Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, núm. 6

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Estudios estratégicos

 

Documentation: ¡Los candidatos están en Babia!

El camarote presidencial del Titanic

por Lyndon H. LaRouche

2 de febrero de 2007.

A principios de los 1930 el aclamado director cinematográfico francés René Clair produjo una película fascinantemente bien hecha, A Nous la Liberté. Charlie Chaplin parodió esta película en el famoso eco que se hizo de René Clair en 1936, pero omitiendo entonces el toque de elegancia poética de su producción, en Tiempos modernos.[1] De manera notable, una película de la Alemania de la posguerra titulada, en una traducción aproximada, Somos maravillosos, retomó el mismo tema en una tercera ocasión, en la cual los productores de plano eliminaron tanto el predicamento artístico autoinfligido de su trama, como también al picaresco personaje principal del drama, al arrojarlos por el pozo vacío de lo que se conocía como un ascensor “paternóster” del Hamburgo de mis oportunas remembranzas. Así, la sucesión de estas tres películas nos muestra ya una tendencia de degradación artística en las circunstancias históricas, culturales y novelísticas de ese período.

¡Ah! Pero lo malo es que no acaba ahí la cosa; ahora parece que se han trasgredido los derechos de autor en los tres casos anteriores, en un cuarto, que de ese modo recrea una vieja broma que se le gasta a un público más joven. Hoy, en este cuarto caso, tenemos el espectáculo vergonzoso de la actual puesta en escena del elenco de precandidatos a la Presidencia de Estados Unidos para la elección general de 2008. Por eso, la historia de las formas artísticas ha pasado de los teatros cinematográficos, a las sucias ficciones existencialistas que saturan el ambiente político actual.

Sin embargo, como da fe de ello la nueva política que hizo erupción durante las elecciones intermedias de noviembre en EU, la verdad que hoy excluye el campo de la ficción política y otros se preserva, vibra y aguarda en la tradición clásica.

Según recuerdo, en un incidente que ocurrió hace poco menos de diez años, visité un conocido pueblo no lejos de la frontera alemana con Suiza, donde, de repente, me vi caminando cerca de la casa del famoso doctor Fausto de la vida real del siglo 16. En ese instante, que aun hoy resuena dentro de mí, me vinieron a la mente fuertes imágenes de El doctor Fausto de Kit Marlowe y del Mefistófeles del Fausto de Goethe recitando la fábula de la pulga en la famosa taberna de Auerbach en Leipzig.[2] Al momento de ese encuentro con un recuerdo de veras encarnado de la historia, en mi imaginación resonó, como un eco, la Canción de la pulga de Beethoven y la voz del bajo Alexander Kipnis cantando la versión en realidad rusa de Mussorgsky.

Pero ahora, hoy, la reciente manifestación escandalosa del desfile de aspirantes a la candidatura presidencial estadounidense para 2008 me recuerda más que nada la descripción que hace Beethoven, no del rey, ni siquiera de la actuación actual del presidente George W. Bush como la pulga, sino de la pesadilla recurrente que pinta el espectáculo del elenco actual de precandidatos presidenciales estadounidenses, como seres moldeados a imagen de esos cortesanos estúpidos que el lied de Beethoven retrata de modo tan vivo, como es de esperarse.

A pesar de todo, la perspectiva clásica tiene la última palabra en materia de las ficciones de la vida política actual. En la política, como en el arte dramático, flota un aroma distintivo de algo desagradablemente bertol–brechtiano, como la “Canción de Alabama” de Mahagonny, en el presente desfile como de pasarela de los no tan espigados, sino más bien rechonchos precandidatos presidenciales estadounidenses putativos. Los apetitos que ahora manifiestan como candidatos son, como los gustos de la “Condi” Rice, tan liberales como banales. Pero el elenco escogido, en particular sus bioidiotas, representará un desastre inminente para nuestra nación, así como para los propios candidatos.

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En el caso de algunos en el desfile de los candidatos, escribe LaRouche, “el yerro moral radica menos en su potencial como personalidades, que en su inclinación a representar un papel inapropiado de condescendencia en esa farsa que se exhibió en la forma de sus apariciones de los últimos días ante los órganos de difusión. A algunos de ellos podría de otro modo considerárseles inteligentes, hasta de la talla de un estadista e incluso, quizás, morales, pese a la corrupción de la bioimbecilidad. Por tanto, cabe la esperanza de que a al menos algunos de ellos pueda inducírseles a abandonar el comportamiento trágico que han elegido al presente”.

En el caso de algunos en esa procesión de candidatos, el yerro moral radica menos en su potencial como personalidades, que en su inclinación a representar un papel inapropiado de condescendencia en esa farsa que se exhibió en la forma de sus apariciones de los últimos días ante los órganos de difusión. A algunos de ellos podría de otro modo considerárseles inteligentes, hasta de la talla de un estadista e incluso, quizás, morales, pese a la corrupción de la bioimbecilidad. Por tanto, cabe la esperanza de que a al menos algunos de ellos pueda inducírseles a abandonar el comportamiento trágico que han elegido al presente. Si no, somos testigos, así, de una farsa que será trágica, no tanto para los actores como para las verdaderas víctimas, como tú, que formas parte del público crédulo para la presentación de esta obra.

* * *

Si los candidatos presidenciales estadounidenses que las respectivas convenciones del Partido Demócrata y del Partido Republicano han de adoptar se escogieran de entre los presuntos candidatos dizque principales, con sus plataformas actuales, ya habríamos llegado al grado que sería justo a tiempo para entrar a la habitación del enfermo donde los plañideros —que son de esperarse— se reúnen para darle el beso de despedida a nuestro EU. Si sigues a estos ahora posibles candidatos por el sendero del modelo que han escogido para sí, hasta el momento, tanto tú en lo personal, junto con nuestra nación, están perdidos. Nada ilustra esto de modo más sencillo, más vivo, más indeleble, que la cantidad de “bioidiotas” hoy connotados de entre esos candidatos principales y también otros personajes de marras.

Ojalá que esto cambie para bien en las próximas semanas y meses. Sin embargo, lo que termine por seleccionarse como los candidatos definitivos de ambos partidos, o representará un cambio radical de las posturas de los candidatos actuales, o será momento de que llores por nuestra república, mientras aún se te permita hacerlo sin que un eco contemporáneo de la Gestapo te mande a campos de tortura y muerte.

