñaron el modelo de la imagen pro sinarquista de Adolfo Hitler como el aterrador hombre–bestia, un diseño a la medida del nuevo Bonaparte, como el mismo Hitler se consideraba, al menos a cierto grado.

La esencia utópica del mal

Estos seguidores del legado imperial de Napoleón no eran simples bandidos, sino monstruos. Matar y robar son conductas criminales, pero no son comportamientos satánicamente perversos en sí mismos. Los sinarquistas no son meros criminales, son monstruos, tan perversos como puede considerarse que lo fue Hitler. Son perversos por la naturaleza adoptada de la forma utópica de devoción religiosa a la maldad, como la del destacado texano Tom DeLay, que forma parte de su sistema de conducta.

Este es el secreto para entender al adversario sinarquista de la humanidad hoy día. El papel de Hegel en delinear una teoría de la historia y el Estado para ajustarla al modelo napoleónico es la llave para identificar con precisión el factor satánico decisivo. Hegel le dio al fenómeno napoleónico un carácter sistémico; la forma en que sinarquistas perspicaces como Alexandre Kojève de París reconocen en Hegel la doctrina del "fin de la historia" y la receta para un "hombre–bestia" dionisíaco para gobernar a la sociedad, es un ejemplo pertinente del asunto.

Puesto que el principal público objeto de este informe lo componen personas de habla hispana o portuguesa, consideremos tres ejemplos de una forma sistémica de maldad de la historia de España y sus colonias.

Primero, está el ejemplo de la expulsión de los judíos y los moros de España. Esto le dio a la España de Isabel un toque de maldad sistémica desde el principio.

Segundo, sin embargo, ella no fue culpable de uno de los principales crímenes de la monarquía española, el tolerar la esclavitud, que fue, junto con el peonaje, con una interrupción muy notable en el siglo 18, la práctica continua de España hasta fines del siglo 19. La apología religiosa que hacía España de la esclavitud se disculpaba con el supuesto de que las personas de tez oscura de descendencia africana por naturaleza estaban predestinadas a ser propiedad, bajo el argumento de que no eran verdaderamente humanos. El uso de semejante argumento teológico, presentado como dentro de los confines del cristianismo, representa una calidad de maldad pro satánica, precisamente porque es un crimen contra la propia institución del cristianismo.


Escenas de venta de esclavos, siglo XIX

Tercero, fue el argumento en apariencia teológico, relacionado a ése, en apoyo de la esclavitud, de la ya referida institución del peonaje, como en el caso de México. De nuevo, cuando la hacen gnósticos en el profanado nombre de la Iglesia cristiana, semejante defensa del peonaje es un crimen contra el cristianismo, al igual que en otras formas. Ese es un rasgo de la tendencia hacia el mal en las corrientes derechistas del sinarquismo que se encuentran en las naciones hispanoparlantes, tales como entre los seguidores ideológicos del dictador Francisco Franco.

Mantener a un hombre en la esclavitud, no sólo está mal, sino que es perverso. Sin embargo, si el esclavista sólo es relativamente estúpido, y no trata de convertir semejante práctica en una ley universal, comete un crimen contra la ley natural, pero no es malvado en el sentido de pretender convertir su acto perverso en una ley de la naturaleza explícitamente satánica. La perversidad de Hegel radica en que pretende convertir el sistema napoleónico del bandidaje en un sistema universal perfectible, tal como el satánico de cabo a rabo de Bertrand Russell introdujo la doctrina de "guerra nuclear preventiva" como un medio necesario para lograr que el mundo se someta a un sistema de gobierno mundial.

Vean el caso comparable del "libre comercio". Si un hombre intenta imponer la práctica del "libre comercio" en su conducta personal, puede que sea estúpido, o incluso criminal, pero no necesariamente malvado. Si un conjunto de Gobiernos trata de imponerle el "libre comercio" al mundo, una acción que de forma inevitable tendría un efecto genocida, el intento de hacer del "libre comercio" una especie de sistema universal utópico, eso es una perversidad. En el caso del sinarquista, éste pretende convertir el asesinato y otras formas de pillaje en un sistema universal obligatorio. Eso es lo que Hegel hace, ése es el carácter intrínsecamente perverso de esa secta francmasónica conocida como sinarquismo.

