Crisis mundial de alimentos

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 6
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Crisis mundial de alimentos

Cerealistas colombianos reclaman seguridad alimentaria

por Miriam Nelly Redondo

Como parte de la campaña del Instituto Schiller para doblar la producción mundial de alimentos, EIR habló con el doctor Napoleón Viveros, gerente de la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales y Leguminosas (FENALCE) de Colombia, sobre cómo esta nación podría aportar su potencial agrícola en esta gran tarea mundial. En una entrevista el 10 de junio, Viveros dejó claro que el sector agrícola no ve señales de rentabilidad, y mientras el gobierno crea que subsidiar es un pecado, el sector no podrá abastecer el mercado interno ni exportar.

En otras palabras, el tema agrícola no se le puede dejar a las condiciones del mercado.

Desde la “apertura económica” —la adopción de políticas librecambistas— que emprendió el Gobierno de César Gaviria en la agricultura a principios de los 1990, la producción de alimentos en Colombia ha venido menguando a un ritmo acelerado. La inflación en el sector alimentos ha llegado al 8,61% en los últimos 12 meses, las importaciones en 2007 subieron 10% en comparación con 2006, actualmente Colombia importa 8,5 millones de toneladas de comida y, según un informe del 19 de junio de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), lo que sí creció fue la producción de coca, con un aumentó de 27% el año pasado. Actualmente Colombia es el principal exportador de cocaína hacia Estados Unidos y Europa.

Durante el XXI Congreso Nacional Cerealista realizado el 19 de junio en el Gran Auditorio de Compensar, en Bogotá, los productores de granos solicitaron al gobierno la ampliación de la frontera agrícola en un millón de hectáreas, de los 20 millones disponibles para el agro, a fin de satisfacer la demanda interna poniendo el acento en la producción de maíz, frijol, trigo, sorgo y soya, los cultivos mayormente afectados por la apertura económica del Gobierno de César Gaviria en los 1990. Para que esa política sea viable, los productores de cereales solicitaron al gobierno tener un piso de estabilidad y seguridad de riesgo para que los intereses de los grandes, medianos y pequeños productores se garanticen a través de un documento del Consejo Nacional de Política Económica y Social (CONPES). Actualmente, los principales obstáculos para que el agro pueda crecer en Colombia son la falta de infraestructura, los altos costos del transporte, la poca tecnificación, el alza en el precio de las semillas y el incremento desmesurado —ya del 200%— en el costo de los fertilizantes.

El déficit alimentario de Colombia

De partida, EIR le planteó los parámetros mundiales de la crisis de alimentos al gerente de FENALCE: “La dirigente del Instituto Schiller, Helga Zepp–LaRouche, ha hecho un llamado para doblar la producción de alimentos a nivel mundial, y en las discusiones de la FAO, recientemente en Roma el presidente egipcio Hosni Mubarak y otros se han pronunciado al respecto. ¿Qué puede hacer Colombia para contribuir a este propósito, y cómo podría internamente cubrir también su producción de alimentos para poder generar excedentes exportables?”

A lo que respondió: “Nosotros, desde la posición de gremio, pensamos que la producción de alimentos en Colombia fundamentalmente ha venido perdiendo peso específico dentro de la economía, porque no existen las señales de rentabilidad que le permitan a los productores continuar en la actividad.

“Se debe estructurar una política de gobierno que les dé instrumentos a los agricultores. . .

“Después de la ‘apertura económica’, la actividad agrícola se desmontó. La infraestructura o se acabó o se vendió. Y hoy los agricultores de pronto tienen la vocación, pero volverlos nuevamente productores implica arrancar nuevamente un negocio. Y cuando yo tomo la decisión —haciendo cuentas sencillas— de meterme a una actividad productiva, pues tiene que haber una actividad productiva rentable, una actividad que me garantice tener la recuperación de la inversión y una utilidad que sea lo suficientemente atractiva y congruente con el esfuerzo que se está haciendo”.

La vulnerabilidad del maíz y del trigo

Si no se adoptan políticas de Estado para fomentar la producción de alimentos, la situación de desabasto se puede agudizar, como ya está ocurriendo con los cereales. Al respecto, el gerente de FENALCE dijo: “En maíz somos muy deficientes. Estamos importando anualmente 3,3 millones de toneladas entre maíz blanco y amarillo, siendo el maíz amarillo mucho más importante en términos de los volúmenes que se importan; de maíz amarillo se importan 3,2 millones, y de maíz blanco, 100 mil toneladas”.

“Tenemos una debilidad muy grande”, dijo Viveros. “Estamos viendo con preocupación que las áreas agrícolas que están creciendo en el país, no están creciendo por producción de alimentos. Muchas de las áreas donde se podría estar produciendo maíz, digamos que en condiciones de mucha eficiencia y a costos relativamente bajos, como son el Magdalena medio, como son algunas zonas de la costa Atlántica, se están volcando a la producción agrícola, pero no a la producción de maíz, que podría ser uno de los bastiones importantes en esas zonas. Están creciendo las áreas de palma africana; se está pensando en sembrar caña de azúcar para producir etanol. Los cultivos comerciales y los cultivos que están dedicados a la producción de energía son los que están reemplazando la producción de alimentos”.

Y agregó: “En el trigo sí tenemos una debilidad muy grande. Hoy estamos importando más de 1 millón doscientas mil toneladas de trigo, y nuestra producción nacional llega a 45 mil toneladas. Mirando las importaciones del 2007, se importaron 350 mil toneladas de trigo blando, del millón doscientas mil. Digamos que podríamos crecer hasta 350 mil toneladas”.

EIR preguntó: “¿Y si hay un desabastecimiento internacional, ¿cómo podríamos suplirnos, porque en realidad estamos hablando del pan de cada día?”

