Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, nums 4-5

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Juventud larouchista

Demos el paso necesario para que la humanidad siga su curso

La política alemana Helga Zepp–LaRouche participó el 24 de febrero, vía telefónica desde Alemania, en la conferencia del Movimiento de Juventudes Larouchistas (LYM) y el Consejo Electoral Ciudadano de Australia, donde planteó una panorámica esperanzadora para la situación estratégica mundial. En la conferencia también habló su esposo, el economista estadounidense Lyndon LaRouche o “Lyn”, como ella lo llama. A continuación reproducimos las palabras de la señora Zepp–LaRouche.

Creo que, aunque hasta donde sé en Australia la gente está colgándose de las lámparas —¡al menos eso es lo que los europeos pensamos!—, ustedes saben tan bien como nosotros que estamos en un momento histórico increíble, en el que, como yo lo veo, la posibilidad de que la humanidad caiga en una edad oscura está tan próxima y tan cercana como la del comienzo de una nueva época, una nueva era de la humanidad. Porque, si podemos resolver esta crisis, y si podemos deshacernos del peligro inmediato de la guerra, el cual, como probablemente sepan, aumenta con muchísima rapidez, con la posibilidad de una conflagración contra Irán, que ya está en camino en estos momentos. . . Hay una enorme concentración militar en el golfo [Pérsico]. A como se ven las cosas, entre ahora y tal vez principios de mayo existe el peligro inmediato de un ataque militar contra Irán. Y, como es natural, está la volatilidad creciente de los mercados, que de nuevo quedó demostrada hasta por el diminuto incremento en las tasas de interés por parte del Banco de Japón, que empezó a abrirle el primer boquete al acarreo de yenes.

De modo que estamos muy cerca del abismo, porque una edad oscura puede surgir de una guerra o de un estallido financiero del sistema, y los dos peligros podrían estar hasta conectados, porque una guerra contra Irán de seguro enviaría al sistema financiero mundial a un absoluto desastre. Pero también estamos igual de cerca de la posibilidad de botar a Cheney con un juicio político en Estados Unidos, de hacer que el Congreso, con la nueva mayoría, recurra a las políticas de Franklin Delano Roosevelt, para que adopte la legislación que Lyn ha ofrecido en la forma de la ley de Recuperación Económica y “El arte perdido de hacer presupuestos de capital”,[1] que en estos momentos está estudiándose de manera muy activa en el Congreso. Y [qué tal] si podemos hacer alianzas por todo el mundo, en el continente eurasiático, con la cooperación de Rusia, China e India; lograr que facciones razonables de Europa cooperen con Iberoamérica, una posibilidad que demostró —de nuevo— nuestra visita a Roma, adonde Lyn fue invitado a hablar ante un grupo de parlamentarios y otra gente importante, y de nuevo se puso sobre el tapete toda la iniciativa de revivir la propuesta del Nuevo Bretton Woods en los parlamentos del todo el mundo.

Así que, como creo que todos pueden ver con mucha claridad, el mundo está sobre el abismo, podría caer en una catástrofe absoluta. Pero, si suficientes personas de todo el orbe impulsan una propuesta enérgica y valiente, también podemos realizar un milagro. Y si observan, por ejemplo, cómo en otros períodos de la historia en los que hubo peligros parecidos fue la intervención valiente de unos pocos individuos la que hizo la diferencia, entonces pueden ver que no cabe duda que la humanidad nunca ha estado en mejor posición, porque nunca hubo una organización internacional con el conocimiento necesario de qué hacer. Y creo que un período que ciertamente debemos considerar es el Renacimiento italiano, porque tuvimos una Era de Tinieblas terrible en el siglo 14; ya saben, la que arrasó con la mitad de la población, desde India hasta Islandia, con la peste negra. Tuvimos a los flagelantes, la quema de brujas, todo los horrores que pueden estudiar en las pinturas del Bosco y de Bruegel. Tuvimos un desplome del sistema bancario, de los Bardi y los Peruzzi. Y, después, por un largo tiempo tuvimos un período de veras terrible de superstición y desplome de la civilización.

