Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

El Roosevelt de Lyndon contra el Hitler de Joe

La cuestión decisiva de la política estadounidense en el Partido Demócrata hoy día, es la pelea entre aquéllos que respaldan la postura estratégica que presentara hace poco el compinche atiza guerras del senador John McCain, el senador Joseph Lieberman, y aquéllos comprometidos, como yo, a aplicar a la actual depresión mundial las lecciones del exitoso liderato del presidente Franklin Roosevelt durante el intervalo de 1933–1945. Aquí señalo el repugnante hecho de la reciente declaración política de Lieberman, en la que exigió se prohibiera discutir la crisis económica estadounidense, para mejor centrar totalmente la atención popular en reunir apoyo para la política bélica de los gallinazos del vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney. Lieberman también exigió, de manera explícita, hacer a un lado el legado del presidente Roosevelt.

Hay dos puntos principales que deben destacarse en éste, el tercero de mis comunicados breves para el Informe diario sobre la naturaleza y origen de la actual ofensiva de guerra imperial de los gallinazos de Cheney y del secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld. Primero: consideren aquellas diferencias fundamentales entre Roosevelt y Hitler sobre política económica, que son, de nuevo, los asuntos decisivos de la política interna y exterior estadounidense. Segundo: concéntrense en la importancia del respaldo del Instituto Hudson, percha de los "gallinazos" nucleares del imperialista de la prensa Conrad Black, a las candidaturas de un tercer partido "Bull Moose" para 2004 de "Guarachín" McCain y "Guarachón" Lieberman.

Como documentan los estudios complementarios de Michael Liebig y Helga Zepp–LaRouche, y otros, la alternativa a llevar a Hitler al poder en Alemania en 1931–33, se planteó en la presentación que hiciera Wilhelm Lautenbach en Berlín en 1931, en una reunión secreta de alto nivel de la Sociedad Federico List. De haberse instrumentado la propuesta de Lautenbach, en lugar de las necedades de austeridad fiscal del canciller Brüning, Hitler nunca hubiera llegado al poder en 1933. Mediante la aplicación de planes parecidos a los de Lautenbach, el presidente Franklin Roosevelt previno un intento fascista de apoderarse de los Estados Unidos. Si el golpe orquestado por el banquero londinense financiado por Nueva York, Montagu Norman, no hubiera empujado al presidente alemán Paul von Hindenburg a destituir al canciller Kurt von Schleicher el 28 de enero, e instalara el 30 al preferido del líder del Partido Liberal Hjalmar Schacht, Adolfo Hitler, hubiera sido Kurt von Schleicher, y no Hitler, quien encabezara el gobierno de Alemania cuando Franklin Roosevelt tomaba posesión como nuevo presidente de los Estados Unidos. Las políticas de Alemania y de los Estados Unidos se hubieran complementado.

La imposición de programas de una austeridad fiscal en espiral, como los que hoy se apresuran en los Estados Unidos, crea las condiciones bajo las cuales puede llegar a tomar el poder un monstruo como Hitler o una fea combinación McCain–Lieberman de un tercer partido "Bull Moose". Aún hoy, la propuesta de 1931 de Lautenbach representa la alternativa a tales posibilidades horrendas. Esa política, cuando se les estudia a la luz de los éxitos de los programas de recuperación de Roosevelt, hubiera funcionado entonces para evitar esa descomposición económica y cultural, y el mismo principio puede funcionar hoy en los Estados Unidos y en todas partes.

Contrasten contra ese telón de fondo histórico la patética versión del presidente George W. Bush de un "paquete de estímulo fiscal", con la alternativa genuina que plantean los precedentes de Lautenbach y Roosevelt. La negativa del Presidente, y del liderato del Partido Demócrata, a lanzar, o a siquiera tolerar que se discuta algún tipo de programa de estímulo basado en la infraestructura como los de Roosevelt, tiende ya a crear las precondiciones para el tipo de dictadura fascista estadounidense que el proyecto de "Bull Moose" McCain–Lieberman del Instituto Hudson amenaza con volver realidad para enero de 2005, o incluso antes.

El presidente Bush tiene razón en pensar que la decadente economía estadounidense necesita desesperadamente un paquete de estímulo federal. Su error es el tratar de engendrarlo estimulando las pasiones sexuales de la especie equivocada.

El Presidente tuvo la desgracia de llegar a la adultez en una época en la que la guerra oficial de Indochina ya estaba en marcha y la perversión de la "contracultura juvenil del rock, las drogas y el sexo" reinaba en las universidades, incluyendo la suya. Entonces, más tarde, en su experiencia con los negocios o en el gobierno, nunca tuvo una experiencia adulta de cómo funciona una economía verdadera; de hecho él pertenece a una generación de un estrato con adiestramiento universitario que, más que nada, ignora la forma en que se produce la verdadera riqueza.