Kojève dejó claro el asunto de forma indeleble con su reconocimiento de la fusión de Hegel y de Nietzsche, y su doctrina dionisíaca relacionada del "fin de la historia". ¿Cómo propone el sinarquista implícito, Bertrand Russell, establecer el sistema de "gobierno mundial", que su confederado H.G. Wells receta en su libro de 1928 La conspiración abierta? Russell propuso recurrir a la amenaza de la "guerra nuclear preventiva", igual a como lo hizo el sinarquista vicepresidente Cheney. En otras palabras, desata un monstruo tan terrible que las naciones se postrarán ante ese dios virtual, pero consumadamente perverso. Ese es el "superhombre" de Nietzsche. Ese es el héroe supremo de la historia implícitamente nazista de la filosofía y la teoría del Estado de Hegel. A ese respecto, la interpretación de Kojève sobre Hegel es exacta.

El mismo argumento de Hegel se refleja en el notorio balbuceo de Kojève y de su seguidor neoconservador estadounidense Francis Fukuyama sobre el "fin de la historia". El de Fukuyama es un concepto sectario puramente satánico, pero que ya estaba implícito en Hegel. Este rasgo del sinarquismo, aunque congruente con las disculpas monárquicas españolas por la esclavitud y el peonaje, se acerca al corazón del sinarquismo como sistema; es fundamental para una entendimiento abarcador del odio del sinarquismo contra el legado de Solón, Pitágoras, etc., quienes a su vez remontan el fundamento de su concepto de la historia hasta Egipto. Las características decisivas de esta contribución griega a toda la civilización europea, que el sinarquismo pretende desterrar, se remontan a Platón, y a la incorporación de los rasgos más esenciales de la obra de Platón en la misión de Jesucristo y de apóstoles tales como Juan y Pablo, de manera más notable.

Ciertos fundamentos de esta "revolución cristiana" se extendieron al judaísmo —como en la obra del amigo del apóstol Pedro, Filón de Alejandría— y al islam. El "fenómeno andaluz", que la España de 1492 buscó destruir, representa, como el califato abasida de Bagdad, un ejemplo de ese principio ecuménico que subyace en la civilización europea en su conjunto.

El rasgo esencial de esta civilización europea, desde Solón hasta nuestros días, se expresa de forma más clara en la noción cristiana del principio mosaico del Genesis 1: que el hombre y la mujer están creados igualmente a imagen del Creador del universo, y que se les asignó y se les dotó con el poder de administrar esa Creación. Esta diferenciación sistémica entre el hombre y la bestia, que transgredieron los gnósticos de la monarquía española, partidarios de la esclavitud y el peonaje, es la base del concepto de historia de la civilización europea.

Como detallo mi argumento en "Cómo visualizar el dominio complejo", la mente humana se distingue absolutamente de todas las especies animales inferiores por su capacidad de discernir objetos, llamados principios físicos universales, que gobiernan el universo, pero que están más allá del poder de la observación directa de la percepción sensorial. Mediante el descubrimiento y dominio de los principios descubiertos por esa capacidad distintivamente humana (es decir, el cápax Dei), el hombre puede cambiar el universo de manera sistemática, transmitiendo descubrimientos de esta clase de una generación mortal a la siguiente. Ese proceso, de aumentar el poder de existir de la humanidad mediante tales descubrimientos y su transmisión, es la historia. El hombre cristiano, el hombre en la tradición clásica griega, es inherentemente prometeico, y lucha contra las fuerzas satánicas oligárquicas del fascista Olimpo de Zeus.