En el ambiente político de Estados Unidos de América, así como de Europa Occidental y Central, impera al presente la siguiente selección del conjunto pertinente, aunque sólo típico, de ciertas ilusiones importantes.

1. La ilusión es que el actual sistema monetario–financiero mundial todavía no enfrenta la amenaza inmediata de hundirse en una “nueva Era de Tinieblas” planetaria para toda la humanidad. La ilusión es que no se necesitaría una reforma drástica inmediata de ese sistema ya condenado a la destrucción, sino sólo “pequeños pasos”, como ha propuesto la Kanzlerin de Alemania, Ángela Merkel.

2. La ilusión es que la postura actual de los precandidatos principales representa, en su efecto combinado, algo mejor que una catástrofe moral, tanto como económica y estratégica, una catástrofe para nuestra nación y para el mundo en general.

3. La ilusión es que podemos pasar por alto la necesidad de emprender un despliegue de energía de fisión nuclear a gran escala y un programa de emergencia de tecnologías termonucleares. La ilusión es que tales tecnologías representan una perspectiva que “no es políticamente realista” para el futuro previsible. Esa ilusión es, por ejemplo, que la raza humana y la visión neomaltusiana irracional de un ridículo ex vicepresidente Al Gore pueden cohabitar sin problema en el mismo sistema solar.

4. La ilusión de muchos demócratas influyentes es que retomar el paradigma cultural de liderato mundial que mostró el presidente Franklin Delano Roosevelt no es ahora la condición práctica absoluta para la continuación de la vida civilizada en este rinconcito del sistema solar.

5. La ilusión relativamente difundida que hoy afecta la formulación de la política nacional, es que podríamos pasar por alto, sin problema, el hecho histórico de que el actual engaño personal inmoral del existencialista es un reflejo contemporáneo de esa misma enfermedad moral que compartieron, en una generación previa, el nazi Martin Heidegger y sus copensadores sin carné del partido nazi, Horkheimer, Adorno y Hannah Arendt. Ése es el engaño que comparten hoy con los aliados de ese estrato entre los seguidores aún influyentes de los conspiradores más notables, como el finado brigadier John Rawling Rees y el Eric Trist de las víctimas de la Clínica Tavistock de Londres, a ambos lados del Atlántico. Suya es la mentira que nuestros seguidores fabianos contemporáneos del supersuperficial Matthew Arnold, tales como la señora Lynne Cheney del ultraconspiratorio Consejo Estadounidense de Fiduciarios y Ex Alumnos (ACTA), le enseñan a quienes corrompen para convertirlos en virtuales “zombis lavados del cerebro”, el dogma conspiratorio que le enseñan a esos pobres infelices que insisten: “No creo en (la existencia de) conspiraciones”. En cambio, es el modo en que el estrato dominante de hecho sí conspira, el que ejerce una enorme influencia en la forma en que las decisiones políticas actuales afectan el futuro de las naciones.

6. Casi la peor de todas, es la ilusión general que manifiestan los típicos sesentiocheros de corbata de entre los presuntos candidatos presidenciales de hoy: “Pero, la experiencia nos ha demostrado una y otra vez. . .”; el engaño del político o la política de edad madura que, al echar un vistazo sobre su hombro al espejo de pared, admira el reflejo de su propio pretérito. “Empero”, debemos preguntarnos: “¿Por qué estos adoradores del trasero de la historia piensan diferente?” Son típicos de una generación influyente de cierta clase de damas y caballeros con algunos antecedentes que son propensos a admirar, pero que tienen poco o incluso ningún sentido de responsabilidad —de rendir cuentas— por las consecuencias a menudo crueles de su influencia en las condiciones de vida de las generaciones de hecho futuras de la nación y, también, de la humanidad, aun de las generaciones más jóvenes de entre los vivos e incluso, con frecuencia, de sus propios hijos y nietos.

7. La peor de todas es una tolerancia a esa propuesta de una nueva torre de Babel que hoy se expresa como la política de la “globalización”.

Para todo propósito práctico, éstos han de considerarse como los siete pecados capitales de los tiempos políticos corrientes. Las secuelas de estos conceptos ilusos han de ilustrarse de modos como el siguiente.

Por ejemplo, al momento, mientras el vicepresidente Cheney siga en el poder, será prácticamente inevitable una guerra, desastrosa para el mundo, contra Irán. El efecto de un ataque semejante contra Irán, para el que el “aumento de tropas” en Iraq no es más que un pretendido paso preparatorio, sería comparable en sus consecuencias a la farsa que Hitler montó en la frontera polaca, el incidente que usó como detonador de la Segunda Guerra Mundial.

Entre muchos de los que ahora se autoproclaman opositores de Cheney, la respuesta psicosexual impotente a esa posibilidad inminente es: “Si eso pasa, entonces actuaremos para enjuiciar a Cheney”. Cheney ya ha cometido crímenes punibles con implicaciones amplísimas; enjuiciémoslo hoy, o mañana será un Hitler desbocado en guerra contra Irán y, además, mucho, mucho más. Entonces, nuestros tímidos adversarios de Cheney explicarán: “¿Qué no ves? ¡Ahora es demasiado peligroso hacer algo al respecto!”

Lo mismo pasó con los Neville Chamberlain de la historia entonces —en particular el que le dio mala reputación a las sombrillas—, el de Adolfo Hitler, luego de principios de septiembre de 1939. Gran Bretaña y Francia se tambalearon, impotentes, hacia la guerra, hasta que el presidente Franklin Roosevelt intervino para salvar a la civilización.

Más importante que eso, es el hecho de que mientras George W. Bush y Dick Cheney encabecen la Presidencia, no hay posibilidad de evitar cierta clase de guerra mundial; de igual modo, algo mucho peor que una mera depresión económica general está en ciernes; una crisis de desintegración físico–económica general del sistema mundial actual. ¿Qué dicen los ahora probables y denodados candidatos presidenciales sobre este conjunto inmediato de posibilidades?

