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Marivilia Carrasco, presidenta del Movimiento de Solidaridad Iberoamericana en México
Argentina es apenas el principio de la desintegración financiera mundial

Un pueblo no puede morir para pagar la deuda.
Cuando la formidable crisis económica y política estalló en Argentina en los últimos días de 2001 y derribó a una sucesión de gobiernos, los aturdidos líderes políticos de varios países iberoamericanos, uno tras otro, del presidente Vicente Fox en México a Fernando Henrique Cardoso en Brasil, se apresuraron a asegurarle al mundo: "Nosotros no somos como Argentina. Seguiremos aplicando las medidas de austeridad del FMI y pagando nuestras deudas incuestionablemente. Aquí no va a pasar lo mismo".

¡Dan lástima! La explosión de la bomba de la deuda en Argentina es apenas el comienzo de lo que pronto azotará a la región y al mundo. Es un síntoma —pequeño, por cierto— del desmoronamiento atronador de todo el sistema financiero mundial, exactamente como el economista y precandidato presidencial estadounidense Lyndon LaRouche lleva años advirtiendo que ocurriría.

Estamos al final del sistema. La burbuja especulativa de 400 billones de dólares se desintegra, y las medidas del FMI no van a reestabilizar la situación. Los gobiernos que las acepten sólo producirán más miseria y muerte, y sufrirán el destino del gobierno de De la Rúa en Argentina.

Es hora de construir una alternativa.

El gobierno argentino de Adolfo Rodríguez Saá, en la semana que duró, dio pasos en la dirección correcta —como declarar una moratoria de la deuda externa— pero falló en la cuestión decisiva de cómo crear crédito nacional para reactivar la economía interna, y fue luego derribado por los aterrados intereses de Wall Street y la City de Londres, por medio de sus mandaderos locales.

Es urgente que Argentina y toda Iberoamérica saquen las enseñanzas del caso, las mismas que LaRouche ha estado explicando por años.

La pura realidad es que todo el sistema financiero mundial está en quiebra sin remedio. Nada más hay que ver a Japón, donde más de un decenio de emisión hiperinflacionaria de yenes ha creado una burbuja especulativa que deja pequeñitos los 220.000 millones de dólares de deuda real externa de Argentina. Como resultado, la banca japonesa está en quiebra: nada en un mar de deudas vencidas que ya no se pueden cubrir con trucos financieros. Varios de los principales bancos japoneses se tambalean al borde de la insolvencia.

El primer ministro Junichiro Koizumi aprovechó la semana de feriado bancario de fin de año para convocar una reunión extraordinaria de los líderes financieros y políticos de Japón para tratar de improvisar medidas de urgencia. Después de la reunión con Koizumi, el secretario general del Partido Liberal Demócrata, Taku Yamasaki, prometió: "Tomaremos todas las medidas posibles para evitar retiros en masa de las cuentas bancarias. No dejaremos que el público entre en pánico".

Pero la crisis de Japón es en realidad una crisis del dólar estadounidense. El yen ha sido el escudo principal del dólar en los mercados financieros mundiales: cuando se desintegre, el dólar se irá a pique con él. La burbuja especulativa de Wall Street —140 billones de dólares en deudas estadounidenses y contratos derivados— hace equilibrios en lo alto de una economía productiva estadounidense cada día más flaca, y cualquier viento fuerte pudiere derribarla. La caída de 65% del índice Nasdaq en los últimos 18 meses es apenas el principio. Para septiembre de 2001, la producción industrial de los EUA se había reducido en 5,8% respecto a la de un año antes, y el subsector manufacturero cayó aun más rápidamente, 6,7%.

Veamos a Polonia, o a Turquía: cada una alberga una bomba de la deuda por lo menos tan explosiva como la que acaba de estallar en Argentina. O a México, que se dirige a una explosión económica y social al estilo de la de Argentina, tal vez en el primer semestre de 2002.

Maremoto en México

Como Argentina, México está a punto de una crisis de procesos financieros hiperinflacionarios y físico-económicos hiperdeflacionarios simultáneos. En Argentina, tomó la forma del demencial "presupuesto de déficit cero" que impuso el ministro de Economía Domingo Cavallo, a insistencia del FMI.

