Estudios estratégicos

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 7
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Estudios estratégicos

El ‘Mein Kampf’ de H.G. Wells

El imperio de sir Cedric Letrina

por Lyndon H. LaRouche

28 de abril de 2008.

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Los necios más influyentes de la humanidad se dividen en dos clases generales. Una es la que representan esos académicos y sus imitadores que se jactan de su uso de la deducción. Sin embargo, los necios más peligrosos de la historia moderna, tales como el H.G. Wells de Gran Bretaña, por ejemplo, pertenecen al grupo de aquellos apasionados hombres de mundo influyentes menos comunes y más mañosos que se fían de una cualidad maliciosa de discernimiento. Ambas variedades, la pedante y la sofisticada por igual, son en esencia sofistas. Estos sofistas se distinguen entre sí como subclases por el modo en que la sofistería los usa. Los de la clase de H.G. Wells y Bertrand Russell son típicos de los estados mentales más exóticos, de verdad satánicos, que esconde la promoción de lo que al presente se identifica como ese “tratado de Lisboa”, el cual encarna el diseño presente de una nueva torre de Babel, una forma satánica del imperio mundial llamada “globalización”.

En el planteamiento modificado que hizo H.G. Wells de La conspiración abierta de 1928, como lo actualizó en 1935 en What Are We To Do With Our Lives? (¿Qué hemos de hacer con nuestras vidas?), yace la esencia de ese plan para las guerras pretendidas de una nueva fase moderna del Imperio Británico mundial organizado bajo la rúbrica revolucionaria del llamado tratado de Lisboa. Cualquier persona medianamente inteligente debe poder reconocer que ese tratado propuesto es pura maldad imperial fascista, incluso al considerarlo desde una mera perspectiva deductiva; sin embargo, es de verdad fundamental saber qué mueve al superfascista Imperio Británico como vemos que lo hace en estos momentos, cual considerando la influencia del discernimiento extraño y perverso de H.G. Wells, del modo que lo hacemos aquí.[1]

Ahí yace la raíz del conflicto entre el bien y el mal hoy.

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“¡A nosotros los Letrina no nos pasan por las narices!”

—Lady Letrina en la tira cómica estadounidense “Li’l Abner”, de Al Capp.

 

Con frecuencia hemos observado que esa capacidad para el mal específica de criaturas tales como H.G. Wells y Bertrand Russell, entre otros notables parecidos, se limita a una clase de poderes volitivos otorgados al ser humano, de los cuales las bestias están desprovistas. El ejemplo perfecto de esto, que aquí desarrollo, es la actual intención perversa del Imperio Británico, como la expresa la trama imperialista relacionada con el borrador del tratado de Lisboa.

La reina Isabel II y príncipe Felipe
“¡A nosotros los Letrina no nos pasan por las narices!”, dice lady Letrina. La reina Isabel II con su consorte real y amante de los murciélagos vampiro, el príncipe Felipe. (Foto: Paul E. Alers/NASA).

Por un lado, dichos poderes volitivos se expresan, cuando se usan para el bien, en la cualidad especial de los grandes descubrimientos modernos de científicos europeos tales como Nicolás de Cusa, Leonardo da Vinci, Johannes Kepler, Pierre de Fermat, Godofredo Leibniz, etc.

El uso contrario de ese término, “discernimiento”, para el mal, lo ejemplifican los principales hombres mundanos del empirismo moderno, entre ellos los notables casos señalados de Wells y Russell. Por su parte, la historia de la sofistería representa, en general, el caso del mal en aspectos conocidos de la civilización europea extendida al orbe, desde la antigua hasta la contemporánea, como en el sentido específico de la tradición de Aristóteles, Euclides, Claudio Ptolomeo, y, del modo más claro, Wells y Russell. La característica esencial de este grupo es la intención manifiesta de hacer el mal, como lo ilustra el consorte real británico y guía del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), el príncipe Felipe, un espíritu maligno hoy representado por la suerte de Drácula que ha adoptado como mascota, un murciélago vampiro chupasangre disecado, en esencia, a imagen y semejanza del terrible y ahora también disecado Jeremías Bentham del Ministerio de Relaciones Exteriores británico.

H.G. Wells cuando estudiante   Bertrand Russell y su cuarta esposa

(izq.) H.G. Wells, cuando estudiante, con su “congénere”. La mayoría de quienes creen en su liderazgo “son meras víctimas, como las hordas de langostas flagelantes de la Nueva Era de Tinieblas medieval”, escribe LaRouche. (Foto: Paul E. Alers/NASA).

(der.) Sir Bertrand Russell con su cuarta esposa (sin contar a las amantes), Edith Finch Russell. La influencia de su irracionalismo y su sofistería radicales se refleja en el movimiento positivista radical de después de la Segunda Guerra Mundial, tanto en la ciencia como en la ciencia ficción. (Foto: Biblioteca del Congreso de EU).

Una ilustración clásica excelente de esa distinción central, sobre lo que es en esencia malo, que aquí planteo, es el caso del típico Zeus olímpico “ambientista” cuyo carácter fundamentalmente malvado retrata Esquilo en el Prometeo encadenado. Me explico:

Para propósitos de referencia, define los principios físicos universales como lo hacía Albert Einstein. El universo se define como finito, pero ilimitado. Esto quiere decir que al universo sólo lo limitan los que se definen de modo correcto, experimental, como principios físicos universales, tal como el descubrimiento único original de Johannes Kepler del ordenamiento entre el Sol y los planetas mediante la gravitación universal. Todo en el universo lo limitan esos principios, de modo que, primero, el universo es finito en este sentido, y tal, que no hay nada fuera de él, excepto lo que existe como el principio universal supremo, el principio del bien, en tanto expresión del principio de autodesarrollo de suyo antientrópico del universo.[2]

Esta definición de discernimiento le plantea al juicio humano dos opciones: o acepta esa premisa experimental o implícitamente la resiste.

En estos dos casos mutuamente antagónicos de penetración buena o mala, la mente humana expresa el supuesto primordial adoptado como un acto de discernimiento. En esencia, a fin de cuentas, nosotros, como seres humanos, podemos escoger entre el bien y el mal. No se sabe de ninguna otra especie viva a la que se le haya dado esa opción.

Para clarificar lo hasta aquí planteado, considera el caso del “fuego”, como aparece en el Prometeo encadenado de Esquilo. El “fuego” es emblemático del bien; es la expresión de un principio del universo real. El “antifuego” (la entropía), como lo estipula el personaje de Zeus en el Prometeo encadenado, es un concepto perverso eficiente. A diferencia del farsante insensato, ex vicepresidente de Estados Unidos y agente británico Al Gore, el Zeus olímpico de Esquilo sabe que la humanidad puede conocer el principio del “fuego”, pero insiste, por tanto, que no debe permitírsele adquirir dicho conocimiento. Esa devoción por el mal es precisamente la versión extremista actual del “maltusiano” (en el sentido de una malicia antihumana inmoral) que receta el lacayo del satánico príncipe Felipe, Al Gore.

Las dos clases contrarias de discernimiento, como se ilustra el caso, expresan esa facultad humana de penetración que es externa a cualquier mera sensación, pero que la acota. Por discernimiento debemos querer decir que hemos captado la implicación universal manifiesta en nuestro modo de pensar sobre el universo real, o sobre el adoptado por un adversario con la posible pretensión maliciosa de que a la humanidad debe impedírsele conocerlo. Sin duda, el reconocimiento de esta cualidad de intención perspicaz es el principio subyacente de todo descubrimiento de lo que pueda suponerse es el conocimiento de cualquier principio universal, ya sea bueno o malo. En la sociedad moderna, como se conoce en la historia hasta ahora, sólo una pequeña minoría es o ha sido eficazmente consciente de esta función específica de lo que con justicia se describiría, para subrayar, como discernimiento estratégico.

En el caso de la disertación de habilitación de Bernhard Riemann de 1854, o de la identificación de Nicolás de Cusa de esa patraña sistémica de Arquímedes al recurrir a la cuadratura en su definición errónea de la generación del círculo, se nos presenta un ejemplo específico de esto.

Por ejemplo, la De docta ignorantia de Cusa no permite ninguna definición, axioma ni postulado a priori. Sólo se reconoce la penetración del poder de creación, un poder cuyos caminos deben descubrirse en tanto expresión de un solo principio supremo del universo.

Lo mismo es el principio, en efecto, en el método que identifica Bernhard Riemann en su disertación de habilitación de 1854. Esa obra representa, ejemplifica una forma de penetración que también se expresa en cualquier discernimiento de la creatividad científica válida que implique el descubrimiento de un principio verdadero.

El mal, por el contrario, es típico de la sofistería clásica, como la de Aristóteles y seguidores suyos (en método) tales como Euclides. El reconocimiento de que esta forma de sofistería, como la expresa la adopción de supuestos a priori, nos muestra que, al igual que la tesis subyacente del “Hermano Mayor” conocido como H.G. Wells, también es un universal supuesto, pero es la representación del mal, la cualidad de verdad satánica del mal de la que se hace eco el príncipe Felipe del WWF.[3]

De modo típico, la humanidad, en nuestra experiencia hasta ahora, en gran medida la integra gente que no discierne, como he descrito ese principio aquí. Tal es el caso del estudiante de ciencia física que trabaja dentro de los confines de supuestos apriorísticos, supuestos cuyos orígenes reales no puede explicar. Este comportamiento prueba una falta de discernimiento. Por ejemplo, los que aceptan los supuestos del “libre comercio” son también personas que han adoptado un principio perverso, pero que no pueden explicar su comportamiento a este respecto, porque no disciernen.

1. El Imperio Brutánico

Albert Einstein derivó su ciencia moderna, y la noción de la misma de un universo finito, pero ilimitado, del discernimiento que expresó el descubrimiento único original de Johannes Kepler, como en su Armonía de las esferas, de la expresión de un principio de gravitación universal en el sistema solar.[4] En mis escritos sobre temas científicos que atañen a mi especialidad, la ciencia de la economía física, con frecuencia he abordado el principio involucrado como clave para entender el error común, a este respecto, incluso entre relativamente muchos físicos destacados. Sin embargo, es esencial para el lector que incluya aquí una aclaración histórica oportuna del problema metodológico científico pertinente.

La ciencia económica competente no tiene como premisa consideraciones monetarias en tanto tales, sino el principio moral subyacente que se manifiesta como el aumento voluntario de la densidad relativa potencial de población de la humanidad, lo cual es una cualidad específica de la especie humana. Éste es un aumento que se efectúa, de modo singular, mediante el descubrimiento y aplicación de los principios subyacentes que expresa el progreso manifiesto tanto en la ciencia física como en los métodos apropiados de composición y ejecución artística clásica. Esto incluye principios artísticos tales como los que muestra el método de Juan Sebastián Bach y estudiantes fieles de su método clásico singular tales como -Haydn, Wolfgang Mozart, Beethoven, Schubert y demás, o como también lo expresa la revolución que creó en la pintura (y en muchas otras cosas) el gran estudiante de la obra de Brunelleschi y de Nicolás de Cusa, Leonardo da Vinci.

Como he puesto de relieve de manera repetida en los escritos concernientes, el fundamento de la ciencia física competente y de la composición artística clásica por lo general sólo se ubica en el principio del discernimiento; discernimiento como distinto de la percepción sensorial. La distinción entre las dos categorías que se distinguen como ciencia y arte, es que la primera se expresa como un dominio físico de la naturaleza, en tanto que el verdadero arte clásico apunta al objeto de la celebración de esa cualidad en la cual la mente humana individual bien desarrollada manifiesta, por así decirlo, la “ubicación” del tema de ese mismo poder humano único del discernimiento del que depende el conocimiento relativamente válido, pero de orden inferior, y, de manera específica, el avance científico físico exitoso.

A aquella expresión del arte que no cumple con esa definición, con esa cualidad específica de discernimiento, valdría más relegarla al tema de la sociología del chimpancé, así como también al de las relaciones sociales diseñadas al gusto de los copensadores de la nada entrañable Margaret Mead, y de los positivistas y existencialistas en general.

Sobre el tema de la geometría

La Mona Lisa
El verdadero arte clásico, escribe LaRouche, celebra esa cualidad de la mente humana que expresa la “ubicación” del poder único humano de la perspicacia del que dependen los avances científicos físicos exitosos. La Mona Lisa (1503–1506) de Leonardo da Vinci celebra el poder de la mente humana para transformar la naturaleza en beneficio de la humanidad, como en el paisaje, obra del hombre, que se extiende más allá del horizonte.

Es de importancia fundamental informar aquí, como lo he hecho en varias ocasiones, que mi propio reconocimiento de esta opinión sobre tales cuestiones vino de mi contacto de adolescente con la escuela secundaria, en la ocasión en que topé por primera vez y rechacé de inmediato el concepto de lo que se denominaba “geometría euclidiana”. El origen de cada logro intelectual que he conseguido en toda mi vida hasta la fecha, desde esa experiencia de adolescente, recae en esa noción de discernimiento que adopté en mi rechazo del método sofista de Aristóteles y de su seguidor Euclides, o el del farsante Emanuel Kant, quien no se atrevió a asomar la nariz, como lo hizo con sus Prolegómena y sus Críticas, hasta que el poderoso intelecto de su Némesis intelectual más implacable de esa época, Moisés Mendelssohn, estuvo fuera de escena.