La amenaza de la guerra contra Irán probablemente esté a unas semanas de distancia, a menos que botemos a Cheney en el tiempo que nos queda; la amenaza de una crisis de desintegración de los actuales sistemas económico y monetario–financiero del mundo quizás se cumpla en cosa de meses o incluso tan pronto como semanas.[3] ¿Qué dicen ahora los probables candidatos presidenciales?

Un helicóptero recoge a un soldado herido en Iraq en 2006. Ahora el “aumento de tropas” va dirigido contra Irán. “Mientras el vicepresidente Cheney siga en el poder, será prácticamente inevitable una guerra, desastrosa para el mundo, contra Irán”. (Foto: sargento de segunda clase Aaron Allmon/Fuerza Aérea de EU).

El apoyo a la “bioimbecilidad” es pura demencia clínica colectiva, que elevará el costo de los combustibles a una escala desastrosa y también paralizará el abasto de alimentos a una escala mundial genocida. ¿Qué dicen los presuntos candidatos presidenciales?

El principal factor que determina la temperatura media de la superficie del planeta Tierra es la combinación de los cambios en su trayectoria orbital y las fluctuaciones de la radiación solar. La actual tendencia de calentamiento relativo de corto plazo que causan las fluctuaciones de la radiación solar, ocurre dentro de la tendencia de más largo plazo, ya en ciernes, de una nueva era de hielo general. ¿Cuánto tiempo tolerará la clase política la locura ahora imperante en el tema del calentamiento global?

Estos posibles candidatos y otros individuos pertinentes admitirán la posibilidad de sufrir crisis graves en algún momento por el camino, pero agregarán: “Mientras tanto. . .” Y mientras tanto por lo general significa errores terribles, aun una catástrofe mundial como la erupción actual de “bioidiotez” que, no obstante, podría ganarse el apoyo político temporal de este o aquel electorado particular y, de hecho, engañado.

A este último respecto, debemos recordar una anécdota de estos o aquellos tiempos de revuelta en la historia de Francia. La versión “genérica” aceptada de este cuento dice más o menos así:

Los dirigentes de diversos grupos revolucionarios gustaban refrigerios y opiniones encontradas en un café cuya vista da a la calle. Una turba vociferante pasa corriendo afuera. Uno de los personajes a la mesa se levanta y dice: “Allá va mi revolución; tengo que salir a encabezarla”.

En julio de 1789 su temor a la constitución francesa que proponían Bailly y Lafayette, instigó al llamado “comité secreto” del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, a cargo del Jeremías Bentham de lord Shelburne, a emplear a agentes descarados de Londres tales como el adversario de Benjamín Franklin, Philippe Égalité, para armar, organizar y escenificar el sitio de la Bastilla el 14 de julio de 1789, el cual fue de hecho un truco electoral para favorecer a otro viejo agente de Londres de las redes de lord Shelburne, Jackes Necker. La consecuente Revolución Francesa estuvo dominada por una jauría de la misma francmasonería martinista enemiga de Franklin en Francia, que creó el Terror jacobino y la personalidad de ese dictador y emperador sumamente depredador que Hitler imitó con afición, obra del de veras satánico Joseph conde de Maistre, Napoleón Bonaparte.

Las pasiones en la Francia de 1789–1815 fueron reales, pero los “pastores” británicos canalizaron su energía en detrimento de toda Europa continental, a tal grado que, con la sucesión del Terror jacobino y los desmanes depredadores de Bonaparte, estuvo bajo el poder imperial de la facción liberal angloholandesa con eje en Londres, hasta y después de la serie de sucesos militares y relacionados que empezaron con el asesinato del presidente francés Sadi Carnot y la serie de guerras sinojaponesas del período de 1894–1895 que dirigió Londres. Como en este caso, lo que a menudo se describe como liderato revolucionario, valdría más calificarlo de perversión repugnante. Así, en semejantes épocas, la “vox populi” suele ser la “pox populi”.

Las aptitudes del presidente

A diferencia de las componendas que se acostumbran en Europa desde ese entonces, EUA tiene una Constitución federal definida por el principio jurídico superior que expresa su preámbulo. Es esta Constitución así definida por su preámbulo la que estipula el Sistema Americano de economía política, más que lo que la historia nos muestra que han sido los sistemas parlamentarios relativamente impotentes de Europa Occidental y Central continental. La intención de nuestros fundadores nunca fue que nuestro presidente constitucional deviniera en un mero funcionario auxiliar, como suelen serlo los jefes de Estado europeos; la Presidencia estadounidense es muy real, cuando se ejerce bien y recibe el apoyo correspondiente. En este sentido, nuestra primera preocupación es que tenemos que escoger a nuestros presidentes con mucho más cuidado que lo que el actual espectáculo de crisis indica. Este requisito más estricto se torna decisivo en la historia con toda y cada condición que amenaza con una crisis existencial, como ahora.

(Caricatura: Claudio Celani/EIRNS).

Como he contendido por la Presidencia de EU más de una vez, tengo la competencia para contrastarme tanto en lo emocional como en lo intelectual, de manera bastante favorable, con la actuación moral decepcionante de la camada actual de precandidatos presidenciales, quienes solitos se dan cuerda. La imagen de George W. Bush con su “sombrerito de hélice”, al tiempo que pedalea frenéticamente su triciclo dentro de la Oficina Oval, debiera ruborizar a muchos de la camada actual de “aspirantes”. Nunca busqué la presidencia por ambición personal, sino para llenar un vacío decisivo; en cada ocasión, contendí para cumplir una misión importante que sabía que estaba, primero, en el profundo interés de la nación, y, segundo, fundado en la acción crítica necesaria para la que no había otro portavoz calificado y declarado en ese momento.[4] En retrospectiva, al observar el transcurso de las tendencias y acontecimientos decisivos de los últimos treinta años, en realidad nunca erré en mi juicio a ese respecto.

La misma cuestión la ilustra la loable intervención de ciertos ex presidentes, tales como Dwight Eisenhower, antes, y Jimmy Carter y Bill Clinton hoy; en uno o dos respectos, la misma calidad de función desinteresada la aportaron el hace poco difunto Gerald Ford e incluso George H.W. Bush, en al menos una o dos ocasiones.