Helga Zepp–LaRouche: “Estamos en un momento histórico increíble, en el que, como yo lo veo, la posibilidad de que la humanidad caiga en una edad oscura está tan próxima y tan cercana como la del comienzo de una nueva época, una nueva era de la humanidad”. (Foto: Helene Möller/EIRNS).

La revolución de Nicolás de Cusa

Pero, entonces, el Renacimiento italiano superó esto, y vale mucho la pena estudiar cómo se hizo y, en cierto sentido, los factores de Petrarca, Dante, y los grandes pintores y arquitectos de este período. Pero la verdadera influencia decisiva en el Renacimiento italiano fue la de la mente más grandiosa del siglo 15, precisamente ese Nicolás de Cusa que ya mencionaron antes [en la reunión] y a quien muy, muy claramente puede llamársele el fundador del Estado nacional moderno, el fundador de las ciencas naturales modernas y, en esencia, el verdadero pensador que formuló los conceptos que sentaron las bases para la Revolución Americana, y para las ideas de Leibniz y los derechos inalienables individuales de todos los pueblos. Porque él rompió con el sistema previo del feudalismo, y sólo puedo recomendarles que lean sus libros, como Concordantia cathólica, De docta ignorantia, De pace fidei, porque estas obras son en realidad el parteaguas que divide el período de la Edad Media de los tiempos modernos.

Ahora bien, Nicolás de Cusa sin duda hizo un avance fundamental en lo que Lyn llama la astrofísica, que, en efecto, define las condiciones para los conceptos a los que Kepler arribó en su Nueva astronomía, y fue un concepto de veras revolucionario en el siglo 15. Si leen el prefacio de Concordantia cathólica, donde Nicolás fue muy conciente de lo que hacía, dice: “Éste es el comienzo de una nueva época en la historia espiritual de la humanidad, y voy a escribir algo que nunca antes se había pensado”. Así que tenía muy claro que formuló algo completamente revolucionario; a saber, que concebía al universo como autolimitado y creciente, pero no en función de la extensión lineal o el tamaño, sino en cuanto a su complejidad como un universo autolimitado, con principios universales demostrables. Y la clave de cómo Cusa arribó a esto, es que no concebía al alma humana afuera de este universo, como si de algún modo estuviera afuera del mundo y en la esfera de la percepción sensorial, sino que la consideraba como la causa activa y eficiente de este universo.

En sus escritos sobre el Globusspiel, el De ludo globi, dice: “El alma inventa las ciencias, es decir, la Aritmética, la Geometría, la Música, la Astronomía, y al hacerlo se percata de que es en sí misma una fuerza envuelta. Porque estas ciencias las descubre el hombre y las desenvuelve. Y como es eterna, y como permanece en la misma forma —porque sigue siendo inmortal y eterna—, el alma también reconoce que en realidad ella, el alma, es inmortal, y que permanece en una forma inmortal por siempre. Porque estas ciencias matemáticas sólo están envueltas en su poder, y a través de ella desenvueltas, tanto así, que si el alma no existiera, las ciencias no existirían”.

Así, es muy interesante que defina la inmortalidad del alma, porque ésta puede crear cosas inmortales y, por tanto, el alma, que es de un poder superior a lo que puede crear, también tiene que ser inmortal.

Entonces, lo más importante es entender —y eso tiene que ver con el debate con Wenck— que Nicolás de Cusa rompió de manera radical con la filosofía escolástica que imperaba en las universidades de la época.