Ese descubrimiento mío fue de verdad elemental. Por un año, más o menos, estuve fascinado con las observaciones que hice como un visitante algo asiduo, a principios de mi adolescencia, al astillero cercano de Charlestown, observaciones sobre la relación funcional entre la resistencia variable que expresan las interacciones de la forma específica y la masa relativa de las estructuras de soporte. Así que, a resultas de esta experiencia, en mi primera clase de geometría euclidiana, donde me pidieron que dijera qué significaba la geometría para mí, respondí de conformidad con mi experiencia previa en ese astillero, al afirmar que era cuestión de la relación geométrica entre el peso mínimo y la resistencia máxima. Por supuesto, esa noción mía topó con el rechazo instantáneo y general de los maestros (y, después, de algunos de mis profesores), así como con el de mis condiscípulos; pero, en cambio, al mismo tiempo rechacé cualquier concepto de geometría que pasara por alto lo que identifiqué como el principio físico de cualquier geometría funcional competente. Eso me llevaría a adoptar en los años siguientes, en 1953, la perspectiva de la disertación de habilitación de Bernhard Riemann de 1854.

La penetración manifiesta en mi reconocimiento de la importancia de rechazar una geometría apriorística ha sido el discernimiento decisivo que ha guiado todo mi pensamiento crítico acerca de la ciencia, el arte y las relaciones sociales desde que pasé por esa experiencia clave en el aula cuando era adolescente. A lo largo de los años, en las muchas décadas que han pasado desde esa primera experiencia, la noción de semejante principio universal de discernimiento científico, aunque muy mejorada en alcance, sigue siendo, en esencia, la misma que he señalado aquí como esa experiencia de joven.

Esto no me granjeó mucho la gracia de los proverbiales laputenses de las academias de marras u otras similares, pero ha representado una gran fuente de consuelo y de logros para mí, en especial en el dominio de la ciencia de la economía física. Mis logros únicos originales como pronosticador de largo plazo en el campo de la economía, a diferencia de los gruñones rezongones que, como necios, rechazan mis métodos, han dependido por completo de mis ataques a la obra principal de timadores pertinentes tales como el profesor Norbert Wiener y John von Neumann, tanto como de mi desprecio por la escuela Haileybury de Jeremías Bentham, de métodos brutales en la economía política, más en general.

Ve el problema práctico del papel de la sofistería en el modo en que proscribe de la ciencia, aun hoy, la cualidad del discernimiento humano.

Sofistería versus discernimiento

Considera la modalidad específica de sofistería que se asocia con el método de ese enemigo infame de Alejandro Magno conocido como Aristóteles,[5] el alumno que odiaba y que era odiado ferozmente por ese tutor. En otro sentido, Alejandro se convirtió en el representante de una rama de su familia asociada con el templo de Amón en la región marítima egipcia de Cirenaica.[6] Fue con ayuda de esta asociación que Alejandro pudo flanquear a la malvada ciudad de Tiro, desde Egipto, y fue a manos del notorio envenenador Aristóteles que ocurrió un conato conocido de magnicidio en su contra y, también, posiblemente, su propio asesinato. En un asunto relacionado, un contemporáneo y amigo del apóstol cristiano Pedro, el rabino Filón de Alejandría, mostró la maldad esencial de la teología de Aristóteles. Filón señaló y rechazó por completo el método de suyo pro satánico de Aristóteles, el cual exigía que, como supuestamente la Creación de Dios era perfecta, Dios mismo no podía alterar su composición una vez empezada la tarea. Por eso, la visión aristotélica relegó, de este modo sistémico e implícito, el poder de introducir cambios en el universo, como se consigna, al diablo, así como a sus propios Bertrand Russell y H.G. Wells.[7] De aquí la óptica aristotélica que expresó Friedrich Nietzsche: “Dios ha muerto”.[8]

Orgía romana
Como el aparato del Partido Demócrata dominado por los financieros que se asocia con el jefe del partido, Howard Dean; el fascista Félix Rohatyn; y demás, la población oligárquica relativamente más pequeña ha regido, en la historia, a los muchos a los que pastorea como virtual ganado. Orgía romana. (Foto: clipart.com)

El aspecto central más notable de esa maraña de historia antigua de las regiones mediterránea y relacionadas ha sido la influencia de aquella potencia marítima particular de la usura que asociamos con esa secta délfica de la sofistería del Apolo dionisíaco a partir de la cual se engendró la “constitución” licurga de Esparta y, también, el diseño implícito adoptado, después de febrero de 1763, para la forma neoveneciana de potencia marítima de la Compañía de las Indias Orientales británica y sus excrecencias.

Ésta es la secta délfica que Esquilo atacó en su trilogía de Prometeo. Como lo ilustra el caso del monstruo sifilítico moderno Friedrich Nietzsche, ese legado délfico constante que ejemplifica el sumo sacerdote y perfecto mentiroso sofista Plutarco ha sido el de la maldad enquistada en la influencia, extendida al orbe, de las modalidades europeas de la cultura sofista, desde esos tiempos tan antiguos, previos a nuestro conocimiento razonable de los aspectos internos más notables de la evolución en la historia antigua extendida, hasta la moderna, de la actual cultura con centro en Europa.

Entre toda esta maraña, el surgimiento de las potencias (marítimas) atlánticas cuya agresión fue repelida, según Platón, por una encarnación anterior de la ciudad Estado de Atenas, corrompió el aspecto humanista de las culturas marítimas oceánicas. El cronista siciliano de la época romana, Diódoro Sículo, explicó las fuerzas en juego en dicho conflicto mediterráneo en términos algo diferentes, aunque relacionados. Esa relación, como la complementan la Ilíada y la Odisea de Homero, se ajusta bastante a lo que conocemos con certeza como la clase de implicaciones a derivar del llamado “griego antiguo” y pruebas afines.[9]

La nebulosa del Cangrejo
“El fundamento de la ciencia física competente y de la composición artística clásica”, escribe LaRouche, “por lo general sólo se ubica en el principio del discernimiento; discernimiento como distinto de la percepción sensorial”. La nebulosa del Cangrejo presenta una demostración útil del principio platónico de que la mente creativa, y no la percepción sensorial, es la que capta al mundo. Estas imágenes, captadas con diferentes instrumentos, tienen una apariencia visual bastante diferente; es la contradicción entre ellas lo que puede llevar a la mente a un concepto de cómo funciona en realidad esta nébula que nos deja perplejos. (Foto: Observatorio de rayos X Chandra)

En todo lo hasta aquí escrito, debe considerarse conocimiento asequible y verdadero que escoger cualquier conjunto de lo que se presume son principios físicos universales o relacionados, implica la cuestión superior de la elección per se. Este principio superior, de la elección per se, corresponde, en un sentido ontológico, al tema del discernimiento humano en materia de ciencia física y composición artística.

2. El modelo oligárquico

Hasta donde sé, a la fecha, el intento exitoso de la clase sofista de discernimiento global en general ha aparecido, hasta ahora, en casos individuales relativamente menos comunes, tales como el de H.G. Wells. Los agentes eficaces de este tipo de cambio no son los meros incautos, los seguidores actuales de la moda del “libre comercio” que marchan, cual zombis legendarios, desde cierta “laguna negra”. Discernimientos perversos, tales como los que exhibe Wells, definen una sumisión popular pretendida a la idea de un universo en el que un estrato “intelectual” gobernante de una variedad oligárquica como de sacerdocio —un estrato en el que Wells se ubica en tanto influencia destacada de corte satánico— trata de ejercer un monopolio de poder sobre la mente de las masas. La gran masa de los que creen crédulamente en el liderazgo de los de la ralea de un H.G. Wells, son meras víctimas, como las hordas de langostas flagelantes de la Nueva Era de Tinieblas medieval. La difusión del culto lunático al “ambientismo” da fe de la ausencia de un discernimiento de verdad independiente entre los seguidores de los homólogos del agente británico Al Gore hoy.

Así, la idea es que esta población relativamente mucho más pequeña de la oligarquía gobierne a esos muchos a los que arrea como virtual ganado. De modo que hoy la mayor parte del Partido Demócrata ha pendido, hasta un reciente viraje que dio para bien, cual desventurada marioneta que mueven los hilos del aparato controlado por los grandes financieros, el que se asocia con el jefe demócrata Howard Dean, el fascista Félix Rohatyn, George Soros y demás. Esto no fue obra del senador Barack Obama; él fue una de las marionetas y una víctima pretendida importante de los intereses financieros oligárquicos internacionales dirigidos por Londres, que se proponían usarlo como proyectil para destruirlo junto con la senadora Hillary Clinton, en lo que prácticamente sería un solo golpe urdido por truhanes como el siervo de los financieros Howard Dean y la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi.

Este ejercicio de la tiranía oligárquica de los intereses financieros con centro en Londres que manipulan la política exterior y nacional de EU, no es más que típica del control vertical que tiene hoy esa maquinaria del partido. Este control ha dependido, en muy grande medida, de prohibirle el acceso al poder real a los sujetos humanos visibles de esa maquinaria, sujetos más que nada engañados que representan los intereses vitales del actual 80% de las familias de menores ingresos. Incluso al presente, se ha empleado a una gran parte de los científicos y otros académicos de nuestra sociedad, en lo principal, para que dejen sus propias filas en una condición mental relativamente disfuncional en lo intelectual y lo político.

El método que se usa para esta suerte de “lavado cerebral” de masas de nuestro electorado y de las variedades acostumbradas de su dirigencia, por igual, consiste en engañar al sector de la población de menor jerarquía para que rehúse adquirir un conocimiento real de los principios físicos descubribles y otros comparables de las que de otro modo serían una nación y una economía más exitosas que las que hemos disfrutado en EUA y Europa desde más o menos el período previo al de los llamados “sesentiocheros” o, podrías sugerir, al del asesinato del presidente John F. Kennedy antes.

La proscripción del conocimiento del uso del “fuego” impuesta al hombre, tal como el de la energía de fisión nuclear, del modo que dicha proscripción se expresó antes en el caso contra el “conocimiento del fuego” que planteó el Prometeo encadenado de Esquilo o mediante el fraude “maltusiano” de la Escuela Haileybury de Jeremías Bentham, o las víctimas modernas embaucadas con el fraude del “calentamiento global”, son expresiones típicas de los modelos oligárquicos que diseña el sofista. No sólo es una influencia corruptora que se ejerce sobre instituciones tales como la burocracia del alto mando del Partido Demócrata, sino sobre más o menos toda institución prestante, la influencia de esas autoridades actuales impuestas por anglófilos y que dominan nuestra sociedad del modo general que ejemplifica la arrogancia vulgar de la maquinaria de Howard Dean y la Pelosi títere de Rohatyn.

En este proceso, la prensa de circulación general ahora imperante y otros órganos de difusión pro imperialistas más que nada dirigidos por Londres, han tomado el sitial de influencia que alguna vez ocupó la función ideológica dogmática medieval europea del predicador sofista.

A estas alturas del presente capítulo, dividiremos la presentación en marcha del tema medular de este informe, para empezar, entre este capítulo y otros dos adicionales:

Primero, pondré de relieve en este capítulo los medios por los cuales varias modalidades de sistema oligárquico han intentado, de manera repetida, suprimir la ciencia y la cordura en el transcurso de alrededor de tres mil años del surgimiento y evolución razonablemente bien conocidos de la cultura de la civilización europea. Por conveniencia, ilustro lo que quiero decir aquí, ahora, con la forma en que Federico Schiller trató el tema de la Atenas de Solón versus la Esparta de Licurgo, como en sus disertaciones de Jena.

Segundo, esbozaré el elemento contrario de esa historia, la tendencia que expresa la lucha humanista por vencer el oligarquismo y sus consecuencias desmoralizantes, como lo ejemplifica la influencia benéfica, para toda la humanidad, de la obra de parangones tales como los pitagóricos y los seguidores de Platón.

Tercero, estaré entonces en posición de poner en perspectiva el significado preciso de la idea de inmortalidad humana, como una especie de noción funcional práctica de principio científico en general, y de estrategia en particular. Abordo esto del modo que lo expresa una visión propia del papel que tiene la cultura en definir la historia y la función de la inmortalidad de las ideas que se comunican mediante un proceso de desarrollo en generaciones sucesivas, y al precisar lo que con propiedad podría definirse como la “sustancia viva” de una noción bien establecida de estrategia, como para la defensa del aporte del legado específico de EUA al avance de la civilización moderna.

