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La lección de Argentina:
Si no es el Plan LaRouche, no funcionará

por Dennis Small

"En la coyuntura actual, siendo inminente el desplome de toda la banca estadounidense, los gobiernos de Iberoamérica pronto se verán ante la tarea de salvar a sus propias naciones del caos que acarreará la caída de la banca internacional. Cuando ocurra esa caída, dichos gobiernos se enfrentarán a decisiones políticas que deben tomarse en cosa de días. No habrá tiempo para que las comisiones de peritos gasten semanas y hasta meses en armar estudios académicos de alto vuelo. Los gobiernos deberán actuar de inmediato, en cosa de días, con decisiones que tengan un impacto revolucionario en la banca y en las instituciones y convenios monetarios existentes; decisiones de alcance amplio y profundo, de gran agudeza y solidez".

Este extraordinario pronóstico fue escrito hace casi 15 años por Lyndon LaRouche, en su introducción al libro del Instituto Schiller La integración iberoamericana: ¡Cien millones de nuevos empleos para el año 2000!.

Para Argentina, el reloj ha estado marcando el tiempo hacia esos "días" proverbiales, que llegaron cuando una explosión de furia popular derrocó al gobierno del peculiarmente gris presidente Fernando de la Rúa, y su brujo entrenado en Harvard, el ministro de Hacienda Domingo Cavallo, los días 19 y 20 de diciembre pasado. Desde entonces, hemos visto durante estas semanas una sucesión de gobiernos argentinos, dando traspiés en busca de un plan viable para domar la crisis del país, en contrapunto con una interminable procesión internacional de pomposos "expertos", ansiosos por "sacar las enseñanzas" del estallido argentino.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) le echó la culpa a Argentina por no aplicar las medidas del FMI con suficiente rigor. El Wall Street Journal le echó la culpa al FMI por prestarle demasiado dinero a Argentina y por no haberle cerrado la puerta. Y el secretario de Hacienda estadounidense Paull O'Neill, con el tacto que le caracteriza, declaró que Argentina "ha estado metida en problemas una y otra vez desde hace 70 años o más... Y es que les gusta así. Nadie los obligó a ser lo que son".

Pero lo que realmente muestra el estallido de la deuda argentina son dos hechos que confirman las palabras de LaRouche, hechos que todos los actores antes mencionados consideran demasiado desagradables como para reconocerlos públicamente... al menos por ahora.

  1. Que la crisis argentina no es sino un microcosmos del estallido financiero global, y que representa algo menor comparado con lo que viene en Japón y en los mercados del dólar más ampliamente; y

  2. Que, por su propia naturaleza, ni la crisis financiera global ni su expresión local en Argentina se pueden resolver con reformas o medidas que no sean las del plan de LaRouche para la reorganización por bancarrota de todo el sistema financiero interanacional, así como de los sistemas bancarios nacionales. Hay los que dirán que otras propuestas son más aceptables o convenientes políticamente; el único problema es que no funcionarán, ni en Argentina ni globalmente.

Un análisis del caso argentino muestra por qué. Demostraremos que lo que antes se consideraba deuda interna en los países del Tercer Mundo, ha sido plenamente internacionalizada durante la década de los noventa, de tal modo que se ha creado una sola burbuja globalizada de deuda externa, una burbuja que hoy en día es, en gran medida, ilegítima, totalmente insolvente y que ha hundido con ella a casi todo sistema bancario nacional del mundo, sumiéndolo en la insolvencia de facto.

La deuda es ilegítima.

Empecemos presentando la ya notoria "aritmética de los banqueros" (gráfica 1).


La deuda externa oficial de Argentina creció sistemáticamente 26.000 millones de dólares en 1980 a unos 60.000 millones en 1990; ahí se estabilizó brevemente por algunos años; luego se elevó de nuevo a 142.000 millones de dólares en 2001. En este período de 21 años, Argentina pagó un total de 120.000 millones de dólares sólo en intereses acumulados, es decir, sin considerar los pagos de amortización. Estos 120.000 millones representan casi cuatro veces y medio el monto de la deuda original de 1980; pero no obstante, ese principal creció más de cinco veces durante el mismo período. O sea, en la aritmética de los banqueros:

$27 - $120 = $142

Esta representación de la aritmética de los banqueros —que es tan cierta para la deuda de todo el Tercer Mundo como lo es para Argentina— pone de relieve la ilegitimidad implícita de la deuda externa del país. Lo que queremos decir con ilegitimidad es que la deuda que aparece registrada nunca fue realmente contratada o recibida por la parte deudora en esas cantidades; y o que las cantidades contratadas y recibidas originalmente se han pagado completamente una o varias veces; o ambas cosas. Todo esto, medido en las mismas unidades de cuenta económica en que se contrataron las deudas originalmente.