Los escolásticos básicamente eran un derivado del aristotelismo y, en lo fundamental, unos completos nominalistas. Sólo por mencionarles uno de los pensadores más importantes de esto, Guillermo de Occam, quien vivió del 1300 al 1350 y fue una influencia muy importante en las universidades de la época, en esencia tenía la idea de que el mundo consistía de objetos individuales y que toda la cognición del hombre se fundaba en la experiencia. Así que, por consiguiente, entender a Dios o probar que Su existencia es, sin lugar a dudas, real, es absolutamente imposible, porque no puedes hacerlo con los sentidos y, por tanto, sólo tienes que creer en Dios. Entonces, como es natural, la consecuencia de esto es el escepticismo, una fe ciega, porque Dios no es inteligible y uno carece de una imagen explicable del universo. Por ende, lo que pasa no tiene significado, la Providencia no tiene ningún plan, sino que todo lo que sucede es por la voluntad ilimitada, la voluntad irracional de Dios como la razón final de la Creación, y como la razón final del bien y del mal.

Dios carece de leyes, no puedes reconocerlo, no puedes hacerlo inteligible y, por consiguiente, con este nominalismo, la religión también se somete a la casualidad, y si eres salvo o te condenas es producto del talante divino; a veces tienes suerte, otras no, pero es incierto. Y, si es incierto, entonces tampoco hay responsabilidad, porque no puedes influir para nada en los acontecimientos.

De modo que, con ese concepto, venía una imagen del universo que era igual de irracional. Por ejemplo, se presumía que las órbitas de los planetas tenían una forma circular o que consistían en diferentes aros dentro de estas órbitas. Uno tenía una velocidad constante y, si se daban los epiciclos o si no tenían movimientos constantes, entonces tenías que explicarlos de la siguiente manera: supondrías una Tierra con un movimiento fijo y, a su alrededor, tendrías círculos concéntricos para el Sol, la Luna y los planetas, y estos últimos tendrían, ya sea círculos exactos o se moverían en pequeños aros cuyo centro estaría, de nuevo, en el primer círculo alrededor de la Tierra, los llamados epiciclos, que estarían encima de los círculos más grandes. Y ésa era la explicación que, desde Ptolomeo, existía para estos movimientos extraños de los planetas.

Así, cuando el observador veía estos movimientos, veía una combinación de dos o más movimientos circulares y un cambio constante en la velocidad de los planetas. En esencia, Ptolomeo suponía que la Tierra no estaba en el centro de los círculos concéntricos ni representaba el centro verdadero del movimiento en el universo.

¿Qué es Dios?

Platón ya había dicho algo mucho más inteligente en la Politeia [o La República]: “De estas tracerías con que está bordado el cielo hay que pensar que son, en verdad, lo más bello y perfecto que en su género existe; pero también que, por estar labradas en materia visible, desmerecen en mucho de sus contrapartidas verdaderas, es decir, de los movimientos con que, en relación la una con la otra y según el verdadero número y todas las verdaderas figuras, se mueven, moviendo a su vez lo que hay en ellas, la rapidez en sí y la lentitud en sí, movimientos que son perceptibles para la razón y el pensamiento, pero no para la vista”.[2]

Básicamente lo que Platón indica es que, tras los imprecisos movimientos aparentes del firmamento, tienes que descubrir las leyes verdaderas que los gobiernan, y esto sólo puede hacerse mediante la razón. Tienes que tener la capacidad de razonar para arribar a una hipótesis adecuada que descubra cuáles son estas leyes. Para eso, necesitas precisamente lo que escribió, por ejemplo, Alejandro de Humboldt en su famoso libro Cosmos, lo que dice sobre Nicolás de Cusa, de que lo que precisas para arribar a su hipótesis es libertad mental y coraje. Y esa libertad mental y coraje para salir con una hipótesis por completo diferente es justo lo que Wenck tildó de “herejía”, porque, cuando leyó la Docta ignorantia de Nicolás de Cusa, dijo que sus escritos e hipótesis no eran más que panteísmo, que en lo fundamental estaba negando la existencia de Dios, y que lo que decía eran precisamente cosas que no le está permitido decir a uno.

