Economía
Resumen electrónico de EIR, Vol. II, núm. 01

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México: el 'libre mercado' significa una muerte cara


Lyndon LaRouche y Dennis Small durante la Conferencia en Saltillo, México

por Dennis Small y Ronald Moncayo

El gobierno de George Bush ha insistido en la sandez de que para el 1 de enero de 2003 el gobierno de Vicente Fox en México pusiera en vigencia la activación de las disposiciones agrícolas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), por la que desaparecerían, con poquísimas excepciones, los aranceles sobre productos agropecuarios que los Estados Unidos desean exportar a México. Tal acción será la estocada final a la agricultura mexicana, de por sí ya devastada por las medidas de desprotección y libre comercio que se han impuesto en México desde 1983, intensificadas en 1992 con la adopción formal del TLCAN.


Vicente Fox y Georgw W. Bush, presidentes de México y
Estados Unidos respectivamente

Esta siguiente fase del proceso causará el desempleo y desahucio de hasta un millón de mexicanos ya sumidos en la miseria, encima de los 1,78 millones desplazados del agro en los nueve años de vigencia del TLCAN hasta la fecha. A falta de otros medios de subsistencia, buena parte de la nueva población ociosa procurará ingresar ilegalmente a los Estados Unidos.

La crisis clama a gritos por las recientes propuestas del precandidato presidencial demócrata estadounidense Lyndon LaRouche, de un programa acelerado de construcción de infraestructura a ambos lados de la frontera México–EU, para crear los empleos que tan urgentemente se necesitan. Es bien conocido que México necesita, lejos de perderlos, crear cerca de un millón de empleos nuevos al año, tan sólo para mantener el mismo ritmo de crecimiento que su fuerza laboral. Pero Washington, a instancias de Wall Street, insiste en cambio en revivir el llamado "Plan Paddock" de genocidio institucionalizado, propuesto desde mediados de los años setenta por el lunático William Paddock.

Por aquel entonces Paddock, agrónomo empleado por el gobierno estadounidense en programas financiados por la Gulf Oil y los intereses Mellon en América Central, decía que la forma de reducir la población mexicana (a la sazón, de 68 millones; ahora son más de cien) era "cerrar la frontera, y dejarlos que griten". Muy confiadamente decía el buen agrónomo que ello desataría "hambre, guerra y pestilencia" que conseguirían reducir marcadamente la población.

En 1976 Lyndon LaRouche hizo un pronunciamiento por la televisión nacional estadounidense, advirtiendo sobre la existencia y las funestas consecuencias del Plan Paddock. En la actualidad, en condiciones de un desbarajuste financiero mundial y las medidas de represión fascista que promueve el procurador general estadounidense John Ashcroft para vigilar más estrictamente la frontera —so capa de la presunta "guerra al terrorismo"— la nueva versión de la estrategia de Paddock daría resultados tan horripilantes como los que originalmente preveía, si acaso no peores.

Los círculos de Wall Street y la City de Londres han apostado en grande al "éxito" que le vaticinan al TLCAN y su nueva fase del 1 de enero, motivo por el cual se las han arreglado, entre otras, cosas, para ocultar alrededor de dos tercios de la verdadera deuda pública interna de México. Estos intereses financieros enfrentan una creciente oposición política al dogma del "libre comercio", tan popular en los años noventa, y que tan rotundos fracasos registra sin falta. En Europa, aumenta la hostilidad por el Tratado de Maastricht, con sus restricciones presupuestarias imposibles de cumplir. Por toda Asia cunde la renuencia a dejarse destripar otra vez por los flujos de capital especulativo, como ya les ocurrió en 1997. En Iberoamérica, región sometida por terror a los "ajustes" impuestos por el FMI a partir de 1982, hay oposición de brazos cruzados y otras medidas de resistencia tímida al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que quiere Washington para el hemisferio. Encabeza la resistencia el Brasil, que en tanto nación más industrializada del continente es la que más lleva las de perder. Y en los mismos Estados Unidos el electorado empieza a dar señas de haberse hartado de la desastrosa política del libre comercio, como lo ilustran las recientes elecciones al Senado de los EU en el estado de Luisiana.

Mas la élite financiera internacional no puede menos que insistir en la ejecución de su Plan Paddock, por mucho que ello mismo pudiera ser lo que dé pie a su propia extinción.