En el caso de la deuda del Tercer Mundo (como la de Argentina) esa unidad de cuenta se debe condebir como una proporción entre el dólar (la moneda de la deuda en general) y la riqueza físico-económica que genera el deudor, una proporción que es mediada, típicamente, a través de la moneda nacional del país deudor.

Lo que se manifiesta, por lo tanto, como la fantástica aritmética de los banqueros, en realidad se origina en cuatro factores subyacentes:

  1. Devaluaciones forzadas, arbitrariamente, de la moneda nacional del país deudor. Esto tiene el efecto de elevar instantáneamente la deuda externa que se debe, medida en moneda local (es decir, el equivalente monetario más próximo de la producción físico-económica nacional). Por ejemplo, la deuda externa oficial de Argentina de 142.000 millones de dólares, durante la mayor parte del 2001 se podía pagar con 142.000 millones de pesos, dado que había un tipo de cambio fijo de uno a uno entre el peso y el dólar. Pero cuando el gobierno de Eduardo Duhalde devaluó el peso en enero de 2002 a 1,4 por dólar, la deuda externa oficial de Argentina saltó de 142.000 millones de pesos a 200.000 millones de pesos, en un pestañar de ojos.

  2. Deterioro en los términos de comercio del deudor. Esto quiere decir simplemente que los bienes que importan los deudores (generalmente productos manufacturados) aumentan en costo, mientras que los bienes que exportan (generalmente productos agrícolas y mineros primarios) disminuyen en precio. De este modo, el equivalente físico-económico requerido para saldar una cierta cantidad de deuda, aumenta año a año.

  3. Tasas de interés en aumento. En términos menos diplomáticos, esto se conoce como el síndrome de la usura. Una vez que un país se ve endeudado y obligado con sus acreedores, éstos aumentan arbitrariamente las tasas de interés y hacen imposible pagar el servicio de la deuda original. Lo que sigue es un proceso de renegociación o de refinanciamiento, mediante el cual los intereses no pagados se capitalizan (abultando la deuda), y sobre la nueva deuda abultada se fijan nuevos y mayores tasas de interés.

    En los ochenta, la elevación de las tasas de interés se llevó a cabo principalmente mediante la política de tasas de interés estratosféricas de Paul Volcker, jefe de la Reserva Federal de los EU. Más recientemente, el mecanismo preferido ha sido utilizar a las agencias calificadoras del crédito como Standard and Poors y Moody's, etc. Cuando decretan que un país dado, como Argentina, se ha convertido en un "riesgo" mayor para los prestamistas (generalmente porque ha titubeado al aplicar alguna condición exigida por el FMI), esas agencias desatan un aumento general en las tasas de interés para el deudor, al declarar que su factor de "riesgo país" ha empeorado. Por ejemplo, el "riesgo país" de Argentina rompió los 3.000 puntos en la cima de su crisis de 2001, lo cual significa que tenían que pagar 30% más que el rendimiento de bonos equivalentes del Tesoro estadounidense, para que cualquier prestamista colocara dinero ahí.

  4. Fuga ilegal de capitales. Esto es riqueza, en la forma de divisas extranjeras, que literalmente se roban del país, riqueza que de otra manera se podría utilizar para desarrollar al país, para reducir la deuda externa, o para ambas cosas. Por ejemplo, en Argentina hay ahora mismo investigaciones judiciales en los tribunales y en el Congreso nacional, en torno a fugas de capital de hasta 30.000 millones de dólares durante los últimos 2 a 3 meses del 2001. Los acusados de este saqueo no son otros que los principales bancos del país (HSBC, Citibank, BBVA, y demás), que son también acreedores importantes del gobierno y del sector privado argentino.

