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¿Es el escándalo de corrupción en Brasil el preludio de un golpe?

por Gretchen Small

Piensa por un momento en Brasil, como si tú fueras parte de la oligarquía financiera internacional:

Tu sistema financiero está desintegrándose por todo el mundo, y el estadista norteamericano Lyndon LaRouche, quien lleva décadas preparándose para esta crisis como la oportunidad de revivir a tu enemigo más mortal, el Sistema Americano de economía, lleva una de las voces cantantes en el Partido Demócrata de los Estados Unidos, y también está cobrando fuerza en la "facción Eisenhower" del Partido Republicano. La misma bandera aglutina a fuerzas de Europa. El Parlamento de Italia ha adoptado una resolución en la que insta a su gobierno a organizar a favor de una conferencia internacional para salir de esta crisis (siguiendo los lineamientos de la propuesta del Nuevo Bretton Woods de LaRouche), y ahora la esposa de LaRouche, Helga Zepp–LaRouche, recién empieza una agresiva campaña electoral por la Cancillería de Alemania, basada en el programa del Nuevo Bretton Woods. Representantes de los gigantes eurasiáticos Rusia, India y China acaban de tener en Berlín una sesión estratégica a puerta cerrada con LaRouche, y con representantes de otras naciones de Asia y Europa.

Lo que menos quieres ahora es que un grupo de naciones de América también cierre filas en torno al Nuevo Bretton Woods de LaRouche. El presidente argentino Néstor Kirchner, tras ganarle una batalla al Fondo Monetario Internacional y a los fondos buitres, ha encendido de nuevo el optimismo en otras naciones, pero tienes la esperanza de poder aislarlo y derrocarlo, siempre y cuando mantengas a Brasil de tu lado.

Hasta ahora Brasil ha seguido el juego; pero sigues teniendo presente el recuerdo incómodo de la extraordinaria acogida que São Paulo, Brasil, le dio a Lyndon y Helga LaRouche cuando lo visitaron en junio del 2002.

Y, a pesar de su inevitable posición como el tercer deudor más grande del mundo, ahogándose en una deuda de al menos 430 mil millones de dólares nada más del sector público, Brasil sigue siendo la nación más fuerte de Iberoamérica, y cuenta con instituciones nacionales decisivas aún en pie. Entre 1988 y 1998 le entregó a los intereses financieros internacionales más de 67 mil millones de dólares en activos del Estado mediante el timo de la "privatización", pero gran parte de su riqueza aún sigue en manos nacionales. El control del sector petrolero (que fue privatizado sólo en parte) y del sistema bancario nacional, en particular del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), le permite al Gobierno brasileño tomar decisiones soberanas, en caso de que sus élites nacionales decidan, en condiciones de crisis mundial, romper con el pragmatismo dominante que por lo general la incapacita.

El partido financiero sintió preocupación cuando Luiz Inácio Lula da Silva fue elegido presidente en el 2002 con una votación sin precedentes de más de 50 millones de votos, en base a su promesa de que su Gobierno crearía 10 millones de empleos, y de que pondría la urgente necesidad de recuperar las capacidades industriales y agrícolas de Brasil por encima de los intereses financieros. En los más de dos años de su gestión, Lula no ha hecho nada de eso, humillándose en cambio ante los "asesores" que insisten que a Brasil no le queda otra más que jugar según las reglas de los financieros, elevando así el ritmo de saqueo de la economía nacional. Pero, ese mismo Gobierno de Lula ha emprendido una agresiva política exterior de establecer vínculos estrechos con naciones clave de todo el orbe, entre ellas con los antedichos gigantes eurasiáticos. El anhelo de Brasil de ser una nación soberana aún subsiste.

Un tsunami político contra el Estado brasileño

Sólo desde esa perspectiva puede uno entender el actual escándalo de corrupción que amenaza con echar abajo al gobernante Partido de los Trabajadores (PT) de Lula y sus aliados, tales como el Partido Liberal (PL) del vicepresidente José Alencar. El escándalo empezó con denuncias de malos manejos en el sistema postal, pero pronto arreció con acusaciones de que el PT estaba sobornando a congresistas. Las cabezas de los ministros del gabinete y de los dirigentes del PT empezaron a rodar, y ya se escucha el grito de: "¡Juicio político!"

Lo que esconden las sórdidas acusaciones y contraacusaciones que cautivan la atención del público, es una guerra contra el Estado brasileño. Los intereses financieros extrajeros van con todo para concretar el golpe que empezaron en noviembre del 2004, cuando lograron botar a Carlos Lessa y a su equipo nacionalista de la dirigencia del BNDES. El grupo de Lessa le había declarado la guerra a la ideología "librecambista", y había revivido la "planificación estratégica de la economía" a largo plazo. En una entrevista que le concedió a EIR en mayo del 2002, Lessa dijo que estaba retando "al dragón financiero", el principal enemigo de Brasil, así como de todas las naciones.

A la salida de Lessa, la presión de los financieros contra el Gobierno de Lula aumentó, y en mayo pasado hicieron su jugada. El ministro de Economía Antonio Palocci anunció el 9 de mayo en un foro en Río de Janeiro las exigencias de los enemigos de Brasil: que el país necesita "al menos otra década de esfuerzos fiscales" —¡después de cuántas ya!— para restaurar la confianza de los inversionistas. El ex trotskista convertido en lacayo de Wall Street demandó que el Congreso brasileño apruebe cortes automáticos al gasto público equivalentes a la merma en la recaudación fiscal, no por un año, como sucede ahora, sino por diez, de modo que quienquiera que resulte elegido para gobernar el país en la elección del 2006 no pueda cambiar las reglas.

Tanto por razones electorales como por cuestión de principio, la oposición a cualquier plan semejante fue encarnizada en el PT de Lula, quien no aspira a reelegirse en el 2006. Entre los opositores del PT estaba el peso pesado José Dirceu, quien ocupaba el poderoso cargo de jefe del gabinete de Lula.

Fue unos días después del anuncio de Palocci que estalló el escándalo de corrupción. La prensa advirtió de un "tsunami político que podía estremecer los cimientos de la república", de resultar ciertas las acusaciones. Ya hablan de que Lula seguirá los pasos del enjuiciado Fernando Collor de Melo. Para el 16 de junio Dirceu estaba fuera del gabinete (aunque no de la pelea interna del partido). Pronto, otras cabezas rodaron, y todavía faltan.

Si había alguna duda de que lo que estaba en juego con el escándalo nunca fue la ética, sino la política económica, la jubilosa respuesta de "los mercados" a la salida de Dirceu dejó claro como el cristal cuál era el verdadero problema. Dos de los principales diarios de Brasil, Folha de São Paulo y Jornal do Brasil, informaron contentos que, con Dirceu fuera, nadie podría hacerle frente a Palocci en el gabinete. La pregunta ahora es hasta dónde llegará el equipo de los banqueros, fue lo que graznaron ambos periódicos el 17 de junio. ¿Podrá imponerse ahora la llamada "tercera generación de reformas" del FMI, para efectuar una "reestructuración radical del Estado"?

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