El comienzo de la historia moderna

El Renacimiento europeo del siglo 15, al imponerle al Estado nacional soberano la responsabilidad por el bienestar general de todo el pueblo y de su posteridad por igual, estableció la verdadera historia, la historia moderna. El Estado y su pueblo deben juzgar ahora sus decisiones, el resultado de su desempeño, por las conexiones entre el bienestar general y posteridad, los sinónimos para el bien común y la mancomunidad.

El "fin de la historia" significa poner al planeta bajo el mando de un candidato al título de "anticristo", un monstruo nietzscheano que comete abominaciones de inenarrable perversidad en público, como una forma de tal "superhombre" para aterrorizar a los espectadores, no sólo para someterlos, sino incluso para que emulen hegeliana de la relación amo–esclavo, de las obscenidades que despliega. El resultado es una condición política en la que el pretendido dominio permanente del planeta por parte de semejantes monstruos hegelianos erradica la práctica de aquellas cualidades que expresan al hombre y a la mujer como hechos a imagen del Creador. Ese es el "fin de la historia" al que trató de llegarse con el horror absoluto de la Primera Guerra Mundial, con el horror que representó Hitler, con la doctrina de "guerra nuclear preventiva" de Bertrand Russell y el vicepresidente Cheney, y con el impacto sucesivo de la crisis de los proyectiles de 1962 y el asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963 sobre la generación que entraba a la edad adulta entre mediados y fines de los 1960.

Esta fue la tradición ideológica respaldada por los banqueros, y la composición social de la secta que asumió la matriz conspiratoria de esas formas de sinarquismo que vinieron a asociarse con los notorios regímenes fascistas europeos de las décadas que siguieron al Tratado de Versalles.

Esta secta implícitamente satánica de Napoleón la perpetuaron más allá de 1815, entre otros, oficiales napoleónicos veteranos que se desplegaron como filibusteros en las fronteras de la joven república estadounidense, y que ejercieron una gran influencia en la preconfiguración de la posterior ideología de los conspiradores de la Confederación. El mito de Napoleón, como lo reproduce Le Rouge et le Noir (Rojo y negro) de Henri Beyle, conocido como Stendahl, y otros ejemplos de adoración irracional, encarnó con nueva vida en el régimen de Napoleón III de Francia, el mismo que llamó "Latinoamérica" a la región, expresando así la intención de tomar las ex colonias de España y Portugal. Como en el caso de la intervención de las fuerzas combinadas de la monarquía española pro esclavista, la británica, la francesa, la austríaca y otras fuerzas de ocupación en contra de México, los motivos que tomaron control de inmediato fueron dos principalmente. Primero, los intereses inmediatos de una camarilla de financieros, quienes eran más que nada típicos de lo que hoy se conoce como sinarquistas. Segundo, reforzar un sistema feudal que redujo a la mayoría de la población de México a la condición de ganado humano.

2. En breve, la solución

La solución a la crisis actual cuenta con dos aspectos. Uno es el aspecto formalmente económico de la solución. El otro, es el político. Veamos primero el político.

El Renacimiento europeo del siglo 15 dio el paso revolucionario de introducir la forma moderna del Estado nacional soberano, una forma de Estado cuya autoridad para gobernar se condicionó a la devoción eficiente del Gobierno para con la promoción del bienestar general de todas las personas de las generaciones presentes y futuras. Esto reflejó un principio de ley que la República de Platón discute con gran amplitud, el principio que más tarde sería central para el cristianismo, como lo establece el apóstol Pablo en su célebre Corintios I:13.

Esta revolución en el estadismo fue más allá —y con mayor profundidad— de una interpretación baladí del "bienestar general". La noción del bienestar general se fundó en el concepto de cápax Dei, de que la naturaleza sublime del individuo humano, hombre o mujer, lo sitúa aparte y por encima de las bestias, una criatura que se distingue de éstas por el poder de participar de Dios. Esta idea, que los más grandes teólogos de ese siglo y otros identificaron con la teología implícita del griego clásico de Platón, y de Corintios I:13, implicó el poder del individuo para conocer, y para regir esos principios físicos universales eficientes invisibles a los poderes meramente animales de la percepción de los sentidos.

