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Necesitamos 6.000 plantas nucleares

por Marjorie Mazel Hecht

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Sólo hay una forma de elevar a un nivel decente la vida de los 6 mil millones habitantes del planeta: mediante el empleo de la fisión nuclear para proporcionar la energía necesaria para economías industriales. La energía que viene de la fisión nuclear, y en el futuro de la fusión, es la única con la densidad de flujo que llena los requisitos.

La tarea es enorme. Hay que doblar la producción de energía a nivel mundial en los próximos 45 años para lograr que el nivel de vida de la población del Tercer Mundo iguale a la de los países industrializados, y para atender las necesidades de una población mundial que aumentará entre 3 y 4 mil millones de personas, según las proyecciones. Hay 1,5 mil millones de personas en el mundo que aún no cuentan con electricidad —no sólo carecen de computadoras o televisión, sino que no poseen focos de luz siquiera— y otras miles de millones que poseen sólo una fracción de la electricidad requerida para una economía productiva.

¿Cuántas plantas de energía atómica serán necesarias?

El ingeniero nuclear James Muckerheide, director del Centro de Tecnología Nuclear y Sociedad del Instituto Politécnico de Worcester, e ingeniero nuclear del estado de Massachusetts, sugiere que necesitamos 6.000 nuevas plantas nucleares en el mundo para el año 2050. Ello requiere de un programa agresivo, que comience ahora, para construir nuevas fábricas que puedan producir los componentes necesarios para las plantas, y que produzcan en gran escala las instalaciones para la fabricación de las vasijas de los reactores. Asimismo, es necesario acelerar el procesamiento y enriquecimiento de uranio.

El programa de producción, según Muckerheide, debe irradiar —a lo largo de la ruta del Puente Terrestre Eurasiático, por ejemplo— y reproducir instalaciones fabriles a un ritmo que responderá a las demandas de las nuevas ciudades que serán establecidas por toda esa ruta.

Los ‘costo–beneficios’

Las cifras podrán parecer pasmosas, en especial si se les compara con la lamentablemente ínfima cantidad de plantas nucleares que la industria estadounidense pretende poner en funcionamiento en la próxima década: exactamente una. Sin embargo, existen los conocimientos técnicos y de ingeniería necesarios, aunque se encuentren inactivos o en embrión. Lo que falta es la capacidad de pensar fuera del universo social cada vez más estrecho de los últimos 30 años, en donde la misma gente que tiene que encabezar la lucha a favor de la energía nuclear hoy día, fue forzada a poner en suspenso tanto las expectativas como las capacidades sociales necesarias. Lo que ha acabado con el optimismo científico de antes es la idea propalada por ambientalistas y antiambientalistas, por igual, de que lo que manda es la austeridad, de que son limitados los recursos, y que el “costo–beneficio” debe infectarlo todo.

Para los dirigentes más cuerdos y los que sientan política que se encuentren en este limbo, el aguijón que los impulsará a salir de este estado infeliz será el ver acercarse el precipicio financiero de dimensiones colosales en el que estamos por caer si no cambiamos de rumbo, y rápido.

Como ya estamos viendo, tanto demócratas como republicanos comienzan a comprender lo que Lyndon LaRouche ha venido diciendo por casi 30 años: sin un Nuevo Bretton Woods, y un programa para construir nueva infraestructura en grande en Estados Unidos y el mundo, el planeta caerá en una nueva Era de Tinielas de guerras perpetuas, enfermedades y miseria más espantosa que las eras de tinieblas previas. Aquéllos que recuerdan cómo se vivía en los años de la posguerra, pueden ver que Estados Unidos, con sus puentes y sistemas cloacales que se desmoronan, el transporte derrumbado, y su industria en quiebra, pronto se convertirá en una nación ex industrializada con condiciones del Tercer Mundo.