Pero, en realidad, lo que hizo Nicolás de Cusa fue tener un enfoque completamente diferente. No habló de círculos ni de movimientos iguales de los planetas, pero lo que dijo representó una revolución en el pensamiento, porque aplicó su noción del infinito de Dios al universo físico. De modo que, sencillamente tomó la idea que tenía de, “¿qué es Dios?”, o sea, de que el universo es ahora un absoluto concreto, que no es comprensible mediante sus definiciones limitadas. Partió de dos supuestos: uno es que el mundo es una conexión infinita de relaciones y, en segundo lugar, que ningún objeto de este mundo puede ser exactamente igual a otro. Según el lugar individual que cada objeto tiene en la relación total del mundo, tenemos tres principios que funcionan juntos; a saber, la posibilidad, el potencial; la realidad; y los movimientos de conexión entre ellos, de modo que ningún objeto puede compararse con otro en lo absoluto. Así, si se determina por completo, de este modo, el número de todas las opciones y potencialidades de cada objeto en sus relaciones con todos los demás objetos del mundo, pero que es infinito, entonces el reconocimiento humano nunca está en disposición de entender la totalidad de todas las conexiones posibles ni, por tanto, de determinar a cabalidad el objeto. Pero, a partir de esta supuesta infinitud del mundo, Nicolás concluye la imposibilidad absoluta de determinar con precisión la existencia, luego entonces, la cognición.

El principio de ambigüedad

De manera que él toma esta indeterminación o imprecisión como punto de partida. Esto es lo que Lyn ha llamado la ambigüedad, como la imprecisión que es la condición para la formulación de hipótesis que fue, por ejemplo, el enfoque mental, espiritual, el enfoque intelectual del descubrimiento de Kepler de la gravitación. Por consiguiente, la posibilidad de un centro fijo, inamovible del universo desaparece con los conceptos de Nicolás, porque semejante centro sería un mínimo absoluto, y como el mundo no tiene un centro fijo, tampoco tiene una circunferencia fija, porque entonces la determinaría un límite fijo.

Según Cusa, nunca llegas a un punto fijo, inamovible en el universo, porque cada elemento del mismo siempre se manifiesta ya más allá de sí, porque lo determina un número infinito de otros elementos. Así que no hay precisión en la relación con el llamado centro del universo ni con la circunferencia. Como uno no puede determinar el centro exacto ni ofrecer un polo fijo en el universo, es natural que la Tierra no pueda estar en el centro del mundo ni en una calma total, como había supuesto Ptolomeo.

La Tierra es tal como todos los demás objetos y planetas del universo: se mueve. Los planetas también se mueven, al igual que las estrellas fijas, por tanto, no tenemos círculos absolutos ni velocidades constantes. La órbita y las magnitudes del movimiento están supeditadas a todo, o sea, a la ley de la imprecisión. Nicolás dice: “Así que nos percatamos de que todo el tiempo nos movemos en coniécturus, en hipótesis, y que siempre estamos equivocados”. Sin embargo, estas coniécturus, estas hipótesis, no significan que uno no tenga cognición, sino que abren la puerta a una clase de reconocimiento totalmente nueva.

En el capítulo 12 de la Docta ignorantia, Nicolás habla de la desvalorización de la Tierra, en donde dice que no ocupa el lugar más bajo en el universo ni es diferente de los demás planetas en lo cualitativo. Dice que, de haber estrellas más pequeñas que la Tierra, entonces todas tendrían la misma materia, y si uno observara la Tierra desde una distancia lo bastante alejada en el universo, parecería una estrella y luciría como las demás de ellas en cuanto a calor y radiación.

Ahora bien, recuerden que Nicolás habla de esto en el siglo 15 y que no tenía forma de entrar en órbita con la NASA; sólo pensó en ello.

Así, él dice: “Por tanto, la idea de que la Tierra es la única estrella habitada por seres racionales no necesariamente es el caso”. Entonces, tendremos que adentrarnos en el universo para descubrirlo, si es que es una posibilidad. Dice: “Entre los muchos mundos infinitos del universo, pudiera ser que haya otros habitados por individuos que en esencia cuenten con razón”. Por eso quemaron vivo en la hoguera a Giordano Bruno, quien retomó estas ideas de Cusa.

