Maritornes con don Quijote en el camaranchón, grabado de Gustavo Doré.

Los ataques de Ordóñez y otros sinarquistas argentinos que sucitó el artículo de Gretchen Small, publicado en el Resumen ejecutivo de la segunda quincena de noviembre de 2003, pretenden defender de LaRouche a su publicación Maritornes, que recibe su nombre en honor a la puta que don Quijote confundió con una fina dama.

Respuesta a la señora Small con respecto a la puta Maritornes

A continuación reproducimos el mensaje que enviara el señor Víctor Eduardo Ordóñez, y que motivara el "regalo navideño" de LaRouche.

10 de diciembre de 2003.

La señora Small ha escrito una nota en la publicación de la Fundación Schiller respecto a la revista Maritornes, cuyo primer número tuve la satisfacción y la responsabilidad de componer en buena parte y de dirigir. Aunque no me alude en su trabajo —se limita a implicar con cierta estulta fogosidad a otros colaboradores y referentes— me considero obligado y con derecho a intervenir en la eventual polémica que pudiera desarrollarse luego de la respuesta de mi amigo Antonio Caponnetto al afrentoso comentario.

La autora incurre —quizá sin darse cuenta— en todos los lugares comunes (mejor dicho, vulgares) que la izquierda y el liberalismo (en este punto más cercanos que nunca) vienen utilizando desde hace décadas. No innova en lo más mínimo, sólo que extiende su enfoque a otros autores a los que, evidentemente, conoce por referencia. Así, por ejemplo, llamar al gran Chesterton "fascista británico" es tan ofensivo como inexacto y, en definitiva, desopilante ¿Qué entiende la señora Small por fascista, entonces y en que parte de la obra de Chesterton d etecta elementos fascistas? ¿No convendría, antes de lanzarse a una agresión así de generalizada y de imprecisa, detenerse en los conceptos más básicos que se emplean para ponerse de acuerdo sobre qué estamos discutiendo y qué se quiere decir cuando se utilizan determinados valores y definiciones, determinados adjetivos y sustantivos? No se puede emitir juicios sin una mínima coincidencia científica, por llamarla de algún modo; esto es sin aclarar, por lo menos, con qué terminología nos manejamos y si cuando usamos tal palabra estamos los dos diciendo lo mismo. En cambio, si como lo hace con tanta ligereza próxima a la desaprensión, la impugnadora de "Maritornes" puso en el papel lo primero que se le vino en gana y si se deja ganar la inteligencia por la irracionalidad de los prejuicios sin fundamentar, se ha de concluir que la polémica no sólo será inútil sino imposible.

Por ejemplo cuando la señora Small simula escandalizarse (en realidad procura burlarse) por el artículo del profesor Calderón Bouchet sobre una eventual monarquía en la Argentina, está demostrando una de estas tres cosas: que no lo leyó, que si lo hizo no lo entendió o que en todo caso procede con una asombrosa mala fe hermenéutica.

No una reflexión diferente merece la suposición de la existencia de una "internacional europea e hispanoamericana de tinte fascista". Claro que discurriendo como lo hace la señora Small —con sus falencias intelectuales, su mala información y sus apresuramientos axiológicas— todo le estará permitido y podrá llegar a cualquier consecuencia. Al redactar el editorial de presentación de la revista que dirigí me esforcé, con la aprobación de quienes me acompañaron, en explicitar de la mejor manera que supe los propósitos que guiaban al grupo de amigos que tomó la iniciativa. Allí se cita con profusión y satisfacción, entre otros, a Ramiro de Maeztu, muerto mártir en la Guerra Civil española, cuya "Defensa de la Hispanidad" quedará para siempre como el culmen del pensamiento tradicionalista puesto en acción programática (sin desmedro de sus aportes teóricos y de sus supuestos principistas, razones por las cuales me permito recomendar su lectura a esta para mí desconocida crítica) También le podría rectificar que el lema"Tradición, Familia y Propiedad" —muy meritorio por lo demás aunque ella quizá ni llegue a comprenderlo en toda su riqueza— no es de los carlistas sino de otra organización con la que la mayoría de los responsables de "Maritornes" discrepamos y no es del caso traer esta antigua diferencia a colación, no obstante su importancia.

Llama asimismo la atención —lo digo aun a riesgo de reiterarme— el método que se emplea en el trabajo que contesto. Enumera, casi en tono de denuncia, los antecedentes y la militancia de varios de los colaboradores de la revista que conduje. Casi es un detalle que no pruebe ninguno de los datos que maneja pero no es esto lo que interesa; Lo que sí importa es que sin más —siempre basada en sus prejuicios que en su mentalidad funcionan como dogmas— condena y descalifica a hombres y movimientos que evidentemente desconoce a pesar o conoce entre sombras, por lo cual tiene sobre ellos —y así se pronuncia— un criterio tan pueril como inapelable.

