Editorial

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 12
Versión para imprimir

Regrese al inicio

 

¿Quién definirá
la presidencia de Obama?

La situación actual en torno al Gobierno entrante de Barack Obama en Estados Unidos tiene poco más que un toque de ironía. Por un lado, tenemos un Presidente electo que recibió el apoyo de los británicos y de su principal agente, George Soros, y no ha mostrado tener prácticamente ningún entendimiento de la actual crisis estratégica y económica existencial que encara el mundo. Y por el otro, este mismo Presidente ha escogido un gabinete en el que, para su obvia desazón, los intereses de Soros no predominan.

En cambio, buena parte de los nombrados por Obama vienen de un grupo al que se asocia con los Clinton. Precisamente por eso, es obvio que la institución de la presidencia —la cual está por encima de cualquier presidente e incluso define su desempeño— está resistiendo la influencia británica.

La realidad está del lado de los clintonianos, quienes han mostrado una tendencia hacia la perspectiva de Franklin Delano Roosevelt. El “problema” apabullante que enfrenta el Gobierno entrante es la desintegración del sistema financiero mundial y de la economía física, situación para la cual no hay otra solución que la propuesta de Lyndon LaRouche de emprender una reorganización por bancarrota en la tradición de Roosevelt. Se presionará a Obama en esa dirección, y la base de apoyo popular para tales medidas ya está en sazón. Si los miembros pertinentes de la presidencia mostraran el coraje suficiente, podría guiarse al nuevo Presidente en la dirección correcta.

El “plazo”, por así decirlo, para resolver la crisis de desintegración con las ideas de LaRouche, es enero de 2009, o febrero a más tardar.

Pero no contemos con que la pandilla de Soros se quede cruzada de brazos. Sin duda, el megaespeculador y sus amos británicos fraguan en este preciso momento las crisis que esperan definirán el programa del Gobierno entrante y los pondrán al mando.

Un elemento de esta ofensiva es la narcolegalización, una prioridad del colaborador de los nazis, Soros, quien “invierte” miles de millones de dólares en propaganda a favor de esta política, desde el establecimiento de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, hasta la promoción de la legalización en la prensa, sobre todo en la estadounidense.

Aun más devastadoras son las trampas que están tendiéndole a Obama en África. Esta “bomba africana” es hechura de sir Mark Malloch–Brown del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, en colaboración con su títere Soros y elementos del Gobierno de Cheney y Bush. De prosperar, recibirán al nuevo Gobierno con genocidio en Zimbabue, la República Demócratica del Congo y Somalia, con una respuesta imperial como alternativa.

El pretexto para estas crisis lo crearon las medidas conjuntas del Gobierno estadounidense de Bush y el británico tanto de Blair como de Brown, el cual a últimas fechas ha facilitado los actuales desastres humanitarios. El caso de Zimbabue es particularmente atroz, pues la imposición de la política económica británica (y del Fondo Monetario Internacional) ha llevado a los horrores que ahora lo afligen, y de los que los británicos culpan al gobierno.

Sin embargo, la resistencia arrecia, pues las fuerzas patriotas aliadas a LaRouche no han cejado en su empeño por desenmascarar a Soros, sus amos británicos, y la partida de peleles que les sirven de testaferros. Así ha quedado demostrado en los casos de Módena, en Italia; Paraná, en Brasil; y Santo Domingo, en República Dominicana, como informamos en esta edición de Resumen ejecutivo de EIR.

No hay tiempo qué perder para acabar con esta estratagema británica. Hay que dejar en evidencia a Soros, su pasado y su presente nazis, para mantenerlo a él y a su artillería alejados del nuevo Gobierno, al mismo tiempo que intensificamos la ofensiva por las propuestas de supervivencia de LaRouche y Roosevelt. Es hora de restablecer los principios americanos en la presidencia estadounidense, por el bien del mundo en general. Que no quepa duda, ésta será una guerra a brazo partido.