Con estos tres conjuntos de consideraciones como premisa, ubicaré ahora, en cuarto lugar, las cuestiones prácticas inmediatas de un enfoque estadounidense necesario para contribuir a remediar el estado catastrófico de pesadilla de la actual situación mundial. Para esto es necesario, indispensable, si nuestra república y, de manera más amplia, la civilización han de sobrevivir a esta embestida inminente de la crisis mundial de desintegración económica general, que dejemos el chachareo del aula académica típica de hoy y la sofistería popular de la opinión periodística actual, en cambio, por algo de pensamiento serio.

Hay un principio decisivo respecto al comportamiento humano como distinto del animal, que comprende estas cuatro consideraciones. Es hora de que los ciudadanos en general, tanto como los dizque “influyentes” típicos, maduren para pensar con cierta seriedad urgente necesaria en el carácter trágico del papel que los han inducido a adoptar en las últimas décadas. Hago hincapié en esto, en que puedan pensar ahora, así, en esas décadas de reciente necedad, hasta las suyas, que han acarreado el estado nefasto de corrupción trágica correspondiente en los asuntos económicos mundiales actuales y relacionados.

El hombre y las bestias

Quienes estamos familiarizados con los animales domésticos, en especial con los perros llevados a la condición de “miembros de la familia”, estamos conscientes de la tendencia de tales criaturas a adaptarse a su ambiente de modos que con frecuencia nos mueven a atribuirles una aculturación “casi humana”. En ocasiones el sentimentalismo mueve al miembro realmente humano de ese hogar a pasarse un poco de la raya, al suponer que la crianza de ese perro en un ambiente humano ha producido una criatura con las características específicas de una función cognoscitiva humana.

¡El perro inteligente, por ejemplo, no tendría nada de eso! Cuenta con que sus socios humanos cumplan sus responsabilidades en tanto tales. Al mismo tiempo, el perro respetable de la casa deja claro que espera que el amo asuma las responsabilidades humanas específicas de la sociedad hogareña. La tendencia a confundirse un poco en esto a veces surge, quizás, por el hecho de que la distinción entre el hombre y las bestias no siempre es un aspecto claro manifiesto del comportamiento del miembro humano del hogar.

Quizás no haya mejor forma de abordar los problemas que plantea de manera implícita esta comparación, que enfocarnos exclusivamente en el asunto del ser humano individual en tanto criatura histórica, más que sólo biológica. Sin embargo, no debemos arrojar a nuestras mascotas “a los perros”, por así decirlo, al poner de relieve la distinción funcional de la especie humana; lo obligado es una muestra decente de respeto mutuo entre los representantes de las especies correspondientes.

La palabra clave a aplicar aquí es historia. Sin embargo, aunque esta observación apunta a la cuestión científica que implica la evolución históricamente determinada del comportamiento humano, la definición errónea acostumbrada de la idea misma de historia por lo general refleja su naturaleza, tanto en el individuo como en el estrato social, en tanto expresión de un concepto mecanicista, más que de verdad dinámico de dicha cuestión. Éste suele ser el caso, aun entre quienes se consideran versados en historia.[10] En cualquier caso, a pesar de ese problema, aunque hay una historial de perros que se adaptan al comportamiento aprendido, ninguno, ni siquiera alguno que se haya olido muchas cosas que el hombre mortal pasa por alto, descubrió nunca un principio universal verdadero.

Como cuestión relacionada, la insinuación de que la especie humana surgió a partir de una evolución biológica en un período tan breve como unos cuantos millones de años o de una región tan localizada como África, ha de reconocerse como producto del comportamiento despreciable de expertos y otros vivos hoy. Parece que el surgimiento de verdaderos genios entre los descendientes de algunos así denominados “aborígenes” australianos significó un enfrentamiento que sacó a relucir al simio que llevan dentro muchos de los representantes de esa forma inferior de vida a la que puede identificarse como los darwinistas de la civilización europea.

El ser humano individual tiene una característica específica que el académico Vladimir I. Vernadsky identificó como el principio de la noosfera, el mismo principio que lo separa por completo, y a su sociedad, de las bestias. Esa característica se ubica mejor con un concepto práctico apropiado de historia cultural humana, como distinto de cualquier diferenciación biológica de las características de diversos grupos de la familia humana. En otras palabras, nunca hubo una división de la especie humana en “razas” separadas; hay una sola raza humana, todos cuyos miembros con un potencial cognoscitivo que no esté baldado en lo biológico disponen de las mismas cualidades conductuales específicas de dicho potencial y necesidades afines como cualquier otro.

Todo lo que los seres humanos alegan en nombre de la “raza”, como el reciente caso célebre del Elmer Gantry de la vida real conocido como Jeremiah Wright, de EUA, se desdeña, cual debe, por estar plagado de trastornos mentales y morales específicos de la enfermedad moral del “racismo” y de la manifestación específica de ideología racista que se asocia con la droga ideológica autodegradante —de “¡Necesitamos ese dinero!”— conocida como ese timo del actual Gobierno de Bush contra los incautos a los que seduce con lo que se da en llamar la “iniciativa religiosa”. Toda diferencia importante entre los seres humanos es en esencia cultural, no biológica.

Mi idea multifacética de la humanidad, del modo que la manifiestan los párrafos inmediatos anteriores, es congruente con un uso bien definido del término “historia”.[11] La intención entonces es que historia signifique el principio común específicamente humano que, como dije antes, comprende las tres distintas categorías de clases que definí al inicio de este capítulo.

Dicho esto a modo de introducción a las materias de este capítulo y los siguientes, ubica el concepto de discernimiento que presenta este informe en su conjunto.

El modelo délfico

Según he tratado el tema de la naturaleza humana en muchos informes publicados en el transcurso de unas cinco décadas, ésta es, no en términos relativos, sino específicamente, distinta de todos los demás seres vivos conocidos. Esta distinción específica es funcional: el ser humano individual cuenta con una cualidad de capacidad, como para el descubrimiento de principios físicos universales y su comprobación, que ninguna otra especie viva conocida tiene. La capacidad constituye un potencial característico, no sólo de todo ser humano individual vivo y sano en lo biológico,[12] sino también de nuestro temeroso recuerdo vivo de la encarnación previa de un individuo muerto. En ese recuerdo vivo del potencial de dicha cualidad de tales personas se identifica de modo adecuado la noción, de hecho funcional, de historia, como distinta de las meras crónicas. Esto quiere decir que el ser humano individual puede ser inmortal en un sentido muy específico, pero también de una importancia decisiva.

En este marco de deliberación de esa cuestión de la especificidad humana, el término “délfico” significa el método de irracionalidad sistémica que se asocia con la secta de Delfos.[13] El aspecto de la tradición délfica en el que enfoco la atención del lector en este informe es el que subraya el Prometeo encadenado de Esquilo.

Como he informado en numerosas ocasiones apropiadas anteriores, el modelo psicosocioeconómico de la sociedad oligárquica, ya sea como el de los sistemas imperiales de la antigua Babilonia, el délfico, el romano o el bizantino, o el sistema normando–veneciano medieval o el Imperio Británico (o sea, angloholandés) moderno, representa el mismo criterio con el que se organizó un odio contra Godofredo Leibniz, criterio relacionado con la conspiración de los reduccionistas del siglo 18 de aliados del virtual “inventor” cartesiano declarado de la personalidad artificial del especialista en “magia negra” Isaac Newton, Antonio Conti, tales como Voltaire, Abraham de Moivre, Jean Le Rond d’Alembert, Leonhard Euler y Joseph Louis de Lagrange, al igual que los delincuentes de marras de principios del siglo 19 como Laplace y el plagiario y estafador al que agarraron en el acto, Agustín Cauchy.[14] El rasgo común de esa partida de truhanes reduccionistas era su negación compartida de la existencia del infinitesimal ontológico de la ciencia física experimental moderna, de la cual ha dependido un concepto actual competente de nuestro universo, desde los descubrimientos prototípicos del cardenal Nicolás de Cusa, como en su De docta ignorantia.[15]

El dominio sobre las llamadas “clases inferiores” de las poblaciones que ejercen culturas oligárquicas, tales como las del sistema político estadounidense, las cuales hoy controlan, de arriba a abajo, los financieros, es el que ha forjado el Imperio Británico de facto global, mediante la dinámica globalizada de un sistema imperante de “libre comercio” de suyo anárquico con centro en los financieros. El embaucamiento del grueso de nuestros representantes políticos y otros para someterlos a ese fraude “librecambista” específicamente contrario a la Constitución, es lo que ha hecho de la gran mayoría de la población estadounidense virtuales esclavos voluntarios en el transcurso del período desde la ola de asesinatos políticos, clave aquí, de 1963–1968.

Para ser específicos, considera lo siguiente.

La revuelta de la facción anarcoide implícitamente neomaltusiana de los mentados “sesentiocheros” perturbó el pacto social que tiene como premisa el preámbulo de nuestra Constitución federal, entre los trabajadores, agricultores, científicos, artistas clásicos y otros. Éste es el pacto social con el cual el presidente Franklin Delano Roosevelt había unido a la mayoría de nuestro pueblo de esa época de crisis, no sólo para rescatarnos de la pesadilla existencial que hubiera representado una continuación del Gobierno de Herbert Hoover controlado por Wall Street; también lo hizo para salvar al mundo de ese fascismo del que fueron típicos los regímenes de Benito Mussolini y Adolfo Hitler, regímenes que sabía se habían instalado, en lo principal, con este propósito, mediante la colaboración de las pandillas financieras trasatlánticas con sede en Londres y Manhattan.

Es aleccionador comparar a EU bajo el liderazgo de Franklin Roosevelt con la obscenidad absoluta de la ideología y manera de proceder de los de la ralea de los arrojabombas Weatherman, de suyo fascistas, que destruyeron al Partido Demócrata y, así, sembraron los impulsos fascistas que se asocian con el ascenso del Gobierno de Richard Nixon al poder.[16] Las reformas despistadas que adelantaron tres de los hermanos Rockefeller, Nelson, David y John D., cada uno con un acento distintivo, en el transcurso de los Gobiernos de Nixon, Gerald Ford y Jimmy Carter en EU, de 1969 a 1981, no sólo trajeron diversas medidas que destruyeron los cimientos de la economía estadounidense. Con medidas tales como la demolición del sistema de Bretton Woods en 1971, la entrega subsiguiente del poder sobre el dólar al “mercado al contado” de Amsterdam mediante el timo petrolero del Gobierno de Nixon, y la violación de la economía estadounidense a manos de la Comisión Trilateral con el Gobierno de Carter, arrancó un paradigma dirigido por Londres para definir la política, un paradigma que ahora ha hundido, no sólo la economía de EU, sino la del mundo entero, en lo que hoy devendría en una crisis de desintegración planetaria general, a no ser que se adopten ahora, casi de inmediato, ciertos conjuntos de medidas integrales que (en otros apartados) he propuesto.

El modelo liberal moderno

Desde ese tratado de París de febrero de 1763 que estableció a la Compañía de las Indias Orientales británica como un imperio privado de intereses financieros liberales angloholandeses globales, la intervención del lord Shelburne de dicha compañía fue tan decisiva como siniestra se consideraba, y con razón, su reputación. Fue su grupo el que creó el Ministerio de Relaciones Exteriores británico, dirigido desde adentro por el Comité Secreto del su notorio lacayo, Jeremías Bentham.

Sin duda, hasta el día de hoy, el verdadero poder del Imperio Británico no reside en la monarquía británica como tal, por mucho que desempeñe una función crucial a favor de dicho poder, que es la oligarquía financiera liberal angloholandesa neoveneciana arraigada, en lo axiomático, en Paolo Sarpi de Venecia.

Quienes ven el problema —incluso jefes de Estado o completos tiranos a veces poderosos— de modo diferente al que describo aquí, son propensos a cometer errores terribles que quizás preferirían, o no, vivir para lamentar. Adolfo Hitler y Josef Goebbels, quienes amaban tanto a los británicos como para destruir, en provecho de Londres, a su víctima pretendida, Alemania, y, en última instancia, a sí mismos, destacan entre los suicidas que ya habían previsto, antes del fin, un peligro que gozaron con perversidad, el de ser criaturas “históricas mundiales” engendradas por la oligarquía financiera liberal angloholandesa para su sacrificio.

Nosotros, de entre los relativamente pocos patriotas verdaderos mejor informados entre los especialistas en inteligencia de nuestro EU, reconocemos, aunque no sea en público, la naturaleza verdadera, en vez de los mitos populares, del poder y orientación de ese Imperio Brutánico, el enemigo más antiguo y tenaz de nuestra república, entonces como ahora. Ese imperio no es, en esencia, un instrumento del pueblo del Reino Unido ni del de ninguna otra parte de esa Mancomunidad; el imperio existe, del modo que ese interés oligárquico financiero imperial de suyo global que es, de hecho, tan viejo como Tiro, Babilonia y la secta de Delfos, también creó a Mussolini y a Hitler en su tiempo, como alegaría el “futurólogo” H.G. Wells, para sacrificar a las naciones que rige, de ser necesario, en su propio resguardo.