Aguantando hambre por 'el mercado'

En diciembre de 1992, cuando se concluyó el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, México y los Estados Unidos, el acuerdo contenía una bomba de tiempo puesta para estallar una década después: el 1 de enero de 2003. El TLCAN inicial, minuciosamente estructurado para abrir completamente a México al saqueo desenfrenado del capital especulativo internacional, contenía disposiciones de reducción de aranceles de una serie de productos comerciales. Pero México insistía tan tajantemente en la protección de ciertos bienes agrícolas esenciales —ya que su capacidad de producción interna de alimentos era la única garantía de poder seguir sosteniendo su propia población— que se acordó excluir esos renglones del régimen de eliminación arancelaria por toda una década. Tal plazo le parecía entonces a muchos mexicanos una eternidad; hete aquí, sin embargo, que la fecha ya llegó.

El 1 de enero de 2003 México debía reducir a cero los aranceles de importación de veinte importantes productos agropecuarios, entre ellos el pollo y otras aves (que antes de esa fecha tenían un arancel de 49,5 por ciento); las papas (52 por ciento); los huevos (9,5 por ciento) y la cebada (24,3 por ciento). Todos los alimentos procesados, incluidas las pastas de harina también quedarían en cero arancel. Sólo se excluía de la eliminación inmediata de aranceles un puñado de renglones, tales como el maíz y los frijoles, pero también esos aranceles se eliminarán paulatinamente del 2003 al 2008.

Se le ha dicho a los mexicanos que las realidades de la globalización requieren competir en el mercado mundial, aunque ello signifique la "reducción" (léase muerte) de la producción nacional de alimentos. A los estadounidenses, entretanto, se les dice que los beneficiados de este darwinismo despiadado serán los agricultores y ganaderos de ese país; la verdad tras esa mentira, empero, es que los únicos beneficiados serán gigantescas multinacionales alimentarias tales como Cargill, Tyson y ADM, que han invadido el mercado mexicano con sus exportaciones baratas.

La manera más fácil de darse una idea de lo que significará de veras esta nueva fase del TLCAN, tanto para México como para los Estados Unidos, es ver lo que ha pasado en el caso de otros productos agropecuarios que ya se han "liberalizado" bajo la política del TLCAN y el FMI.

Está el caso del arroz, otro renglón básico de la dieta mexicana, cuyos aranceles se redujeron hace años. En la gráfica 1 se aprecian las proporciones de arroz nacional y arroz importado en la dieta mexicana, medida en consumo per cápita, de 1980 a 2001 (en este caso, al igual que en las tres gráficas siguientes, las exportaciones mexicanas de estos productos son insignificantes).

Lo primero que debe notarse en la gráfica 1 es la marcada reducción de la producción arrocera nacional en las dos décadas aquí cubiertas. De 1980 a 1990 esa producción se contrajo de 6,6 a 4,0 kilogramos per cápita: una reducción de 39 por ciento. Y luego, de 1990 a 2001, con el TLCAN, cayó otro 43 por ciento, a meros 2,3 kilogramos per cápita. En otras palabras, de 1980 a 2001 la mortífera política del libre comercio redujo la capacidad mexicana de producción de arroz por casi dos tercios.

Durante el mismo período, sin embargo, el consumo total de arroz permaneció relativamente estancado, aumentando de 8 a 9 kilogramos per cápita en esos 21 años. Eso se debió a que el mercado fue invadido por arroz importado, aumentando de sólo 15 por ciento del consumo nacional en 1980, a cerca de 50 por ciento en 1993, y un impresionante 74 por ciento en la actualidad. Con la eliminación del arancel mínimo en enero, sólo cabe esperar que se acabarán de arruinar los productores arroceros mexicanos.

En la gráfica 2 vemos cifras parecidas para el caso del trigo. En los años ochenta hubo algunos altibajos de la producción nacional, oscilando alrededor de 40 a 45 kilogramos per cápita. La importación de trigo aumentó por 10 a 25 por ciento el consumo nacional durante este período. Pero con el TLCAN la producción de trigo mexicano cayó por más de 40 por ciento, de 47 a 28 kilogramos per cápita, mientras que la importación de trigo creció sin tregua, hasta constituir actualmente más de la mitad del consumo nacional. Al igual que en el caso del arroz, el consumo total per cápita permanece más o menos al mismo nivel que en 1980.

En la gráfica 3 vemos que la producción mexicana de frijoles también ha caído por casi 25 por ciento. En este caso, sin embargo, las importaciones extranjeras no han aumentado, así que el consumo per cápita de este renglón vital de la dieta mexicana se ha reducido drásticamente, de 20,4 kilogramos per cápita en 1980 a 11,8 kilogramos en 2001; una caída de más de 40 por ciento. El arancel a la importación de frijoles era de los que no se eliminarían totalmente el 1 de enero, pero sí caerá paulatinamente hasta ese nivel para 2008, diezmando aún más la producción nacional a lo largo de esos cinco años.