Fue típico de mis candidaturas que me aprestara, aun corriendo un riesgo personal serio, al igual que el presidente Ronald Reagan, a formular y trabajar para lo que éste bautizó como una “Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE)”. Me encarcelaron por la sencilla razón de que mis adversarios principales en cuanto al tema de la IDE me consideraron tan capaz que, desde la secuela inmediata del 23 de marzo de 1983 en adelante, debatieron si lo más prudente fuese asesinarme o encarcelarme y difamarme. Unas semanas después, los mentideros de John Train indicaron el acopio concerniente de maldad que hacían quienes en tiempos de la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos) eran conocidos como “los muchachos de zapatos blancos” de nuestra anglofilia permanente.

Los que no hubieran hecho lo mismo que yo a ese respecto o en situaciones comparables desde 1976 hasta 2004, representan la clase de presuntos candidatos que en realidad no están calificados para contender con seriedad por la Presidencia de EUA en la suerte y gravedad de condiciones de crisis que nos embisten hoy. Una persona que busca la presidencia por un impulso de ambición personal narcisista (de “espejito, espejito, ¿quién es el más bonito?”), de manera automática está descalificada en lo moral en cualquier situación de crisis nacional grave; tendrá lo que son los motivos moralmente equivocados y, por ende, ¡el programa equivocado!

Sin duda, una conmoción internacional creciente tanto con respecto al satélite estadounidense de importancia estratégica que China iluminó con un láser antes, como con la prueba de demostración en la que destruyó uno de los suyos, ha reenfocado por completo hoy las cuestiones de mi propuesta de 1979–1983 de lo que el presidente Reagan bautizó como la “IDE”, como ilustraré mi idea subrayando sus nexos afines al pasado y al presente.

Por ejemplo, si el motivo para buscar la presidencia de EUA no es un respeto admirable por la responsabilidad del bienestar pasado y futuro de la posteridad, sería una inmoralidad obscena postularse como candidato a ese cargo, en especial en tiempos de grave crisis nacional y mundial, tales como el actual. “Ganarse un premio” en el tiovivo presidencial no es un motivo moral tolerable para aspirar a la presidencia. Como muestra una reflexión sobre la muerte del presidente Franklin Delano Roosevelt al servicio de toda la humanidad, debe permitírsele a la responsabilidad increíble de la Presidencia de EU, más que a la de cualquier otra suerte de jefe de Estado en el mundo, aun hoy, someter cualquier mera ambición personal, en especial en un momento de crisis existencial planetaria de toda la humanidad como el actual.

El infame llamado de Bertrand Russell a una guerra contra la Unión Soviética se publicó el 1 de octubre de 1946 en The Bulletin of the Atomic Scientists. De estallar pronto la guerra, antes de que Rusia tenga armas nucleares, escribió, Estados Unidos de seguro ganaría, “y la victoria estadounidense sin duda llevaría a un gobierno mundial bajo la hegemonía de Estados Unidos, un desenlace que, por mi parte, recibiría con entusiasmo”. En cuanto a un acuerdo de la ONU para establecer un gobierno mundial, “si Rusia consintiera de buena gana, todo marcharía bien. Si no, fuese necesario ejercer presión, incluso al grado de arriesgarse a una guerra, pues en tal caso es bastante seguro que Rusia accedería. Si Rusia no accede a unirse a la formación de un gobierno internacional, tarde o temprano habrá guerra; por tanto, es prudente usar cualquier grado de presión que pueda resultar necesaria”. (Foto: Biblioteca del Congreso de EU).

En mi caso, varias consideraciones de importancia me llevaron, en cada ocasión, a postular mi candidatura. Cada vez que planteaba esa preocupación, cada ocasión, acontecimientos subsiguientes probaron que tuve razón en tal evaluación. Cualquier aspirante presidencial debiera ponerse ahora a la altura de la norma que motivó mi empeño, o sentirse muy avergonzado.

¿Una guerra de EU contra China y Rusia?

Aparte del propio EUA, los únicos entes que aún califican como grandes potencias en el planeta hoy son Rusia, China e India. Todas le han hecho grandes concesiones al plan imperial liberal angloholandés, la propuesta nueva “torre de Babel” llamada “globalización”. Sin embargo, a diferencia de las naciones de Europa Central y Occidental, el involucramiento individual o combinado de estos “tres grandes rivales” de EUA en el poderío imperial liberal angloholandés tiene una dedicación orgánica, tanto como opcional, de hondas raíces, a la preservación de los aspectos esenciales de la soberanía nacional. Esto hace de todas y cada una de las “Tres Grandes” de Eurasia el viejo blanco pretendido de destrucción de las fuerzas al servicio del estandarte del liberalismo imperial angloholandés que ha regido las tendencias globales desde que el admirador de Bertrand Russell, Nikita Jruschov, desbarató la propuesta de reunirse con los presidentes Charles de Gaulle y Eisenhower.[5]

El aspecto de este problema que de modo más directo atañe a los actuales asuntos estratégicos de la elección general venidera de noviembre de 2008, es el conflicto intrínseco entre los intereses existenciales de nuestra república y aquel aspecto de la cultura británica que representa la influencia y políticas de largo aliento de Bertrand Russell, en especial en lo que se refiere a las relaciones de EU con Europa, incluyendo a Rusia hoy, por un lado, y a Asia en general por el otro, con acento en las piedras angulares del Sudoeste de Asia, China e India, de manera más notable. La esencia de este conflicto estratégico es exactamente la misma, en principio, que el enfrentamiento existencial entre el presidente Franklin D. Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill en cuanto al destino del mundo después de la Segunda Guerra Mundial.

La decepción generalizada respecto a este conflicto continuo, aun entre muchas de nuestras personalidades políticas prestantes, es el desconocimiento de los rasgos característicos del adversario imperial británico tradicional de nuestra república.

Aunque lord Shelburne admiraba mucho la obra de su lacayo Gibbon, el verdadero Imperio Británico, en sus diferentes disfraces a lo largo de los siglos y aun hoy, no toma como modelo a la Roma imperial ni a Bizancio, sino al sistema ultramontano medieval que define la relación entre la suerte de moho lamoso de la oligarquía financiera veneciana y la caballería normanda cruzada. El único cambio decisivo en ese paradigma oligárquico–financiero veneciano desde el Renacimiento europeo del siglo 15, es la introducción del modelo del nuevo partido veneciano, a veces llamado empirismo, de Paolo Sarpi y sus seguidores. El sistema liberal angloholandés lo gobierna en esencia una oligarquía financiera de corte veneciano, cuyo objetivo utópico de crear un imperio mundial es lo que se difunde hoy con la etiqueta de “globalización”.