Estas consideraciones identifican lo que Cusa, Leonardo da Vinci, Johannes Kepler y Godofredo Leibniz definieron como ciencia física antireduccionista y formas clásicas de composición artística, como aquellas formas de la práctica individual y social que son característicamente humanas, a diferencia de lo bestial. Aunque el progreso en el descubrimiento y realización de principios físicos universales y del arte clásico es necesario para mantener y mejorar la condición demográfica de la sociedad, el aspecto moral de esta actividad es lo esencial. Es la participación de la humanidad en el descubrimiento y práctica de estas cualidades sublimes, más que sólo su mentado uso práctico, lo que es esencial para la condición moral de la sociedad. Esa participación debe ser la expresión de la semejanza del hombre, no importa cuán imperfecta, con Dios.

La obligación esencial del Estado no es cuidar de las personas como si fueran animales de granja. Su responsabilidad esencial es cuidar de la humanidad de formas consistentes con la protección y desarrollo de la naturaleza sublime del hombre. Lo único sagrado de la vida humana, como distinta de la animal, es que es específicamente humana. La sociedad debe amar la vida humana, como el Sócrates de Platón y el Corintios I:13 de Pablo definen el significado funcional e intrínsecamente sublime de ese principio de ágape afín a la interpretación conocible de la referencia al "bienestar general" en el preámbulo de la Constitución federal de los EU.

El principio universal de ágape, así comprendido, requiere que toda la sociedad esté compuesta de una comunidad de principio entre Estados nacionales respectivamente soberanos. Esto no significa una suerte de soberanía hobbesiana que le permita a una nación adjudicarse el derecho hermético, soberano, a condonar el canibalismo o la esclavitud, sino un principio universal de veracidad como tal, al que todos los Estados están sujetos. Esto no quiere decir un código fijo de ley positiva, sino la sumisión común a una actividad socrática de búsqueda de la Verdad entre las pesonas y los pueblos. Para que una comunidad tal exista en la práctica, es necesario que las naciones se eleven, al menos, al benéfico estado mental en el que el espíritu de dicho principio pueda llegar a comprenderse y adoptarse de manera eficiente.

Estoy convencido de que la humanidad ha entrado a una era de armas nucleares en la que un rechazo categórico a un gobierno mundial implícitamente imperial (es decir, ultramontano), en favor de una comunidad de principio entre Estados nacionales soberanos, es tanto indispensable como viable. Sé que si yo fuera el Presidente de los EU, bajo las actuales condiciones emergentes de crisis económica mundial y de otras clases, sería viable acordar dicha comunidad de principio entre la mayoría de las naciones y, por tanto, de modo implícito, de todas ellas. El intento por alcanzar ese logro, fraguado en recuerdo de Nicolás de Cusa, Leibniz, Benjamin Franklin y Abraham Lincoln, de prevalecer, será conocido de ahí en adelante como la misión de mi vida. Que así sea. Tal es el temple de mi intención; que se conozca en esos términos.

El mundo actualmente se encuentra bajo el yugo de la fase terminal de la existencia de una forma —condenada de antemano— de "tipos de cambio flotantes" del sistema financiero–monetario mundial dominado por el FMI. De no someterse a ese sistema cruel y estúpido a la intervención de los Gobiernos por bancarrota, y a esas medidas de reorganización general que lo transformen en una forma regulada y proteccionista de sistema de tipos de cambio fijos, este planeta estaría condenado a hundirse pronto en una nueva Era de Tinieblas de probablemente varias generaciones, o más. Hay un conjunto de consideraciones tanto morales como prácticas que tienen que reconocerse y honrarse en la práctica, si es que cualquier nación, en las Américas o donde sea, ha de sobrevivir por más tiempo. Concluyo este informe con un resumen de algunas de estas consideraciones.