La gráfica 4 ofrece el cuadro del maíz, el renglón más esencial del régimen alimentario mexicano, en que la producción nacional per cápita sólo aumentó levemente de 1980 a la fecha, y las importaciones se han mantenido a cerca del 25 por ciento del consumo total. También el maíz quedó exento de la eliminación perentoria del arancel, pero sólo por el momento.



Situación sin salida

La política de libre mercado aplicada hasta la fecha, que se acentuaría agudamente a partir del 1 de enero, incluye no sólo la reducción de los aranceles de importación, sino también drásticas reducciones del gasto público en el sector rural, impuestas por el FMI, así como del crédito público y privado para la agricultura. El Consejo Nacional Agropecuario, uno de los principales gremios del agro mexicano, informa que de 1990 a la fecha los gastos oficiales reales en ese sector han caído por 53 por ciento, mientras que el crédito ha caído 80 por ciento.

Como resultado de estos nueve años de vigencia del TLCAN, el sector agrícola de la economía mexicana ha perdido 1,78 millones de empleos, según cifras oficiales. El empleo típicamente hallado por todos esos desplazados ha sido en condiciones de trabajo esclavo en las maquiladoras, como se elabora más adelante, y en actividades marginales de la "economía informal" en las ciudades; otros se han sumado a las crecientes filas de los desempleados, o han emigrado a los Estados Unidos.

Se calcula que cada año entran a los Estados Unidos alrededor de medio millón de mexicanos, la mayoría en forma ilegal (gráfica 5). Hay otros cerca de 12 millones de "mexicanos" nacidos en los Estados Unidos; es decir, la primera generación de hijos de inmigrantes. Sumando estas dos categorías a los 102 millones de mexicanos que aún viven en México, tenemos un total de 123 millones de personas de origen mexicano, el 17 por ciento de las cuales residen en los Estados Unidos. Aún mayor es la proporción de la fuerza laboral mexicana que se encuentra actualmente en los Estados Unidos, lo que representa una forma de desempleo disfrazado, cuya existencia y significado pronto se harán sentir.

He aquí algunas de las interrogantes de momento: ¿Qué va a pasar cuando la acuciante situación de la deuda mexicana haga imposible seguir pagando por las importaciones de alimentos del exterior, tras haberse perdido ya unos dos tercios de la capacidad de producción nacional en renglones tan vitales como el arroz? ¿Cómo van a comer los mexicanos? ¿Adónde irán el millón o más de nuevos desempleados con la actual contracción del sector de maquiladoras, conforme las medidas de Ashcroft y demás restrinjan cada vez más el tránsito fronterizo? Tal es el Plan Paddock de genocidio librecambista.

El esquema fallido de las maquiladoras

En los últimos 20 años los mexicanos desesperados, desplazados de sus tierras o desempleados por otros motivos, a menudo encontraban empleo inmediato en las plantas "maquiladoras" de México, que no son más que plantas de ensamblaje de bienes extranjeros, generalmente ubicadas contiguas a la frontera con los Estados Unidos, que importan materias primas y bienes semiacabados (principalmente de los Estados Unidos) para exportar el producto acabado (principalmente a los EU) con exención de aranceles y cualquier tipo de gravamen de exportación o importación.

Las élites financieras han fomentado el esquemas de las maquiladoras como ejemplo perfecto de economía de libre comercio y modelo a ser copiado en todo el mundo. El economista estadounidense Lyndon H. LaRouche, por otra parte, ha denunciado estas plantas en tanto "un Auschwitz al sur de la frontera", dadas sus horrendas condiciones de trabajo, la ausencia total de infraestructura económica en los lugares donde se ubican, y sobre todo por el despiadado saqueo que allí ocurre. Estrictamente desde el punto de vista de la economía física, el sector de maquiladoras no puede considerarse parte de la economía mexicana; es un enclave extranjero en territorio mexicano, geográficamente, pero que de ninguna manera contribuye a la economía física mexicana. De hecho, la mina, y en realidad constituye un cáncer económico.

Pero ya no funciona lo que "funcionó" estos últimos veinte años. Como lo ilustra la gráfica 6, el empleo en las maquiladoras empezó a derrumbarse a partir de octubre del 2000. ¿Por qué esa fecha? Porque unos seis meses antes, entre marzo y abril de ese año, empezó a desmoronarse toda la quimera de la "nueva economía". Fue entonces cuando reventó la ridícula burbuja de las "punto.com", y el índice Dow Jones viene cayendo seguido; aún más importante, el mercado de consumo de los Estados Unidos, que hasta entonces fungía como "importador de último recurso", como lo ha documentado ampliamente EIR, empezó a contraerse. En pocos meses, a partir de junio de 2001, las maquiladoras empezaron a reducir la marcha, y el número de compañías se ha ido reduciendo.