Lo que tenemos aquí es equivalente al prestamista usurero que primero te roba la cartera, y cuando le dices que como consecuencia ya no tienes dinero para pagarle, pone el grito en el cielo en protesta. En el caso del prestamista usurero, la solución es obvia: a) arrestarlo por robo; b) recuperar el dinero que te robó; c) recalcular lo que le debes, para ver si queda alguna deuda legítima luego de sustraer lo relacionado a los cuatro factores arriba mencionados. Lo que sea ilegítimo, no se debe pagar, porque no se debe realmente.[1] O como dijo LaRouche sucintamente, en respuesta a una pregunta sobre Argentina en su más reciente conferencia por internet:

"Si alguien le impone a una nación medidas que la llevan a la bancarrota, que amenazan biológicamente a su pueblo, que amenazan con efectos genocidas, entonces sus títulos financieros, a cuenta de ese sistema, no tienen autoridad moral, per se. Por lo tanto, dichos títulos están sujetos a un nuevo examen, desde el punto de vista de un procedimiento de bancarrota, bajo el principio del Bienestar General".

Historia de dos burbujas

Volvamos a la gráfica 1, y nótese que la deuda externa oficial de Argentina se niveló por algunos años alrededor de 1990, y que parecería que ahora está ocurriendo un proceso similar. Pero, como dice el dicho, las apariencias engañan.

Lo que ocurrió a principios de los noventa es que Argentina fue uno de los primeros países en someterse a la reorganización de su deuda externa con los "bonos Brady". Bajo ese plan, a las naciones deudoras que habían llegado al límite de su capacidad de pagar el servicio de su deuda externa, y estaban al borde del incumplimiento, las alentó el Departamento del Tesoro estadounidense (encabezado en ese entonces por Nicholas Brady) a emitir una nueva forma de bonos para canjearlos por las viejas deudas morosas. De ahí nacieron los "bonos Brady", aunque realmente salieron de la cabeza del entonces subsecretario del Tesoro, David Mulford.

Este canje de bonos por préstamos redujo momentáneamente el endeudamiento externo total del país víctima del programa, a cambio de aceptar plenamente la instrumentación del Nuevo Orden Mundial de Margaret Thatcher y George Bush padre, a saber, una política de libre cambio sin restricciones que también se conoce como "globalización".'

De este modo, se instaló exitosamente a principios de los noventa un nuevo mecanismo de saqueo en la mayor parte del Tercer Mundo, justo en el momento en que los mecanismos anteriores ya no podían extraer la suficiente riqueza físico-económica de la población para mantener a flote la burbuja. Argentina es quizá el mejor caso ejemplar de cómo funcionó este proceso.

El 1 de abril de 1991, durante el gobierno del compinche de George Bush padre, Carlos Menem, el ministro de Hacienda de Argentina Domingo Cavallo —entrenado en Harvard y protegido de David Mulford, famoso por los bonos Brady— estableció un sistema de junta monetaria en Argentina, la famosa "convertibilidad", bajo el cual se fijó una paridad de uno a uno entre el peso argentino y el dólar estadounidense, y se le prohibió por ley al gobierno y al Banco Central la emisión de pesos, a menos que estuviesen totalmente respaldados por dólares como reservas extranjeras. En otras palabras, Argentina entregó su soberanía monetaria al sistema de la Reserva Federal estadounidense. Aunque Cavallo salió del gobierno en 1996, su junta monetaria siguió operando hasta diciembre de 2001.

Lo que siguió durante los noventa fue la rápida "dolarización" de la economía argentina: la mayoría de los precios de los bienes, contratos, e instrumentos de deuda interna del país quedaron denominados en dólares. De esta manera, renglones enteros de lo que nominalmente era "deuda interna" —por ejemplo, créditos emitidos dentro de Argentina, por bancos argentinos, a clientes argentinos, pero denominados en dólares— se "internacionalizaron" y se transformaron en obligaciones externas de facto.

EIR fue la primera publicación en el mundo que dio cuenta de este nuevo fenómeno —de una deuda externa real significativamente mayor que la deuda externa oficial— en las naciones del Tercer Mundo. A fines de 1993, en sendas conferencias en Sonora, México y Kiedrich, Alemania —reportadas en Resumen Ejecutivo de EIR en la edición de la primera quincena de enero de 1994— quien escribe advirtió que, para finales de 1993, la deuda externa real de México era de 142.000 millones de dólares, y no la cifra oficial de $121.000 millones, debido a que "hay cuando menos otros $21.000 millones en certificados del tesoro mexicano, o Cetes, actualmente en manos de extranjeros".

Al final del mismo año, la deuda externa de México explotó precisamente por ese lado flaco, los Cetes en manos de extranjeros que se habían transformado en Tesobonos (ya denominados en dólares) durante la primavera y el verano de 1994. El arquitecto de esas medidas lunáticas en México fue el entonces secretario de Hacienda Pedro Aspe, otro protegido de David Mulford.