El supuesto de la camarilla financiera imperialista de los liberales angloholandeses hoy es que, a condición de que se quiebre a EUA, y se aplaste a Rusia, China e India, no hay otra fuerza eficaz de resistencia al establecimiento de un imperio mundial “permanente” de la clase que Shelburne y su lacayo Jeremías Bentham procuraron en las postrimerías del siglo 18.

El meollo de este asunto se ubica en el pasado histórico relativamente inmediato de las relaciones trasatlánticas que datan de la Paz de París de febrero de 1763, ocasión en que la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne y compañía emergió como un imperio privado de suyo global bajo la bandera británica, y luego como el Imperio Británico propiamente dicho y su excrescencia, la Mancomunidad Británica moderna. Los cambios de la política británica hacia las colonias inglesas de Norteamérica, los cambios que incitaron un proceso que devino en la guerra de Independencia de EU y la promulgación de su Constitución federal, crearon una situación mundial nueva en la que la oposición del Sistema Americano de economía política de EU y valores culturales estadounidenses relacionados ha chocado siempre, hasta la fecha, con la forma liberal angloholandesa de sistema monetario–financiero de suyo imperial.

El rey Eduardo VII de Gran Bretaña urdió, al servicio de la política imperial que dirigían los financieros liberales angloholandeses, los acontecimientos que desembocaron en la Primera Guerra Mundial. Él manipuló a sus estúpidos sobrinos Guillermo II y Nicolás II, el necio idiota austrohúngaro, y a los revanchistas de Francia, a enfrentarse unos contra otros.

La amenaza más grande a esta trama del principal adversario de nuestra república hoy sería un acuerdo de cooperación en defensa del principio del Estado nacional soberano, como debiera configurarse entre los elementos clave de EUA, Rusia, China e India. Esto no excluye a Europa Occidental y Central continental, pero, por sí misma, ahora es impotente, de un modo característico, en tanto factor estratégico independiente en el plano mundial, como ya lo fue durante la Segunda Guerra Mundial que Franklin Roosevelt encabezó en contra de Hitler.

Este parecido entre la situación estratégica actual y la pelea de la Segunda Guerra Mundial contra Hitler está arraigado en la alianza de 1763–1783 entre la nueva república estadounidense y las fuerzas tan diversas de la Liga de la Neutralidad Armada y otros elementos europeos continentales importantes. Desde otro ángulo apropiado, es una alianza geopolítica entre EUA y fuerzas prestantes de las Américas y de los intereses eurasiáticos a los que amenaza el imperialismo liberal angloholandés. El enemigo común a derrotar es la ideología y las instituciones de lo que llaman “globalización”.

La importancia de que presente este caso aquí, es que sé, con certeza, que todos los precandidatos principales anunciados hasta ahora carecen de una comprensión efectiva de esta cuestión estratégica, la cuestión de la que depende ahora por completo el futuro de nuestra república.

La manera más eficaz de reclutar patriotas estadounidenses en apoyo de la nueva visión estratégica que nuestra nación necesita con urgencia es, sencillamente, recalcar la necesidad de replicar el rescate exitoso de toda la civilización gracias al liderato del presidente Franklin Roosevelt. Hay poco en esa campaña del presidente Roosevelt de 1932 y en su labor de 1933 a 1945 que no implique la clase de visión y de medidas de recuperación económica únicas que se necesitan para salvar a nuestra república de la caída al borde de la destrucción autoinfligida en el transcurso de los últimos treinta y cinco años y pico. Ninguna imagen de la orientación previa de nuestra república corresponde a las relaciones que debemos entablar ahora con las repúblicas americanas a nuestro sur, y con Eurasia y más allá.

Las armas que hoy necesitamos para la defensa de nuestra república son, en lo principal, medidas diplomáticas en el sentido en el que John Quincy Adams diseñó el sistema en el que se fundó el mejor desempeño de nuestro Departamento de Estado hasta los últimos tiempos. Las principales potencias de Eurasia continental no quieren guerra. Es notable cómo Rusia, China e India se alegrarían de que botáramos todo lo que huela al Gobierno de George W. Bush, y de que ofreciéramos una cooperación mundial entre Estados nacionales perfectamente soberanos, como una continuación del legado de Franklin D. Roosevelt expresado en términos modernos. Si ninguna de estas naciones nos adversara, no habría potencia alguna qué temer.

Si fuera presidente, ésa sería nuestra política. Y prosperaríamos, con la profunda bendición de nuestra posteridad a este respecto. Aunque tengo la fortuna de llevarle una ventaja marginal en cuanto a salud a la mayoría de mi generación, la idea de procurar gobernar por dos períodos como presidente sería darle demasiado vuelo a la imaginación. De ser necesario, cumpliría con el trabajo, y muy bien. Sin embargo, a menos que surja alguna emergencia extraordinaria, para próximo Presidente de EU, el o la cual podría tener la ventaja de todo con lo que yo pudiera ayudarle, lo que necesitamos para la seguridad del futuro de nuestra república es un candidato que devenga en una vínculo eficiente con nuestro futuro, una persona más joven, aunque madura, que pueda gobernar por dos o incluso tres períodos (si es que decidimos hacer esa reforma), y entonces desempeñarse con eficacia como ex presidente, del modo que lo han hecho Eisenhower, Carter y Clinton. Necesitamos una Presidencia restaurada en la tradición de Roosevelt, cuya influencia se extienda a la vida adulta activa de dos generaciones por venir, el período de vida laboral de los adultos jóvenes hoy.

Los dos príncipes de la camarilla de Bilderberg, Felipe de Gran Bretaña (izq.) y Bernardo de los Países Bajos, encarnan el legado de los intereses financieros que pusieron a Hitler en el poder. (Foto del príncipe Bernardo: Sander Lamme).

