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Helga Zepp-LaRouche ante la Duma
El Puente Terrestre Eurasiático como estrategia para evitar la guerra

Exposición de Helga Zepp-LaRouche ante la comisión de economía de la Duma del Estado de la Federación Rusa, Moscú, 29 de junio de 2001.


Desde la cumbre de Halifax en 1995, pero sobre todo desde la crisis de los [bonos] GKO rusos y de que el fondo especulativo más grande del mundo, el LTCM, estuvo a un pelo de la bancarrota, los gobiernos del Grupo de los Siete no han recurrido sino a una sola medida: inyectar cantidades increíbles de liquidez. La burbuja especulativa de la "Nueva Economía", resultado directo de la inyección de liquidez, ha estallado; y la inflación, que había representado inflación del precio de los activos, ahora se difunde como inflación del precio de las mercancías, con una tendencia a la hiperinflación. Al mismo tiempo, debido a sus problemas económicos internos, los Estados Unidos pierden su papel de importador de última instancia, lo cual ha afectado con severidad particular a las exportaciones de Asia. La tendencia a la depresión crece a escala mundial. Crisis bancarias, despidos en masa, depresión. Lo que amenaza es el hundimiento del sistema financiera mundial, en una manera que no se ha visto desde el siglo 14.

¿Era esto previsible? La respuesta, clara y sonora, es: ¡sí!

Cuando, en noviembre de 1989, luego de la caída del Muro de Berlín, surgieron indicios de la disolución del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética, Lyndon LaRouche advirtió que, si se intentaba sustituir el sistema económico del Este en descomposición con el igualmente quebrado sistema de libre mercado de Occidente, ello llevaría a una catástrofe. El cambio de paradigma de los 25 años precedentes, que, con toda una serie de medidas neoliberales, había socavado los cimientos de la economía para favorecer a la especulación, llevaría inevitablemente al derrumbe del sistema.

En lugar de eso, LaRouche propuso volver a los principios de la economía física en la tradición de Leibniz, List, Mendeleyev y Witte. Presentó la gran visión de un programa para el "Triángulo Productivo París-Berlín-Viena", como la locomotora de la integración infraestructural y económica de Europa oriental y occidental, y para el desarrollo del Este. Este concepto exige la integración de los ya no divididos centros industriales ubicados dentro de ese triángulo del tamaño de Japón, con las capacidades industriales más desarrolladas del mundo, representadas ahí, a través de infraestructura moderna, como el Transrapid. Las inversiones en la tecnología más avanzada habrían de desarrollar las capacidades productivas de la fuerza de trabajo y de la planta productiva, así como las exportaciones, en especial en los sectores de tecnología y de bienes de capital.

De este triángulo productivo irradiarían los llamados corredores de desarrollo, de Berlín a Varsovia y San Petersburgo vía Praga, y de Kiev a Moscú, y a través de los Balcanes a Estambul. Obras integradas de infraestructura, con ferrocarriles de alta velocidad, carreteras y canales, y estaciones ferroviarias computarizadas, constituirían las arterias de transporte de esos corredores de 100 kilómetros de ancho, con los cuales se podría llevar al Este las tecnologías e industrias más modernas.

En vez de propinarle un golpe económico mortal a las industrias presuntamente obsoletas del CAME, como lo hicieron los reformadores del FMI y la terapia de choque, las industrias del Este, aunque obsoletas desde el punto de vista del mercado mundial, se podían haber utilizado, en tanto valiosas industrias del Este, y pudieron haber jugado un papel significativo en la construcción de las arterias y redes de transporte; sólo entonces, luego de haberse "gastado" en cierto sentido, hubieran quedado sin uso.

Las advertencias de LaRouche sobre el peligro de la economía de libre mercado, así como su visión del "Triángulo Productivo" como motor de un programa de reconstrucción del Este, y por lo tanto el núcleo de un programa de reconstrucción mundial, las difundí yo, junto con otros miembros del Instituto Schiller, entre todos los círculos dirigentes de Europa oriental y occidental, desde enero de 1990, a través de muchas conferencias, y también entre el público en general a través de nuestras publicaciones. Si se hubieran ejecutado dichos programas en ese entonces, hubieran llevado al mayor auge económico de este siglo.

Pero la gran oportunidad de poner las relaciones entre el Este y Occidente sobre una base completamente nueva, de paz por medio del desarrollo, por primera vez en el siglo 20. Margaret Thatcher, François Mitterrand y George Bush prefirieron la opción geopolítica de excluir a Rusia del mercado mundial como competidor potencial, y reducirla a un exportador de materias primas. Bush proclamó el "Nuevo Orden Mundial", que, como la globalización, resultó ser la expresión del unilateralismo angloamericano.

En 1991, cuando la desintegración de la Unión Soviética hizo necesaria una nueva perspectiva política y económica, LaRouche propuso la ampliación del "Triángulo Productivo" al "Puente Terrestre Eurasiático", que debería cubrir tres corredores principales: "Corredor A", el ferrocarril transiberiano y la línea de la antigua Ruta de la Seda; "Corredor B", desde China, vía el Asia central y Europa oriental; y "Corredor C", de Indonesia, a través de la India, Irán y Turquía, a Europa occidental.

Mediante todo un sistema de corredores auxiliares, se conectaría todo el continente eurasiático. Esos corredores no serían simplemente enlaces de transporte, sino arterias de infraestructura en torno a las cuales se podrían introducir tecnologías avanzadas, ya no para sólo extraer materias primas, sino para procesarlas sobre el terreno y de ese modo desarrollar industrias modernas. De tal modo que por primera vez esas zonas del interior del enorme continente eurasiático podrían gozar de las mismas ventajas geográficas que antes eran privilegio de los territorios con salida a los océanos.