Mi propósito al referir aquí la participación entrecruzada de Shelburne, Edward Gibbon y Jacques Necker, es aclarar la distinción entre el mito y la sustancia a ese respecto. El mito del caso es la mentira de que Gibbon diseñó un Imperio Británico conforme a la idea de Juliano el Apóstata de una nueva Roma imperial que no permitiría la existencia de un cristianismo real, en lo que Gibbon y probablemente Shelburne consideraban un defecto fatal potencial del viejo sistema romano y bizantino. No sólo el Vaticano ha sospechado desde hace mucho que es el fantasma de Juliano el Apóstata el que reina en realidad, todavía, en la Gran Bretaña imperial.

Cómo creció esto

El imperio que ahora tiene su asiento, en lo fundamental, en Amsterdam y Londres, un imperio que domina al mundo, en especial desde la época del Gobierno estadounidense de Nixon, no se originó como un imperio británico como tal. Evolucionó como una excrecencia de las gestiones de los grupos faccionales del “nuevo partido veneciano” de Paolo Sarpi y compañía, para librar a la causa oligárquica financiera veneciana de lo que les parecía era el resultado fatal probable de seguir apoyando la causa reaccionaria habsburga que se asociaba con la brutalidad, como de Hitler, de Tomás de Torquemada y Felipe de España. Era evidente, en conexión con esto, que la ciudad de Venecia podía seguir siendo el centro del poder para la causa global de la usura, pero no si procuraba mantener esa posición en tanto potencia naval enclavada en el norte del Adriático.

Por tanto, Sarpi y su facción veneciana sustituyeron un nuevo modelo de imperialismo financiero, uno que mudó la sede de su poder imperial a los territorios marítimos a lo largo de las costas septentrionales de Europa, como en Inglaterra, los Países Bajos y a lo largo de la antigua ruta hanseática al Báltico. Esta perspectiva la reforzó la experiencia de la derrota que el cardenal Julio Mazarino y otros le infligieron a la causa veneciana al introducir la Paz de Westfalia en 1648. El resultado fue el resurgimiento de la Francia de Mazarino y Jean–Baptiste Colbert, en su participación como el principal centro científico del mundo y motor de progreso económico de Europa. Así que los adversarios de Francia usaron a ese corruptible Luis XIV, cuyo caso sirvió de modelo para las posteriores políticas religiosas y de otra índole del emperador Napoleón Bonaparte, como una debilidad del gobierno que franqueó el camino para arruinar a Francia a un grado considerable, y para establecer a la potencia marítima liberal angloholandesa en los mares del norte de Europa. Fue a partir de esto que surgió el futuro Imperio Británico de la Compañía de las Indias Orientales en febrero de 1763, junto con esas provocaciones que aportaron el motivo sistémico excelente para la independencia de nuestra propia nación.

La idea de un poder imperial que brotó de cierta genialidad innata del pueblo inglés es, básicamente, un cuento chino. Inglaterra no tomó esa decisión, ni los Países Bajos en su propio caso. La decisión la tomó, en lo principal, la red de casas bancarias de la tradición lombarda del siglo 14 con centro en Venecia. Fue este interés veneciano, al que se identifica con la influencia de Sarpi, el que adoptó al eje angloholandés como centro político de sus operaciones oligárquicas financieras estratégicas.

En todo el espectro del proceso en Europa y las Américas, que va del comienzo de la guerra de los Treinta Años en 1618, el acontecimiento positivo más decisivo ha sido la Paz de Westfalia de 1648, y el producto más siniestro de la necedad, la Paz de París de febrero de 1763, la cual estableció lo que ha sido el Imperio Británico en los siglos transcurridos desde entonces.

Aquí tenemos la clave de la participación de H.G. Wells; la clave es la función que tuvo el sistema de Estados nacionales europeos modernos establecido por la Paz westfaliana de 1648, en oposición al movimiento contrario que desencadenaron la sucesión de guerras holandesas contra la Francia de Luis XIV y el establecimiento de la primacía marítima imperial de la Compañía de las Indias Orientales británica en 1763. El saldo neto de esa sucesión de acontecimientos de 1618–1763 fue el surgimiento de la república estadounidense en 1761–1776, para convertirse en el rival más crucial de la pretendida supremacía imperial global del Imperio Británico en tanto herramienta del sistema liberal angloholandés, todo ello consecuencia de un conflicto continuo de intereses que se puso en marcha en torno a la figura de Paolo Sarpi.

Así, las características estratégicas del liberalismo angloholandés son, en “lo axiomático”, la forma de liberalismo que diseñaron las redes de Paolo Sarpi como sustituto escogido del sistema de carnicería habsburga imputable a criaturas monstruosas tales como ese gran inquisidor Tomás de Torquemada, quien sirvió de modelo señalado para los propósitos sangrientos de la francmasonería martinista, dirigida desde Londres, del conde Joseph de Maistre, quien fue una de las manos que estuvo detrás del ardid del collar de la Reina, el Terror francés, el designio del aciago emperador Napoleón Bonaparte y, después, el modelo para la tiranía de Hitler.

El Imperio Brutánico hoy

Como la idea de un “Imperio Británico” es fuente de confusión, tenemos que reconocer el carácter real del verdadero imperio en esencia global, mejor llamado “brutánico” que “británico”. En principio, el fantasma de H.G. Wells, donde quiera que su alma esté asándose hoy, estaría de acuerdo, no importa qué tan a regañadientes. Su impulso característico en La conspiración abierta impide cualquier conclusión contraria veraz.

La clave de todo esto la muestra Wells al desnudo con su perpetua insistencia en el tema de “el Estado nacional o cualquier cosa que se le parezca tiene que ser destruido”, por lo que pudiera acarrear su deseo de una “globalización” incon-sútil. Siempre regresa a este tema recurrente de La conspiración abierta, igual que su cómplice Bertrand Russell exigía un ataque nuclear preventivo contra la Unión Soviética para acarrear lo que afirmaba de manera enfática era el establecimiento de un gobierno mundial, como hoy con la pretendida imposición del tratado de Lisboa, que amenaza a la civilización europea continental, y probablemente también con una guerra nuclear a gran escala contra Rusia y Asia en el corto plazo relativo.

La firma del tratado de Lisboa
La firma del tratado de Lisboa de la Unión Europea el 13 de diciembre de 2007. “Por ahora, el Londres fabiano ha degradado a la mayor parte del continente europeo al este de Bielorrusia a la condición de lacayos del principal enemigo mortal de nuestro EU, el actual Imperio Británico”. (Foto: ©Presidencia portuguesa de la Unión Europea).

La ilusión popularizada de que el Imperio Británico tiene un origen específicamente británico, es emblemática de un hábito de malinterpretación obcecada de la naturaleza y de la raíz de los principales imperios de la Europa antigua, medieval y moderna. En ningún caso un pueblo escogió el imperio; en todos, el imperio los escogió a ellos. Ahí encontramos la clave del plan general que subyace en el modelo de imperio unimundista propuesto por H.G. Wells, como en La conspiración abierta y What Are We To Do With Our Lives?

En el caso de los modelos liberales europeos modernos, que son vástagos del “nuevo sistema veneciano” del amo del lacayo mentiroso Galileo Galilei, Paolo Sarpi, los métodos de supresión forzosa más sencilla del descubrimiento científico o comparable fueron remplazados por el uso de uno de autoengaño intencional de la víctima, un sistema de sofistería que ahora se identifica, como en EUA y Europa, al igual que en otras partes, con el término técnico de “liberalismo”.

Este modo de engaño es lo que introdujo Sarpi, ya sea por iniciativa propia o como instrumento de otros, y se fundamenta, en tanto doctrina, en el modelo de irracionalismo medieval de Guillermo de Occam. La función de la doctrina irracionalista de Occam y Sarpi es clave en todo el liberalismo moderno, en especial con la influencia del irracionalista radical Bertrand Russell que refleja el movimiento positivista radical de después de la Segunda Guerra Mundial, tanto en la ciencia como en la ciencia ficción por igual.[17] Con el auge del poder del Imperio Británico en la Europa del siglo 18, en especial desde el tratado de París de febrero de 1763,[18] las directrices relacionadas con las iniciativas de Sarpi forjaron una nueva calidad de diseño de un imperio mundial extralimitado, un imperio que con justicia se identifica, de manera intercambiable, con el “Imperio Británico” o, dicho de modo más preciso, el sistema liberal angloholandés de poder financiero imperial, y en las sectas liberales radicales en la ciencia y las artes hoy, tal como en la actual decadencia moral y cultural extrema de los llamados “sesentiocheros”.

Este aspecto del liberalismo, el aspecto que Sarpi adopta del legado medieval del irracionalista Occam, es el meollo del sistema brutánico y la clave de todos los dogmas tanto de Wells como de Bertrand Russell, hasta los de las víctimas del legado del profesor Norbert Wiener y John von Neumann en particular. Regresaremos repetidamente a este tema de aquí a la conclusión de este informe.

No obstante, aunque acabo de recalcar arriba que el principal enemigo que ahora amenaza a nuestro EUA es un Imperio Británico que surgió, no como nacido de Gran Bretaña, sino como un parásito migrante que se adhiere a este o aquel terreno nacional propicio, del modo que ha migrado, desde la antigüedad, de lugares tales como la antigua Tiro y Babilonia a la Europa medieval y moderna, y allende, a las colonias europeas. Sin embargo, como había prometido ya abordar esto, existe una distinción cualitativa entre el Imperio Británico actual y esas formas particulares que lo precedieron en estas sucesiones. Dicha distinción especial es la adopción del liberalismo que se introdujo bajo la dirección de Paolo Sarpi.

Occam, Sarpi y Wells

El rasgo fundamental del plan implícito que subyace en todos los conceptos que propuso Wells en La conspiración abierta se ubica en la motivación de Paolo Sarpi para remplazar la postura tradicional de Aristóteles en los sistemas oligárquicos europeos previos, tales como los fraudes de Claudio Ptolomeo, con la del irracionalismo medieval de Guillermo de Occam. Ésa sustitución por Occam que hizo Sarpi es la esencia de todo el liberalismo moderno.

La implicación decisiva de esa sustitución por Occam ha de reconocerse como fruto del reconocimiento de Sarpi de que el fracaso sangriento de monstruosidades tales como el programa inquisitorial de Tomás de Torquemada, desde la expulsión de los judíos de España de 1492 en adelante, significó que el nuevo modelo de sociedad europea, puesto en marcha más que nada por las contribuciones decisivas del cardenal Nicolás de Cusa en el siglo 15, no sólo había liberado a la ciencia de la garra mortal de la sofistería aristotélica, sino que, de ese modo, había introducido un nuevo tipo de sociedad, con un acento en darle libertad a la ciencia y la tecnología. Este factor de innovación orientada por la ciencia, en lo principal puesto en marcha por Brunelleschi y Cusa, pero de modo más categórico por este último, es lo que ha definido todos los logros reales más decisivos de la civilización europea moderna y su influencia extendida a las Américas.

Así, cuando pretendió regresarse el reloj de la historia, como indicó la expulsión de los judíos en 1492, con el empeño en aplastar lo que había surgido como el Estado nacional soberano moderno, como en los modelos de la Francia de Luis XI y la Inglaterra en la que Enrique VII imitó sus reformas, los beneficios físico–económicos absolutos de la obra revolucionaria de Cusa, como en los casos del progreso en apariencia milagroso de Francia y la Inglaterra de Enrique VII, introdujeron el factor de los efectos del progreso científico en la sociedad europea, que prácticamente imposibilitó que las fuerzas oscuras de la sofistería aristotélica estilo medieval vencieran este nuevo factor en la historia mundial.

De modo que, por razones que pondré de relieve inmediatamente a continuación, un sector creciente de los reaccionarios neofeudales reconoció la innovación de Sarpi como la solución probable a su incapacidad para aplastar y eliminar al Estado nacional soberano europeo moderno. En lo principal, hubo dos consideraciones, definidas por Cusa, para que Sarpi recurriera a revivir a Occam: la influencia de la Concordancia cathólica de Cusa en la definición del principio de la forma soberana moderna del Estado nacional, que se hizo eco de la De monarchía de Dante Alighieri, y la fundación de la ciencia europea moderna por influencia de una serie de obras del propio Cusa, empezando con su platónica De docta ignorantia. La combinación de estas corrientes inherentes a las iniciativas de Cusa fue lo que sentó la base para el surgimiento de la civilización europea moderna a partir de las cenizas de la “Nueva Era de Tinieblas” del siglo 14.

En cuanto a detalle, lo que desconcertaba a los elementos aristotélicos de la reacción neofeudal era el efecto de las innovaciones, tanto en la tecnología como en la organización de la vida interna de las ciudades y las relaciones entre éstas.