Una vez que hayamos establecido que estamos recurriendo al legado del presidente Franklin Roosevelt, después de largas décadas de castigo en desolado, para toda noción decisiva de interés y política nacionales, hay dos temas específicos a los que tenemos que prestarles atención aquí. Éstos son el resurgimiento reciente de las implicaciones de lo que el presidente Ronald Reagan propuso como una IDE, y el tema de la adopción con urgencia necesaria de medidas económicas mundiales del todo nuevas, que abarquen un lapso no menor de dos generaciones, de los próximos cincuenta años.

El regreso de la IDE

Las políticas relacionadas con la mascota de la señora Lynne Cheney, Dick, desde que era secretario de Defensa del Gobierno de George H.W. Bush, han creado ahora una situación en la que China, de modo bastante legítimo, ha demostrado su sentido de interés urgente en la tecnología láser y las directrices relacionadas que antes se asociaban con la IDE. Los antedichos acontecimientos, el satélite espía estadounidense que los chinos iluminaron y el suyo propio que destruyeron después con ayuda de un láser, han soltado a la proverbial “zorra en el gallinero”. De hecho, ¡la IDE está de regreso! En realidad nunca nos dejó, sino que esperaba emboscar a la historia en una ocasión posterior apropiada; la actual.

El presidente Reagan anuncia su Iniciativa de Defensa Estratégica el 23 de marzo de 1983. “Debemos replantearle ahora la oferta del presidente Reagan a Rusia, China, India y otros. Para ello, tenemos que redefinir las reglas del combate en un sentido que se ajuste a la dirección que debe cobrar el progreso científico y tecnológico”. (Foto: Archivo Nacional de EU).

Lo que hay que recalcar, para ser claros en cuanto a estos sucesos recientes y otros relacionados, es que la estrategia nunca es cuestión de fuerza como tal. Más bien, como Federico el Grande mostró con su célebre brillantez en la batalla de Leuthen, todo principio general respecto a los asuntos humanos pertenece a la distinción absoluta entre la mente humana y la de los simios superiores y otras formas inferiores de vida. Es una afirmación fuerte, pero no errada, insistir que la estrategia militar ha de concebirse como una extensión del ejercicio de la diplomacia.

Así, los enfrentamientos armados del período de las guerras de 1894–1945 que instigaron los británicos en 1894–1895 entre Japón y China (y también en otros lugares relacionados), y toda la gama de conflictos bélicos y afines del intervalo que va de 1892 a 1946, desde el asesinato del presidente francés Sadi Carnot, hasta la muerte del presidente Franklin Roosevelt, son una expresión de la política exterior imperial dirigida por los financieros liberales angloholandeses. En estas guerras, no fue el conflicto de intereses real de las naciones respectivas lo que llevó a la conflagración. La Primera Guerra Mundial, por ejemplo, se urdió con los preparativos que hizo el príncipe de Gales y luego rey Eduardo Alberto, quien manipuló a sus estúpidos sobrinos Guillermo II y Nicolás II, el necio idiota austrohúngaro, y a la facción revanchista de Francia, a enfrentarse unos contra otros, con un gran derramamiento de sangre inglesa y de otros para garantizar el terrible desenlace. Una de las grandes mentiras de la historia fue la que dijo en Versalles un secretario de Estado moralmente corrupto del presidente estadounidense Woodrow Wilson, Robert Lansing, al afirmar que Alemania era la única culpable de la Primera Guerra Mundial. La guerra fue consecuencia de la pericia geopolítica en los juegos imperiales que tramaron, en lo principal, los intereses oligárquico–financieros liberales angloholandeses, que también fueron los verdaderos autores de la dictadura de Hitler (y de todas sus consecuencias), del modo que los dos príncipes de la camarilla de Bilderberg encarnaron ese legado con cierta idoneidad irónica.

La guerra en gran medida ha sido un ejercicio recreativo parecido, así, a un juego de mesa sociológico, como “el que un niño jugaría”. Luego, hay hombres que cambian las reglas para que otros las obedezcan. Entonces, también, ocurren situaciones en las que no se puede jugar con las reglas aceptadas, porque la realidad, que se manifiesta de cierta manera política o de otra índole, se rehúsa a aceptar esa orden. Tal es la historia de la IDE, del modo que ideé semejante cambio propuesto a las reglas del conflicto entre 1979 y 1983, y la irrupción relativamente inevitable de la realidad de la IDE en el caso de los preparativos que realiza EUA hoy para atacar a China y otros objetivos.

Lo que sigue siendo cierto desde la Paz de París de febrero de 1763, desde la victoria estadounidense contra la Confederación títere de lord Palmerston en 1865, y desde que la monarquía británica del rey Eduardo VII y sus sucesores dirigió las dos Guerras Mundiales, es el concepto de la conveniencia geopolítica de los intereses financieros imperialistas liberales angloholandeses y, por ello, de su intención de arruinar y subyugar a EUA con subterfugios y corrupción, si no es que la conquista.

La serie de guerras geopolíticas imperiales que emprendieron el rey Eduardo Alberto y sus sucesores en el transcurso de 1894 a 1945, llevó a la creación de las armas nucleares y, luego, termonucleares. Esto cambió las reglas de la guerra de manera irreversible. Como los conflictos no nucleares entre las principales potencias llevarían a un grado de frustración en el que entrarían en juego las armas nucleares o incluso termonucleares, la guerra general en el sentido de los sucesos que llevaron hasta lo que echó a andar la muerte de Franklin Roosevelt, tarde o temprano haría realidad un guión virtual o hasta real del día del juicio final. El empeño de amplificar ahora el radio de acción de las tecnologías armamentistas, incluyendo la amplia explotación de medios potenciales de guerra asimétrica, ha llevado al mundo entero al umbral del holocausto.

Así, la guerra y sus otras correlaciones políticas han caído bajo la influencia de condiciones límite sucesivas. La acción militar de contención sigue estando muy presente sobre el tapete. Gracias al Paul Bremer del señor George Shultz, Iraq ha demostrado con creces la necedad de rebasar la guerra objetiva limitada y, también, del despliegue de un cerco de fuerzas navales para crear, así, una suerte de pesadilla flamable de las reglas de combate en la vecindad de los golfos Pérsico y de Omán. No hay razón para continuar ni repetir la sandez de la virtual desintegración de una nación que la locura de Bremer ha desencadenado.