Para satisfacer las necesidades de las poblaciones existentes y del crecimiento esperado de la población, en especial en las zonas densamente pobladas de Asia, se construirían unas mil ciudades a lo largo de los corredores. Se construirían modelos de reactores nucleares inherentemente seguros, como el reactor de alta temperatura, para abastecer de energía abundante a la industria, la agricultura y las ciudades. De 1992 a la fecha, ante literalmente miles de personas en conferencias y seminarios en los cinco continentes, el Instituto Schiller presentó el concepto del Puente Terrestre Eurasiático —incluídas sus extensiones a América, por el Estrecho de Bering, y a Africa, por el Oriente Medio— como programa de reconstrucción mundial para un nuevo orden económico justo.

Movimiento mundial por el Puente Terrestre

Intensificamos ese proceso organizativo luego del "Simposio internacional sobre el desarrollo de las regiones adyacentes al nuevo Puente Terrestre Eurasiático", que se llevó a cabo en Pequín luego de dos años de intensa preparación, a sugerencia del Instituto Schiller, y en el cual participamos como ponentes el doctor [Jonathan] Tennenbaum y yo. En el mismo lapso organizamos también una serie de seminarios con participantes de las diferentes culturas de Eurasia, para profundizar en el entendimiento de las tradiciones científicas, económicas, filosóficas y culturales de cada una, y en donde hubiese similitudes, profundizar en las bases del diálogo entre nuestras culturas. Puedo decir con orgullo, que ¡hemos creado un movimiento mundial por el Puente Terrestre Eurasiático!

Dado que soy ciudadana alemana, quiero abordar el asunto también desde el punto de vista específico alemán. Hasta cierto punto, es de suyo evidente que el desarrollo de Eurasia favorece los intereses fundamentales de Alemania. Debido a la escasez relativa de materias primas, la economía alemana sólo funciona si se concentra en el progreso continuo de la ciencia y la tecnología y su aplicación a los procesos productivos, y si Alemania tiene mercados crecientes, con clientes cada vez más prósperos. Bajo el régimen del "libre mercado" y la "globalización", Alemania ha perdido muchos de sus mercados tradicionales y, en consecuencia, necesita la perspectiva del Puente Terrestre Eurasiático.

En un nivel más profundo, en Alemania recordamos muy bien el nexo entre la depresión y la guerra. A la luz de la amenaza de una depresión mundial y de las varias dinámicas ya obvias de las cuales podrían surgir guerras terribles, es útil revisar el debate que se llevó a cabo en Alemania durante las crisis económicas mundiales de los años treinta. En 1991, se publicaron por vez primera las actas de una conferencia secreta de la Sociedad Federico List realizada los días 16 y 17 de septiembre de 1931. El tema de la conferencia fue cómo reactivar la economía en condiciones de simultaneidad de una depresión y una crisis del sistema financiero. Entre los participantes estaba el presidente del Reichbank, doctor Hans Luther, y como 30 banqueros, industriales y economistas importantes. La ponencia central la dio el doctor Wilhelm Lautenbach, economista importante y alto funcionario del Ministerio de Economía de Alemania.

En su memorándum, [Lautenbah] argumenta que "el curso natural para superar una emergencia económica y financiera... no es limitar la actividad económica, sino aumentarla. En condiciones de crisis, el mercado, el único regulador de la economía capitalista, no aporta ninguna directiva positiva obvia". En una depresión o en un derrumbe financiero habría la situación paradójica de que, "a pesar de la producción recortada, la demanda es menor que la oferta y, por eso, lleva a la tendencia a disminuir aún más la producción".

Ni el recorte del presupuesto, que reduce aún más los contratos públicos y el poder de compra de la población, ni la reducción de las tasas de interés, ni la reducción de los impuestos, pueden resolver el problema, sino que lo agravan, argumentaba Lautenbach.

La clave de la solución es utilizar el "excedente" de mercancías, las capacidades de producción ociosas y a los trabajadores desempleados. "Usar para la producción esta latitud en gran medida no utilizada es la verdadera y más urgente tarea de política económica, y es simple de resolver, en principio". El Estado debe "producir una nueva demanda económica nacional", pero que tiene que "representar una inversión nacional para la economía. Hay que pensar en tareas como... obras públicas o respaldadas oficialmente que signifiquen un valor añadido para la economía y que de cualquier modo tendrían que hacerse en condiciones normales", como caminos, carreteras y ferrocarriles.

Lautenbach planteó que el impulso inicial de las obras de infraestructura e inversión llevaría a una coyuntura ascendente de toda la economía y que el mayor ingreso fiscal que arrojaría la economía rejuvenecida sería superior a las líneas de crédito iniciales otorgadas por el Estado.

Si se hubiese ejecutado el plan Lautenbach de 1931, las condiciones económicas y políticas hubiesen mejorado de tal manera que los nacional-socialistas no hubiesen tenido oportunidad ninguna de llegar al poder, y la Segunda Guerra Mundial se hubiera podido evitar.

Por lo mismo, la realización del Puente Terrestre Eurasiático es hoy en día la mejor política para evitar la guerra. Representa también la necesaria visión de esperanza para los pueblos, que merecen un siglo 21 mejor que lo que fue el siglo 20.

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