El informe de EIR apuntaba que, en Argentina, además de la deuda externa oficial de 63.000 millones de dólares para 1993, "también se ha generado una gigantesca burbuja de deuda interna denominada en dólares. El propio gobierno ha emitido 14.000 millones de dólares en bonos internos, pagables en dólares, en tanto que el sector privado tiene otros 19.000 millones en deudas denominadas en dólares, principalmente tarjetas de crédito con altas tasas de interés. Así que Argentina tiene otros 33.000 millones de obligaciones en dólares, lo que eleva su deuda externa total real a unos 96.000 millones de dólares". La gráfica 2 se incluyó en ese informe de 1994.



La gráfica 3 muestra lo que sucede cuando se añaden estas obligaciones extranjeras de facto a las cifras de la deuda oficial de Argentina de las últimas dos décadas: la deuda externa real del país se eleva de 61.000 millones de dólares en 1990, a 232.000 millones en 2001. Y lo que es más significativo, la tasa de crecimiento promedio anual de la deuda externa real total salta del 8,4% durante la década de los ochenta, a un asombroso 12,9% en los noventa, un aumento de más del 50% en la tasa de crecimiento de la burbuja, como se puede ver en la gráfica. tales son las conquistas de la "globalización".

Hoy en día, como a principios de los noventa, los mecanismos existentes para mantener a flote la burbuja han llegado a su fin, tanto en el mundo como en Argentina. Pero más aún, esta vez no hay ningún esquema para rescatar la deuda que pueda funcionar: la burbuja crece tan rápidamente que la cantidad de nuevos instrumentos monetarios que se requieren hoy en día para salvar cualquier cantidad X de dólares de la deuda, es mayor que X. Y la economía física que le sirve de fundamento ha sido saqueada a muerte. El parásito se ha apoderado del huésped.
La gráfica 4 da detalles más finos de los cuatro componentes principales de la deuda externa real de Argentina para el período 1990–2001.


Cuando se compara la deuda total de Argentina, interna y externa, en 1990 y 2001 (ver la gráfica 5),

el resultado es alarmante: no sólo se ha triplicado el total de la burbuja de la deuda, de 78.000 millones de dólares a 248.000 millones, sino que las obligaciones extranjeras reales se han tragado casi por completo lo que era deuda interna. En 1990, el 22% de la deuda conjunta total era interna; pero para 2001, sólo un minúsculo 7% de la deuda total era interna. Las dos deudas se habían fundido en una sola, y se habían "internacionalizado".

No es una cuestión de semántica. La deuda interna puede estar orientada a las actividades productivas o no, pero funciona dentro del dominio soberano del Estado nacional: se emite en moneda nacional; se debe en moneda nacional; y su tratamiento es competencia de las autoridades bancarias y monetarias del gobierno nacional. Pero en los noventa, la década de la globalización de la Thatcher y Bush padre, la deuda interna como categoría funcionalmente distinta, ha desaparecido, no sólo en Argentina, sino en casi todas las naciones del mundo.

Si vemos el cuadro de la deuda externa de todas las naciones de los llamados "mercados emergentes" (los países del Tercer Mundo más los países de la Comunidad de Estados Indpendientes, que formaron parte de la desaparecida Unión Soviética), vemos un crecimiento similar de las obligaciones extranjeras de facto desde comienzos de 1990. EIR estima que la deuda externa real de esas naciones estaba por encima de los 4,13 billones de dólares en 1999, o sea que era más de 60% mayor que los 2,554 billones de que se informa oficialmente para ese año (gráfica 6).


Aunque estos 4,13 billones de dólares representan apenas el 1% de todos los agregados financieros del mundo (que incluyen a los derivados financieros), o sea 4,1 billones de los 400 billones totales (gráfica 7), representan la porción directamente apalancada contra los Estados nacionales, y tienen, por ende, una importancia política particular.


Una reforma hamiltoniana de la banca argentina

Si la deuda interna ya no lo es —como argumentamos arriba—, esto parecería implicar entonces que todo el sistema bancario y monetario nacional de Argentina está tan quebrado como su deuda externa.

Y así es. Y ese hecho es de la mayor importancia para determinar cuáles medidas funcionarán en ese país, y cuáles no.