El remedio sugerido por Sarpi al predicamento estratégico de las fuerzas venecianas a este respecto, consistió en crear una estratagema que permitía las innovaciones “prácticas” dentro de su reorganización propuesta de la sociedad europea, pero no así la introducción del conocimiento de los verdaderos métodos científicos de Cusa, Leonardo da Vinci, Kepler y demás en las instituciones europeas pertinentes. La solución que planteaba era, así, su fomento del irracionalismo de Occam o lo que de otro modo se conoce como el liberalismo moderno, cuya fase de degeneración extrema se conoce hoy, de manera indistinta, como el maltusianismo y sus derivados, el fascismo (por ejemplo, el neoconservadurismo), el positivismo y el existencialismo.

El viraje decisivo en el programa que Sarpi inició, vino con la Paz de Westfalia de 1648 que encabezó con su intervención el delegado del papado en Francia, el cardenal Mazarino, y su colaborador, Jean–Baptiste Colbert, con el papel destacado que tuvo en desencadenar un ritmo de progreso asombroso tanto en la infraestructura como en los acelerados avances científicos y tecnológicos fundamentales de Francia. El flanco estratégico débil de Francia resultó ser básicamente el mismo rey Luis XIV, cuyo manejo del Estado y políticas relacionadas sirvieron de modelo para que el conde martinista Joseph de Maistre rediseñara al jacobino robespierreano Napoleón Bonaparte como lo que habría de devenir en el modelo para el diseño estratégico posterior de Adolfo Hitler.

Con la victoria de la facción liberal angloholandesa de los herederos de Guillermo de Orange en 1712–1714 sobre el papel destacado que desempeñaron Godofredo Leibniz y sus aliados tories ingleses, se abrió paso a la gran campaña de corrupción de Walpole en Inglaterra, la cual, al romperle el espinazo a la oposición tory al legado de Guillermo de Orange, dio origen a las estrategias de guerra intelectual y sangrienta, tales como la denominada “guerra de los Siete Años” que tramaron Londres y Amsterdam, y que, a su vez, estableció el “nuevo Imperio Romano de facto” en la forma de esa Paz de París de febrero que sentó un modelo neoveneciano de lo que Shelburne prevería como un sucesor británico de los imperios romanos caídos.

Shelburne no creó el modelo del “Nuevo Imperio Romano” de Gran Bretaña; sólo hizo que su lacayo Gibbon falsificara la patente para ponerlo a él en la pared.

El resultado, como mostró el historiador H. Graham Low-ry en How the Nation Was Won,[19] fue el aglutinamiento de las fuerzas republicanas antiimperialistas de Europa y las Américas en torno al establecimiento de un sustituto americano de los fallidos modelos parlamentarios y monárquicos de Europa a los que agobiaba el oligarquismo.

La victoria del EUA del presidente Abraham Lincoln sobre las fuerzas combinadas del Imperio Británico; la monarquía española, subsidiaria de Londres en el tráfico de esclavos africanos en el siglo 19; y la Francia de Napoleón III, en la doble derrota que sufrió Gran Bretaña en EUA y en el México habsburgo entonces, fue el acicate de la pauta ininterrumpida de guerras imperiales mundiales que diseñó e inició el Imperio Británico durante el período que va desde la expulsión de Otto von Bismarck en 1890, por órdenes del Príncipe de Gales británico a su sobrino el Káiser, hasta la nueva conflagración mundial que viene atizándose hoy bajo el pendón del borrador del tratado de Lisboa.

Por ahora, el Londres fabiano ha degradado a la mayor parte del continente europeo al este de Bielorrusia a la condición de lacayos del principal enemigo mortal de nuestro EU, el actual Imperio Británico. Ese imperio y sus agentes saturan los mandos de nuestros partidos políticos, nos saquean con sus estafas financieras globales y los títeres siniestros que conspiran para arruinar nuestra economía desde sus puestos en el sistema de la Reserva Federal y los representantes tradicionales de Londres con centro en Morgan en nuestras principales instituciones financieras y monetarias públicas y privadas, tanto como en la alta dirigencia de nuestros partidos políticos principales.

El emblema de esta condición traidora en nuestros asuntos nacionales es, como no debiera sorprendernos, la Sociedad H.G. Wells y su penetración de nuestros servicios diplomáticos y afines.

3. Los pitagóricos y Platón

Nuestro tema en este capítulo, y en los sucesivos, es una ciencia de la historia. Aquí, nuestra atención se enfoca en la historia en tanto idea de importancia esencial para la humanidad, del modo que ésta se distingue por completo de otras formas de vida, precisamente en cuanto a esto. Aquí, tratamos la historia como un concepto ligado a la distinción entre el hombre, como si éste sólo fuera otro mamífero, y esa personalidad de la humanidad que existe de manera eficiente en tanto fenómeno de importancia continua eficaz, aun después de que la persona concerniente está muerta, a veces desde hace mucho.

En el capítulo subsiguiente y final, incluimos en la médula del asunto la atención que el presente le presta a la ilustración del concepto de la historia misma en tanto idea: la inmortalidad del alma humana.

En partes anteriores de este informe, y en muchas ocasiones previas, he hecho hincapié en que no podría tenerse un discernimiento competente de la existencia de nuestra especie humana singular sin incluir los versículos 26 a 31 del Génesis I como un compendio claro de lo que debimos haber reconocido, de hecho, a partir de nuestro conocimiento de la naturaleza y de la función aglutinante de nuestra especie humana, tan lejos en la antigüedad como podamos considerar las pruebas disponibles que hemos reunido hasta ahora. Debemos considerar muy confiable en lo científico el contenido pretendido de este conjunto de versículos. Como es obvio, alguna gente entonces, en tiempos de Moisés, era mucho más lista que la mayoría hoy.

La idea de la cualidad distintiva del hombre y la mujer a la que se refieren esos versículos del Génesis se ha debilitado en la población de, por ejemplo, EUA, desde el período de transición que va de 1964 a 1968.

La actividad mental creativa como tal se representa en tanto creativa en virtud del contenido de esa acción, del modo que lo ejemplifican los casos de descubrimiento de un principio válido, tal como un principio científico de la naturaleza. La forma de semejante acto mental es congruente con el concepto del infinitesimal ontológico en el cálculo de Leibniz, a diferencia y en oposición a los argumentos fraudulentos que plantearon en el siglo 19 De Moivre, D’Alembert, Leonhard Euler, Joseph Lagrange, etc., y Laplace, Cauchy y demás, en contra de Leibniz.

Sabemos, por la experiencia de tales casos, que, en particular, lo que puede identificarse como actividad mental de verdad creativa sólo puede darse dentro de los procesos creativos soberanos de la mente humana individual, nunca, contrario a lo que algunos en el Laboratorio de Investigación en Electrónica del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) pensaban sobre la “solución creativa de problemas” allá a fines de los 1940, al abordar lo que podría considerarse con justicia como “pensamiento de grupo”. El proceso creativo de la mente humana tiene el mismo carácter que el acto independiente de una mente individual, el cual comparte con una experiencia individual original o recreada del descubrimiento de un principio universal de la naturaleza u otro comparable. Esto ocurre al efecto de que el poder cognoscitivo perfectamente soberano de la mente individual pertinente ha llevado a cabo una transacción con el universo, cual directamente por parte de una persona individual, como lo hizo Johannes Kepler.

Más adelante aquí, abundaré sobre el tema de este pasaje del Génesis.

En la sociedad estadounidense contemporánea, en particular, semejante actuación parece ser en extremo excepcional, si la comparamos, y cuando la comparamos con la que era típica hace dos generaciones. El EU moderno ha dejado de ser, esperemos sólo de manera temporal, una sociedad creativa, en relación con lo que era cierto, en términos relativos, acerca del período previo a 1968. Como las dos generaciones más viejas, que representaban una reserva de “cuocientes de creatividad” relativamente superiores, en su mayoría han muerto, el empleo en actividades científicas, artísticas y relacionadas de verdad creativas o incluso sólo productivas ha decaído hasta el grado de desaparecer. Desde entonces, hemos tenido una reducción, en franca aceleración, de lo que podría considerarse la actividad de verdad cognoscitiva en tanto tal, como, por supuesto, una reducción neta comparable correspondiente en las fuerzas productivas físicas netas reales del trabajo, per cápita y por kilómetro cuadrado. Este cambio degradado tiene una correlación directa con la degeneración moral e intelectual de EU hacia una sociedad “posindustrial”, pero también puede estudiarse como igual de conspicuo en el caso de la apresurada degeneración moral y de otra índole existencialista parecida en el ámbito del entretenimiento y de la actividad artística en general.

Ésa es, a grandes rasgos, la clase de parámetros en que se sitúa el tema que tenemos entre manos.

Además de esas observaciones generales, las pruebas más a propósito derivan de estudiar expresiones de la virtual supresión sistémica de la actividad creativa de hecho humana en la mayoría de los pueblos, como en los tramos de hasta cientos de años o más en regiones enteras de la civilización europea extendida al orbe, por un lapso que abarca desde el término de la segunda guerra púnica hasta el nacimiento de la Europa moderna con el Renacimiento del siglo 15. Este caso de estudio lo ilustra la imagen, tornada del Prometeo encadenado de Esquilo, de la prohibición del “conocimiento del fuego” para la humanidad por decreto del Zeus olímpico o, en tiempos más recientes, el dogma “neomaltusiano” asesino del príncipe Felipe de Gran Bretaña y de su lacayo, el ex vicepresidente estadounidense Al Gore.

Estos últimos aspectos abortivos de grandes extensiones de la historia conocida del proceso de la existencia humana exigen que pongamos el acento en la economía física, en vez de la monetaria. Esta exigencia no la imponen los largos intervalos históricos de desintegración de los sistemas monetarios y financieros, sino la naturaleza de estos sistemas como tales.

Algunos problemas de economía

Por ejemplo, en la estadística financiera como tal no hay fundamento alguno para determinar la relación de causa y efecto entre una economía mal definida como un proceso monetario–financiero y —la forma correcta de atacar el asunto— la economía en tanto proceso físico. Esto último, la economía en tanto proceso físico, se mide como es debido en términos de cambios, ascendentes o descendentes, en la densidad física relativa de habitación de la población de regiones enteras que corresponden a identidades nacionales. El dinero entra en consideración de modo apropiado en esta cuestión, sólo cuando tiene que ver con lo apto de las medidas financieras y relacionadas de las cuales dependemos, de manera exclusiva, para crear los efectos físicos deseados pertinentes de la medida física misma. La aptitud se determina de forma adecuada sólo en función del proceso físico de producción, el diseño físico y la inversión en productos; en lo principal, el aumento real o la disminución en la densidad relativa potencial de población.

El concepto de “libre comercio”, por ejemplo, se ajusta a la economía de comunidades de piratas totalmente improductivas, como las tribus recientes de fondos especulativos depredadores moldeados en la tradición de Michael Milken y Alan Greenspan.

Alan Greenspan el chupasangre
El programa del chupasangre Alan Greenspan en la Reserva Federal estadounidense llevó a “la actual burbuja hiperinflacionaria que, haciéndose eco de la de la Alemania de 1923, se precipita ahora a su cita con la destrucción”. (Caricatura: Claudio Celani/EIRNS).

Una de las mejores ilustraciones de lo que acabo de señalar es el caso de Francia con el rey Luis XI, quien sobornaba a sus enemigos, como lo exigían, y triunfaba sobre ellos por estos medios, al mismo tiempo que aceleraba las fuerzas productivas del trabajo en Francia de un modo no visto desde Carlomagno. La experiencia de la Francia de Luis XI se reprodujo en el reino inglés de Enrique VII, el cual fue posterior a Ricardo III.

En cuanto a Inglaterra con los Jacobos y los Carlos del siglo 17, la Compañía de la Bahía de Massachusetts, que comenzó con medios nunca mejores que los que la cultura inglesa ya tenía disponibles, rebasó su ritmo de progreso, hasta que empezaron a verse los efectos de los reinados de Jacobo II y Guillermo de Orange después de 1688–1689. De modo parecido, el ritmo al que avanzó la economía de EUA durante y después del proceso de derrotar a esa marioneta británica traidora conocida como la Confederación, superó el mundial, hasta una caída monstruosa en 1877, por motivos políticos, de las condiciones de vida de la población estadounidense en general. El caso de EU bajo el liderazgo del presidente Franklin Roosevelt afirma la gran superioridad del Sistema Americano de economía política de Hamilton y compañía, como revivió con el presidente Roosevelt, sobre todos los sistemas europeos, hasta la fecha.

La historia de la economía del EUA soberano, cuando estaba relativamente libre de las fuerzas extralimitadas del Imperio Británico, es que, cuando se le permitió ser ella misma, siempre superó la economía física nacional de cualquier otro país europeo o americano.