La pobreza, esclavitud del siglo XX

A veces el dinero es malo

Al término de una conferencia sobre salud en el Vaticano en 1995, remití un documento en el que presenté un diagrama para ilustrar, a la persona común, las presiones económicas sobre el sistema de salud de la forma más sencilla posible. Pensándolo más tarde, empleé la misma imagen para mi campaña por la candidatura presidencial del Partido Demócrata en los EU. Frecuentemente he usado esa ilustración, y otras relacionadas, presentando las cifras de conformidad con la necesidad de actualizar el panorama de los efectos de cambios decisivos en la economía mundial desde entonces. El mismo tipo de representación gráfica señala una cuestión moral, así como una técnica, que son, ambas, de notable importancia para la conclusión de este informe.

Para empezar, describo las características pertinentes de la gráfica.

La gráfica muestra la naturaleza general de los cambios en las relaciones entre magnitudes de valores financieros nominales per cápita, circulante monetario y producción física neta real, en un período que va del año fiscal de 1966–67 hasta aproximadamente el presente. Desde alrededor de 1999–2000, la pauta para los EU fue la siguiente. Hubo una tendencia hacia un aumento hiperbólico de los valores financieros nominales, un ritmo más lento de aumento en la emisión monetaria y un hundimiento acelerado en espiral de los valores físicos.

Desde la conferencia monetaria en Washington, D.C., en 1998, a la que se convocó al inició del desastre de la empresa de derivados financieros Long Term Capital Management, sucedió un cambio cualitativo. Con la amenaza ominosa e inminente de una crisis en Brasil en febrero de 1999, y considerando la campaña electoral presidencial de 1999–2000, los EU tomaron la decisión desesperada de intentar sofocar nuevas crisis financieras de peso que amenazaban, con un "muro de dinero". No sólo la impresión, sino la emisión electrónica, se sujetó a lo que fue, de hecho, una misión hiperinflacionaria. En 1999 el ritmo de la emisión monetaria tendió a exceder la cantidad de valores financieros refinanciados. En los EU, la burbuja bursátil hipotecaria de las agencias Fannie Mae y Freddie Mac es un reflejo de algunos de los efectos de esa inundación monetaria. Para la primavera de 2000, ese comportamiento ya se había convertido en una tendencia sistémica incuestionable. Para el día de las elecciones en los EU en noviembre de 2000, ya nadie, a excepción de los observadores más necios, podía ocultar el acelerado desplome de la economía estadounidense.

Esta caída de casi cuarenta años de la economía estadounidense aceleró por la transformación del FMI en 1971–72, de un sistema monetario de tipos de cambio fijos a flotantes, pero la decadencia de las economías físicas de los EU y el Reino Unido ya estaba bien avanzada para la época del primer Gobierno de Harold Wilson en este último país. La crisis de la libra esterlina en el otoño de 1967, y la sucesión de crisis del dólar de enero a marzo de 1971, son un reflejo de esto. La demencia monetaria del sistema de tipos de cambio flotantes posterior a 1971 complementó un cambio de largo plazo, más profundo, de la economía estadounidense, de ser el principal motor productivo del mundo, a convertirse en una cultura corrupta "consumista" depredadora, ahora en desintegración.

Contra ese trasfondo histórico, lo que mis gráficas pedagógicas ilustran es esencialmente los siguiente.

El dinero no tiene valor intrínseco per se. Incluso el precio del oro en moneda no es una expresión de valor autoevidentemente intrínseco. En cualquier organización sana de la sociedad, la emisión de dinero es un monopolio de los Gobiernos de los Estados nacionales soberanos. Para evitar la divergencia entre los valores financieros, monetarios y físicos que las gráficas pedagógicas ilustran, el Gobierno, y los Gobiernos deben actuar. Tienen que actuar solos; y tienen que actuar de forma concertada, como se hizo bajo la fase de tipos de cambio fijos del sistema del FMI.