Como es obvio, con esa clase de pensamiento, sin lugar a dudas se superó la idea medieval de un cosmos organizado por jerarquías. Pero, al mismo tiempo, tuvimos la posibilidad de una nueva ciencia natural que podía adentrarse sin límites en el tiempo y el espacio, y en realidad fue por eso que Kepler llamó a Nicolás, “mi Cusa divino”. Así, Nicolás dijo: “La imposibilidad de la cognición precisa es lo que nosotros mismos producimos. Éstas no son la entia realia de la naturaleza, las cosas reales de la naturaleza, sino sólo las entia rationalia de nuestro hombre, de nuestro espítiru, de nuestra mente”. De modo que no hablamos de las leyes de la naturaleza imprecisa, sino de las de nuestro propio pensamiento, en el que las matemáticas tienen una función especial. Y son las matemáticas las que nos dan las varas de medir que nos permiten aproximar la imprecisión en la naturaleza”.

Sí podemos entender a Dios y Su creación

Kepler estaba imbuido totalmente de este pensamiento cuando, en 1599, le escribió a su amigo Herbert von Hohenberg: “En todo el mundo material, de Dios son las leyes, las formas y las relaciones de un delicadeza especial en el bello orden del mundo. Por tanto, no queremos intentar siquiera descubrir más sobre el mundo divino e inmaterial que lo que Dios nos ha descubierto, porque esas leyes son entendibles para el espíritu humano, y Él nos ha creado a Su imagen para que podamos participar de Sus pensamientos. Porque, ¿qué existe en el espíritu humano aparte de las figuras y tamaños? Sólo aquellos que podemos entender como es debido, y sólo si la humildad nos conduce a verlos de este modo, podemos ver que nuestra razón es de la misma clase que la Razón Divina, y porque en nuestra vida mortal podemos entender algo de ello. Así, sólo los idiotas, sólo los locos temerían que quisiéramos crear al hombre como a Dios, porque el consejo y las ideas de Dios son incomprensibles y no pueden entenderse del todo, pero no así Sus creaciones materiales”. En otras palabras, podemos entender Su creación material, y a Dios a través del universo que ha creado.

Platón: “De estas tracerías con que está bordado el cielo hay que pensar que son, en verdad, lo más bello y perfecto que en su género existe”. El astrónomo, de Johannes Vermeer (pintado en 1619, el mismo año en que Kepler publicó La armonía del mundo).

Esto me parece muy bello, y pueden ver que estas ideas, aunque Nicolás vivió casi 200 o 150 años antes que Kepler, que sin estas ideas, Kepler no hubiera tenido la libertad de arribar a sus conceptos. Y ahí pueden ver que ciertamente Nicolás tuvo razón cuando dijo que estaba creando una nueva época con estos pensamientos, y que estaba entrando a un dominio del pensamiento en el que ningún ser humano había pensado antes.

Esto debe darnos cierta esperanza de que hoy estamos al borde de una nueva época, porque tenemos todas las herramientas para revivir a los grandes pensadores del pasado y luego dar el siguiente paso necesario para la humanidad, porque Nicolás también dijo que cada ser humano recapitula, en potencia, la evolución entera del universo en su propia mente. Y si hacen eso, y si conocen todos los descubrimientos absolutamente decisivos de la civilización hasta ese momento, pueden determinar con precisión científica cuál es el siguiente descubrimiento necesario para que la humanidad siga su curso. Y eso es exactamente lo que Lyn ha definido en Los próximos cincuenta años de la Tierra.[3] De modo que, ¡debemos divertirnos!


[1]Ver Resumen ejecutivo de la 1a y 2a quincenas de diciembre de 2006 (vol. XXIII, núms. 23–24), y de la 1a quincena de febrero de 2007 (vol. XXIV, núm. 3).
[2]La República, de Platón (librodot.com).
[3]Ver Resumen ejecutivo de la 2a quincena de abril de 2005 (vol. XXII, núm. 8).