La idea es sencilla... y del todo incompetente. Primero, se declara sacrosanto el pago de intereses de la deuda pública, que se cubrirá siempre, pase lo que pase. Segundo, el gobierno sólo gastará lo que sobre de los ingresos fiscales y otros, después de restar el pago de la deuda. O sea, el gobierno ni tendrá déficit ni pedirá prestado para cubrirlo: el déficit será siempre igual a cero.

Pero ¿qué pasa si el pago de intereses sigue subiendo y los ingresos del fisco siguen cayendo, como viene ocurriendo en Argentina? Por ejemplo el pago de intereses aumentó de 11% del presupuesto total en 1998, a 15% en 2000, y a 18% en 2001, mientras que la base tributaria se contraía simultáneamente. En diciembre de 2001, los ingresos fiscales se redujeron a un impresionante índice anual de -33%. El parásito crece más rápido que el huésped.

Así se desató en Argentina un proceso hiperinflacionario de pago de la deuda, junto con un proceso hiperdeflacionario de contracción de la economía física real. Los resultados son visibles: la fuerza de trabajo de Argentina está desempleada; los jubilados pasan hambre; su base tributaria se ha desmoronado; su banca quedó paralizada; y el caos político está a la orden del día. El arzobispo de Rosario, monseñor Eduardo Miras advirtió hace poco que "un pueblo no puede morir para pagar la deuda". Pero eso es exactamente lo que exigen los acreedores de Argentina y lo que sus gobiernos recientes trataron de hacer.

Como va, México va a sufrir una explosión semejante antes de mediados de 2002. El gobierno de Vicente Fox ha adoptado la versión mexicana de la locura del "déficit cero": le prometió a sus acreedores extranjeros que pagará fielmente el servicio de la deuda y que no tendrá un déficit presupuestario de más de 0,65% del producto nacional bruto. El presupuesto del 2002 destina al pago de la deuda pública unos 21.000 millones de dólares, es decir, 15 por ciento de los gastos totales, la misma proporción que observó Argentina en 2000.

En cuanto la oligarquía financiera dé la señal, agencias clasificadoras internacionales como Moody's y Standard & Poor's le harán a México lo que le hicieron a Argentina: subirle unilateralmente la prima de "riesgo del país", y hacer subir hasta en ciento por ciento el costo de los intereses.

Los ingresos fiscales del gobierno mexicano ya empezaron a caer: en 2001 se redujeron 3% en el impuesto al valor agregado, 6% de las empresas estatales y nada menos que 28% de impuestos de importación. El secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, adiestrado en la Universidad de Chicago, tal como su colega argentino de Harvard, Domingo Cavallo, ha traducido el problema en 1.400 millones de dólares de recortes en el gasto del gobierno.

Lo que le espera a México es un maremoto que hará palidecer a Argentina, generado por el terremoto que sacude actualmente a la economía de los EUA.

Por veinte años, México cobró una enfermiza dependencia de la economía estadounidense, en particular de su burbuja de crédito al consumo. México embarca actualmente 90% de sus exportaciones totales a los Estados Unidos; cerca de la mitad de eso sale de las maquiladoras de la región fronteriza con los EUA. Pero en el curso de 2001, el "importador de último recurso" que han sido los EUA empezó a cerrar el negocio, con consecuencias devastadoras para México. El empleo en las maquiladoras, por ejemplo, que había subido año tras año por dos decenios, aun cuando el resto del empleo industrial se reducía, cayó en 2001 en alrededor de 13% (de 1,5 millones a 1,3 millones de trabajadores). Los nuevos 200.000 desempleados se sumaron a los otros 850.000 mexicanos que perdieron su empleo este año.

Eso nada más para empezar. La exportación más importante de México a los EUA no es un producto: es su propia fuerza de trabajo. Entre ocho y nueve millones de mexicanos viven y trabajan en los EUA. Conforme el "importador de último recurso" se desmantela, cantidades enormes de mexicanos (documentados e indocumentados) se ven forzados a regresar a México a engrosar las filas de los desempleados. Ello, además, reducirá los 8.000 millones de dólares que estos trabajadores remiten a México cada año.