El factor problemático de esta parte europea de la historia mundial siempre ha sido doble: primero, en general, el legado del sistema de una clase aristócrata y el reflejo de ese factor de distinciones de clase en la perpetuación del mecanismo de control de los siempre problematicos sistemas parlamentarios; y, segundo, la influencia poderosa de los sistemas monetario–financieros estilo veneciano impuestos a los gobiernos y las naciones por la combinación de las tradiciones de las clases aristócratas y aristocrático–financieras. Desde 1782, el mejor desempeño económico y relacionado de Europa era comparable al desempeño normal relativamente más pobre de nuestra economía nacional.

La combinación de los factores antedichos y otros relacionados que se asocian con estas comparaciones se ha reflejado, como en el EUA previo a 1968–1969, en la superioridad fundamental de su rechazo constitucional al estilo europeo de sistema monetario. Con el sistema constitucional estadounidense, cuando se le defiende, la moneda de curso legal sólo puede emitirse con la medida directa pertinente del Gobierno federal, con el consentimiento del Congreso, o mediante el acuerdo soberano de tratados apropiados de nuestra elección sobre aranceles, comercio y crédito con potencias extranjeras. Por ejemplo, el borrador del sistema de Bretton Woods de 1944, a diferencia del que presentó en contrario John Maynard Keynes de Gran Bretaña, es el modelo al que el mundo debe recurrir ahora, y con urgencia, si es que nuestra república, así como la civilización en general, han de sobrevivir al estallido hiperinflacionario ahora en marcha, estilo Alemania de 1923, y a la desintegración de los sistemas monetario–financieros de EU y el mundo.

La historia de las culturas

Cuando tomamos en cuenta los beneficios con los que contribuyeron auténticos “genios” en los campos de la ciencia física, el estadismo y las formas artísticas clásicas, tenemos que sentir las repercusiones, de la mano con un sentido de conmoción y espanto, de cuánto ha sufrido la humanidad, en cada nación, en cada cultura y en la sociedad entera, un sufrimiento causado por no desarrollar un cuociente mucho mayor de mentes creativas activas, mentes que serían comparables a las de los descubridores de veras grandes. Así, para mí, uno de los espectáculos más feos es el modo en que se fomenta la mediocridad moral e intelectual humana ahora imperante.

Conocemos de primera mano los efectos de la forma degenerada de la antigua cultura marítima trans-oceánica de la que es típica el caso de los olímpicos, quienes representaban un caso particular de degeneración de las culturas marítimas atlánticas: los degenerados morales de la Ilíada de Homero, cuya tiranía memorable como tal sirve de marco para el Prometeo encadenado de Esquilo.

Aquí tenemos un ejemplo más propio de la maldad pura inherente a ese sistema global de tiranía que se asocia con la dominación de nuestro planeta, en especial desde el 15 de agoto de 1971. Me refiero al presente dominio que ejerce en los asuntos de nuestro planeta el sistema imperial liberal angloholandés con centro —nominal— en la City de Londres.

Este paso del poder, de EUA al sistema liberal angloholandés, fue consecuencia de que al primero lo involucraron en la necedad de librar una guerra larga e innecesaria en Indochina, la cual duró mientras su costo se usó como pretexto para disipar las medidas de reconstrucción económica de EU que pretendió llevar a cabo el presidente John F. Kennedy, como en el caso del acero. El momento decisivo en ese proceso de los 1960 posterior a Kennedy vino en 1968, cuando el auge de los denominados sesentiocheros arruinó la fibra moral de la sociedad trasatlántica, un fenómeno que dividió al Partido Demócrata entre los “obreros” y la secta fascista sesentiochera, y fue así que se llevó al poder al Gobierno implícitamente fascista del presidente Richard Nixon y que, luego, se continuó la labor de demolición física y moral de la economía estadounidense y de su cultura con el Gobierno de Ford y la Comisión Trilateral del Gobierno de Carter, y aun después.

Las medidas decisivas que llevaron a la destrucción de la economía estadounidense fueron: 1) la aniquilación arbitraria, aunque no inesperada, del sistema de Bretton Woods a manos del Gobierno de Nixon en julio de 1971, como la adoptó Europa, con cierta renuencia, en 1972; 2) la maquinación fraudulenta de una escasez internacional de petróleo colosal, dirigida en especial contra EUA, que creó el “mercado interno de entrega inmediata” de petróleo con sede en Amsterdam y que, así, transfirió la base del dólar, del propio EU, a un cartel liberal angloholandés internacional dirigido desde Londres y Amsterdam; 3) el programa de la Comisión Trilateral que destruyó la estructura interna básica de la economía estadounidense de 1977 a 1981; y 4) el síndrome de Michael Milken, el cual sirvió de modelo para ese programa lunático del presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan y ha conducido, desde fines de julio de 2007, a la actual burbuja hiperinflacionaria que, haciéndose eco de la de la Alemania de 1923, se precipita ahora a su cita con la destrucción.

En todo este proceso de 1968–2008 a la fecha, el sistema que ha remplazado el control estadounidense de su propio dólar por el del poder imperial del mercado de entrega inmediata y la empresa armamentista BAE, es el poder que al presente domina la economía de EU y otras. El Imperio Británico no es ningún aliado de nuestro EU, sino el adversario más mortal que tiene hoy, y prácticamente toda la humanidad. Esto ha ocurrido bajo los mismos principios de la política imperial británica específicamente geopolítica responsable de que el príncipe de Gales Eduardo Alberto o rey Eduardo VII urdiera los acontecimientos de 1890–1905 que crearon la Primera Guerra Mundial, y de que la monarquía imperial británica pusiera a sus protegidos Mussolini y Hitler en el poder en Italia y Alemania, de manera respectiva, para llevarnos a la Segunda Guerra Mundial. La ironía más notable de todo esto, como subraya el caso del mentado Billy Mitchell, es que su entonces socio británico le había encomendado a Japón que se comprometiera (ya en los 1920) a emprender un ataque naval contra la base naval estadounidense de Pearl Harbor en el Pacífico. Los tiempos cambiaron; Gran Bretaña, como los banqueros de marras de Nueva York (entre ellos el abuelo del actual ocupante de la Casa Blanca), abandonaron su empeño en apoyar esos regímenes de Mussolini y Hitler, esos regímenes fascista que Londres mismo había puesto en el poder y apoyado tanto en sus primeros años, para aceptar una alianza con EU en contra de Japón y la Alemania de Hitler. De modo que Japón llevó a cabo el ataque a Pearl Harbor que Gran Bretaña le había asignado antes, en contra de lo que había devenido en un aliado británico de lo más complicado, EUA.

Así, si reconsideramos, y cuando reconsideramos lo que hemos llegado a aceptar, a tolerar ahora como un “así son las cosas” entre nuestro pueblo, nada debiera enfurecernos más que nuestra propia necedad, pues no sólo le imponemos a la mente humana individual esos grilletes mediante los cuales damos nuestro consentimiento para que fuerzas poderosas de las finanzas internacionales rijan nuestro gobierno y nos degraden a todos, sino que los defendemos.

Se informaba, según diversas versiones, que el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, representaba una hacienda que ascendía a algo así como a 9 u 11 mil millones de dólares; según los informes, él protestó afirmando que 40 mil millones era un cálculo más apropiado. Yo lo he observado hablar de algunos temas, entre ellos el de la “infraestructura”. Fundado en esas pruebas, el hombre sencillamente es un depredador al que no le importa cómo robar, y está entre los asnos de una terquedad más despreciable que andan sueltos en la arena política hoy. Ya no nos gobierna el poder de magnates, sino el crimen organizado del narcotráfico y la ratería pura legalizada, como aquélla con la que lucró el gobernador Arnold Schwarzenegger de California cuando era un particular. Se le permitió hacerlo a expensas del gobierno y del pueblo californiano, y lo recompensaron con los frutos de la insensatez de esos ciudadanos que aun hoy apoyan su desastrosa gestión depredadora.

Consentimos, así, y de maneras relacionadas, nuestra propia ruina. Hasta parece que admiramos a los depredadores que nos saquean y que destruyen nuestra nación desde adentro y desde afuera.

Nuestros propios ciudadanos, al menos muchísimos de ellos, tienen grandes oportunidades de superarse.

La raíz de la decadencia y Wells

Si entiendes la motivación del Zeus olímpico del Prometeo encadenado, puedes reconocer con más facilidad la raíz de lo que ha hecho del Imperio Británico (es decir, de la potencia imperial liberal angloholandesa) el viejo enemigo de nuestra republica constitucional estadounidense, desde la Paz de París de febrero de 1763.

Los autores del principio oligárquico, representados en la pretendida alianza de Filipo de Macedonia con un emperador persa que en realidad estaba bajo el dominio de la continuación de la vieja burocracia babilónica (el sacerdocio) del cuasimítico Baltasar, procedieron con la certeza bien establecida de que si a la población en general no sólo se le permitiera conocer el progreso científico y comparable en su economía, sino la libertad de ponerlo en práctica, las tiranías como la que describe el dramaturgo Esquilo para el Olimpo de Zeus no podrían, no pueden perdurar.

Ésa es la diferencia medular entre las antiguas tiranías de Europa —por citar un caso, los sistemas parlamentarios de la mayor parte de Europa hoy en dominio de la oligarquía— y la Constitución antioligárquica de EUA. Si les permitiéramos a las naciones de África, como Zimbabue, por ejemplo, de verdad liberarse de la tiranía imperial británica, no habría Imperio Británico ni nada que se le parezca por mucho tiempo. El apoyo británico al viejo traidor de su patria, el degenerado y antiguo aliado de los nazis, el Dalái–Lama, es un caso de significado parecido.

De hecho, tres reglas básicas dominan la intención de H.G. Wells en La conspiración abierta: 1) cero tolerancia a la expresión de formas culturales soberanas de Estado nacional; 2) cero fomento al conocimiento del “fuego”, o sea, al descubrimiento de un principio físico universal aplicable de uso general en la economía, tal como la energía de fisión nuclear; y 3) cero acceso eficaz al conocimiento continuo de culturas nacionales. Ésta es precisamente la misma clase de política que expresa el Zeus olímpico del Prometeo encadenado.

La clave de tales prohibiciones, como las de Wells, es la relación entre el conocimiento y la puesta en práctica de principios físicos universales descubribles, del modo que podrían usarse para fomentar que el individuo típico aumente su entendimiento práctico de la capacidad del hombre para elevar el poder de su especie para existir, mediante el descubrimiento y la aplicación del progreso científico fundamental (por ejemplo, del “fuego”).

Vemos esta misma orientación pro bestial planteada por Wells en el desmantelamiento de sectores esenciales de economías ya relativamente avanzadas, como las de Norteamérica y Eurasia septentrional, con ayuda de la transferencia, tanto de la producción con tecnología moderna, como también de la infraestructura necesaria para apoyar esa producción, de economías modernas desarrolladas, ¡a territorios nacionales en los que un 80% de la población carece del desarrollo cultural y relacionado para asimilar tecnologías modernas avanzadas!

La clave en todo esto es la mentalidad “rompemáquinas” del paradigma “sesentiochero”. Por ejemplo, no se permite que la tecnología moderna que diseñó Alemania para su instalación se invierta en el desarrollo de su economía interna.

La propia especie humana es lo que más odian H.G. Wells y los de su estirpe. Ésa era la doctrina que animaba a los sistemas esclavistas (como el ilota, de la sociedad que la secta délfica del Apolo dionisíaco diseñó para Esparta), la esencia de todo imperio establecido en Europa. Ésa es la depravación del “sesentiochero”. Ésa es la cualidad satánica que H.G. Wells y sus seguidores han compartido con Aleister Crowley y Bertrand Russell. Para los adeptos de esos influyentes degenerados, la mente del hombre es la enemiga de su admirada oligarquía.

El remedio

Como he indicado, en repetidas ocasiones, lo que conocemos como civilización europea se nos presenta de inmediato en pruebas de cerca del año 700 o 600 a.C., cuando los etruscos, los jonios y Cirenaica pactaron una forma de alianza marítima en contra de la potencia del mar cuyo nombre mismo significa tiranía. Aquí, en el marco de la influencia de la obra de Homero, aquí, en este intervalo de la civilización con centro en el Mediterráneo desde el 700 o 600 a.C. hasta la secuela de la victoria romana en el 200 a.C., la segunda guerra Púnica, topamos en la calle con suficiente de ese chachareo, por así llamarlo, que refleja la dinámica social e intelectual real de los acontecimientos de ese intervalo.

Por diversas razones buenas y fuertes, nuestras mejores fuentes de ese período atañen a los avances en la ciencia física como, del modo más categórico, los de los pitagóricos tales como el amigo de Platón, Arquitas. A partir del cimiento firme de las cuestiones de la ciencia física, como, por ejemplo, la lucha contra la sofistería, se nos da la oportunidad de decodificar los elementos políticos y afines de la historia social al prestarle atención a asuntos relacionados en materia de ciencia física. La ilustración más conveniente de los nexos concernientes es el caso del fraude científico comprobable que satura la obra de un nuevo estrato de sofistas ligados a Aristóteles y su seguidor Euclides, de notable insensatez por sus Elementos.

