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¡Trabajos! ¡Creen trabajos!
Las ‘maras’ son obra de la política de Estados Unidos
¿Puede una sociedad que ordena la ejecución en masa de sus propios hijos —a modo de solución al salvajismo que crean sus propias políticas— sobrevivir?
Integrantes del grupo 'maras'

por Gretchen Small y Benjamín Castro Guzmán

Los gobiernos de América Central y del Norte tienen reuniones de emergencia sobre seguridad, en un intento por detener la rápida proliferación de las llamadas maras, que son pandillas transnacionales mayormente integradas por jóvenes hispanos y controladas por el crimen organizado.

El origen, alcance y bestialidad de las maras pinta el cuadro espantoso de una nueva Era de Tinieblas. Es un mal presagio —que hasta ahora sólo involucra a cientos de miles de personas— de lo que el estadista estadounidense Lyndon LaRouche ha advertido pronto habrá de convertirse en el fenómeno de decenas de millones de desamparados que emigran por todo el mundo tratando de hacer una vida donde no la hay, a menos que nos libremos del libre comercio y la globalización.

Estas pandillas de jóvenes pobres que cruzan fronteras desde Panamá hasta Estados Unidos, y ahora hasta Canadá, funcionan como el brazo armado del tráfico ilegal de armas y drogas. Los traficantes de mano de obra emigrante las usan para aterrorizar, mutilar o asesinar a emigrantes que no pagan sus deudas. Con tatuajes espantosos que los distinguen y usando señas satánicas como parte de su formación sectaria, estos jóvenes han llegado a tal grado de deshumanización, que en varios lugares ya han adoptado el método de las decapitaciones a modo de represalia.

Esta no es una operación pequeña. Los maras se calculan entre los 100.000 y 600.000, según algunos órganos de difusión. Varios funcionarios de Estados Unidos, México y Guatemala incluso los consideran una amenaza a la seguridad nacional.

¿Quién es el responsable?

Los neoconservadores y los racistas antiinmigrantes están aprovechando la crisis de las maras para publicitar la tesis del Samuel Huntington, de que el principal enemigo de Estados Unidos son los hispanos, dentro y fuera de su territorio. El profesor Huntington de la Universidad de Harvard es el fascista que difunde la mentira de que un “choque de civilizaciones” entre los musulmanes y Occidente es inevitable. Exaltando el miedo, estos círculos difunden la línea de que los terroristas de al–Qáeda contrataron a las maras para meterlos a Estados Unidos. Según un militar de Estados Unidos versado en el tema, se desconoce la veracidad de tal afirmación. (La inteligencia estadounidense es tan insuficiente, que sólo podemos conjeturar, y ni siquiera con mucho detalle, según afirmó).

Pero, la gente de Huntington exige la deportación en masa y el cierre de la frontera sur de Estados Unidos, para empezar. Sus contrapartes centroamericanas exigen —como solución— la imposición de la pena de muerte a los pandilleros.

¿Puede una sociedad que ordena la ejecución en masa de sus propios hijos —a modo de solución al salvajismo que crean sus propias políticas— sobrevivir? Porque los expertos en las maras concuerdan en que más que nada las integran niños. Según un estudio de mayo de 2004 realizado por una experta antidrogas de El Salvador, 51,9% de los maras de su país tienen entre 11 y 15 años de edad; 2% sólo tiene entre 7 y 10 años; y el restante 49,6% son menores de 25.

Un vistazo a nuestro propio espejo

“Es un fenómeno de la nueva Era de Tinieblas. Y fue el Gobierno de Estados Unidos el que lo creó”, dijo LaRouche sobre las maras el 24 de octubre. “Ésta no es una simple operación. Es una política. La política es destruir al Estado nacional, destruir la idea del Estado nacional. La intención es hundir al planeta entero en una nueva Era de Tinieblas. No solucionarán nada a menos que cambien la situación en Estados Unidos”.

De hecho, las maras son hijas del proyecto del crack de cocaína del Irán–contra de George Bush padre. Primero las formaron a mediados de los 1980 en Los Ángeles, California, con los hijos del más de un millón de refugiados empobrecidos que huían de las guerras en América Central. Ante la estructura pandilleril existente en Los Ángeles, los jóvenes salvadoreños y hondureños fundaron su propia pandilla.

En esos años, tal como EIR documentó en su explosivo informe especial de 1996, “George Bush: el supercapo de la cocaína”, el crack era introducido a los guetos de Estados Unidos, empezando con las pandillas de Los Ángeles, para crearle un nuevo mercado a la cocaína traficada por las redes del Irán–contra del Gobierno secreto de Bush.

Cuando las guerras en América Central cesaron a principios de los 1990, Estados Unidos empezó un programa de deportación generalizada de estos jóvenes pandilleros criminalizados a sus países de origen, países que no tenían nada que ofrecerles y ninguna capacidad para controlar el delito. Los acuerdos de “paz” de América Central no trajeron ningún desarrollo económico, sino sólo más libre comercio, un mercado negro de armas enorme, y decenas de miles de ex guerrilleros y soldados desempleados con los que el narcotráfico hizo su agosto.

¡Trabajos! ¡Creen trabajos!

La globalización convirtió a América Central en reserva de mano de obra barata para Estados Unidos. El usurero pago de la deuda extranjera —deuda que nunca sirvió para construir un dique o una fábrica— canibalizó tanto las economías, que los centroamericanos prefieren jugársela para llegar a Estados Unidos y conseguir un empleo, por mal pagado que sea, a fin de mandarle dinero a sus familias. ¡Semejantes políticas han llevado a la cuarta parte de los salvadoreños a huir a Estados Unidos!

Tal como la política de deportación en masa de los 1990 amplió la estructura pandillera de Los Ángeles de vuelta a América Central, así las políticas de “cero tolerancia” adoptadas por los Gobiernos aterrorizados de El Salvador y Honduras en el 2002–03 han exportado a miles de maras a Guatemala, México y de regreso a Estados Unidos.

Hacer valer la ley es necesario, pero hasta que no creemos millones de empleos en torno a un programa urgente de construcción de infraestructura en América Central y Estados Unidos, empleos que brinden capacitación y sean fuente de orgullo, no habrá solución. El ministro de Planificación de Guatemala, Hugo Beteta, le dijo en octubre al Washington Post que más de la mitad de los guatemaltecos tienen menos de 18 años, y que la mayoría carece de oportunidades de empleo. Los jóvenes ven dos alternativas: emigrar a Estados Unidos, o unirse al narcotráfico, dijo. “Y si se ponen duros con la inmigración, ¿qué les queda a ellos?

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