Sin embargo, con todo, presiona lo suficiente a fuerzas capaces con instintos de soberanía, y tarde o temprano responderán a las directrices lunáticas que profiere el sucio Dick Cheney del Gobierno actual de Bush. Que China explore al menos un asomo de algo como la IDE, es típico del resultado más bien inevitable.

Enfrentamos el uso de fuerzas militares dizque convencionales con la intención de reducir a toda una región del mundo a un estado tormentoso de guerra asimétrica. La intención eficiente implícita de semejante uso impropio de las capacidades militares convencionales es embrutecer a una región del mundo, como ha logrado hacerlo el presidente Bush en esta empresa en una situación irremediable en Afganistán y en la inminente proliferación general de una situación parecida por toda la región del Sudoeste de Asia y partes adyacentes de África, por el Nilo, hasta el lago Victora, donde los herederos de lord Kitchener han logrado producir ya un horror que se propaga por todo el centro de ese continente. Ésta es la amenaza que toca a las puertas de India y Asia Central, y contra el flanco sur y occidental de Rusia. Esto lo interpretan, aun algunos notables del Partido Demócrata, como una amenaza creciente contra China.

Este conjunto de tendencias también ha acarreado un desplome de los potenciales militar y económico convencionales de EUA, así como de otras partes del mundo. Las fuerzas castrenses estadounidenses ya están al borde de la destrucción; la ruina de las fuerzas terrestres permanentes y afines, que sería consecuente con los últimos desmanes del vicepresidente Cheney, será irreparable en menos de una generación, aun en condiciones favorables. Así, estamos llegando a una situación militar que coincide con la más lunática de las fantasías de ciencia ficción de corte occamita de fines de los 1940 y principios de los 1950. El panorama que plantea ahora nuestra planificación militar es el de una superficie terrestre reducida a una condición inferior a la de una idiotez bucólica, al tiempo que complejos de superarmas espaciales controlan, desde arriba, la vida sobre la Tierra; algo parecido al cuadro que pinta el final de Una historia de los tiempos venideros de H.G. Wells.

Al Gore rebuzna en su “documental” sobre el calentamiento global. “Hay que abandonar locuras tales como los biocombustibles y los argumentos seudocientíficos fraudulentos respecto a los ‘gases’ como un factor del ‘calentamiento global’, en el interés de mantener un ambiente apto para la habitación humana”. (Foto: Una verdad incómoda).

De manera inherente, los sistemas automáticos son de suyo frágiles, en especial cuando mentes humanas ingeniosas están decididas a flanquearlos siendo más listas que ellos. El desarrollo de un sistema de “comando espacial” de los asuntos del planeta es de suyo vulnerable, precisamente porque no es humano. La mente humana, si está calificada para semejante tarea, siempre ideará un método para flanquear cualquier supersistema automático de defensa y castigo. Los incidentes de marras que involucran las contramedidas con las que China experimenta, son un eco del aspecto de la IDE que aterró a los fanáticos de la Fundación Heritage de los 1980. Apuntan con tino humano a lo que de forma inherente es el aspecto más vulnerable de cualquier sistema de comando espacial cuasiautomatizado: su sistema de control. Así, la IDE acaba de anunciar el hecho de que nunca se fue; todo este tiempo ha estado esperando el llamado del deber.

Recuerda que lo que propuse entre 1979 y 1983, lo que le presenté al Gobierno soviético a nombre del Consejo de Seguridad Nacional del Gobierno de Reagan, y lo que el Presidente le ofreció públicamente al secretario general soviético Yuri Andrópov, no era en esencia un programa guerrerista, sino para que el mundo se apartara de las tramas bélicas imperialistas, hacia la cooperación en la mejor realización de los intereses comunes e independientes de las principales potencias estratégicas del planeta. Consistía en crear un marco en el que una estrategia militar viable sirviera a los intereses comunes e independientes de las potencias en cooperación.

Eso hubiera funcionado. Los enlaces soviéticos pertinentes estaban de acuerdo con eso. Su objeción explícita en sus negociaciones conmigo era que nosotros, EUA, éramos mejores que ellos en tales programas de desarrollo económico. Ningún ruso influyente en sus cabales podría negar con honestidad y cordura que la de Andrópov fue la madre de todas las grandes equivocaciones, al rechazar de plano la oferta pública que se le hizo, ante el mundo entero, el 23 de marzo de 1983.

Debemos replantearle ahora la oferta del presidente Reagan a Rusia, China, India y otros. Para ello, tenemos que redefinir las reglas de combate en un sentido que se ajuste a la dirección que ha de cobrar el progreso científico y tecnológico.

Entre tanto, el mundo sigue su marcha

Hace poco, en dos conferencias ahora históricas que di vía internet desde Berlín, establecí, en breve, el concepto de la posible colaboración estadounidense en un sistema de cooperación eurasiática en los cerca de 50 años de las próximas dos generaciones. El eje de esa cooperación, que irradia desde un Berlín reindustrializado hacia Rusia, China, India, y regiones inmediatas e intermedias, se fundaría en el reconocimiento de dos conjuntos de factores importantes decisivos que se necesitan para que la civilización misma continúe en este período venidero. Esto exigirá la extensa construcción de una gama de obras de infraestructura necesarias, en lo específico, para sustentar un viraje económico muy enérgico hacia modalidades de energía de fisión nuclear con una alta densidad de flujo energético, fundadas en el uso moderno más avanzado del uranio, el plutonio y el torio, a emplearse para propósitos adicionales tales como la desalación de agua a gran escala, la generación de fuentes y cantidades superiores de energía, y el desarrollo acelerado de tecnologías de fusión termonuclear, y su pertinencia para la producción transuránica y el manejo de isótopos.

No hemos llegado al límite de los recursos, pero sí a una condición límite con respecto a las modalidades económicas del abasto de minerales esenciales y otros recursos.

Las tecnologías que exige semejante orientación dependen de inversiones con un uso intensivo de capital en la infraestructura básica necesaria para sustentar dicha política, la cual, en combinación con una inversión en las capacidades productivas, representa un ciclo de inversiones de capital físico en un lapso de aproximadamente cincuenta años o dos generaciones.

Esto demandará una reforma integral de lo que al presente es una modalidad de suyo quebrada sin remedio del sistema monetario, financiero y bancario; una reforma rooseveltiana y la creación relacionada de diversos mecanismos, entre ellos tratados de largo aliento, necesarios para generar el crédito de largo plazo que exige el progreso colectivo del continente eurasiático y de sus vecinos.