Albert Einstein
El concepto de Albert Einstein de una forma de universo específicamente kepleriano finito, pero ilimitado, tomó como premisa el principio permanente de la antientropía.

A partir de estas consideraciones, podemos educir algunas conclusiones firmes importantes sobre el milenio inmediato previo a la época de Pitágoras. Las más significativas de todas estas formas diferentes de aprovechar el estudio de dicha historia son aquellas arraigadas en la ciencia física, en especial la astronomía y (de modo implícito) la astrofísica, las cuales se derivan de las culturas marítimas transoceánicas que invadieron el Mediterráneo durante el período que siguió al proceso de derretimiento de la gran glaciación del hemisferio septentrional, una glaciación que hoy amenaza de nuevo el futuro del mundo. Universal significa astronomía y, de manera implícita, mejor dicho, astrofísica. Esos cambios observables en el sistema celeste son indispensables para la navegación trans-oceánica con flotillas en condiciones de “era glacial”, cosa que dio pie a esos calendarios que reflejan largos períodos de culturas que navegaban grandes distancias por medio de las estrellas.

Esto tiene varias implicaciones de importancia decisiva para nosotros aquí. Hemos de tomar en cuenta dos clases de cambios: los que constituyen en efecto ciclos que se repiten, y los de un orden superior, que no se repiten. El problema que plantea reflexionar sobre esto es si el universo es gobernado por un orden cíclico fijo de antemano (un universo conforme a Aristóteles, el timador Claudio Ptolomeo, y Rudolf Clausius y Hermann Günter Grassman) o en realidad, en última instancia, por principios de desarrollo progresivos y permanentes (antientropía). Estos problemas de navegar por medio de las estrellas son los que le presentan a la humanidad, en términos prehistóricos, históricos y de otra clase, la noción de universo, y también de universal. Esta última opción, la antientropía, es el hallazgo implícito de Johannes Kepler, y de Pierre de Fermat y Godofredo Leibniz, y la conclusión en firme del concepto de Albert Einstein de un universo específicamente kepleriano finito, pero ilimitado.

Esto plantea cuestiones muy serias, cuestiones que llevan nuestra atención, como ya lo hizo Platón, al tema en el cual se sitúa el asunto más fundamental, el concepto de la inmortalidad humana en tanto principio científico. Ésta es la cuestión que plantean, de manera sucesiva, en la extensión aplicable y a gran profundidad conceptual, Platón y Moisés Mendelssohn.

4. La inmortalidad humana

Un error que a menudo distingue al mero cronista del verdadero historiador, es la inclinación del primero a ver los procesos del pasado desde la perspectiva de su experiencia contemporánea de la vida al momento presente, o a interpretar los acontecimientos en la cultura de otro pueblo desde la óptica de su propia experiencia inmediata.

Como debiera ser bien conocido, yo he pasado la mayor parte de mi vida adulta en el campo de la inteligencia, una experiencia que incluye el período de la función relativamente humilde de adiestrar a algunos reclutas durante la Segunda Guerra Mundial y, más importante, la de vivir un período de servicio militar de posguerra en Bengala a principios de 1946, donde sucede que estuve próximo a un período de acontecimientos decisivos ahí, una vivencia posterior que probó ser mi iniciación en trabajar cual agente de inteligencia en territorio extranjero hostil, y luego como un hombre de inclinación rooseveltiana, en oposición a lo que sabía, con gran claridad entonces, era de hecho el enemigo británico de nuestra nación.

La intención de informar sobre esa experiencia aquí es ubicar mi planteamiento de que el trabajo de inteligencia competente, en mis décadas de experiencia, consiste en aceptar el hecho de que uno se mueve en un territorio hostil de una u otra clase, pero evitando mostrar esto cuando semejante acto de dejar al descubierto partes del yo interno, en la forma de hostilidad o de otro modo, es innecesario y, de hecho, indeseable para el propósito de la función que uno desempeña. En su mayor parte, cuando uno actúa así, no necesita elegir tales funciones; éstas le quedan claras a uno por la naturaleza de las circunstancias en las que trabaja.

Eso en cuanto a los tiempos y lugares de la experiencia contemporánea en ambientes locales. Referí la clase de situaciones que acabo de mencionar para arribar a una expresión diferente de un desafío parecido, al viajar de vuelta, como en una máquina del tiempo, a un pasado distante en una tierra desconocida. Para tales aventuras, es esencial pensar como un verdadero historiador. “¡Ah!”, quizás te hayas dicho, para luego añadir: “Pero, ¿de qué sirve eso en la investigación de situaciones contemporáneas, en especial en la cultura de uno mismo?” El interrogador obviamente no me entendió; yo hablaba de tiempos pasados y lugares distantes que, en lo funcional, forman parte integral de la personalidad en la que centro mi atención, incluso si es ajena al significado de lo que, de este modo, lleva dentro de sí.

Como una explicación sencilla de mi planteamiento, piensa en el posadolescente típico en el EU de hoy, por ejemplo, el que “googlea”. El acceso a dichos recursos y otros comparables que tiene esta generación (en particular) parece crear oportunidades de conocimiento, con el toque de las teclas pertinentes, que la precedente no tenía disponibles. Por desgracia, depender de tales recursos tiene un inconveniente muy serio, muy malo. Una de las desgracias principales para las generaciones que han entrado a la edad adulta en las últimas décadas de la así llamada “era de la información”, es que el mundo que creen conocer en realidad tiende a limitarse a la teta electrónica de la que maman. Peor que eso, es obvio que quienes manejan tales “tetas” electrónicas no le están informando a su clientela tanto como manipulan su mente. Se les engaña gracias a su inclinación acostumbrada a pensar que la “información” es “conocimiento”.

Con todo, el problema que acabo de esbozar atañe al lado oscuro de la influencia de H.G. Wells, a su influencia sobre el autor de 1984. El ambiente electrónico fabricado de “información” es, de hecho, el “Hermano Mayor”.

Para aclarar mejor el asunto, ofrezco la breve anécdota siguiente.

Una cuestión de educación científica

Durante mi propia campaña presidencial de 2000 en EU, me hice de lo que consideré una experiencia significativa con estudiantes universitarios en edad de votar. Dicha experiencia con esa capa me planteó un indicio importante de una nueva calidad de respuesta en una generación de orientación universitaria que ahora, casi una década después, anda entre los 25 y 35 años de edad, con una selección considerable de estudiantes con una orientación científica entre ellos. Esto se convirtió en el cimiento humano de lo que vino a convertirse en el “Movimiento de Juventudes Larouchistas (LYM)”, pero hubo un proceso que causó el aspecto más significativo de esto: el de la ciencia física y la música clásica.

Una joven trabaja con geometría constructiva
El trabajo científico del Movimiento de Juventudes Larouchistas (LYM) se concentró primero en la costa oeste de EU, al remontar los orígenes de la ciencia europea a los pitagóricos y Platón. Una joven trabaja con geometría constructiva en una escuela de cuadros del LYM en Oakland, California, el 21 de febrero de 2008. (Foto: Elizabeth Mendel/EIRNS).

El progreso pertinente se concentró primero en la costa oeste de EU, donde nuestra asociación tenía ciertas capacidades excelentes para establecer un cimiento científico enfocado en remontar los orígenes de la cultura científica europea moderna a los pitagóricos, con un fuerte acento en la gran prueba experimental de Arquitas para doblar el cubo. Luego intervine de manera más directa en el programa educativo de marras, al montar un programa que combinaba la educación coral musical clásica con las bases tendidas por el estudio de la ciencia de los pitagóricos y Platón, hasta la sucesión del establecimiento de los fundamentos de la ciencia física moderna competente con la revolución que inició la De docta ignorantia de Nicolás de Cusa. El primer proyecto grande fue revivir los descubrimientos que hizo Johannes Kepler, el eco principal de los logros de Cusa y Leonardo da Vinci, en la astronomía y la ciencia física en general. La obra acabada a este respecto fue indispensable, brillante y única en el tratamiento moderno del tema. El siguiente foco principal ha sido el misterio de Carl F. Gauss, quien, por motivos de seguridad personal y de su carrera, nunca reveló del todo los métodos con los que hizo esos descubrimientos cuyas demostraciones a posteriori representaron en la ciencia saltos de una validez brillante. El siguiente proyecto, tras completar el programa monumental sobre Gauss, será la obra de Bernhard Riemann, en especial aquellas partes menos estudiadas a cabalidad, aun hoy.

Cito esta parte de mi relato aquí para dejar tan claro como sea posible que es necesario emplear el tema de la historia más apropiado, el de la ciencia física (no el de las meras matemáticas). Tenemos que explorar para descubrir desde dónde y desde cuándo nuestras mentes debieron haber acometido para entender lo que, incluso desde el pasado más profundo y distantemente remoto, se encuentra ahora sepultado y muy vivo todavía en el desarrollo evolutivo de cualquier cultura humana. Sin duda, el programa que he descrito no lo abarca todo, pero ejemplifica la forma en que debemos abordar una gama más amplia de nuestras investigaciones, si es que hemos de reconocer a la mente que habla desde el pasado, respecto a lo que con frecuencia podríamos sentirnos tentados, erradamente, a creer que podemos entender con poco más de lo que alguien podría encontrar “googliando”.

En muchas de las preguntas que recibo por internet, por ejemplo, quien pregunta es obviamente víctima de la mentalidad banal inducida por la dependencia de lo que se supone son las obras corrientes de referencia rápida, como si lo que aparece o no ahí fuera una medida de la verdad. Muy a menudo se alejó mucho, pero mucho de cualquier cosa que semejara la verdad.

¿De qué estamos hablando?

Son esos descubrimientos de principios, como lo ejemplifica una historia competente de la ciencia, los que indican, del modo más llano y patente, por qué sólo la especie humana rompe la clase de límites superiores de la densidad relativa potencial de población que confinan a cualquier otra especie viviente.

La mejor forma de indagar esta interrogante no es a través de las matemáticas como tales, sino de la ciencia física, con el acento en “física” del que carece la mente del matemático puro. Una vez que tomamos en cuenta ese hecho, podemos reconocer el daño terrible infligido a la mente de muchas generaciones por la influencia de sofisterías tales como las de Aristóteles y sus seguidores, Euclides y Claudio Ptolomeo, en la antigüedad; esos liberales modernos de los que son típicas las leyendas de Galileo, Tomás Hobbes y John Locke; la existencia dudosa de Isaac Newton como un verdadero científico; y las víctimas del siglo 18 y después, del dogma antileibniziano de De Moivre, D’Alembert, Euler, Lagrange, Laplace, Cauchy, Clausius, Grassmann, etc., por no hablar de lunáticos rabiosos como --Ernst Mach o, hasta peor, Bertrand Russell y sus acólitos.

La cuestión fundamental aquí la define el ataque de los socios de Euler y sus seguidores del siglo 19 contra Leibniz. Euler era un tipo listo, pero lo contrarrestaba siendo totalmente deshonesto cuando se lo proponía, como en sus ataques a Leibniz de mediados del siglo 18.

La importancia de la clase específica de sofistería tanto de los aristotélicos como de los liberales modernos partidarios de Occam y Sarpi, es la siguiente:

La diferencia absoluta entre el hombre y el mono, a este respecto, yace en el hecho de que la especie humana es capaz de descubrir lo que los aristotélicos y los liberales modernos niegan por igual: un principio físico universal o comparable con una existencia —física— real. La consecuencia de la realización de la cualidad absolutamente superior de la especie humana, la cualidad de una criatura hecha a imagen viva del Creador, es el poder creativo del ser humano individual, en tanto potencial, para hacer descubrimientos que no sólo aumentan, en lo cualitativo, la densidad relativa potencial de población de nuestra especie humana, sino que cambian el universo de maneras que ninguna otra especie puede hacerlo.

En cuanto a esto, el ser humano no se porta como una especie fija; lo que de otro modo podría considerarse como un modelo genético fijo, cambia a voluntad, con frecuencia, del equivalente de una especie relativamente inferior, a una superior, mediante cambios en los supuestos culturales subyacentes del comportamiento.

A este respecto, la importancia de proteger la integridad de las culturas lingüísticas y, por tanto, la independencia política de las naciones soberanas, estriba en defenderse de cualquier nuevo intento por crear una inestable “torre de Bla–bla” al embrollar la integridad funcional de la evolución pasada alojada en el desarrollo cultural acumulado y la experiencia de un pueblo en el uso de su lenguaje hasta la fecha. Nosotros, de las culturas soberanas apropiadas respectivas, debemos compartir nuestra experiencia cultural, pero tenemos que defender el derecho y la capacidad del miembro de cada cultura de tener un acceso eficaz a revivir esa experiencia pasada por la cual los vivos siguen teniendo acceso a los cambios evolutivos revolucionarios que se asocian con el progreso real y potencial de dicha cultura específica.

El pasado vivo vibra, así, en las páginas de la experiencia presente. La historia, desde la perspectiva de culturas específicas consideradas de esta manera, es un tejido vivo al que nuestros difuntos han contribuido de un modo que, aunque muertos, aún viven y actúan a través de la cultura en tanto historia.