En los 18 meses desde su máxima cifra de empleo, de 1,348 millones de trabajadores en octubre de 2000, a su nadir de 1,09 millones de trabajadores en marzo de 2002, el 21 por ciento del componente laboral de las maquiladoras ha quedado cesante. Los ideólogos del libre comercio, dentro y fuera del gobierno mexicano, se han apoyado en un brinco minúsculo de los últimos pocos meses para insistir que la recuperación está "a la vuelta de la esquina". Pero la realidad, claro, es que lo que se avecina tanto para México como para los Estados Unidos, su anterior importador de último recurso, es una depresión de las buenas.

El mito de las maquiladoras ha servido para disimular la verdadera magnitud del desempleo en México, y para ocultar el deterioro de su economía física. Por ejemplo (gráfica 7), de 1989 a 2000, conforme aumentaba el empleo en las maquiladoras, caía constantemente el empleo en el verdadero sector manufacturero mexicano, excluidas las maquiladoras. Pero luego, a partir del 2000, justo cuando comenzó a reducirse el empleo en las maquiladoras, el empleo en el verdadero sector manufacturero empezó a caer aún más precipitadamente.

El derrumbe simultáneo de ambas fuentes de empleo desatará en México una onda explosiva social y económica, precisamente cuando está por esfumarse el sector agropecuario. Por lo tanto no resulta sorprendente que toda una gama de organizaciones de campesinos y trabajadores, los partidos políticos de oposición, y hasta algunos elementos del propio Partido Acción Nacional, del presidente Fox, hayan levantado voces de alarma en contra de la entrada en vigencia de las medidas del 1 de enero. Sin embargo, el gobierno de Fox se mantuvo en que las medidas se aplicarían según estaba programado.

Brasil, ¿por qué no te pareces más a México?

Hay otro gran mito del TLCAN y el "milagro" de las maquiladoras en México, que se ha esgrimido repetidamente para convencer a otros países que firmen tratados de libre comercio análogos, tales como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), para el Hemisferio Occidental. Especialmente han enfocado hacia el Brasil el argumento de que, con la globalización, la única forma de que una economía crezca es mediante las exportaciones. Pretenden que el aumento del mercado interno de un país —que al fin y al cabo fue el signo distintivo del Sistema Americano de economía política, exitoso por más de dos siglos— ha desembocado en un callejón sin salida, y que los países tienen que aprender a "exportar o morir".

La realidad de la globalización, sin embargo, más bien es "exportar y morir", como lo demuestra el caso mexicano. En la gráfica 8 se ve cómo las exportaciones del sector de las maquiladoras poco a poco han llegado a constituir casi la mitad del total de las exportaciones mexicanas.

Difícilmente pasa una semana sin que aparezca algún artículo en la gran prensa financiera de Londres o los Estados Unidos, insistiendo en que el Brasil, muy especialmente, nunca podrá convertirse en potencia económica prestando atención tan sólo a su mercado interno, si no comienza a exportar mucho más. Brasil, alegan, sólo exporta el 11 por ciento de su producto interno bruto (PIB), en contraste con un 31 por ciento mucho más "saludable" en el caso de México.

Pero vale la pena dar un vistazo a los elementos constituyentes del comercio mexicano, como lo hacemos en la gráfica 9, que muestra que cerca de la mitad de ese total viene del enclave extranjero de las maquiladoras. La economía mexicana, propiamente dicha, sólo exporta alrededor de un 15 por ciento de su PIB. También resulta útil comparar estas cifras con las de otros países en vías de desarrollo, tales como Argentina, así como con las de algunas grandes economías industriales, tales como los Estados Unidos y Japón, cuyo porcentaje del PIB dedicado a exportaciones es casi idéntico al del Brasil (el de Alemania es un caso especial).

No se trata en absoluto de un mero apunte técnico. El FMI y los bancos acreedores del Brasil le están diciendo a ese país que tiene que exportar una porción mucho mayor de su economía, para ganar más dólares para pagar su deuda. Y como ejemplo a seguir ofrecen a México, que sólo ha conseguido semejante resultado mediante las maquiladoras.