En breve, estamos a punto de presenciar un viraje formidable: la fuerza de trabajo mexicana va a abandonar en masa la economía formal para hundirse en la informal, luchando desesperadamente por sobrevivir. Ello reducirá todavía más la base tributaria y los ingresos fiscales del gobierno. Si, en esas condiciones, el gobierno de Fox sigue aferrado al "déficit cero" del FMI, la economía de México sufrirá una caída vertical más rápida y repentina que la que presenciamos en Argentina.

Pero México es sólo un ejemplo de muchos. Vean a su propia nación, a su propio vecindario. La verdad es que todos somos Argentina, por la crisis financiera mundial.

LaRouche explica cómo crear crédito

La presidencia de Adolfo Rodríguez Saá empezó a mover a Argentina por el rumbo correcto, antes de que Londres y Wall Street lo sacaran del poder.

* Anunció una moratoria unilateral de la deuda externa, y llamó a una investigación de la legitinidad de la deuda nominal todavía pendiente.

Elaboró su propia versión del "presupuesto de déficit cero", que mantendría plenamente los gastos sociales necesarios, pero el servicio de la deuda se reduciría radicalmente para mantener el equilibrio presupuestario. Los pagos de la deuda se iban a recortar en dos tercios, de 12.000 millones de dólares en 2001 a 3.500 millones en 2002.

* Y anunció la creación de una nueva moneda, el argentino, para ayudar a sacar al país de la depresión, entre otras cosas creando un millón de empleos.

Todo eso es bueno, pero no basta. Como lo explicó Lyndon LaRouche en una declaración del 21 de diciembre, otras medidas urgentes inclyen la creación de una moneda nacional soberana, desacoplada de monedas internacionales como el dólar. Y Argentina tiene que usar la espada de doble filo de su enorme deuda externa para ayudar a dar paso a la reorganización del sistema financiero mundial.

Desde su estudio de 1982 Operación Juárez, LaRouche ha explicado repetidas veces que el desarrollo económico nacional exige una moneda soberana, inconvertible con monedas internacionales y protegida con el pleno control de cambios y capitales. La emisión de crédito en la nueva moneda puede ser bastante grande, en la medida en que se restrinja a financiar la producción interna, activamdo lo que de otra forma serían trabajo y capital nacionales ociosos.

La nueva moneda no se puede colocar en los mercados internacionales —de todos modos, ya en agonía— sino que debe mantenerse completamente inconvertible. Ni hay necesidad alguna de acudir a los mercados especulativos internacionales —o a sus sucursales locales— a obtener crédito: cualquier Estado nacional soberano puede sencillamente emitir el crédito necesario mediante un banco nacional creado para ese propósito.

Este proceder fue explicado en detalle a fines del siglo 18 por Alexander Hamilton, el primer secretario de Hacienda de los Estados Unidos. El desarrollo industrial subsecuente de los EUA y de los demás países que lo adoptaron comprobó la validez práctica de este sistema americano de economía política.

Argentina y todas las naciones de Iberoamérica pueden y deben reorganizar su estructura bancaria y monetaria interna según estos lineamientos hamiltonianos. De hecho, es la única forma de enfrentar la completa bancarrota de la banca de cada nación y, a la vez, conservar sus funciones esenciales para antender las necesidades de la población. El papel y los bancos pueden ir y venir, pero el pueblo es primero y hay que protegerlo.

También se necesita crédito internacional, pero no del moribundo sistema del FMI, sino de un nuevo orden monetario mundial. LaRouche ha instado a crear un Nuevo Bretton Woods que reemplace al FMI, basado en acuerdos entre las principales naciones soberanas y cuya misión sería emitir créditos de desarrollo a largo plazo para financiar grandes programas de desarrollo mundial de la infraestructura, como el Puente Terrestre Eurasiático. LaRouche mismo realiza una activa diplomacia personal —en Rusia, India, Italia, etc— para darle vida a este proyecto en el futuro inmediato.

Argentina y el resto de Iberoamérica, a fin de sobrevivir, debe sumarse a este esfuerzo. Argentina debe construir una alianza, en primerísimo lugar, con Brasil, y desde ahí organizar la integración regional iberoamericana para participar en este esfuerzo mundial. El sistema del FMI está muerto; no podemos permitir que nuestras naciones se vayan a foso con él. Ha llegado la hora de la verdad.

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