La construcción de plantas nucleares es tecnología conocida. Los franceses pueden poner en funcionamiento una planta de 1.000 megaviatos en aproximadamente tres años y medio, y los japoneses, utilizando un diseño estadounidense, echan a andar un reactor de agua en ebullición de 1.000 megavatios con sólo un poco más de tiempo. Los intrínsecamente más seguros nuevos reactores modulares, como el reactor de lecho fluido de alta temperatura de Sudáfrica o el GT-MHR (reactor modular de turbina de gas refrigerado por helio) de General Atomics pueden producirse en serie, y entrar en funcionamiento aun más rápido en el futuro.

De que el mundo quiere tener energía nuclear, quedó claro en la reunión de “Energía Nuclear para el Siglo XXI”, que tuvo lugar el 20 y el 21 de marzo de 2005 en París, Francia bajo los auspicios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Por primera vez desde los años de Átomos para la Paz en los 1950 y principios de los 1960, representantes de primer orden de 74 países se reunieron para hablar de la opción nuclear. La gran mayoría concluyó que la energía nuclear era una necesidad. ¿En dónde queda Estados Unidos en todo esto? Para su vergüenza, a pesar de una retórica pro nuclear, la industria nuclear de Estados Unidos y el Departamento de Energía, al igual que sus varios beneficiarios, están encadenados a un modelo económico “costo–beneficio” que no le servirá de nada ni a ellos ni a la nación.

Estados Unidos sin capacidad de producir

Estados Unidos no hubiera podido desarrollarse como potencia económica con el criterio de “costo–beneficio”, y Franklin Roosevelt no hubiera podido haber reorganizado el aparato industrial de Estados Unidos para ganar una guerra con esa pauta.

Ahora mismo Estados Unidos ya no posee la capacidad de producir ni siquiera una vasija de reactor nuclear—ni hablar de media docena—en tiempo oportuno. Con un poco de esfuerzo, podría prepararse para hacerlo, lo que crearía plazas de empleo calificado para operarios capacitados ahora desempleados, y capacitaría a los que ahora adolecen de destrezas técnicas o están empleados de forma improductiva, al tiempo que le proporcionaría un futuro a las generaciones venideras.

Existe una generación de estadounidenses capacitados, que ha estado luchando entre 30 y 60 años para que la nación logre avances en las áreas de la conquista del espacio y la energía nuclear, con un enfoque de emplear la ciencia como motor para lograr la prosperidad económica. Conocemos a muchos de ellos, y están ansiosos de ver sus planes y sueños, muchos de los cuales ya existen en forma de proyectos, y algunos de los cuales hace mucho han sido aprobados por el Congreso de EU, hechos realidad mientras todavía se encuentren con vida.

Asimismo, hay que reestructurar en forma total el proceso de regulación, ahora dominado por una falange anticientífica de idiotas ejecutivos ambientalistas bien pagos, que parlotean sobre “el planeta” pero no conocen la diferencia entre la biosfera y la noosfera, y que definen a un ser humano por la cantidad de residuos sólidos que produce anualmente.

Cómo pagar por la infraestructura necesaria es lo que lleva a muchos optimistas a adoptar la actitud pesimista. Sin embargo, la solución no es tan difícil de concebir. La sociedad no puede avanzar sin energía adecuada; el medio ambiente no puede ser mantenido sin tecnologías avanzadas que requieren energía. Por lo tanto, como con los programas de construcción de infraestructura de Roosevelt, el Estado necesita crear créditos de bajo interés y a largo plazo para lograr que el trabajo se realice. Los beneficios serán tremendos, como el programa espacial, que generó 14 dólares para la economía por cada dólar que se invirtió en el mismo.

Los hombres y mujeres podrán trabajar en empleos reales y productivos; los estudiantes tendrán un futuro al que aspirar; y nuestra generación sabrá que las generaciones futuras no tendrán que preocuparse por falta de la energía adecuada o de las necesidades básicas de la vida.

Como señala un provervio que le gustaba citar al almirante Hyman Rickover, padre de la armada nuclear estadounidense: “Donde no hay visión, el pueblo perece”.

 

—Traducción de María Pía Cassettari.

 

 

 

 

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