La media noche a más andar venía, y Babilonia en soledad dormía; solo en el real palacio llenaban el espacio las voces de la regia servidumbre que al amor de la lumbre, en nocturnal orgía, el mismo Baltasar juntado había. En la real estancia, la palaciega turba el vino escancia en chispeante raudal; suenan las copas, rugen los pechos, y ábranse las ropas; y feliz y risueño, se muestra entonces el imperioso dueño. Fuego de insania brilla del ebrio soberano en la mejilla, que el vino en él provoca temeridad fatal y audacia loca, llevando su osadía hasta ultrajar a Dios con lengua impía. Y blasfema, y blasfema, y cada instante su impiedad es mayor; y delirante, la cortesana multitud lo aclama. Con imperioso acento, el rey sus fieles servidores llama, y un mandato pronuncia, que al momento fue obedecido. Con ligeros pasos los fámulos volvieron, trayendo a cuestas los sagrados vasos que al templo de Jehová robados fueron. ÜntCon sacrílego intento temerario, llenó el monarca un cáliz del sagrario y hasta las heces lo apuró de un sorbo. Luego, arrogante y torvo, con empapada boca, gritó recio: "¡Jehová! ¡Jehová!, yo te desprecio, ¡yo soy de Babilonia el soberano!. . ." Mas apenas vibró la frase impía, miedo en el corazón sintió el tirano; y cesó la sacrílega alegría, y silencio mortal reinó en la sala. . . ¡Mirad! ¡Mirad!, el pecho se estremece. . . Una mano aparece que en la pared resbala, y con letras de fuego escribe, escribe. . ., y desaparece luego. El rey, como un cadáver, palidece y en su sitial temblando permanece, La turba palaciega, muda y de espanto helada, a las angustias del pavor se entrega, puesta en el muro la tenaz mirada. Los magos del imperio llamados fueron a romper el broche que ocultaba el terrífico misterio; mas fueron vanos sus esfuerzos, vanos. . . Y aquella misma noche, fue asesinado Baltasar a manos de sus propios, infames cortesanos.
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Heinrich Heine (1797–1856). *Traducción de Juan Antonio Pérez Bonalde. El cancionero, Editorial VIAU (Buenos Aires, 1890). |