Él pertenece a una generación que, en gran medida, se ha obsesionado con la búsqueda del placer inmediato y con el engaño del usurero, de que el principio de la riqueza es el dinero que genera dinero. Así que no debiera sorprendernos ver que ni él, ni ninguna figura visible de su gobierno, parecen saber qué es una economía saludable. Por tanto, sus esquemas financieros no hacen otra cosa que ofrecer un estímulo hiperinflacionario a las mismas políticas monetario financieras que han socavado y arruinado cada vez más la economía estadounidense, durante todo un período de tres décadas, desde que el trío de Henry Kissinger, Paul Volcker y George Schultz introdujeron de contrabando su estafa monetaria del 15 de agosto de 1971 de "tipos de cambio flotantes", a John Connally y al presidente Richard Nixon. Ahí radica la fuente del peligro del fascismo que hoy representa el repugnante dúo del Instituto Hudson: McCain y Lieberman.

Entonces como ahora: lo que debe hacerse

Hoy, como en la Alemania de 1931–1933, el problema inmediato, tanto del gobierno federal como de los estados, es que la aplicación de medidas de austeridad —en un intento por equilibrar las cuentas del gobierno— es la medicina que, en vez de la enfermedad, mata al paciente. Parecería que tales medidas de austeridad fiscal equilibran las cuentas de los gobiernos estatales y municipales en el corto plazo de unos cuantos meses, pero, después de eso, el resultado será la quiebra sin remedio de esos gobiernos y condiciones sociales explosivas para una ciudadanía en general aterrada y desesperadamente arruinada.

La alternativa, como recalcó Lautenbach en 1931, y como lo hizo Roosevelt, es aumentar el ritmo del empleo físicamente productivo al nivel en que el incremento de la base fiscal equilibra las cuentas incurridas, o las mejora un poco. En lo principal, hay tres formas en las que los gobiernos local, estatal y nacional pueden producir con rapidez tales cambios benéficos.

Las acción primera de los gobiernos, más allá de tomar medidas de emergencia y alivio al bienestar general, es la inversión acelerada en la creación de obras públicas necesarias, sobre todo activando inversiones de obra pública bien definidas en el transporte público —en especial en el tránsito a gran escala—, en la generación y distribución de electricidad, la gestión de aguas, el desarrollo urbano, la gestión y conservación de suelos, la forestación, en programas de fomento científico orientados al espacio, y en instalaciones y programas educativos y de salud.

La segunda clase de acciones de los gobiernos, es la movilización de crédito y de estímulos fiscales a inversiones selectas, para el apoyo en el área de la producción física, como las actividades agropecuarias y manufactureras del sector privado, con acento en la empresa privada más que en el valor del accionista corporativo. La combinación de inversiones con estímulos fiscales y los programas acelerados de las misiones espaciales del gobierno del presidente Kennedy, es típica.

La tercera clase de acción del gobierno, es establecer programas de intercambio tecnológico con socios extranjeros, regulados por el gobierno, con bajas tasas de interés y de largo plazo, con una maduración de entre veinticinco y cincuenta años.

En la adopción de tales medidas, debemos proceder a partir de la dolorosa lección de la experiencia de dos décadas. Hemos de reconocer que el desplome económico del actual sistema monetario–financiero mundial condenado es resultado de un viraje equivocado ocurrido en los Estados Unidos, así como en el primer gobierno de Harold Wilson en el Reino Unido, desde la época del lanzamiento de la guerra estadounidense en Indochina. El cambio de paradigma cultural de 1964–72, agravado por el inevitablemente funesto sistema monetario–financiero de "tipos de cambio flotantes" de 1971–2003, fue un tipo de necedad realmente trágica. Debemos combinar la reconstrucción de la casa que Roosevelt erigió a partir de las ruinas de la Depresión de Coolidge y Hoover, con una orientación hacia los vastos mercados de inversión en el intercambio a largo plazo de tecnología, que se abren en Eurasia.

Debemos dejar que la desintegración actual de la economía estadounidense nos vuelva a la cordura. Hemos de construir un nuevo sistema de seguridad global más duradero, en los principal, tomando una posición destacada en la promoción del avance de la humanidad, de la niñez a la madurez de un conjunto de relaciones entre estados compuesto como una comunidad de principio entre Estados nacionales perfectamente soberanos.

Ésa es la única forma efectiva de derrotar, tanto a la actual depresión mundial, como a los esquemas fascistas de los imperialistas neoconservadores aliados con John McCain, Joe Lieberman y sus cómplices gallinazos. Aprendan la lección del ascenso de Hitler al poder en 1933, mientras todavía tengan esa alternativa.

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