El espacio que le dedica a esclarecer la personalidad y el significado de la pobre Maritornes en el Quijote es, igualmente, irrelevante porque, como se lo explica A. Caponnetto en su respuesta, se propuso con la elección de su nombre una simbología quizá más poética que histórica o política en el sentido que se quiso otorgarle a la España descubridora, apostólica y conquistadora una función —si me animo a decirlo— creadora a fuerza de regenedadora, al extraer por la pureza de la mirada un mundo para Cristo desde la rudeza cósmica de esta América primigenia, aterradora e irredenta. Aunque comprendo que en una perspectiva anglosajona no tenga explicación ni cordura un acto de amor y de belleza por completo desinteresado del que vivimos desde hace cinco siglos.

Sin embargo de todo lo expresado debo agradecer a la señora Small —y en esto creo actuar en nombre de muchos amigos y compatriotas— su definición —o, mejor dicho, ubicación— acerca de temas y valores cuya presentación, hay que reconocerlo, despertaron en la Argentina una cierta —no demasiada— expectativa. Ahora, tras esta virtual quita de careta no hay porqué conservar ningún optimismo ni seguir llamándose a engaño. El movimiento de Lindon Larrouche (sic ) y sus organismos afines, como la Fundación Schiller, constituyen el Caballo de Troya en cualquier empresa de reconstrucción cristiana de Occidente (y, en este caso especial de Hispanoamérica) Con su paganismo encubierto pero remozado, con sus programas confusos, con su ideología equívoca, con sus síntesis tan simplistas como peligrosas, con sus programas sospechosos, este grupo de agentes y operadores de no sabemos qué intereses (doctrinarios, políticos o económicos) no son, definitivamente, los nuestros. Al hablar la señora Small como lo ha hecho en representación de todo ese aquelarre de lemas, proyectos y declaraciones con que estos americanos del norte (que nunca dejaron de serlo en el peor sentido) nos vienen atosigando desde hace más tiempo de lo tolerable, descorrió el velo de una ficción demasiado tosca a la que urgía poner fin. Y ella lo consiguió por lo que le agradezco con toda sinceridad.

Acabado el mito de un evasor crónico de impuestos en su país (donde fue fracasado candidato a cualquier cosa) devenido sin explicación en caudillo de un humanismo infantil, pseudo clásico y, ahora lo sabemos fehacientemente, anticristiano y antihispano, todos acá, nos sentiremos más libres por haber conocido el pensamiento y el sentimiento exactos de aquellos que con tanta insolencia y audacia se presentaban ante los más angustiados hijos de un glorioso imperio español (que nunca lo fue, según opina la Small) en disolución, como un apoyo a sus reivindicaciones.

Que esto sirva para comprender que nuestro destino está en nuestras propias manos y que no hay ningún motivo racional que nos lleve a los católicos que soñamos en hispano a esperar que la solución venga del norte. Una vez más se constata que el enemigo, el Enemigo viene de allá y que suponer lo contrario es complicidad y traición.

—Víctor Eduardo Ordóñez.

P.D. Enviada la anterior respuesta, advierto que omití incluir una consideración que creo es fundamental. "Last but no least" [sic]. Me refiero al concepto de fascista que la señora Small dispara indiscriminadamente y en todas direcciones. Aplicado a personas -como todas las que ella menciona y también a mí mismo- es una mendacidad y una infamia. Porque todos nosotros somos, con las imperfecciones y deficiencias de cada uno, católicos romanos que de ninguna manera podemos comulgar con un ideario totalitario como son el sistema y la doctrina elaborados por Mussolini. Una noción elemental de esa propuesta le habría evitado a la autora pronunciarse con tanta ligereza a la hora de calificar a sus semejantes, aunque sean meridionales. Si ideológicamente el fascismo totalitario pretende incluir en el interior del estado que propone toda la realidad social, política, económica, jurídica, moral y espiritual de una nación, se comprende que la Iglesia no puede aceptar semejante extravío, mezcla de herejía y de blasfemia. Porque en esa concepción el estado no es el garante y el custodio del derecho (y de los derechos) sino su fuente, su legitimante, su dispensador. Por lo tanto es que la señora dé a conocer los textos en los que los involucrados en su denuncia de fascismo hayan hecho profesión de tales. En caso que no lo haga caería en la condición de calumniadora.

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Por Gretchen Small
La defensa del rancio feudalismo de la puta Maritornes


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