Durante 2001, en tanto que Argentina se volvía cada vez más incapaz de pagar su deuda externa, a pesar de los numerosos paquetes multimillonarios de rescate del FMI y demás, se desangrado a la banca nacional con el retiro de casi 25% de sus fondos. La mayor parte ocurrió durante la administración de Domingo Cavallo, quien regresó al ministerio de Economía y Finanzas, en el gobierno de De la Rúa, en marzo de 2001. Como se muestra en la gráfica 8,


los 15.000 millones de dólares que se retiraron bajo la mirada vigilante de Cavallo fueron casi todos depósitos en pesos. Pero luego fueron convertidos a dólares, gracias a las regulaciones de la convertibilidad uno a uno que se fijaron con la junta monetaria en 1991, lo cual acarreó una caída correspondiente de 15.000 millones de dólares en las reservas extranjeras del Banco Central en el mismo período (gráfica 9).

¿A dónde fueron a parar esos dólares? Lo que está saliendo a relucir en Argentina es que los propios bancos comerciales sacaron ilegalmente esos 15.000 millones de dólares, cuando menos. Según las acusaciones presentadas ante los tribunales y en la Cámara de Diputados argentina, durante el 2001, los bancos principales utilizaron los ahorros que los argentinos comunes y corrientes les confiaron en depósito para "prestarlos" a compañías fantasmas que ellos mismos contribuyeron a establecer. Esas compañías fantasma, a su vez, se llevaron el dinero de Argentina al vecino Uruguay —cuyo secreto bancario y otras prácticas oscuras le han ganado la reputación de "la Suiza de América Latina"— y de ahí a las Islas Caimán, Londres, Miami y otros centros de lavado de dinero de categoría mundial.

Todo esto se facilitó enormemente por hecho de que dos tercios de la banca argentina están hoy día bajo el dominio de bancos extranjeros.

La gráfica 10 y el cuadro 1 son una actualización del estudio publicado en 1997 en EIR sobre el creciente dominio extranjero de la banca de las naciones de Iberoamérica, incluída la de Argentina.

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Debido a la política de privatización de la banca que se inició a principios de los noventa, para 1997 los bancos extranjeros tenían posición dominante en bancos (20% o más de sus activos totales) que en conjunto representaban el 52% del sistema bancario argentino, el porcentaje más alto en toda Iberoamérica en ese momento. En los cuatro años subsiguientes, el dominio extranjero llegó al 67% de todos los activos de los bancos.

Como se ve en el cuadro 1, esto ha ocurrido a pesar de que los bancos número y número 2 del país —Banco de la Nación y Banco de la Provincia de Buenos Aires— son todavía bancos estatales. Pero los ocho bancos que les siguen están todos bajo control extranjero e incluyen a muchos de los que ahora están bajo investigación por la fuga de capitales. Cabe señalar también que el FMI y la pandilla de Wall Street han hecho de la privatización del Banco de la Nación y del Banco de la Provincia de Buenos Aires una exigencia central en sus condicionalidades. Si el gobierno de Duhalde se rinde a esas presiones, entonces el 90% de la banca quedará en manos extranjeras.

Como se ve, la tendencia es inconfundible: en el período 1997–2001, el dominio extranjero de la banca creció a un promedio de 9% anual, mientras que el dominio nacional de las instituciones se redujo en 6% al año (gráfica 11).


Con un sistema bancario en Argentina, dominado por esas dudosas instituciones financieras, para principios de diciembre de 2001 la hemorragia de los depósitos que salían del sistema y del país se había convertido en un torrente, de tal modo que el desesperado gobierno de De la Rúa decidió el 3 de diciembre congelar todas las cuentas bancarias e imponer un control de cambios y de capitales. Fueron medidas necesarias, una especie de torniquete para detener la hemorragia, pero fueron insuficientes y se aplicaron demasiado tarde. La banca argentina ya se había desangrado por completo, por medio de los mismos bancos "argentinos" dominados por extranjeros. Cuando la población comenzó a exigir furiosamente sus ahorros y cuentas corrientes, De la Rúa descubrió que el dinero ya no estaba ahí. El 20 de diciembre, De la Rúa se vio forzado a renunciar ante las manifestaciones populares y los "cacerolazos".

Desde entonces, ninguno de los cuatro gobiernos subsiguientes ha encontrado el modo de quitar el torniquete, que en Argentina le llaman el "corralito", y regresarle a la gente su dinero. Y ello se debe a que toda la banca argentina está completamente en bancarrota y desahuciada. No se le puede salvar para que funcione como fuente de crédito interno. Ese es el tema económico político central en Argentina en este momento.