Esto llevó a Viveros a analizar el problema del uso de trigo pesado para hacer pan, el cual no se produce en Colombia; nosotros producimos trigo blando, que no se usa mucho, dijo. Pero, en su opinión, “el trigo nacional sirve. Habría que cambiar la cultura de consumo de trigo; bueno, más bien de consumo de pan. No van a ser los panes blandos esponjosos los que se van a poder vender. . . Digamos que es un cambio cultural que las importaciones baratas han venido generando en el país y que hoy nos va a costar dificultad modificarlo, pero estamos seguros que si el problema es de desabastecimiento, entonces la gente va a tener que cambiar de hábito de consumo”.

El cultivo del trigo quizás podría ampliarse en los valles interandinos, en los altiplanos de Cundinamarca–Boyaca y de Narino, a tanto como 70 mil u 80 mil hectáreas, informó, pero la lluvia en estas regiones no basta para aumentarlo más allá de eso.

Cómo abrir las llanuras orientales al cultivo

Para ampliar la frontera agrícola a una escala mayor, podríamos usar la región de la altillanura colombiana o de la Orinoquía, cuya extensión es de 310 mil kilómetros cuadrados, casi la extensión de Alemania, el 23% del territorio nacional, e incluye los departamentos de Vichada, Arauca, Casanare, Guania Guaviare y Vaupés.

El principal obstáculo para su utilización es la falta de infraestructura de transporte. Se necesitaría un ferrocarril eléctrico que atravesara toda la región y permitiera que las cosechas se pudieran llevar a las zonas de mayor consumo (ver mapa 1). Actualmente se puede llegar por carretera hasta puerto López y, por una vía que está en pavimentación, hasta puerto Gaitán; de allí en adelante sólo hay trochas donde no se puede viajar a más de 20 kilómetros por hora, y en épocas de lluvias la región se inunda y queda convertida en un lago.

Sobre el potencial de los llanos orientales para aumentar la frontera agrícola, Viveros señaló que, “la altillanura colombiana. . . [es] la zona que puede crecer en Colombia en la producción de maíz y soya. Lo vemos como una excelente opción, pero creemos que allí no puede llegar todo el mundo, porque es la zona en donde hay que hacer la mayor inversión de capital, donde hay que tener en verdad infraestructura. No es solamente la adecuación de los suelos que hoy no son aptos y que podrían ser aptos con inversiones importantes de millón y medio de pesos por hectárea —un poco más—, y podrían irse transformando, pero es donde más cuesta hacer la transformación.

“La altillanura tiene todo el potencial. Las inversiones son muy altas, las exigencias en equipos son muy específicas, porque hay que agregarle al suelo los correctivos químicos necesarios. Los suelos de la altillanura tienen una excelente estructura, serían un buen soporte para una buena planta, pero tienen un problema que se llama aluminio. Son suelos que tienen saturaciones de aluminio hasta del 90%. El aluminio, para las plantas, es tóxico. Por eso son sabanas; no tienen absolutamente ningún tipo de vegetación diferente a esas plantas, que son gramíneas, que se han podido adaptar.

“Para poder volverlas productivas, hay que neutralizar el efecto del aluminio con cal. La cantidad de cal que hay que aplicar fluctúa entre las 3 y 5 toneladas por hectárea. Y hay que mezclar el suelo con la cal. Entonces, se requiere la maquinaria adecuada para poder hacerlo.

“Y lo están haciendo. Hay dos o tres proyectos que están caminando. Hoy puede haber unas 5.000, 6.000 hectáreas que están transformadas. Los inversionistas que están llegando al país están pensando en eso.

“Fue algo muy similar a lo que hicieron en el Cerrado brasilero. Cogieron suelos ácidos, con condiciones muy similares a las que tiene la altillanura colombiana, transformaron esos suelos, y gracias a eso se puede llevar a cabo la agricultura”.

Colombia tiene todo el potencial para ser autosuficiente y convertirse en una despensa de alimentos para el mundo, pero, para eso, recalcó Viveros, “el gobierno tiene que definir que la prioridad que el país tiene es producir alimentos. E inicialmente hay que establecer un costo para ese esfuerzo y esa prioridad. Mientras tengamos bien estructurada la política de Estado para lograrlo, las cosas van a marchar, porque los agricultores están esperando señales claras para empezar a hacer sus inversiones en el campo”.

Lo que hay que hacer

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Como ya empieza a reconocerse a nivel mundial, los biocombustibles son un crimen contra la humanidad. Un reciente estudio de la UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) asegura que en Colombia mueren diariamente tres niños menores de cinco años de edad por falta de alimentación. Se registra una tasa de 21 muertes por desnutrición (causa básica o asociada) por cada 100 mil habitantes. De cada 100 mil niños nacidos vivos, 252 murieron anualmente por desnutrición antes de cumplir los cinco años de vida.

Colombia necesita tomar de inmediato medidas de emergencia económica para impedir que el libre comercio y la globalización sigan arrasando la producción y generando genocidio. Las siguientes son algunas de las políticas que deben ponerse en marcha de inmediato:

1. Establecer como prioridad la autosuficiencia alimentaría.

2. Crear crédito a una tasa de interés de entre 1 y 2%, a largo plazo, para estimular a los sectores básicos de la producción.

3. Hay que establecer un precio paritario para impedir la quiebra de los agricultores.

4. Debe llevarse a cabo un gran programa de construcción de obras de infraestructura: corredores ferroviarios, represas para la gestión y el control de aguas, distritos de riego, canales, etc.

5. Debe eliminarse en el acto la producción de biocombustibles. En cambio, Colombia debe iniciar la construcción de centrales nucleares para la generación de energía eléctrica y de calor para uso industrial.