La consideración política práctica

Hoy, con frecuencia me angustio, y con razón, por la pérdida de un sentido de inmortalidad personal entre la población actual. Todas las grandes obras del hombre tienden a ubicarse, en realidad, en el lapso de la actuación de varias generaciones sucesivas o más. Esta contribución al progreso justifica las vidas que han pasado antes de nuestra época y posibilitan el futuro. Cuando el individuo, tal como el ejemplar demasiado típico del ciudadano estadounidense moderno, rompe la continuidad de generaciones sucesivas, sus motivos se tornan decadentes, degenerados. El grito egoísta de “Yo” excluye la realidad eficaz del pasado y del futuro por igual, y las grandes obras de la humanidad necesarias para darle a nuestra raza humana, a nuestra nación, un futuro verdadero, se echan a un lado, cual basura, para ensuciar las cunetas del camino del progreso. Entonces la sociedad se corrompe, como nuestro EU, y las naciones de Europa, por ejemplo, se han corrompido casi hasta no quedar nada que valga la pena recordar, mediante la suerte específica de egoísmo que goza al abandonar la obligación esencial del gobierno de proporcionar, con tanto vigor como sea necesario, las obras esenciales que no sólo aseguran las condiciones de vida de quienes viven al presente, sino también la dedicación de los que viven a las medidas concertadas de largo aliento que, al rebasar el lapso de vida de los hoy vivos, posibilitan el futuro y constituyen la justificación fundamental del hecho de que quienes ahora viven, habrán vivido.


[1]. Ver The Open Conspiracy: H.G. Wells on World Revolution (La conspiración abierta: H.G. Wells habla sobre la revolución mundial), por W. Warren Wagar, editor (Westport, Connecticut: Praeger, 2002).

[2]. Hasta una edad avanzada, el académico Vladimir I. Vernadsky aún defendía la definición de Clausius, Grassman y Kelvin de “energía” como firmemente establecida. No está claro si esto era reflejo de las condiciones de la vida pública con el Gobierno soviético o si en realidad era su opinión personal entonces. Compara la opinión pública que expresaba Vernadsky a principios de los 1930 con las cuestiones que planteó el debate de marras en Moscú con mi célebre amigo ruso, ya fallecido, Pobisk Kuznetzov, sobre la diferencia entre mi concepto de antientropía universal y la perspectiva reduccionista. Una conmoción parecida se manifestó después en ocasión de mi presentación del principio de Leibniz de acción mínima física ante la Academia en Moscú. Con la Unión Soviética, la visión reduccionista la reforzaba la influencia neoaristotélica de los formalistas marxistas (por ejemplo, los admiradores de Federico Engels de Gran Bretaña, a quien se presentaba como un agente voluntario de la Sociedad Fabiana durante los últimos años de su vida, como se reveló en conexión con la incorporación de Helphand–Parvus al servicio de la inteligencia británica para toda su vida).

[3]. Es importante señalar aquí que George Orwell, el autor de 1984, fue integrante de un trío (él y dos de los tres hermanos Huxley, Aldous y Julian) iniciados en la psicosis sintética del equivalente natural del LSD, bajo la dirección del satanista británico (del culto a Lucifer, Lucis Trust, Templo del Entendimiento) Aleister Crowley. En los 1920, Crowley fue íntimo tanto de H.G. Wells como de Bertrand Russell. La asociación personal de Wells y los jóvenes hermanos Huxley entonces era un eco de la propia experiencia de Wells como aprendiz de Thomas Huxley. Debe señalarse, por consiguiente, que el carácter fascista del “Hermano Mayor” del 1984 de Orwell se hacía eco, de hecho, del modelo que representaba el satánico de la vida real H.G. Wells, quien se identificó a sí mismo como fascista a principios de los 1930.

[4]. Según recuerdo con viveza de dichas reuniones de mediados de los 1980, incluso entre algunos físicos matemáticos destacados como los de la Fundación de Energía de Fusión (FEF), muchos de tales científicos importantes no podían discernir ese descubrimiento de un principio de gravitación solar universal, aun en los días de la práctica científica relativamente más felices que hoy. Esa falta de discernimiento era típica de científicos que eran víctimas, directas o no, de la influencia de los seguidores de -Ernst Mach, pero se manifestaba en una modalidad aun más radical en las víctimas de la influencia de Bertrand Russell durante y después de las sesiones internacionales de Solvay después de la Primera Guerra Mundial, en los 1920. Ver Heisenberg’s War: The Secret History of the German Bomb (la guerra de Heisenberg: La historia secreta de la bomba alemana), por Thomas Powers (Boston: Little Brown, 1993). Ver también la obra complementaria Operation Epsilon: The Farm Hall Transcripts (Operación Épsilon: Las transcripciones de Farm Hall. Berkeley: University of California Press, 1993). Ver la correspondencia entre Einstein y Born para captar como procede la obsesión perversa y fanática de los positivistas con un odio contra el método de Einstein y Max Planck. Esta hostilidad de los reduccionistas, que llevaron al extremo de rehusarse a analizar el informe de Kepler sobre su descubrimiento o, de modo parecido, una consideración seria de la obra pertinente, de hecho original, de Planck y Einstein, estaba muy difundida incluso entre muchos científicos destacados. Este último desliz sistémico es típico de los efectos de un condicionamiento en la práctica científica desarrollada sin un discernimiento verdadero. El origen esencial de la perversión positivista a este respecto es el supuesto de que su método es “objetivo”, en vez de humano; aquí mi autoridad como economista físico ha de sustituir los métodos reduccionistas en la ciencia en general.

[5]. Alejandro Magno, aunque hijo de Filipo de Macedonia y alumno asignado de un Aristóteles al que odiaba, representó una ralea filosófica de cepa contraria. Esto se expresaría en la marcha atrás que le dio Alejandro a la forma específica de un modelo pro oligárquico pretendido de una perspectiva estratégica orientada a negociar con una dinastía aqueménida controlada desde dentro por el sacerdocio babilonio.

[6]. Esta función de Cirenaica como región marítima descollante en el Mediterráneo y más allá continuó durante la vida del gran científico Eratóstenes, el corresponsal de Arquímedes de Siracusa, quien fue el primero en medir el gran círculo polar de la Tierra. La coincidencia aproximada del fin de la segunda guerra Púnica con la muerte de Eratóstenes y Arquímedes, identifica la gran decadencia moral y cultural en una parte de la civilización con centro en el Mediterráneo que coincidió con el proceso que llevó al pacto, firmado en la isla de Capri, entre los sacerdotes de la secta oriental de Mitra y el hombre que se hizo llamar César Augusto.

[7]. De ahí que los métodos de Aristóteles no fueran aceptados por el cristianismo con los primeros padres que siguieron al apóstol Pablo a este respecto, aunque más tarde una Iglesia cristiana influenciada por el legado dictado por la noción panteónica de Constantino como emperador romano, toleró ampliamente, por error, la perspectiva de Aristóteles en cuestiones terrenales inferiores. El error de la Iglesia cristiana de tolerar el dogma sofista del embaucador Claudio Ptolomeo ilustra la cuestión.

[8]. Pero, dicen algunos, Dios respondió anunciando: “Nietzsche está muerto”.

[9]. Como en las buenas novelas históricas o escritos afines, el requisito debiera ser que la dinámica de principio del relato o la leyenda se ajuste a los principios generales de la historia verídica, como en el caso de Shakespeare y, de modo más categórico, los dramas de Federico Schiller. Al considerar el caso de la obra de Schiller, hay que recalcar que el criterio prusiano del grupo de Scharnhorst para derrotar a la Grande Armée de Napoleón en Rusia tenía como premisa los estudios estratégicos de Schiller sobre los Países Bajos y la guerra de los Treinta Años. Así, el método de Schiller afirma el principio del discernimiento histórico verdadero, en oposición a la ficción, tanto en la estrategia como en la historia, y también en la poesía y el drama clásicos. Esta cualidad de discernimiento, más que los métodos de suyo incompetentes de los estadísticos, es el “secreto” de los éxitos únicos que he logrado con mis métodos de pronóstico de largo plazo y relacionados.

[10]. Hay unos especialistas muy útiles a los que es mejor llamar “cronistas”, como en recuerdo del Jean Froissart medieval, que historiadores, pues estos últimos ofrecen recuentos útiles, pero su obra no refleja un discernimiento eficiente del proceso histórico en el cual se ubica la secuencia de acontecimientos de los que se informa como un suceso de características que genera la historia. Esa distinción entre lo que es en realidad un cronista creíble, más que un historiador, es de importancia decisiva en mi actual recuento de la noción de discernimiento. El contraste comparable son los buenos astrónomos que rehúsan reconocer, de modo más o menos histérico, los aspectos científicos de verdad fundamentales de la Armonía de las esferas de Kepler.

[11]. Estaba el caso del caballero polaco algo notable que alguna vez residiera en una zona exclusiva de Connecticut que compartía con la clavicordista Wanda Landowski, el conde Alfred Korzybski, quien planteó una noción que denominó “semántica general”. Debo mencionarlo en dos sentidos. Primero, fue el más brillante de los personajes de su clase, pero, como los demás, también estaba equivocado; su defecto era ser reduccionista, como todos los demás.

[12]. Aquí y en todo este escrito empleo el término potencial sólo en el sentido de dinámica, pues “dinámica” es un atributo del método científico de los pitagóricos y Platón, en la antigüedad, y del uso que le dan Godofredo Leibniz, Bernhard Riemann y demás en la ciencia moderna.

[13]. La secta de Delfos se identifica en la historia y recuentos relacionados con un acento diverso en su origen legendario como el encuentro de la diosa Gea y su consorte Pitón con el intruso presuntuoso llamado Apolo, y, de otro modo, con un efecto similar, con la noción de la secta olímpica del Apolo dionisíaco. Aquí, el tema más importante acorde con el de Delfos es el de la sofistería, en especial esa forma que se asocia con Aristóteles y el odio a Prometeo (por ejemplo, la ciencia física de la suerte que se remonta al legendario Tales y a Heráclito, y a los pitagóricos y Platón).

[14]. Al hacer un inventario de los documentos en posesión de Cauchy, el escrito por mucho tiempo “perdido” de Niels Abel que Cauchy de hecho plagió, apareció pulcramente archivado y clasificado.

[15]. La atención enfática de mi asociación a la intervención decisiva de Nicolás de Cusa inició con un informe que recibí a mediados de los 1970 de mi esposa Helga (en realidad antes de nuestro matrimonio), quien acababa de regresar de participar en una sesión de la Cusanus Gesellschaft. Helga pensaba entonces cambiar su enfoque para un doctorado; motivada por mi aliento, se acercó al dirigente de la Cusanus Gesellschaft, Haubst, para pedirle consejo sobre pasar a poner un acento en la perspectiva que representaba la obra de Cusa. Para mí, la obra de Haubst y sus colaboradores de la Gesellschaft representaba un conjunto de las muy necesarias claves para revolucionar nuestra forma de abordar el nexo entre la ciencia clásica antigua, mal llamada “presocrática”, tal como la de los pitagóricos y Platón, y la ciencia moderna desde Leonardo da Vinci y Kepler. Helga fue también responsable de que nuestra asociación empezara a poner el acento en una exploración más amplia de las implicaciones de la obra de Federico Schiller, a la cual ella ya se había apegado bastante en el período que llevó a su abitur (examen final—Ndt.), momento que precedió inmediatamente el comienzo de la destrucción sistemática del programa educativo clásico de Humboldt.

[16]. La identificación que hago del estrato del cual Mark Rudd y compañía son apenas emblemáticos, se presentó originalmente impresa con el título de La nueva izquierda, control local y fascismo, en junio–julio de 1968. El informe se fundaba en estudios de campo de los acontecimientos en la Universidad de Columbia en las semanas anteriores. Yo comparé a la corriente asociada con Rudd, en términos clínicos, con el frecuente intercambio de grandes grupos de entre las filas comunistas y nazis respectivas durante el transcurso de la famosa huelga de los tranvías en Berlín.

[17]. En tanto que la influencia de la secta positivista de -Ernst Mach es significativa en esto, la transición de la doctrina de Mach al fraude más radical y desaforado que urdió Bertrand Russell (como en su Principia mathemática) es el dogma que ha cobrado una posición descollante en el irracionalismo contemporáneo prácticamente “laputense”, posterior a 1945, de John von Neumann y el profesor Norbert Wiener, ahora difundido en la creciente bancarrota intelectual del dogma científico.

[18]. Pero, haciéndose eco de algunos de los rasgos característicos que se le impusieron a la Colonia de la Bahía de Massachusetts en 1688–1689.

[19]. How the Nation Was Won: America’s Untold Story (Cómo se ganó la nación: La historia nunca antes narrada de Estados Unidos), por H. Graham Low-ry (Washington, D.C.: Executive Intelligence Review, 1988).