El FMI, el Tesoro estadounidense y los bancos acreedores internacionales exigen que el gobierno de Duhalde reanude los pagos de la deuda externa —suspendidos formalmente por la moratoria que declaró el gobierno de Adolfo Rodríguez Saá, la última semana de 2001— y que acepten rescatar al sistema bancario con unos 50 a 60.000 millones de dólares. En otras palabras, se le ha dicho al gobierno argentino que tiene que aceptar reducir drásticamente su presupuesto y buscar otras formas novedosas para reducir los niveles de vida de la población, a fin de rescatar a los bancos, antes de que el FMI piense siquiera en prestarles quizá unos 10.000 millones de dólares, los cuales también tienen que ser canalizados hacia la banca.

A menos que cambie su orientación radicalmente, el gobierno de Duhalde se encamina hacia un rescate bancario similar al notorio fraude del Fobaproa en México. A mediados de 1990, el gobierno mexicano canalizó 100.000 millones de dólares para rescatar a la quebrada banca mexicana luego del desplome de 1995; el montó simplemente se añadió a la ya onerosa deuda pública. Es decir, se puso sobre los hombres de los contribuyentes mexicanos.

El gobierno de Duhalde se retuerce en estos momentos entre dos opciones mutuamente excluyentes: o pagar el servicio de los 232.000 millones de dólares de la deuda externa argentina y de sacar de apuros a la banca nacional, por un lado, o tratar de impedir que el país se hunda en la barbarie y la guerra civil, por el otro.

Duhalde cometió el error de tratar de restablecer la convertibilidad entre el peso y el dólar, con una paridad fija de 1,4 pesos por dólar para el comercio y otras transacciones, dejando que el tipo de cambio para transacciones financieras y otros fines fluctúe libremente. Pero la convertibilidad —en cualquier modalidad, sea con tipo de cambio fijo o fluctuante— equivale a deshacer el torniquete sin cerrar la herida: el país simplemente se desangrará a muerte, víctima de ataques especulativos contra el peso como los que armaron George Soros y otros contra las naciones de Asia en 1997. Además, tratar de contener la ola utilizando las minúsculas reservas de 15.000 millones de dólares del Banco Central para defender el peso, es peor que inútil: es como tirar 15.000 millones de dólares por el desagüe.

Pero hay una solución, como lo ha indicado repetidas veces Lyndon LaRouche. Si estiramos al máximo nuestra metáfora médica, los pasos a dar son los siguientes:

  1. Parar la hemorragia. Mantener la moratoria de la deuda completamente, junto al estricto control de cambios y de capitales. No intentar el rescate del actual sistema bancario en quiebra, no importa qué tanto chille Wall Street en protesta.

  2. Administrarle al paciente una transfusión de sangre, reemplazando por completo su sangre contaminada. El gobierno debe emitir una moneda soberana inconvertible, mediante un Banco Nacional creado para este fin, es decir, no a través del actual Banco Central semiautónomo.

  3. Asegurar que el suministro de sangre nueva llegue a todo el cuerpo. Emitir cantidades sustanciales de crédito nuevo a bajo interés, a través de dicho Banco Nacional hamiltoniano, orientado hacia grandes proyectos de desarrollo de la infraestructura nacional y regional. Se debe dar atención especial al empleo productivo de ese 20% de la fuerza laboral argentina actualmente desempleada, y abrir sectores de tecnología avanzada que sirvan de motor a toda la economía. Los bancos comerciales, nacionales y extranjeros por igual, que cooperen en esta empresa, el gobierno los debe dejar que funcionen legalmente. A los que no cooperen, se los debe expropiar.

  4. Entonces, y sólo entonces, se puede quitar el torniquete. Se le puede pagar a la gente el dinero encerrado en el "corralito", con la nueva moneda soberana inconvertible, la cual en cualquier caso debe valer mucho más que el peso actual o que el dólar.

  5. Finalmente, despedir a los médicos charlatanes que casi matan al paciente. Romper con el FMI y su sistema en quiebra, y unirse al esfuerzo mundial para crear rápidamente un sistema monetario nuevo con un Nuevo Bretton Woods, de acuerdo con lo que ha especificado Lyndon LaRouche.

(El autor agradece las investigaciones que realizaron para este estudio Gerardo Terán y Gonzalo Huertas, de la corresponsalía de EIR en Buenos Aires.)


[1] Hasta donde sepamos, la primera vez que se presentó en forma impresa el concepto de deuda ilegítima fue en el libro del Instituto Schiller, La integración iberoamericana del movimiento de LaRouche, en 1986.

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