La prensa y los portavoces de intereses financieros internacionales esgrimen aún otro argumento para mirar hacia México: han descubierto que México acaba de sobrepasar al Brasil como la "novena economía del mundo" en magnitud, lo que presuntamente comprueba que sí funcionan las economías de libre mercado, orientadas hacia las exportaciones. Medida en términos del PIB —que siempre se cuenta en dólares, y no en moneda local, dizque para poder comparar distintas economías— México sí sobrepasó al Brasil en el 2001 (gráfica 10). Pero los motivos de ello son obvios, para quien se tome la molestia de estudiar las cifras: la divisa brasileña, el real, sufrió una enorme devaluación a principios de 1999, como resultado de un embate especulativo internacional. Por consiguiente, una producción igual, o aun un poco mayor, denominada en reales, repentinamente cobró un valor muy inferior en dólares, y así el PIB oficial brasileño se contrajo de 787.000 millones de dólares en 1998 a sólo 529.000 millones de dólares en 1999: otro maravilloso ejemplo de lo que pudiera llamarse "aritmética de los banqueros".

El peso mexicano, por otra parte, sólo se ha devaluado levemente en los últimos cuatro o cinco años, de tal forma que su PIB ha seguido creciendo, aun contando en dólares. Todos estos trucos y espejismos, sin embargo, quedan fácilmente desenmascarados con la simple operación de calcular cuál hubiese sido el PIB de ambos países de no haberse producido devaluaciones en ninguno. Los resultados también se aprecian en la gráfica 10: el PIB del Brasil habría quedado en 1,041 billones de dólares, y el mexicano en 722.000 millones. (Esta relación refleja más correctamente la realidad de las dos economías comparadas, aunque el concepto mismo del PIB, por su naturaleza puramente monetaria, no registra adecuadamente la economía netamente física subyacente).

¿Qué motivo hay para perpetrar tan transparente fraude? ¿Por qué se muestran tan desesperados los banqueros en todo esto? Porque están más quebrados, y cada vez sufren más dificultades para ocultar la realidad.

Otra vez: la aritmética de los banqueros

Veamos el caso de la deuda pública interna de México; es decir, lo que el gobierno debe en el propio país. La gráfica 11 documenta el alarmante hecho de que las cifras oficiales presentan un total de "sólo" 825.000 millones de pesos (unos 82.500 millones de dólares), mientras que la realidad es que la deuda pública interna de México es cuando menos el triple. Tan inmensa discrepancia se oculta "extrapresupuestariamente", en lo que de manera eufemística han dado en llamar "deuda contingente", animalito parecido a un elefante sentado en la cocina, pero que todo el mundo dice que no lo ve.

La "deuda contingente" tiene dos componentes principales. El primero son los "pidiregas", que quiere decir "proyectos de impacto diferido en el registro de gastos", palabrería que oculta un fraude muy sencillo. A partir de 1996, y luego con mayor denuedo a partir de la presidencia de Fox, el gobierno mexicano empezó a contratar diferentes empresas —principalmente extranjeras— para que construyesen centrales eléctricas y obras similares en México, pero con el pago "diferido" por cinco a diez años, en cuyo momento las empresas se cobrarán de las utilidades por concepto de la electricidad por ellas producida. Y como por acto de magia, ¡cero deuda! (al menos oficialmente). Lo que sí hay, empero, son 816.000 millones de pesos en compromisos contractuales del gobierno mexicano por pagar en el futuro; es decir, deuda. Ésta es tanto como toda la deuda pública interna oficial.

Tan astuto artificio ha servido también para pasarse por la galleta la Constitución de la República y demás leyes que prohiben la participación de empresas extranjeras en el crítico sector energético, incluido el sector petrolero.

El segundo componente del elefante es la deuda del IPAB. Eso quiere decir Instituto Para la Protección del Ahorro Bancario, y representa otros 714.000 millones de pesos de deuda, debida en primera instancia por los bancos privados del país, pero asumida por el gobierno mexicano cuando rescató esos bancos a mediados de los años noventa, tras quebrarlos el saqueo de los especuladores internacionales. Dichas cifras ni siquiera empezaron a aparecer como componente de la "deuda contingente" hasta 1998, que fue cuando el gobierno mexicano creó el IPAB para asumir formalmente la deuda que antes tenía FOBAPROA, el fondo fiduciario creado por el gobierno para financiar el rescate de los bancos privados.

Esta es también una obligación efectiva del gobierno mexicano, lo que eleva el monto de sus verdaderas obligaciones internas a casi 2,5 billones de pesos (unos 250.000 millones de dólares), más de tres veces la deuda oficial.

¿Se dejará desmantelar la nación mexicana, sometiendo a su población a nuevas medidas del TLCAN que equivalen al viejo Plan Paddock, todo para mantener en pie esta absurda burbuja de la deuda? ¿Olvidarán otras naciones sus crecientes aprehensiones por el libre comercio, a la luz del "ejemplo exitoso" del caso mexicano?