No podemos ser irresponsables. Se necesitan medidas sanas para mejorar el “ambiente”, pero hay que abandonar locuras tales como los biocombustibles y los argumentos seudocientíficos fraudulentos respecto a los “gases” como factor del “calentamiento global”, en el interés de mantener un ambiente apto para la habitación humana.

Las políticas que se introdujeron desde el primer período de gobierno del presidente Richard Nixon, y que sus sucesores continuaron de manera más o menos vigorosa, han arruinado lo que fue la economía más poderosa y productiva que el mundo jamás haya conocido. Desde Nixon, y de modo más patente desde más o menos mediados de los 1970, se ha transformado a la economía de EU, de ser la envidia del mundo, a un montón de chatarra repugnante de granjas, industrias y esperanzas perdidas. Hay que acabar con esas tendencias decadentes que se activaron en 1968, y darles marcha atrás. Para ello, necesitamos adoptar los programas pertinentes de reconstrucción de la economía de nuestro Estado nacional, y de cooperación, con fines paralelos, con otras regiones del mundo.

Tal es nuestra misión, una misión relativamente única de servir al fomento de los intereses de toda la humanidad, incorporada como el propósito de aquellos europeos que vinieron aquí a traer los mejores frutos de la cultura de la civilización europea a un nuevo territorio, a una distancia necesaria de la decadencia oligárquica que gobernaba a la “Vieja Europa”. Ésa era nuestra misión, y ésa es la naturaleza de nuestra obligación con el “Viejo Mundo”. Ha llegado la hora de hacer del mundo entero, por fin, un territorio habitado exclusivamente por Estados nacionales perfectamente soberanos, todos y cada uno en cooperación, como de conformidad con el preámbulo de nuestra Constitución federal, al servicio del interés común de toda la humanidad.


[1]Tiempos modernos, de Chaplin, no sólo era un reflejo de A Nous la Liberté, sino también de la Metrópolis de Fritz Lang.
[2]La misma taberna donde alguna vez cené alegremente antes, en ocasión de un ensayo memorable del Jesu, meine Freude de J.S. Bach, ese mismo día. Fue el recuerdo de ese ensayo, que resonaba con viveza, el que unos años después me convenció de proponer esa misma composición como el fundamento de un plan educativo que integraba a Kepler, Leibniz, Gauss y Riemann con J.S. Bach, para proporcionar la plataforma de un programa básico competente de educación superior en ese enfoque que integra tanto la ciencia como el arte clásicos, y que ahora se refleja en el contenido del sitio electrónico del LYM internacional.
[3]Como lo he explicado en repetidas ocasiones, nuestros pronosticadores económicos típicos sufren hoy de una incompetencia sistémica tan grande como la de los economistas del crac del LTCM de agosto–septiembre de 1998. Prácticamente todos los pronosticadores económicos conocidos emplearon métodos que derivaron de las modalidades cartesianas de lo que la finada señora Joan Robinson dijo del trabajo de los métodos estadísticos del post hoc ergo propter hoc del patéticamente inepto profesor Milton Friedman. En la vida real, lo mejor que puede hacerse en materia de pronóstico económico es lo que hago yo, al usar métodos dinámicos congruentes con los descubrimientos de Bernhard Riemann; a lo más, podemos pronosticar la proximidad de una condición límite en un proceso físico–económico. En semejante límite, tiene que ocurrir un cambio de fase en el proceso, o el sistema pasará por una etapa de desplome de una forma especificable. No reconocer tal condición límite creará, entre los verdaderos creyentes modernos en “Wall Street”, un espectáculo psicopatológico digno de los momentos más angustiantes del “Pato Lucas” en caricaturilandia o, tal vez, mejor dicho, del presidente George W. Bush.
[4]Ver el capítulo XXV, “La pobreza de Cincinato. . .”, de Discourses on The First Ten Books of Titus Livius (Discurso sobre la primera década de Tito Livio), de Nicolás Maquiavelo (Nueva York: Random House, 1940). Fue a este respecto, como lo presentó Maquiavelo, que los oficiales de la Revolución Americana crearon la Sociedad de Cincinato, cuyas reuniones de la época en Filadelfia coincidieron y se empalmaron con la Convención Constitucional. Ésa es la visión apropiada de las cualidades y la misión de un Presidente de EU, tal como George Washington, John Quincy Adams, Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt. Ésa es la imagen de la presidencia que enarboló Alexander Hamilton.
[5]Fue Bertrand Russell quien propuso el plan original, que se publicó en la edición de octubre de 1946 del Bulletin of the Atomic Scientists, de emprender un ataque nuclear “preventivo” contra la Unión Soviética, como una medida para establecer un sistema de “gobierno mundial” regido por los angloamericanos. Russell continuaba así la intención que había expresado H.G. Wells cuando propuso las “armas de radio” en 1913, y también la que ambos llegaron a compartir en torno a La conspiración abierta del segundo (1928) y, de forma implícita, su proyecto de Una historia de los tiempos venideros. A este respecto, la prensa soviética, con José Stalin, tuvo algunas cosas muy desagradables, pero apropiadas, qué decir sobre la persona del señor Bertrand Russell. Esto cambió con Jruschov, quien envió a cuatro representantes a la reunión de Parlamentarios del Mundo a Favor el Gobierno Mundial —o sea, la “globalización”— que organizó Russell en Londres, en la que se presentaron públicamente como emisarios oficiales de Jruschov y comunicaron su profundo amor por Russell. Aun considerando el caso de Hitler, Bertrand Russell fue, sin objeción razonable de los círculos informados, la persona más perversa del siglo 20. Hitler está muerto, pero la maldad de Russell sigue viva hoy. El ataque del aventurero Jruschov en París fue planeado, como da fe de ello su insufrible ataque a la persona del presidente John F. Kennedy en Viena, así como sus verdaderos motivos y relaciones con Russell en cuanto a la emboscada y negociación de la crisis de los proyectiles en 1962. La participación de Fidel Castro en esto suele subestimarse en el chismorreo acostumbrado sobre el tema de qué fue lo que llevó a la crisis de 1962.