Deben satisfacerse dos objetivos generales. El Gobierno debe administrar los sistemas nacional e internacional en el interés de promover la verdadera formación de capital, y asegurar que el precio del dinero no supere la creación de valores físicos per cápita de la producción.

En cuanto a lo primero, el desarrollo de la economía moderna requiere tasas relativamente enormes de formación de capital físico de producción e infraestructura económica básica. Las inversiones en infraestructura económica básica involucran ciclos primarios de capital de una a dos generaciones, esto es, de 25 a 50 años. En la economía moderna, la proporción saludable de formación de inversión y de mantenimiento de la infraestructura económica básica representa casi la mitad de la producción total de una economía nacional. Para esto, el comercio internacional y los requisitos de préstamo requieren un sistema monetario de tipos de cambio fijos, con tasas de interés simple de entre 1 y 2% anual.

En cuanto a la producción real, se necesitan varias medidas proteccionistas y relacionadas. El compromiso con el desarrollo de la industria a menudo requiere de la protección de una política de comercio justo. Las políticas fiscales deben diseñarse para canalizar los flujos de forma preferencial, al tiempo que satisfacen las necesidades del Gobierno. Un ejemplo de esto es el contraste entre la prudencia del crédito fiscal para la inversión del presidente Kennedy, y el tremendo disparate de la reducción del impuesto a las ganacias de capital financiero de Kemp–Roth.

Para de verdad satisfacer tales fines, debe entenderse, fomentarse y protegerse el papel legítimo esencial de la empresa privada, de las siguientes formas.

En última instancia, no hay otra fuente de ganancia real en una economía nacional o mundial, que no sea la función de esos mismos poderes creativos de la mente individual que generan descubrimientos de principios universales experimentalmente validados, tales como los realizados mediante los métodos de Johannes Kepler y Godofredo Leibniz: cápax Dei. Yo califico eso en "Cómo visualizar el dominio complejo". El progreso en las funciones de la infraestructura económica básica depende de esa fuente de innovaciones basadas en principios; la función elemental de la empresa privada es darle la mayor libertad posible a la expresión útil de tales poderes creativos de las mentes individuales del empresario y sus asociados o asociadas.

Esto obliga al Estado a considerar su responsabilidad de promover la producción y el trabajo de tales productores, tanto el empresario como el empleado. Esta responsabilidad es económica; es, a la vez, una responsabilidad moral de cultivar los poderes asociados con el principio de cápax Dei. De éstas, la responsabilidad moral debe prevalecer. como por ejemplo, en la educación, y, por tanto, también en las condiciones familiares y de la vida en la comunidad.

La misión básica de la economía no es la producción de riqueza, sino más bien la promoción del papel esencial de la producción para la productividad y el sostenimiento de la gente, conforme al potencial creativo que ésta, a su vez, expresa en tales formas de progreso científico y tecnológico comprendidas en el desarrollo del poder productivo del trabajo. Que la presente misión de la economía se defina en razón de liberar a la gente de los últimos vestigios de la esclavitud y el peonaje, para reanimar la verdadera fuerza de la historia, y para promover el desarrollo moral de la gente al nivel más alto posible de su potencial para esa época.


Sepultemos al sinarquismo y con ello la esclavitud.

Esta terrible crisis actual de la economía mundial nos presenta la obligación y la oportunidad para armar un nuevo conjunto de relaciones de cooperación entre Estados nacionales soberanos. Debemos convertir la crisis en una oportunidad aprovechada. Incluso, esto significa el florecimiento y renacimiento, como el del ave fénix, de las casi destruidas naciones de Centro y Sudamérica. Necesitamos con urgencia el sistema mundial en el que sea posible una vez más el desarrollo de esas naciones. Para ello, sepulten al sinarquismo ahí, donde yace, y no dejemos que nunca nos perturbe de nuevo, ni otra cosa parecida.